La dictadura perfecta
ANTONIO ANDRADE
Supongamos que soy el presidente de mi nación -sea esta cualquiera que el lector deseé- y que siempre he considerado que para enderezar a mi pueblo y re-encausar los esfuerzos de mi gente en pos del crecimiento y el desarrollo, es necesario colocar de manera estratégica, la administración de ciertas cosas en particular en manos de mis fuerzas armadas, para conseguir esto, una tarde me saco de la manga una firme y casi creíble disposición absoluta para terminar por completo con el crimen organizado -eso si, sin poner un solo dedo encima a los capos mayores ya que con ellos tengo establecidos previamente varios tratos- y decido así sin más, -previo aumento de salarios a mis cabecillas uniformados y a uno que otro quejumbroso de grados menores- declarar la guerra a todo aquel que atente contra la seguridad de mi amado pueblo y contra la salud de mi adorada niñez y decreto, que a partir de ese momento y hasta cuatro años después -incluso uno más de lo estipulado como mi administración legal- mis soldaditos de ensueño estarán patrullando las calles en distintas zonas del territorio nacional de Antoniolandia -así se llamaría mi nación ja jaaaaa-, si las cosas se me fueran un poco de las manos, digamos que la matazón comenzara a tomar matices Tarantinescos ya que los agremiados al ampa tienen por costumbre tirar balas a diestra y siniestra, que mi pueblo comenzara a perder la fe en mi valentía porque desafortunadamente siempre se ha caracterizado por ser corto de memoria -cosa en extremo conveniente para varios movimientos administrativos y carentes de valor moral que ya he realizado antes-, que varios de mis empleaduchos a cargo de la seguridad de sus correspondientes zonas fueran descubiertos en varios ilícitos o simplemente que por falta de visión, mi plan resulte un tanto cuanto más que imposible de lograr, yo ya tengo diseñado el plan de acción emergente, mismo que consiste en permitir que el gallinero se alborote tomando acciones como la imposición del registro de números telefónicos móviles, la imposición a las empresas privadas sobre el libre acceso de mis canchanchanes a la información de todos y cada uno de sus empleados, un ligero pero artero aumento a los impuestos y como broche de oro, la mañosa disolución de uno de los sindicatos más poderosos de mi tierrita, el sindicato nacional de elucubradores –muy poderoso en Antoniolandia- y con eso, las cosas comenzarán a marchar por si solas, el SNE invitara al taradete mayor de mi pueblo -uno que se hace llamar el presidente legítimo- a quitarse el bozal, este, con sus poco elocuentes gritos y sus mal articuladas consignas, conseguirá echan a andar la maquinaria de las celebraciones del bicentenario de la libertad absoluta nacionalista que contempla también, el rebrote de varios organismos guerrilleros, el surgimiento de otros tantos, el desenmascaramiento de un nutrido puñado de subversionistas, la exaltación popular y por ende, el surgimiento de la urgencia por traer el orden nacional, efectivamente, solo así conseguiré lo que tanto he soñado para este pobre y poco quejumbroso pueblo mío, plagarlo de uniformados y taparle el hocico a cualquiera que decida manifestarse en contra de mis resoluciones.
Con el paso de los años, dos y medio para ser precisos, será tiempo de convocar al pueblo, para elegir un nuevo gobernante -mismo que lleva algunos años cocinándose en el horno y posicionándose en distintos ámbitos- pero como el país se encuentra en guerra, no será posible hacerlo de la manera acostumbrada, un nuevo héroe surgirá de entre las cenizas que mi mandato ha dejado, el, de manera cuasi profética, tomará un puñado de hombres mal armados y una madrugada tomará por la fuerza mi casa, mi oficina y mi fajilla tricolor y anunciará que a partir de ese momento, el declara Antoniolandia como un país libre de las locuacidades de su anterior mandatario -ese soy yo- y que su nuevo proyecto de nación implica no solo el reforzamiento de la presencia uniformada en las calles sino que también, todos deberemos mantenernos más a raya en lo que el, nuestro héroe, pone orden a las cosas, “quizá la limpieza de la casa tome más tiempo del que esperamos, pero al final, valdrá la pena”
Obviamente yo terminaría escondiéndome por algunos años en una paradisíaca isla hawaiana, con una maleta repleta de billetes y una jugosa, jugosísima cuenta en el banco, obviamente a nombre de mi contador, mismo que murió de una fuerte gripe de lagartija, misma que también me dejó algunos billetes de sobra para gastar en este sexenio sabático que estoy tomando. Todo esto es lo que yo haría si de verdad amara a mi país, si no fuera por esta razón, entonces mi intención sería únicamente armar un alboroto que distrajera a todos por unos días mientras yo y todos mis compañeros, ordeñamos las arcas de la nación. Como la ves?
Antonio Andrade
www.antonioandrade.com.mx
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