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Edición 368

PORTADA6

Dólares de migrantes, amenazados por Trump

Feliciano Hernández*

BAJO EL FRIO congelante de la temporada, millones de indocumentados mexicanos en los Estados Unidos acuden a las agencias de envío de dinero para mantener a sus familias en sus lugares de origen. En 2017 sumaron su parte a los más de 28 mil millones de dólares de remesas, cifra histórica, según autoridades que contabilizan los envíos, y esto a pesar de las amenazas del presidente Donald Trump que al término de su primer año en el poder se mantuvo aferrado a su pretensión de  expulsar a millones.

CHICAGO, IL.- Los más de 28 mil millones de dólares que entraron a México en 2017 como envíos de remesas de indocumentados hacen que me detenga en varias reflexiones: ¿Seguirán aumentando el próximo año?¿Es el efecto benéfico involuntario de Trump para su vecino del sur?¿A qué costo para los inmigrantes y sus familias? ¿Cuánta utilidad les generan a todos los mexicanos?

Se dice fácil, pero se trata de una enorme aportación de divisas que generan un círculo virtuoso a todo México al transformarse en empleos directos e indirectos para otros millones de personas en territorio nacional y le resuelven problemas centrales al gobierno derrochador y corrupto, sin lo cual todo el país sería ingobernable, como ya lo es en muchos municipios de toda la república.

Es mi quinto invierno en que formo parte de esas estadísticas de mete-dólares; el término se me antoja pertinente como contraposición al de saca-dólares con el que se denuncia desde la prensa a empresarios, políticos y funcionarios que se llevan sus recursos fuera del país, ocasionando todos los efectos contrarios a los de los mete-dólares.

No son ajenos, gobierno y sociedad, al efecto altamente positivo de las remesas, de ahí el enfoque idílico de ellos hacia los migrantes, como si todos estos fueran eficientes trabajadores y buenas personas. Es que se trata de un  ingreso neto que no le cuesta a la administración pública en prestaciones ni prerrogativas sociales invertidas en los migrantes; o en todo caso, poco, dada la mala educación que recibieron de niños.

Ni siquiera los fundamentales servicios consulares que los atienden en Estados Unidos, porque los más de 50 Consulados —distribuidos en los estados con más presencia de mexicanos—  registran para Hacienda altos ingresos por cobro de derechos (emisión de pasaportes e identificaciones, poderes notariales, actas de nacimiento, y otros).

En temporada alta, el consulado mexicano en Chicago hace trámites a un promedio de mil personas al día, en dos turnos y con su unidad móvil, que recorre ciudades alrededor de la Ciudad de los vientos.

Un buen blindaje para sobrevivir

Cada semana que hago fila en una agencia de envíos de remesas escucho y observo aspectos relacionados: de dónde y a dónde van a parar los dólares; las cantidades enviadas; la regularidad y las características de los remitentes; el ánimo que muestran las caras de los paisanos, no pocos afectados en sus rostros prematuramente por la exposición al mal clima.

En estos días la falta de alegría en las caras de muchos tiene su primera explicación en que es la temporada más fría de esta región en la que se ubica Chicago, la Ciudad de los vientos —pujante polo industrial del medio oeste norteamericano y la tercera urbe más importante de Estados Unidos, después de Nueva York y Los Ángeles—. Chicago tiene mucho trabajo, pero mucha soledad y mucho crimen.

La nieve y el viento casi permanente que sopla en esta región del medio oeste, en sus cuatro meses de temperaturas más bajas –desde mediados de noviembre a mediados de marzo- con frecuencia generan mediciones cotidianas de menos10 a menos 20 grados centígrados o peor aún, lo que provoca que la sensación de frío pueda hacerse insoportable sin un adecuado blindaje para andar en la calle, y es lo que hace a Chicago más fría y más incómoda que otras urbes del planeta equidistantes de los polos.

Mientras redacto estas líneas persiste una tormenta de nieve que lleva más de 20 horas y ha cubierto calles y jardines, casas, árboles  y autos.

Pero la obligación semanal o quincenal de enviar dinero para nuestros dependientes nos hace llegar como sea a las agencias de transferencia que proliferan en todos los barrios donde abundan los inmigrantes de origen mexicano.

