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Edición 216

DURANTE TODO EL SEXENIO de Vicente Fox, el ex presidente Ernesto Zedillo se mantuvo muy alejado de México, mientras se dejaba procurar y cultivar por las élites política y económica estadounidenses, agradecidas por lo que hizo por ellas en su gobierno -liberalización salvaje y construir la entrega del poder al PAN en 2000.


PERO NUEVE AÑOS
parecen haber sido suficientes de ostracismo autoimpuesto, inclusive para el discreto Zedillo, quien ha empezado a dar señales de que quiere tener mucho qué decir en el gobierno de Felipe Calderón.

Don Agustín no pierde el apetito. Zedillo no ha estado perdiendo el tiempo. Ha lanzado señales sobre su preocupación en la economía mexicana a lo largo de este año y se ha acercado a Calderón, con quien se ha topado en foros internacionales, y sostenido cuando menos una comida privada con él.

Recientemente intensificó la búsqueda. Personas cercanas a su entorno aseguran que ha buscado dos veces por teléfono al Presidente en el último mes, aunque no se ha podido saber si tuvo o no éxito. Lo que le ha propuesto, o querrá proponer, es que cuando decida sobre su próximo secretario de Hacienda, tenga en mente a Santiago Levy. En efecto, el candidato que tiene Zedillo para remplazar al secretario Agustín Carstens, es su fiel gladiador.

Aunque públicamente lo niega, ha expresado en círculos privados que está agotado, muy a disgusto por el trato que le da el presidente y porque lo han obligado a dar declaraciones que lo dejan como un tonto. Desde hace semanas dejó entrever a varios líderes políticos que su expectativa laboral inmediata se encuentra en el Banco de México, donde el actual gobernador Guillermo Ortiz termina su segundo mandato en diciembre próximo. Ortiz no ha dado muestras claras de querer aspirar a una tercera reelección, aunque para que ésta pudiera darse, necesitaría todo el aval de Calderón. Malas noticias para él, aunque no del todo nuevas: ni de lejos se encuentra en el ánimo presidencial.

Desde finales del año pasado, cercanos a Calderón en el sector hacendario han venido criticando las posturas macroeconómicas de Ortiz y la tensión con el equipo gubernamental, por lo que anticipaban que el impacto económico de esa dinámica durante el proceso electoral no garantizaba que el PAN mantuviera la mayoría en el Congreso para poder sacar con menor dificultad las reformas que necesita el presidente para la segunda parte de su administración. El detonante fue el resultado electoral, cuando el presidente Calderón preguntaba qué había sucedido. La economía, le dijeron, fue el principal instigador de la derrota.

De acuerdo con personas que conocen detalles de los episodios amargos en la búsqueda de respuesta a los porqués, una parte de esa derrota le fue adjudicada a Ortiz por no haber dejado de hablar sobre los malos pronósticos para la economía mexicana durante 2009. Se quedaron cortos de culparlo totalmente, pero meses de críticas a su posicionamiento se coronaron el 5 de julio.

En los reajustes esperados, Zedillo quiere ahora abrir la puerta a Levy, quien fue subsecretario de Egresos en su gobierno, cuando Ortiz era el titular del despacho de Hacienda, y con quien cada sábado, junto con su entonces coordinador de asesores, Luis Téllez, definían en Los Pinos la estrategia que debería de seguir la política económica mexicana.

Zedillo hizo más tarde a Levy secretario de Desarrollo Social, con lo que rompió con el modelo de Solidaridad creado en el gobierno de Carlos Salinas, y desarrolló uno nuevo, Progresa, que tuvo su continuación estructural durante los gobiernos de Fox y Calderón bajo el nombre de Oportunidades, que también ayudó a diseñar. Con Fox fue director del Seguro Social, que dejó antes de terminar la administración para irse a Washington, donde es vicepresidente del Banco Interamericano de Desarrollo.

Levy, como punto a favor de Zedillo, no ha estado alejado de Calderón. De hecho, cuando el entonces presidente electo pensaba en su gabinete, fue Levy quien estuvo cerca de él surgiendo fórmulas de equilibrios y remplazos, y enseñándole la manera como Zedillo había integrado el suyo, donde colocó siempre un secretario durmiente en cada dependencia. Es decir, en posiciones clave el presidente siempre tendría un subsecretario que le reportara directamente a él. En el caso de Hacienda, donde Levy jugó esa parte con Ortiz, Calderón puso como subsecretario de Egresos debajo de Carstens a Ernesto Cordero, quien fue remplazado por Dionisio Pérez Jácome -con el mismo perfil-, cuando lo nombraron titular de Desarrollo Social.

Es muy sorprendente la imitación de Calderón a Zedillo en el caso de Levy y Cordero, lo que no es buena noticia ni para el ex presidente, ni para su antiguo colaborador. De todo el gabinete, el secretario al cual tiene más cerca Calderón es a Cordero. La relación entre ellos es de profunda amistad y de enorme respeto. Calderón le ha encomendado tareas extraordinarias fuera de su ámbito en momentos críticos, como haber sido el responsable de consolidar toda la información del gabinete durante la emergencia de la influenza, que le permitió al gobierno reordenar su política de comunicación y despresurizar un innecesario problema público ajeno a la epidemia.

Si termina de darse el cambio de Carstens, la figura natural sería Cordero, salvo que el presidente Calderón comenzara a ver la segunda parte de su sexenio bajo un modelo diferente. No se percibe, bajo ninguna consideración, que así será, aunque versiones palaciegas mencionaban que un eventual candidato a Hacienda podría ser José Ángel Gurría, secretario general de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, quien en fechas recientes hizo declaraciones favorables al manejo económico del gobierno.

Pero Zedillo, quien debe saber con detalle todo el entramado, no ha cejado en su intención por colocar a Levy, quien en las últimas semanas ha sido objeto de reconocimiento por intelectuales muy allegados al expresidente desde sus tribunas periodísticas. Qué quiere Zedillo, no está claro. Pero la apuesta que está jugando sí es muy grande.

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