SOBRE LA SOCIEDAD ANARQUISTA
Izquierda en movimiento libertario
NOAM CHOMSKY*
Lo
más probable es que los defensores de la anarquía o del anarquismo sean
partidarios de que no haya policía, pero no de que deba prescindiese de las
normas del tráfico. Yo querría empezar diciendo que el término Anarquismo abarca una gran cantidad de ideas políticas y que
yo prefiero entenderlo como la izquierda de todo movimiento libertario.
Desde
estas posiciones podríamos concebir el anarquismo como una especie de socialismo voluntario; es decir: Como un socialismo libertario, o
como un anarcosindicalismo, o como un comunismo libertario o anarquismo
comunista, según la tradición de Bakunin, Kropotkin y otros.
Aquellos
dos grandes pensadores proponían una forma de sociedad altamente organizada,
aunque organizada sobre la base de unidades orgánicas o de comunidades
orgánicas. Generalmente, por estas dos expresiones entendían el taller y el
barrio, y a partir de este par de unidades orgánicas derivar mediante convenios
federales una organización social sumamente integrada que podría tener alcances
nacionales e internacionales.
Toda
decisión, a todo nivel, habría de ser tomada por mayoría sobre el terreno y
todos los delegados representantes de cada comunidad orgánica han de formar
parte de ésta y han de provenir de la misma, a la cual han de volver y en la
cual, de hecho, viven.
La
democracia representativa estadounidense o británica critica a un anarquista
por dos razones. Primero porque se ejerce un monopolio del poder centralizado
en el Estado y, segundo -críticamente hablando-, porque la democracia
representativa está limitada a la esfera política sin extender de un modo
consecuente su carácter al terreno económico. Los anarquistas de la
tradición a que aludimos siempre han creído que el control sobre la propia vida
productiva es la condición sine qua non
de toda liberación humana verdadera, de hecho, de toda práctica democrática
significativa.
Es
decir, que mientras haya ciudadanos que estén obligados a alquilarse en el mercado
de mano de obra a quienes interese emplearlos para sus negocios, mientras la
función del productor esté limitada a ser utensilio subordinado, habrá
elementos coercitivos y de opresión francamente escandalosos que no invitan ni
mucho menos a hablar en tales condiciones de democracia, si es que tiene
sentido hacerlo todavía.
Han
existido sociedades cuantitativamente pequeñas que creo han logrado bastante
realizar ese ideal, aparte de que da la historia ejemplos de revolución
libertaria a gran escala de estructura principalmente anarquista. Personalmente
creo que el ejemplo tal vez más dramático es el de los kibbutzim israelíes, los cuales durante un largo periodo estuvieron
realmente regidos por principios anarquistas, es decir: autogestión, control
directo de los trabajadores en toda la gestión de la empresa, integración de la
agricultura, la industria y los servicios, así como la participación y
prestación personales en el autogobierno. Me atrevo a afirmar que tuvieron un
éxito extraordinario en casi todas las medidas que tuvieron que imponerse.
La
historia de los kibbutzim es bastante
interesante a este respecto. Sólo desde 1948 están engranados en la maquinaria
de un Estado convencional. Antes sólo obedecían a los imperativos de un enclave
colonial y, en realidad, existía una sociedad subyacente, mayormente
cooperativista, que de hecho no formaba parte del sistema supraestructural del
mandato británico, sino que funcionaba subrepticiamente fuera del alcance de
este mandato.
Y
aun hasta cierto punto, esa sociedad cooperativista sobrevivió a la fundación
del Estado de Israel, pero -naturalmente- acabó por integrarse en él perdiendo
así, a mi parecer, gran parte de su carácter socialista libertario.
Sin
embargo, como instituciones socialistas libertarias en funciones, creo que los kíbbutzim israelíes pueden pasar por un
modelo interesante y sumamente apropiado para sociedades industriales avanzadas
en la medida en que otros ejemplos existentes en el pasado no lo son.