Para llegar caminando a realizar mi envío de dinero en una agencia de la famosa Calle 26, de Little Village (La Villita) —el más famoso de los barrios de mexicanos de Chicago— luego de esa tormenta de la primera semana de febrero que enfrió bastante el ambiente y mantuvo la nieve y luego el hielo sobre las calles casi hasta el final del mes,  tuve que cubrirme con tres capas de pantalones, dos camisetas, una sudadera y una chamarra ambas con capucha; bufanda, guantes dobles en cada mano y botas con doble calcetín térmico para hacerle frente al frío congelante.

Sin algo equivalente o mejor, nadie sobreviviría ni unos minutos. Y todo esto apenas para poder caminar algunas cuadras expuesto al brutal clima. Mi recorrido de ida y vuelta incluye pasar a la casa de envíos, luego en la misma área ir al supermercado por unas dos bolsas de víveres y alguna botella de vino o cervezas para el botiquín de urgencias en caso de un ataque de malalcoholía (sic), valga el término, más frecuente en esta temporada en la que el forzado encierro y consecuente aburrimiento a que pueden quedar sometidos algunos, puede transformarse en depresión de intensidad variada para muchos y para otros en prolongadas horas de sueño –cual osos en invierno.

Alcoholismo y drogas, la salida falsa

En el punto de mayor introspección, cuando afloran todas las dudas existenciales sin ruido familiar en cientos o miles de kilómetros a la redonda, la salida falsa de unas copas es la ilusión que momentáneamente brinda el ánimo para superar las complicaciones invernales, aunque no pocas veces las agrava. Cada quien con sus fantasmas.

Algunos que llevan sus debilidades al nivel mayor acaban hundidos en problemas: sin trabajo, sin dinero para pagar la renta y, peor, sin nada para regresar al sur de donde nunca debieron salir, y acaban deambulando por las calles con su soledad a cuestas.

Observo a esos restos de humanos derrotados por  sus circunstancias y me pregunto si tiene sentido haber viajado tanto por un sueño y terminar de esa manera, en la calle, con los bolsillos vacíos, buscando comida entre los botes de basura y a veces ya con muchos años encima que parecen pesarles como toneladas.

En esos instantes de frío extremo, en la soledad de las calles me asaltan preguntas deprimentes para donde quiera que volteo. Mi primer impulso es entrar a una agencia de boletos y comprar mi pase hacia un destino más conveniente. Como una opción a mi inquietud, aparecen llamativas las casas de adivinadores y brujos que proliferan sobre la 26. Me imagino oír algunas respuestas tranquilizantes.

El impulso de introducirme es bastante fuerte, pero me contengo por la experiencia todavía fresca que guardo en mi memoria cuando en diciembre del 2013, recién llegado, en una ambiente desconocido para mí, a 15 bajo cero y con dudas sobre mi porvenir, quise adelantarme al tiempo.

Salí de la consulta con el adivinador con menos dinero, incrédulo, sin fe en nada, pero con dos advertencias: una buena y una mala. La buena fue que me adelantaron el sueldo de un mes. La mala, en las siguientes semanas, me dejó intimidado quizás para siempre.

El 25 de febrero del 2014, a 15 grados bajo cero rodé unas escaleras de 13 peldaños, empujado por un desmayo que me provocó el aspirar desprevenidamente el aire congelante al abrir una puerta externa. Mis pulmones se bloquearon por acto reflejo de conservación y no supe más, hasta que me despertaron tirado en el fondo de la escalera que segundos antes había subido y con hilos de sangre escurriendo sobre  mi rostro. Fui llevado de urgencia a un hospital cercano. Al salir de ahí, horas después y con el desconcierto de alguien que acaba de ser sedado, busqué un espejo para orientarme sobre mi propia circunstancia.

El curandero profesional me había dejado casi como una mala copia de Frankenstein, por la hinchazón de los golpes que tenía y los parches que adhirió a mi cabeza. Ese día, resignado, aprendí que en medio de las preocupaciones debemos conservar la fe y la calma. Claro, el tarotista perdió un cliente.

Por eso me alejo de la tentación esotérica y sigo hacia mi apartamento con mis bolsas de mandado en cada mano. La distancia se ha reducido a pocos metros. En la penumbra y silencio del anochecer, el rechinido de la nieve aplastada por mis botas resuena sobre la solitaria calle, porque apresuro mis pasos para ponerme a salvo del frio congelante.

