Violencia: efecto, no causa CARLOS RAMÍREZ HERNÁNDEZ
EL INICIO DE LA FASE de debate de proyectos de la elección presidencial del 2012 el tema de la violencia tendrá un lugar muy especial. Pero el problema más sensible es el que tiene que ver con la presión de las bandas del crimen organizado para disminuir la ofensiva de seguridad y con ello ganar tiempo para reaglutinar la fuerza de los cárteles.
EL PUNTO MÁS SUPERFICIAL del tema de la violencia es el de los muertos. Y ahí, inclusive, el reporte de Human Rights Watch tuvo que reconocer que el “incremento alarmante” en homicidios ha sido “en gran parte consecuencia de violentas pugnas entre poderosas organizaciones delictivas que compiten por el control del narcotráfico”, con lo que matizó la acusación que le acredita al presidente Calderón la totalidad de los cincuenta mil muertos.
La violencia y los muertos son efecto de la penetración del crimen organizado en las estructuras sociales, políticas y de seguridad y no la causa. En ciertos niveles del ejército existe la convicción de que lo mejor sería el regreso de los militares a los cuarteles para evitar el desgaste de los enfrentamientos y saldos rojos, pero ante la evidente incapacidad civil para reorganizar y limpiar las policías, ello significaría la entrega de la plaza a los cárteles de la droga y con ello crear un problema de fractura del escudo de seguridad interior.
El debate sobre la violencia también ha ignorado también otro de los puntos más sensibles: ¿de quién fue la responsabilidad del aumento de la actividad del crimen organizado ante la pasividad o complicidad de las fuerzas civiles de seguridad? Los datos de decomisos, criminales muertos y arrestados revelan la existencia de poderosas bandas criminales que no nacieron por generación espontánea sino que fueron producto directo del descuido --para decir lo menos-- o la confabulación --para decir lo más- de los responsables políticos o de gobierno y de la apatía de la sociedad.
Por tanto, la intervención de las fuerzas armadas fue producto de la incapacidad de las fuerzas civiles de seguridad; a cinco años de iniciado el operativo, es la hora en que los gobiernos estatales y el gobierno federal han sido incapaces de limpiar las policías de los tres niveles y de garantizar la ruptura de las relaciones orgánicas entre los organismos de seguridad y los criminales. El sólo dato de 47 mil delincuentes muertos revela el tamaño del problema que nadie quiere ver; sin la ofensiva de seguridad del gobierno federal, esos delincuentes estarían operando aun en las calles.
El tema de la seguridad tiene tres vertientes: el poder del crimen organizado, el fracaso de las fuerzas de seguridad y la responsabilidad de la sociedad al confundir exigencias de no violencia ante la creciente violencia del crimen organizado. Y son tres enfoques que necesariamente se deben de tocar en las campañas para comprometer a los candidatos a la búsqueda de soluciones, no sólo a lamentarse de la violencia pero no encarar el poder de las bandas criminales.
El saldo de seguridad en este sexenio fue la contención de las bandas criminales, la desarticulación de los mandos de los cárteles y el posicionamiento del narcotráfico como el problema número uno de seguridad nacional y por tanto de la estabilidad de la República. Los candidatos, por tanto, deben entrarle de lleno a la discusión, sin demagogias y sin miedos. El problema más serio no radica en regresar a los soldados a los cuarteles --podría decidirse en un segundo-- sino decirle a la sociedad quién va a formar el muro de contención al crimen organizado.
La viabilidad de México como República depende de la seguridad interior y la seguridad pública.
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