Un
buen ejemplo de revolución anarquista realmente a gran escala -de hecho el
mejor ejemplo que conozco- es el de la revolución española de 1936, durante la
cual, y en la mayor parte de España republicana, se llevó a cabo una revolución
anarquista (o eminentemente inspirada en el anarquismo) que comprendía tanto la
organización de la agricultura como de la industria en extensiones
considerables, habiéndose desarrollado además de una manera que, al menos visto
desde fuera, da toda la impresión de la espontaneidad.
Pero
si buscamos las raíces más hondas y sus orígenes, caemos en la cuenta de que
ese resultado es debido a unas tres generaciones de abnegados militantes
organizando sin cesar, experimentando, pensando y trabajando por difundir las
ideas anarquistas entre vastas capas de la población en aquella sociedad
eminentemente preindustrial, aunque no preindustrial del todo.
También
esta experiencia tuvo gran éxito, tanto desde el punto de vista de las
condiciones humanas como de las medidas económicas. Quiere decirse que la
producción continuó su curso con más eficiencia si cabe; los trabajadores del
campo y de la fábrica demostraron ser perfectamente capaces de administrar las
cosas y administrarse sin presión alguna desde arriba, contrariamente a lo que
habían imaginado muchos socialistas, comunistas, liberales y demás ciudadanos
de la España
republicana (¡por no hablar de la otra!) y, francamente, quién sabe el juego
que esta experiencia habría podido dar para el bienestar y la libertad del
mundo.
Por
desgracia, aquella revolución anarquista fue destruida por la fuerza bruta, a
pesar de que mientras estuvo vigente tuvo un éxito sin precedentes y de haber
sido, repito, un testimonio muy inspirador en muchos aspectos sobre la
capacidad de la gente trabajadora pobre de organizar y administrar sus asuntos
de un modo plenamente acertado sin opresión ni controles externos o superiores.
Ahora bien; en qué medida la experiencia española es aplicable a sociedades
altamente industrializadas, es una cuestión que habría que investigar con todo
detalle.
Yo
no me considero un pensador anarquista. Digamos que soy un compañero de viaje
por derivación, del anarquismo. Siempre se han expresado los pensadores
anarquistas muy favorablemente respecto a la experiencia estadounidense y al
ideal de la democracia jeffersoniana.
Ya
sabe que para Jefferson el mejor gobierno
es el que gobierna menos, o la apostilla a este aforismo de Thoreau según
la cual el mejor gobierno es el que no
gobierna nada en absoluto. Ambas frases fórmulas las han repetido los
pensadores anarquistas en toda ocasión y a través de los tiempos desde que
existe la doctrina anarquizante.
Pero
el ideal de la democracia jeffersoniana
-dejando aparte el hecho de que fuese todavía una sociedad con esclavos- se
desarrolló dentro de un sistema precapitalista, o sea: en una sociedad en la
cual no ejercía el control ningún monopolio ni habían focos importantes de
poder privado.
Es
realmente sorprendente leer hoy algunos textos libertarios clásicos. Leyendo,
por ejemplo, La crítica del Estado (1791) de Wilhelm von Humboldt, obra muy
significativa que de seguro inspiró a Mill, se da uno cuenta que no se habla en
ella para nada de la necesidad de oponerse a la concentración del poder privado
y más bien se trata de la necesidad de contrarrestar la usurpación del poder
coercitivo del Estado.
Lo
mismo ocurre en los principios de la tradición estadounidense. ¿Por qué?
Sencillamente, porque era ésa la única clase de poder que existía. Quiero decir
que Von Humboldt daba por supuesto que todo individuo poseía más o menos un
grado de poder similar, pero de poder privado, y que el único desequilibrio
real se producía en el seno del Estado centralizado y autoritario, y que la
libertad debía ser protegida contra toda intervención del Estado y la Iglesia.
Esto
es lo que él creía que había que combatir. Ahora bien; cuando nos habla, por
ejemplo, de la necesidad de ejercer control sobre la propia vida creadora,
cuando impreca contra la alienación por el trabajo, resultante de la coacción o
tan sólo de las instrucciones o dirigismo en el trabajo de cada uno, en vez de
actuar por autogestión, entonces revela su ideología antiestatal y
antiteocrática.