En mis momentos de más escepticismo invernal, como residente temporal de Chicago, las escenas de mujeres con sus niños de la mano, bien blindados, juguetones a pesar de todo, y algunos adultos mayores que se cruzan en mi camino asumiendo su condición encorvada con donaire me sirven de aliciente para ponerle buena cara al mal tiempo.

En esas horas congelantes hay que saber, querer o aceptar, caminar solitario  en las calles. Ni pájaros ni ardillas salen a  juguetear; ni personas  paseando a sus perros hacen alguna compañía.

Siempre el rechinido de la nieve bajo mis gruesas botas igual que el sonar de la alfombra de hojas secas que piso antes de la temporada invernal son como el marcapasos de fondo que me entretiene mientras divago en mis pensamientos y avanzo hacia mi refugio en La Villita.

De las promesas a la realidad

Los paisanos indocumentados junto con los residentes legales llevan sus vidas entre dos gobiernos llenos de contradicciones. Al norte del Rio Bravo los rechazan pero los admiten porque los necesitan. Al sur, les piden que vuelvan, que México los espera con los brazos abiertos, pero les ofrecen puras promesas que nadie cree como solución a sus carencias.

Son  alrededor de 11.7 millones en todo Estados Unidos, según la Secretaría de Relaciones Exteriores de México, casi la mitad indocumentados. Los residentes legales o los de doble ciudadanía pueden sentirse privilegiados —aunque no por el mal clima, que a nadie respeta— porque así como pagan impuestos reciben compensaciones diversas (ayudas para los hijos menores, para los enfermos, educación gratuita, créditos de vivienda y otras).

Los indocumentados por tener hijos ya nacidos en los Estados Unidos reciben apoyos (asistencia médica y de alimentos y educación pública gratuita); las madres gestantes, también reciben atención médica y despensa, aunque los padres sobrellevan su cotidianidad siempre junto a la sombra de la deportación.

Los adultos solteros llevan la peor parte porque carecen de reconocimiento legal, no reciben tales apoyos oficiales y el fantasma de la deportación muchas veces convierte sus temores en verdadera pesadilla.

Pero la peor parte, sin duda, les toca a los indocumentados de primera generación, porque tienen que comenzar de cero, en un medio adverso, solos. Entonces, hay que estar dotado de carácter, de la mayor paciencia, y tener suerte para encontrarle los aspectos buenos a la nueva vida, mientras se pueda: comida mexicana buena y barata —mejor que en la propia tierra, sin duda; con una o dos horas de trabajo, con sueldo mínimo, se puede comer en buenos restaurantes, algo que en México  es imposible—; también ropa y zapatos de la mejor calidad a precio accesible en las plazas de los suburbios, entre otros atractivos, y no  pocas veces la buena paga, que inyecta ánimo y sirve de compensación por la ausencia de los seres queridos.

Para todos, la mayor compensación por los padecimientos inevitables es que por tener empleo relativamente bien pagado y no pocas veces muy bien retribuido –pensando en pesos, porque en dólares, es sabido que los mexicanos reciben los más bajo sueldos en  toda la Unión Americana- se sienten mucho mejor que en su propio país.

La tranquilidad de un santuario

También se encuentran ante la ventaja de que, en Chicago, pueden vivir con más tranquilidad por ser considerada una ciudad santuario —donde los indocumentados encuentran tolerancia y cierta protección de las autoridades, no se les persigue, incluso se les otorgan licencias de manejo temporales— y pueden pagar impuestos, lo que les ayuda para que más adelante puedan lograr la residencia legal.

En los últimos meses aumentó la cantidad de paisanos que  llegan a establecerse a Chicago desde otros estados para eludir a los agentes de migración, porque aquí la policía tiene prohibido denunciarlos. Pero el fenómeno incluye a sujetos con historial delictivo. Las consecuencias serán de dimensión todavía incalculable.

