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Ediciòn 294

PAPELES AL VIENTO
ABRAHAM GARCÍA IBARRA


ANIVERSARIO DE UN PACTO DE BELLACOS

República desvertebrada


DE ACUERDO CON EL HILO conductor tejido por algunas corrientes filosóficas europeas -para proponer el ciclo de formación del ser humano-, cada quince años una nueva generación se asimila o remplaza a la anterior.


papeles

 

DON JOSÉ ORTEGA Y GASSET, quien aplica esa periodicidad a la circulación del pensamiento nuevo al que deben estar atentos los centros de educación superior, sostiene que aquellas sociedades nacionales que no generan un macizo ideológico con base en su propio desarrollo  cultural, marchan a la saga, copiando y tratando de aclimatar, con un retraso de quince a veinte años, los productos de vanguardia de  creación ajena. Cuando llegan a lograrlo, desde el exterior ya se reportaban nuevos e iluminantes hallazgos. Por eso recomendaba don José: En el extranjero debe buscarse información, no modelo. Era su advertencia contra la subordinación acrítica a propuestas extralógicas.

Cuando los arrogantes tecnócratas mexicanos -moldeados robóticamente en universidades foráneas, de preferencia estadunidenses- tomaron por asalto el poder político, lo hicieron  indigestados con la rueda de molino del fin de las ideologías y, aún más, del fin de la historia.

Esos tecnócratas, con pretensiones de infalibilidad, tomaron para sí el título de generación del cambio. Burocracia cargada de conocimiento especializado, pero huérfana de sabiduría, no entendió el tiempo cultural mexicano. Por eso, trató de extirpar a rajatabla principios y valores de la cultura nacional, satanizándolos como mitos y dogmas.

La “iniciativa” importada por esos tecnoburócratas ansiosos de inmortalidad, es la del neoliberalismo. Del mismo modo que el viejo régimen se engolfó con el capitalismo tardío, la autodenominada generación del cambio se fascinó con el neoliberalismo, cuando sus impulsores de origen -usufructuarios muchos de las supersticiones fundamentalistas-  metían el modelo a un proceso de revisión y, de ser posible, de reorientación.

Los reyezuelos negros

En su crítica a la dictadura porfiriana y a los primeros gobiernos de régimen revolucionario, el que fuera al tiempo fundador del Partido Acción Nacional (PAN), don Manuel Gómez Morín, llamó reyezuelos negros a quienes, particularmente en el periodo del despotismo, practicaban un internacionalismo de pastiche, tratando de halagar a los amos extranjeros obsequiándoles los sectores fundamentales de la economía mexicana.

Gómez Morín quiso denominar al partido de su creación, de Acción Nacional. Con don Efraín González Luna, el hombre de Batopilas, Chihuahua, inscrito en la nómina de los siete sabios mexicanos, compartió la tarea de elaborar un cuerpo doctrinario inspirado en el humanismo político, basado en un nacionalismo de nuevo tipo, pero enraizado en nuestro propio desarrollo histórico. En la línea de pensamiento de González Luna, antiimperialista, derivada esta concepción de deslindes de orden religioso respecto de la cultura anglosajona.

Sobrevivientes algunos de los padres fundadores, el panismo practicó al menos durante cuatro décadas una oposición leal contra el orden político establecido. Partido de cuadros, más que de bases sociales, sin embargo, los relevos generacionales quedaron reducidos a una burocracia pragmática y oportunista que transitó vertiginosamente del panismo histórico al neopanismo, para quedar finalmente bajo control de los bárbaros del norte, categoría bastarda en la que se mezclaron intereses clericales y empresariales, tutelados por emisarios imperiales.

La Alianza estratégica

Fue el momento en que el PAN -concebido en sus inicios como la alternativa católica a la Revolución mexicana- se encontró con la generación pseudo priista, postulante del neoliberalismo. No pudo ser más emponzoñada la hora de la cita: La hora de la usurpación del poder presidencial en 1988. Se está cumpliendo el primer cuarto de siglo de que un PAN, degradado doctrinariamente, pactó con Carlos Salinas de Gortari la llamada alianza estratégica, urdida con base en un desvergonzado toma y daca: Te doy legitimidad de gestión; me das concertacesiones electorales.

Pacto cupular innoble -de bellacos, si los hay-, el resultado fue un PAN sin panismo, y un PRI sin priismo, entendidos sociológicamente ambos ismos como militancia popular arraigada en un modo de ver la construcción social y política de México.