Pero
los mismos principios sirven para la sociedad industrial capitalista que se
formó más tarde. Estoy inclinado a creer que Von Humboldt, de haber persistido
en su búsqueda ideológica, habría acabado por ser un socialista libertario.
Existe
otra tradición anarquista que al desarrollarse desemboca en el
anarcosindicalismo y que ve en el anarquismo la manera adecuada de organizar
una sociedad compleja de nivel industrial altamente avanzado.
Y
esta tendencia dentro del anarquismo se confunde, o por lo menos se relaciona
muy estrechamente con una variedad de marxismo izquierdista de la especie de
los comunistas espartaquistas, por
ejemplo, salidos de la tradición de Rosa Luxemburgo y que más tarde estuvo
representada por teóricos marxistas como Anton Pannekoek, quien desarrolló toda
una teoría sobre los consejos obreros de la industria, siendo él mismo un
hombre de ciencia, un astrónomo.
Pues
bien; ¿cuál de estos dos puntos de vista es el que se ajusta a la verdad? O en
otros términos: ¿tienen por objeto los conceptos anarquistas una sociedad
preindustrial exclusivamente o es el anarquismo también una concepción adecuada
para aplicarla a la organización de una sociedad industrial altamente avanzada?
Personalmente,
creo en la segunda opción, es decir, creo que la industrialización y el avance
de la tecnología han cerrado consigo posibilidades de autogestión sobre un
terreno vasto como jamás anteriormente se habían presentado. Creo, en efecto,
que el anarcosindicalismo nos brinda precisamente el modelo más racional de una
sociedad industrial avanzada y compleja en la que los trabajadores pueden
perfectamente tomar a su cargo sus propios asuntos de un modo directo e
inmediato, o sea, dirigirlos y controlarlos, sin que por eso no sean capaces al
mismo tiempo de ocupar puestos clave a fin de tomar las decisiones más
sustanciales sobre la estructura económica, instituciones sociales, planeamiento
regional y suprarregional, etcétera.
Actualmente,
las instituciones rectoras no les permiten a los trabajadores ejercer control
ninguno sobre la información necesaria en el proceso de la producción ni
tampoco poseen por lo demás el entrenamiento requerido para entender en esos
asuntos de dirección. Por otra parte, en una sociedad sin intereses creados ni
monopolios, gran parte de ese trabajo -administrativo incluido- podría hacerse
ya automatizado.
Es
del dominio público que las máquinas pueden cumplir con un gran porcentaje de
las tareas laborales que hoy corren a cargo de los trabajadores y que, por lo
tanto, éstos -una vez asegurado mecánicamente un alto nivel de vida- podrían
emprender libremente cualquier labor de creación que antes objetivamente les
habría sido imposible imaginar siquiera, sobre todo en la fase primeriza de la
revolución industrial.
Lo
que yo creo podría obtener aproximadamente un consenso entre los libertarios,
esbozo que naturalmente me parece en esencia, aunque mínimo, correcto para el
caso. Empezando por las dos clases de organización y control, concretamente: la
organización y el control en el lugar de trabajo y en la comunidad, podríamos
imaginar al efecto una red de consejos de trabajadores y, a nivel superior, la
representación interfábricas, o entre ramos de la industria y comercio, o entre
oficios y profesiones, y así sucesivamente hasta las asambleas generales de los
consejos de trabajadores emanados de la base a nivel regional, nacional o
internacional.
Y
desde la otra vertiente, cabe imaginar un sistema de gobierno basado en las
asambleas locales, a su vez federadas regionalmente y que entienda en asuntos
regionales, a excepción de lo concerniente a oficios, industria y comercio, etcétera.,
para luego pasar al nivel nacional y a la confederación de naciones, etcétera.
Ahora
bien; sobre el cómo se habrían de desarrollar exactamente estas estructuras y
cuál sería su interrelación, o sobre si ambas son necesarias o sólo una, son
preguntas éstas que los teóricos anarquistas han discutido y acerca de las
cuales existen muchas variantes. Por ahora, yo no me atrevo a tomar partido;
son cuestiones que habrá que ir elaborando y dilucidando a fondo y con calma.