Hay que decir que el sueldo mínimo federal es de 7.25 dólares por hora, pero en ciudades grandes y caras es mayor. En Chicago, el mínimo es de 11.00 la hora y se pactó que a partir de julio del presente será de 11.50 hasta llegar a 13 por hora en 2020, según  acuerdo oficial del 2014. Muchos paisanos sólo tienen trabajo de medio tiempo y sus ingreso son menores, pero en áreas que requieren mano de obra calificada o en las que se permite la existencia de sindicatos, los sueldos van de 15 a 25 la hora, aunque a veces sólo sea por temporadas o por proyectos específicos.

Pocos paisanos sobrellevan sus vidas en soledad. La gran mayoría son integrantes de familias ya reunidas que conviven regularmente y que fueron llegando gradualmente a lo largo de décadas por el atractivo del dinero rápido, hasta agrupar a casi todos los consanguíneos lo que los coloca en la condición de los que se quedan sin contactos en sus lugares de origen y sin motivos para regresar, que no sea como turistas cuando se los permita la suerte de adquirir la residencia legal.

El sueño dorado no es fantasía

Y es que con más de 40 horas y tiempo extra, los cheques de los paisanos que cobran como ayudante general con sueldo mínimo rondan entre los 700 y los mil dólares a la semana. Más que suficiente para darse ciertas comodidades, por ejemplo adquirir buenas camionetas en poco tiempo y con algo más de esfuerzo sus propias casas, algo que en sus municipios difícilmente habrían logrado en décadas. Y les queda para enviar una parte a México.

No son pocos los casos en que el “sueño americano” para los que logran puestos de jefatura  como coordinadores o supervisores  —a veces con papeles falsos— es equivalente a dos mil o tres mil dólares a la semana (sí, a la semana). Y claro, se vuelven medio locos con tanto dinero para alguien que no terminó la primaria.

A veces el sueño les dura poco, porque manejan alcoholizados, porque se involucran con drogas y porque los descubren en irregularidades de cualquier tipo. Y hasta ahí llegaron.

La sensación de bienestar es alimentada por numerosos organismos no gubernamentales, asociaciones y clubes. Los templos religiosos de muchas iglesias aportan un asistencialismo considerable brindando abrigo y protección a los asociados o fieles.

La falta de apoyos desde México

Por otro lado, muchos no se salvan de los efectos negativos de la separación familiar, del mal clima, de la inseguridad pública, de la comida industrializada y de la muy insuficiente atención del gobierno mexicano a través de los servicios consulares.

Como caso excepcional, en el Consulado General de México en Chicago, el titular Carlos M. Jiménez Macías desde su arribo en mayo del 2013 hasta la fecha, mejoró sustancialmente los servicios y apoyos a los paisanos de la región que hasta hace poco abarcó Illinois, Wisconsin y la parte norte de Indiana. A pesar de los esfuerzos notables, las necesidades y las urgencias son mucho mayores que los esfuerzos del gobierno mexicano.

Los paisanos indocumentados sufren varios padecimientos, más por desinformación y bajo nivel educativo. Como resultado son presa de estafadores, y de vicios como el alcoholismo y drogadicción. Varias enfermedades los tienen también entre los grupos más afectados (sobrepeso y obesidad, diabetes, caries, infecciones ordinarias) derivados de la mala alimentación y el descuido en la higiene. También no pocos están seriamente afectados por problemas psicológicos como depresión (las mujeres hispanas se suicidan tres veces más que las anglosajonas y dos veces más que las afroamericanas), y la ludopatía (adicción a las apuestas), un problema creciente.

Los servicios médicos son muy caros y la gente prefiere cuando puede, remedios alternativos o decide sobrellevar sus días con tales cargas.

En el estado de Illinois, al que pertenece Chicago, y en otras ciudades, les brindan atención médica aunque sean indocumentados y existen opciones de bajo costo, pero en general los seguros son muy caros y tampoco son accesibles para una parte importante de paisanos, que por temor a ser identificados prefieren acudir a otras opciones o sobreviven algún tiempo con sus síntomas hasta que la gravedad termina con todo. Muchos acabarán  en tumbas de la localidad o volverán en ataúdes o cenizas a sus lugares de origen.

Un reto mayúsculo al que no se le pone atención es el envejecimiento de la población. Cada vez resulta más común ver entre la gente a numerosos adultos mayores y no resulta difícil imaginar lo que viven y les espera en temas de cuidado familiar y de la salud, sin papeles y lejos de su patria.