Emparedada entre esos pactantes en diciembre 1988, la izquierda, o lo que parecía serlo, atestiguó la traición que los tecnoburócratas asestaron al priismo histórico, y la de los panistas a su abanderado presidencial, el magnate sinaloense Manuel de Jesús El Maquío Clouthier del Rincón, el que  preguntaba a sus interlocutores: ¿Cuándo has visto que la marrana suelte la mazorca que trae en el hocico?

El agreste camino de la izquierda

La izquierda -o lo que parecía serlo- venía de su propia debacle. Desde sus orígenes en la década de los veinte del siglo pasado con la fundación del Partido Comunista Mexicano, la cohesión nunca la resultó una tarea accesible y productiva. Entre los años 30 y 40, primero con la imperativa y extravagante unidad a toda costa, y luego con la proposición de la vía mexicana al socialismo, esa vertiente fue identificada con un ofensivo, pero cierto, santo y seña: Hay más comunistas fuera del partido, que en su padrón.

La crisis política del 68 devino ajuste de cuenta del PCM con su pasado estalinista. Poco dado el partido a la educación y formación de cuadros de recambio, sus nuevas y raquíticas generaciones, encasilladas en algunas universidades, fueron dejadas al garete, seducidas por la opción armada que tenia como profetas a Fidel Castro y el Che Guevara. Eventualmente a Mao. Impotente ante este fenómeno, el fósil comité central se ancló en la ley del menor esfuerzo y creyó una solución liquidar su sección Juventud Comunista.

Lo dicho: En un generalizado proceso revisionista de temporada, el PCM quedó atrapado en la pinza formada entre sedicentes renovadores (los reno) y los dinosaurios (los dino). Ambas corrientes, que se encendieron transitoriamente con el martirologio de Salvador Allende, terminaron enamoradas de otra opción foránea: El eurocomunismo. Nuevos guías: Francois Mitterrand, Felipe González, Mario Soárez y, para algunos despistados, hasta Lech Walesa.

El terremoto político del 88

La paradoja para la izquierda histórica mexicana -cuyo leitmotiv fue durante años el combate a “la dictadura” priista- se originó a mediados de los 80, precisamente en el interior del PRI, cuando, al calor de la sucesión presidencial 1988, la corriente anti tecnocracia provocó una sensible ruptura, en cuya gestación se alzó la figura de Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano.

Renegado del priismo, pero cercano a una de sus formaciones satelitales, Cárdenas Solórzano emergió como candidato presidencial del Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM). Fracturado el PRI, las diversas tendencias izquierdistas creyeron llegada su hora de poder y constituyeron el Frente Democrático Nacional (FDN). Éste fue el epicentro del terremoto político, según lo describió Miguel de la Madrid al referirse a la “caída del sistema” el 6 de julio de 1988.

Hubo una mala lectura de ese movimiento: Cárdenas era el signo clave, de ahí el supuesto del advenimiento de un neocardenismo. Éste se deformó en cuauhtemismo. Pero lo mismo dio: A Cárdenas Solórzano, como catalizador electoral, le faltaron tamaños para defender su victoria. Peor aún: Ante la iniciativa de mantener consolidado el frentismo exitoso, prefirió constituir su propio partido: El de la Revolución Democrática (PRD).

Los comunistas Pronasol

El poder de corrupción del salinismo derivó en la degeneración de la vieja y vulnerable izquierda, de la que algunos de sus desprendimientos terminaron marbetados como comunistas Pronasol. Con alienaciones ideológicas como esta, no es casual que pupilos del líder moral del perredismo se hayan desviado hacia el neoliberalismo tripartita, enfangados en un mercantilismo electoral agazapado en la coartada de la izquierda políticamente correcta.

A unos días de que sus firmantes celebren el XXV aniversario de la Alianza estratégica CSG-PAN, a la que se ha sumado el PRD, el neoliberalismo depredador ha dejado a México convertido de un páramo socioeconómico. A la desolación y la desesperanza incubadas en 25 años de saqueo de la riqueza nacional, hoy se añade el luto y el dolor de la viudez y la orfandad, productos de una guerra civil sin tregua ni gloria, cuyos usufructuarios son los poderes fácticos que medran sobre los escombros de un Estado fallido, que agoniza también en la macabra paz de las narcofosas.

20 de Noviembre. ¿Celebración del 102 aniversario de la Revolución mexicana? No. Celebración de un cuarto de siglo del pacto de bellacos que ha remitido a dos generaciones de mexicanos a un insondable abismo sin retorno. Ayer, confabulados para desmexicanizar la banca y para la contrarreforma agraria: hoy confabulados para seguir desnacionalizando el petróleo y para la contrarreforma del trabajo.

Ay reata, no te revientes, que es el último jalón.

 



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