La
idea anarquista propicia que la delegación de autoridad sea la mínima expresión
posible y que los participantes, a cualquiera de los niveles, del gobierno
deben ser directamente controlados por la comunidad orgánica en la que viven.
La
situación óptima sería, pues, que la participación a cualquier nivel del
gobierno sea solamente parcial, es decir: que los miembros de un consejo de
trabajadores que, de hecho, ejercen sus funciones tomando decisiones que los
demás trabajadores no tienen tiempo de tomar, sigan haciendo al mismo tiempo su
trabajo en el tajo, taller o fábrica en que se empleen, o su labor o misión en
la comunidad, barrio o grupo social al que pertenecen.
Y
respecto a los partidos políticos, mi opinión es que una sociedad anarquista no
tiene forzosamente por qué prohibirlos. Puesto que, de hecho, el anarquismo
siempre se ha basado en la idea de que cualquier lecho de Procusto, cualquier sistema normativo impuesto en la vida
social ha de restringir y menoscaba notablemente su energía y vitalidad y que,
más bien, toda clase de nuevas posibilidades de organización voluntaria pueden
ir apareciendo a un nivel superior de cultura material e intelectual.
Pero
yo creo, sinceramente, que si llega el caso de que se crea necesaria la
existencia de partidos políticos habrá fallado la sociedad anarquista. Quiero
decir que, a mi modo de ver, en una situación con participación directa en el
autogobierno y en la autogestión de los asuntos económicos y sociales, las
disensiones, los conflictos, las diferencias de intereses, de ideas y de
opiniones tendían que ser no sólo bien acogidas, sino cultivadas incluso, para
ser expresadas debidamente a cada uno de los distintos niveles.
No
veo por qué habrían de coincidir esas diferencias con unos partidos que no se
crean a partir de las diferencias, sino para crearlas precisamente. No creo que
la complejidad del interés humano y de la vida venga mejor servida dividiéndola
de ese modo. En realidad, los partidos representan fundamentalmente intereses
de clase, y las clases tendrían que haber sido eliminadas o superadas en una
sociedad como la que nos ocupa.
Los
anarquistas y marxistas de izquierda -consejistas, espartaquistas- toman decisiones desde la base. Es la clase
trabajadora informada la que las toma a través de sus asambleas y de sus
representantes directos que viven y trabajan entre ellos. Pero en los sistemas
de socialismo estatal, el plan nacional viene trazado por la burocracia
nacional que acumula para sí y monopoliza toda la información necesaria y que
toma las decisiones.
De
vez en cuando se presenta al público y le dice: Podéis escogerme a mí o a ése,
pero todos formamos una misma burocracia remota que no está a vuestro alcance.
Éstos son los polos, éstas son las oposiciones polarizadas dentro de la
tradición socialista.
Todo
el propósito del socialismo libertario contribuye a lo mismo, efectivamente. Se
trata de contribuir a una transformación de la mentalidad, exactamente la
transformación que el hombre es capaz de concebir en cuanto concierne a su
habilidad en la acción, su potestad de decidir en conciencia, de crear, de
producir y de investigar, exactamente aquella transformación espiritual a que
los pensadores de la tradición marxista izquierdista, desde Rosa Luxemburgo,
por ejemplo, pasando por los anarquistas, siempre han dado tanta importancia.
De
modo que por un lado hace falta esa transformación espiritual. Y por otro, el
anarquismo tiende a crear instituciones que contribuyan a esa transformación en
la naturaleza del trabajo y de la actividad creadora, en los lazos sociales
interpersonales simplemente, y a través de esa interacción, crear instituciones
que propicien el florecimiento o eclosión de nuevos aspectos en la humana
condición. En fin, la puesta en marcha de instituciones libertarias siempre más
amplias a las que pueden contribuir las personas ya liberadas. Así veo yo la
evolución del socialismo.
Cuanto
más concentración de poder y autoridad, más rebelión y mayores esfuerzos para
organizarse a fin de destruirlas. Tarde o temprano esos esfuerzos serán
coronados por el éxito. Así lo espero.
*
Extractos de diversos textos.
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