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Edición 269

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De lo que el País Vasco debe a ETA

 

Martxelo Otamendi

 

El grifo del relato está abierto y, quienes lo han abierto, quieren que vierta un líquido monocolor. Durante los próximos años la palabra relato será trending topic en el diccionario de la política vasca. Relato por aquí, relato por allá, pero único. Y la apuesta por ese relato uniforme será grande, muy grande; de la misma envergadura que el éxito socioelectoral que obtenga la izquierda abertzale renovada.

Es decir, cuanto mayor éxito tenga la izquierda abertzale renovada, tanto más duro será el relato contra la historia de ETA y de la izquierda abertzale. Durante los últimos 10 años, muchos han anunciado, poniendo mayor atención en el argumento que les dictaban las vísceras que en el que les dictaba la cabeza, que, sin ETA, la izquierda abertzale quedaría débil y desnortada. Huelga decir que ese anuncio ha fallado y que sus teóricos han quedado en ridículo.

Si la sociedad hubiera dado la espalda a la izquierda abertzale renovada, si la hubiera marginado en las elecciones, si la hubiera condenado a la nada, el relato no tendría gran importancia, ya que sería asumido por la propia sociedad.

Pero no sucedió eso con Bildu ni parece que vaya a ocurrir con Amaiur. Antes bien, la izquierda abertzale renovada está más cerca que nunca de convertirse, por vez primera, en hegemónica, al menos en el espacio abertzale. Por eso toma fuerza el relato duro, el relato que quiere despedazar la historia de la izquierda abertzale.

Se quiere pintar ese relato duro con brocha gorda, sin matices, que lo cubra todo. La sentencia de moda estos días es “el País Vasco no debe nada a ETA”. Urkullu la ha recuperado entre las frases pronunciadas en el pasado por Imaz y Egibar.

La historia de ETA, desde su creación en el verano de 1959, es larga, tan larga como compleja. ¿Qué ambiente había en el País Vasco Sur cuando unos estudiantes decidieron constituir esa organización separatista y subversiva? El franquismo estaba en pleno apogeo, la oposición en el exilio y, en el interior, apenas había movimiento. Ni en España ni en el País Vasco. Aquí, el PNV era casi la única referencia, con escasa actividad por la represión. En desacuerdo con la actitud pasiva del PNV y con el objetivo de dar la vuelta a esa situación, Txillardegi, Benito del Valle, Julen Madariaga y pocos más crearon la organización ETA. ¿Puede decirse, sin matiz de tipo alguno, que el País Vasco no debe nada a esos jóvenes valientes, agitadores de la conciencia y del renacimiento del país? ¿Qué estaban haciendo en aquella época los padres políticos de esos que les quieren quitar todo mérito?

Después del surgimiento de ETA y, en algunos casos, como consecuencia de éste, nació en nuestro país una canción nueva, se renovó la literatura, el teatro, la conciencia nacional, la reivindicación obrera, las ikastola, la euskaldunización y la alfabetización… Tan erróneo como decir que no le debemos nada a ETA es asegurar que ese renacimiento lo creó ETA. Ambas afirmaciones son erróneas. Pero es difícil negar que el surgimiento de ETA y las ilusiones y audacias que provocó empujaron a mucha gente a tomar conciencia y ponerse manos a la obra. Fue un agente indirecto, pero ese proceso se habría retrasado bastante sin ETA.

 

Eta

Muy diferente tarea es buscar, en la larga evolución que ha experimentado ETA, la ETA del gusto de cada cual. La actividad de ETA tiene muchas estaciones (para bajar y para subir): El nacimiento (1959), Manzanas (1968), Carrero Blanco (1973), la muerte de Franco (1975), la Constitución española (1978), las dos autonomías del País Vasco Sur (1979), la disolución de ETApm, Yoyes (1986), Hipercor (1987), Argel (1988), Ordóñez (1995), Blanco (1997), Lizarra-Garazi (1998), Korta (2000), Aralar (2001), la T4 (2006), Uria (2008)…

Mucha gente se ha bajado, con toda legitimidad, en alguna de esas estaciones. Por razones morales o políticas. Con todo el derecho. ETA levantó gran simpatía entre los sectores progresistas de España y Cataluña, que, con el tiempo y con algunos de los atentados realizados, perdió casi por completo.

¿Acaso carecemos de sangre en las venas para hacer el gran homenaje, como se merecen, en el Kursaal o en Euskalduna, a Txillardegi, Madariaga, Del Valle y demás, que, en pleno franquismo, en 1959, tuvieron la fuerza de crear aquel valiente movimiento, en un momento en que el abertzalismo tradicional estaba aletargado?

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