EDITORIAL
Huesos y calaveras
TODAVIA, EL 27 DE SEPTIEMBRE DE 2012 -como cada año- familias de nostalgias monárquicas, postradas en la Capilla de San Felipe de Jesús de la Catedral Metropolitana, rindieron veneración a los restos de Agustín I (Agustín Cosme Damian de Iturbide y Arámburu). Su nicho y la correspondiente urna, son celosamente custodiados por la jerarquía católica mexicana.
PARA ESA FACCION, de rancio linaje ultraderechista, el pretenso emperador es el depositario único del mérito de la consumación de la Independencia de México, juicio que compartieron algunos fundadores del Partido Acción Nacional, reacios siempre al homenaje a la pléyade que acompañó en la insurgencia a Hidalgo y Morelos.
En esa vertiente militan aquellos que se opusieron a la celebración del Bicentenario de la Independencia que, de otro lado, dio pie a que algunos historiadores pusieran al día el déficit cultural y la ignorancia de la historia de los neopanistas y del propio Felipe Calderón Hinojosa. De aquí la indignación contra el ex presidente cuando dispuso la exhumación de los despojos de los héroes, depositados en la Columna del Ángel, bajo el supuesto de verificar su autenticidad, para exponerlos luego en Palacio Nacional.
En el marco de ese espectáculo montado a la ligera, la directora general adjunta de la Comisión del Bicentenario, Carmen Saucedo Zarco, en el texto La pérdida (hasta de la historia) de nuestro pasado, citado por el diario La Jornada, recordó que los restos de los más prominentes insurgentes permanecieron en la Catedral hasta fines del siglo XIX y comenta el testimonio de un obrero que atestiguó cómo algunos albañiles jugaron con los huesos de los próceres.
Ahora, la propia Jornada publicó la semana pasada un reportaje con crédito a Mónica Mateos-Vega -con informes liberados por el Instituto Federal de Acceso a la Información y Protección de Datos- por el que, de acuerdo con el estudio antropológico realizado hace dos años, se sabe que los restos “investigados” aparecieron revueltos con huesos de animales o de niños, o entremezclados por género.
Con independencia del valor científico de la verificación ósea, el resultado de los hallazgos incidirá poco en la cultura popular, que conserva arraigados la creencia y el culto a los héroes que nos dieron Patria, pero es obvio que se prestará a la burlona insidia de aquellos que detestan la historia “oficial”.
Mateos-Vega retoma en su trabajo periodístico la voz de la doctora en Historia María del Carmen Vázquez Mantecón, Las reliquias y su historia, ensayo en el que la investigadora sostuvo que lo que deseaba el gobierno de Felipe Calderón con los festejos de hace tres años era legitimarse. Hacer ese numerito es demagógico y, sobre todo, inútil, afirmó.
No es del todo ocioso retomar el grotesco lance del michoacano. Dado lo sangriento y macabro de su sexenio, confirmó su enfermiza inclinación por la necrofagia, síndrome que miles de mexicanos le recuerdan ahora a la universidad de Harvard que, con la acogida que da en sus aulas al ex presidente mexicano, parece estar dispuesta a competir con la de Yale, refugio de la secta Huesos y calaveras.
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