La presencia del gobierno mexicano deja mucho que desear al respecto, en servicios de salud, educación y capacitación, actividades recreativas y cultura cívica. En este último punto cabe resaltar que faltan programas que contribuyan a mejorar la imagen del mexicano en cuanto al respeto al orden y la legalidad, a los buenos hábitos de alimentación y comportamiento en sociedad.

Es común que los paisanos manejen alcoholizados, que abandonen a sus mujeres con hijos, que sean acusados de violencia intrafamiliar en un país donde las mujeres y los niños tienen mucho más respaldo de las leyes y sus ejecutores; también es frecuente que ocasionen problemas en el vecindario por incorrecta disposición de la basura, por beber en vía pública cuando el clima lo permite y por escandalizar con música a altas horas de la noche.

El incierto futuro en USA y en México

Son las últimas semanas de frio extremo de este invierno de seis meses o más que impera en la región, ya me parecen poco. Es el consuelo que me invade por momentos y me inyecta ánimo. En pocas semanas, la gente comenzará a salir más en número y en tiempo. Los salones de baile son los puntos de reunión donde los expatriados olvidan los pesares de la semana al compás de los ritmos mexicanos tradicionales y los de moda.

El tiempo de Trump corre veloz y parece avanzar en su convicción de aumentar las deportaciones. Se necesita el mejor estado de ánimo para analizar cada quien su propia circunstancia y tomar las decisiones que correspondan.

Lo único cierto es que la esperada reforma migratoria no será como la quisieran los inmigrantes indocumentados y sus gobiernos y porque los partidos Demócrata y Republicano mantienen posiciones coincidentes en cuanto a la seguridad interna y fronteriza y eso pasa por seguir con las deportaciones, principalmente de los infractores de la ley, así como de los recién llegados, y permitir el ingreso solamente a quienes logren la preciada visa o permisos de trabajo.

Hasta hoy las amenazas de Trump se van haciendo realidad poco a poco y van concretándose en número de deportados, en reforzamiento de las medidas antiinmigrantes, en reducción de subsidios para programas de ayuda a públicos vulnerables. Son al menos un millón 800 mil indocumentados en la categoría de prioridad de deportación en todo el país por sus antecedentes criminales y la gran mayoría mexicanos.

Por otro lado, a principios de año las autoridades anunciaron que casi 2OO mil salvadoreños tendrán que abandonar el país, también algunos miles de haitianos, y esto es un problema para México porque se quieren quedar en el territorio nacional, tolerante de por sí, en su condición de país expulsor, puente y destino de migrantes.

Dreamers por muro, el chantaje

El muy sensible tema de los soñadores (dreamers) -los hoy jóvenes que llegaron niños a Estados Unidos- tendrá un desenlace con final medio feliz, por el alto costo para Estados Unidos que significará poner a esos 800 mil jóvenes en la fila de la deportación. Pero será a un alto costo para ellos y para México. Trump quiere el muro, y quiere ventajas en la relación comercial enmarcada en el TLC-NAFTA.

Mientras llega el anuncio de los acuerdos al respecto, el aumento en las remesas se debe en parte a que muchos temen que pudieran estar en la lista y por eso se previenen con algunos ahorros.

Un horizonte penumbroso es lo que se percibe en el futuro inmediato para los indocumentados. Las gestiones y protestas de activistas y los esfuerzos diplomáticos han sido insuficientes.

Pero la vida sigue, y muy apegados a su conocido carácter de gente alegre por ahora  esperan el cercano final del invierno para salir a gastarse los dólares en los salones de baile, en los casinos, en los bares y restaurantes o en sus propias casas con las tradicionales reuniones donde la carne asada y las cervezas los hacen olvidar las advertencias funestas y se entregan a disfrutar de la convivencia.

Entre junio y septiembre los barrios con población de mexicanos registran mayor movimiento. Sábados y domingos son ruidosos por los festejos de los residentes mexicanos. Por ahora, el congelante clima obliga a mantenerse a resguardo y a tomar todas las precauciones. Yo me prometo, ahora sí, que este será mi último invierno en la bella e interesante, pero también deprimente Ciudad de los vientos.

*Periodista mexicano radicado en Chicago, IL. Estados Unidos.



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