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Edición 274

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La rebelión de las masas

CARLOS RAMÍREZ HERNÁNDEZ


En sus estudios centrales, don José Ortega y Gasset estableció el equilibrio ideal en una sociedad: Las masas dirigidas por los mejores. Cuando esa armonía se rompe, los efectos son desastrosos porque las sociedades entran en conflicto interno.

 

La represión en Guerrero se viene a sumar a la lista negra de violencia política y social. Las razones agobian por su reiteración: las masas sin dirección política y la dirección política sin referente social. Lo grave se localiza en el hecho de que las masas parecen decididas a impedir cualquier conducción social y buscan llegar a las políticas de plaza pública, a la imposición de exigencias y al sometimiento de las estructuras institucionales, y los liderazgos responden con la justificación de la fuerza.

 

La violencia política es expresión de la ruptura del equilibrio del poder. La relación entre masas y liderazgo se da en cuando menos tres espacios: las instituciones, las decisiones y las negociaciones. El equilibrio sociopolítico se logra cuando existe un acuerdo de convivencia entre las masas que todo lo exigen y los liderazgos políticos obligados a encontrar los caminos de canalización de las demandas para su solución. El equilibrio se rompe cuando las masas anulan a los liderazgos y cuando los liderazgos se alejan de las masas.

Las grandes tragedias estallan por las pequeñas agendas. La represión de Tlatelolco, la crisis sistémica de Oaxaca en 2006, 68 y ahora la muerte de tres estudiantes en una protesta estudiantil radicalizada son parte del itinerario de la incompetencia de gobierno: las respuestas políticas a las demandas sociales tomaron el camino de la represión.

 

Los liderazgos políticos y de gobierno están obligados a reforzar sus mecanismos de conducción porque todo indica que las masas ya salieron a las calles y será casi imposible regresarlas a sus espacios originales. La cultura de la protesta callejera es hoy el sucedáneo del parlamento, donde gobierno y oposición usualmente deben de resolver los conflictos. La gran falla se localiza en la disfuncionalidad del sistema político reducido a su mínima expresión: la relación demanda-oferta, ya no el andamiaje institucional. Las instituciones han dejado de ser el espacio de peticiones-respuestas y las masas han salido a la calle a imponer sus exigencias. Lo que en las instituciones es negociación y equilibrio social y de clases, en las calles es el grito y la pedrada.

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De ahí que la disfuncionalidad del mecanismo demanda-oferta sea una expresión más de la crisis del sistema político asu mido como la estructura de equilibrio entre las masas y los liderazgos. La crisis en Guerrero fue la confirmación de que el PRD tampoco tiene respuestas a la administración de las demandas sociales de las masas, como lo probó el PRI en Oaxaca y el PAN en el gobierno federal. Y si las tres fuerzas carecen de capacidad para la administración del conflicto social por demandas de bienes y servicios, entonces lo que falla es la estructura de gestión de las relaciones sociedad-Estado.

 

La rebelión de las masas no es sólo el intento de imposición de agendas parciales exigidas por la fuerza, sino la incapacidad de las instituciones y los liderazgos de gobierno para atender la administración del conflicto. Guerrero es otra llamada de atención sobre la crisis del sistema político como cámara de compensación del conflicto social, político y económico. Detrás de la represión se encuentra el fracaso del gobierno como el gestor del bienestar.

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