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Se derriten, ídolos con pies de barro
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Edición 248

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Se derriten,

ídolos con pies de barro


Referencia previa a la Revolución francesa y su Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, es sin duda la obra del irlandés Edmund Burke, quien abogó por la libertad de prensa como atributo democrático de las comunidades nacionales que se catalogan como pueblos libre. El acento sobre las consideraciones de Burke llevó a tipificar a la prensa como Cuarto poder, entidad vigilante y  equilibrante de los tres poderes constitucionales que reconoce la doctrina clásica de occidente.

 

De aquella conquista política, que origina y retroalimenta lo que hoy conocemos como opinión pública, tenemos en  la actualidad lo que genéricamente se denomina interés común o corriente generalizada,  que debiera ser el presupuesto fundador y fundamental de todo poder emanado de una elección popular libremente ejercida.

 

La  fascinante hazaña de la modernización tecnológica, ha pretendido la mudanza del “poder de la prensa” al poder de la comunicación. La supremacía de los ingenieros nerd, incluso, según algunas teorías, da por condenados a los medios impresos a la extinción. ¿Mito o realidad?

 

En Italia, dicho a manera de ilustración, no hace mucho esa falsa dicotomía enfrentó un colosal desafío. Bajo el supuesto de que Silvio Berlusconi -por ser propietario de la más poderosa cadena de medios electrónicos privada y, en su condición de jefe de Estado, ejerce el control de los medios públicos- resultaría un gobernante imbatible. Sin embargo, fue retado por una movilización de alrededor de 400 mil ciudadanos que tomaron las calles para cuestionar su mandato. Aunque la oposición contó con el auxilio de las redes sociales digitalizadas, su capacidad de convocatoria tuvo como soporte catalizador los medios impresos.

 

A mayor abundamiento, al golpe del nuevo fenómeno comunicacional, los imperiales Estados Unidos se han visto estremecidos por las revelaciones de Wikileaks. Los alcances planetarios de la difusión de documentación clasificada sobre la guerra contra Afganistán y las insolentes maneras de la diplomacia estadunidense, fueron posible en buena medida por la reproducción que de los materiales hicieron, en principio, al menos seis publicaciones impresas de presencia internacional, que pusieron a remolque a medios nacionales de la misma factura y a poderosas cadenas de medios electrónicos, en un proceso irreversible que incluso se encara con amenazas de acciones judiciales con el pretexto de que atentan contra la Seguridad Nacional de las potencias involucradas en esas revelaciones.

 

El punto, no es la supremacía o la influencia de algún sistema de información -impreso o audiovisual- en particular, alternativa que dirimirá el tiempo, sino la voluntad y la capacidad para lograr la concientización y la movilización de la opinión pública. Pero, sobre todo, la prueba a la que son sometidos sedicentes gobiernos democráticos, cuya reacción inmediata ha sido la de invocar dictatorialmente la “razón de Estado” para imponer la facciosa ley mordaza a comunicadores que se salen del huacal.

 

Para la otrora intocable Casa Blanca, pillada con los dedos en la puerta, la lección no deja de ser desestabilizadora. Lo es, porque Washington, particularmente después del remesón del 11 de septiembre, creyó posible silenciar a los medios con la llamada Ley patriota, dispuesta en la era Bush como Espada de Damocles para baldar la Libertad de Expresión. Tentativa vana, según se ve en estos días en que los departamentos de Estado y de Defensa responden con palos de ciego para tratar de contener la oleada de indignación pública en todo el mundo.

 

Parece ilusorio decirlo, pero en lo sucesivo en la historia del periodismo se hablará del antes y después de la era de Julian Assange, el audaz joven australiano que decidió jugarse el pellejo con la potenciación de los recursos que la nueva tecnología ha puesto al servicio de la Humanidad. Ésta dispone de un poderoso instrumento de defensa contra la arrogancia y la impunidad de sus líderes políticos y empresariales. De cómo lo emplee colectivamente, el tiempo lo dirá.

 

Quienes cantan los responsos a la Libertad de Expresión y el Derecho a la Información se topan, de golpe, con que estas prerrogativas libertarias, si bien amenazadas, se hallan   vivas y coleando. Ésta es una buena noticia para los mexicanos, que hoy por hoy se enfrentan a la despótica tentación de implantar el silencio de los sepulcros. Tentación que se asemeja al canto del cisne de aquellos que pretenden pasar por encima de la voluntad popular y, fatalmente, se irán; no así la vocación de libertad.   ¿Cuarto poder? No: Sólo ejercicio conciente de los derechos del hombre y del ciudadano.

 

 

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