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Edición 226
Lunes, 01 de Febrero de 2010 23:33

MANUEL CAMACHO SOLIS

El pasado presente 

MIGUEL ÁNGEL GRANADOS CHAPA

Hace dieciséis años que Manuel Camacho dejó el gabinete del presidente Carlos Salinas para convertirse en comisionado para la paz en Chiapas, último cargo en el gobierno priista en que había hecho una carrera fulgurante durante los doce años recientes.

GranadosAquel 10 de enero de 1994 no sólo ocurrió esa mudanza del destino de un político que meses atrás estaba en la antesala de la presidencia de la república, sino que comenzó el fin de las hostilidades en el alzamiento zapatista iniciado diez días antes.

Hoy, como parte de un amplio movimiento de renovación política desde la oposición, Camacho encabeza el esfuerzo para reorganizar el casi extinto Frente amplio progresista.

Economista y politólogo, durante un breve lapso de su vida pareció que Camacho se consagraría a la investigación y la docencia en el Colegio de México, donde se posgraduó.

Pero su cercanía con Carlos Salinas de Gortari lo aproximó a la política, notoriamente cuando el hijo del ex secretario de industria y comercio fue designado director del Instituto de estudios políticos, económicos y sociales (Iepes) del PRI durante la campaña electoral de Miguel de la Madrid. Como otros subdirectores de ese organismo priista, Camacho fue designado subsecretario y luego ascendió al gabinete de De la Madrid como secretario de desarrollo urbano y ecología, Sedue.

Desde allí fue un poderoso impulsor de la candidatura de Salinas de Gortari, que al llegar a la Presidencia de la república lo hizo jefe del Departamento del Distrito Federal. La suya fue una designación peculiar, pues además de las funciones propias de la administración capitalina el Ejecutivo, su amigo de juventud le encargó responsabilidades que hubieran correspondido a la Secretaría de Gobernación.

Salinas había nombrado titular de ese ministerio a Fernando Gutiérrez Barrios, al que para ese efecto llevó de Jalapa a la ciudad de México, para lo cual se ausentó con licencia de la gubernatura de Veracruz, en la que, digámoslo de paso, quedó en calidad de interino Dante Delgado, que en breve intentará una vez más ser elegido para el mismo cargo.

Colocar allí a Gutiérrez Barrios era señal del compromiso de Salinas con la vieja guardia priista, resentida por el ascenso de una nueva generación al poder, marcada además por el sello de la tecnocracia y, en el caso del Presidente mismo, de extrañas afecciones ideológicas que, soterradas, fueron reapareciendo en la forma de un maoísmo institucional, a través del Programa nacional de solidaridad.

Como antiguo jefe de los servicios de seguridad nacional, la presencia de Gutiérrez Barrios en el ministerio donde había director y subsecretario durante tres sexenios era también garantía de que la policía política, necesaria tras la precariedad del triunfo en las elecciones, aseguraría de cualquier modo la gobernabilidad.

Pero como al fin y al cabo el gobernador veracruzano era ajeno al grupo cercano a Salinas, su función en Bucareli quedó acotada mediante la asignación de responsabilidades y proyectos específicos a Camacho.

Tal fue el caso, por ejemplo, de la exclusión de Carlos Jonguitud del mando político en el sindicato magisterial y su reemplazo por Elba Ester Gordillo.

Tal diversidad de tareas, que expresaban el grado de confianza y proximidad entre el presidente y el jefe del gobierno capitalino pareció anticipar la preferencia que ejercería Salinas por Camacho a la hora de la sucesión presidencial. Camacho mismo se desplazaba en el escenario político con la certidumbre de que sería el candidato presidencial. Su amigo, sin embargo, lo engañó.

En vez de optar por un sucesor de su propia talla, prefirió uno de menor tamaño, hechura suya, que no cayera en la tentación de pretender la autonomía que temió en Camacho.

Cuando por ello mismo seleccionó a Luis Donaldo Colosio para sucederlo, Camacho se sintió traicionado. Durante unas horas rehusó aceptar la decisión presidencial y pareció dispuesto a romper con su amigo aquel 27 de noviembre de 1993.

No se inclinó ante el nuevo Sol, como hizo conforme a la costumbre todo el aparato político oficial, y aceptó a regañadientes ser secretario de relaciones exteriores, apenas entre diciembre de ese año y enero siguiente. Tuvo a su lado como subsecretario en ese breve trecho a Marcelo Ebrard.

Cuando brotó la rebelión armada, Camacho halló la oportunidad de hacer política propia. Salió del gabinete, como hemos dicho, en un día como hoy, con la encomienda de entablar un diálogo con los alzados. Al mismo tiempo, con su renuncia a la cancillería quedaba en posición constitucional de ser candidato a la Presidencia.

Tal vez el propio Salinas imaginó esa posibilidad, para sustituir a Colosio. Y quizá lo pensó el propio Camacho, a partir de otra opción partidaria. Pero ni siquiera después del asesinato de Colosio, en que injustamente se le involucró políticamente, se consumó esa posibilidad.


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