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Edición 262

{vozmestart}

cronicas

El debate sobre

el idioma español

MADRID.-  Señores: no se confundan, no se trata de borrar el euskera, el catalán, el gallego o el valenciano. Ustedes amigos, queridísimos amigos, lo saben. Estoy seguro que obran de buena fe al pedir que estos idiomas se hagan más oficiales. La pluralidad lingüística demuestra madurez. Ahí tienen a Suiza que camina como barca sobre un mar tranquilo. Además qué bueno es ser multiparlante. Abre camino por doquiera que se va.

 

El castellano es sólo para Castilla, se dice; sí, además es verbo que utilizan en la Alcarria, en Andalucía, en Extremadura, en Aragón y los habitantes de las demás comunidades españolas.

 

PRIMERADIAZREDONDO

Nadie impide que el ser humano ame, odie, grite, cante o escriba en el idioma que quiera.

 

Pero en este momento para no ir más lejos, el catalán y el vasco - idiomas vehiculares- se han lanzado a la conquista de los ministerios y de todas las dependencias del gobierno. También se habla de manejar cinco idiomas dentro del poder judicial y el legislativo.

 

¡Vaya que será grato aprender lenguas mientras uno tramita sus asuntos con el Estado!

 

¿Están conformes? Pues que bueno.

 

Triste es pensar que la confusión llegó al planeta cuando los hombres empezaron a no entenderse porque distorsionaron su lengua. Los sonidos se hacen monólogos y el diálogo desaparece. Pese a que sin coexistencia no hay progreso, no importa. Primero el yoísmo, después que venga Dios y lo arregle, ¿verdad?

 

Sí. Esos idiomas son “lenguas españolas”. En eso estamos de acuerdo. Pero escuchen “son lenguas españolas”. ¿Y qué es lo que debe hablarse en esta tierra que no se aguanta a si misma?... Pues el español.

 

En Latinoamérica se habla español; en el sur de EU 50 millones de personas hablan español, pero parece que en España muchos se avergüenzan o tienen miedo a decir que hablan en el idioma que escriben Cervantes, Lope, Quevedo, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Pérez Reverte, Juan José Millás, Camilo José Cela, Roberto Bolaño, Almudena Grandes y centenas más.

 

En el Senado ya comenzó el juego de los pinganillos. Da risa ver a un español de Cataluña ponerse un micrófono para entender a un castellano. Da grima que éste agarre su apuntador y le traduzcan del euskera. Y así sucesivamente con las demás lenguas autonómicas.

 

La diversidad de ideologías, algunas ni lo son, se aceptan. Pero en España, el idioma oficial es español “manque no les guste” y los otros son co-oficiales. Es decir que acompañan porque así lo señala la Constitución.

 

¿Qué se cambie la Constitución?... Pues que se cambie. Pero mientras tanto conservemos -que ya es conservar- el respeto al idioma de todos.

 

Los ingenuos defensores de la pluralidad lingüística califican de apertura el que esta piel de toro llena de cicatrices, un tanto o un mucho desdibujada, se transforme en Estados Regionales con vida propia, si es que pueden tenerla, y al futuro nos remitiremos, en donde la comunicación sea troceada.

 

Se equivocan quienes creen que la libertad de idiomas, como la libertad de cultos, tan cuestionada aquí por el clero católico, es un paso necesario. Pues no. Resulta que es otro paso más para dividirnos en territorios y volver a los señores de los castillos del medioevo.

 

Por ahí circula otra mentira que quizá termine por ser verdad. Los defensores de las “lenguas españolas” se montarán otro circo y darán un paso hacia su liberación, como suelen decir en lo privado.

 

DIAZREDONDO

Las parcelas territoriales auparán el distanciamiento entre los que habitan esta parte baja, sureña, de la vieja Europa, cuestionada hasta en sus manifestaciones culturales. El rescate del continente vendrá después de que, por inanición, la UE se desmenuce y se parta y la moneda común pase a ser historia por contar a los que vienen.

 

No es tremendismo. Simplemente es una visión de futuro. Acabaremos dando la espalda a nuestras conquistas sociales si es que quedan algunas.

 

Créanlo, a la Cámara de Diputados, máxima autoridad legislativa, llegará el multilingüismo.

 

Téngalo por seguro. Avanzan los soberanistas por dos caminos que parecen paralelos pero que convergerán al final.

 

Los primeros dan el pecho: “No me siento español como no me siento afgano” -entrevista Siempre, Carlos Rovira (ERC)- y los segundos por brechas sinuosas -Convergencia I Unió y PNV- tienen el mismo objetivo. Aspiran a convertir su terruño en país independiente, aunque ahora no lo manifiesten y jueguen con la incertidumbre, se fotografíen con el rey y, temporalmente, lo acepten mientras llegan mejores momentos.

 

¿Sabían ustedes que el español lo hablan más de 450 millones en este aplastado globo terráqueo?

 

¿Conocían que el español es la segunda lengua más accesible al ser humano, a los habitantes del planeta?

 

¿Están conscientes que Gabriela Mistral, Jorge Luis Borges y Julio Cortazar escribieron en español y que millones de libros han sido traducidos a esta lengua?

 

Claro que lo saben. Son ustedes cultos y abiertos a la verdad.

 

Nadie puede acusarlos de regionalistas, de ser pequeños caciques de las palabras. ¡Ay! del que, insensatamente, ose culparles de dividir y refugiarse en sus propios, oscuros y cerrados, cubículos mentales.

 

Por eso, esta España torera, alegre, donde la cultura aún subsiste, las costumbres van perdiéndose, muere bajo las patas del inexorable avance de los que son dueños también de la palabra.

 

Cada uno de nosotros es un todo. Y después de mí que arreen.

 

Lástima que esta bandera reivindicativa la ondeen los posfranquistas, los nostálgicos del fascismo, la gente que todos los días pregona: “se rompe España”, la que afirma que estamos “intervenidos” la que asegura que no es posible tener “mini-estados”.

Qué dolor y cuánto coraje da.

 

Los adalides de una España grande y libre -guárdenos San Miguelón de ellos- usan los estandartes como arma política, como un puente más para tomar el poder, como una razón sinrazón, para nublar el horizonte con el yugo y las flechas.

 

Todos a una, Rajoy en la tribuna... y presidente del gobierno.

 

Hay que admitir que hubo protestas. Unos lo hicieron públicamente como Alfonso Guerra, ex vicepresidente, quién lo señaló claramente y otros lo hacen callándose como José Bono en el Congreso de los Diputados.

 

¿Y saben quiénes están en contra de esta pluricultura social que tan demócratas nos hacen?

 

Pues el 93  por ciento de los ciudadanos españoles encuestados en un largo y profundo análisis hecho hace unos días.

 

¿Les parece suficiente?

 

Yo sé que no. Ni a los que pugnan por independizarse de España abiertamente o con disimulo ni a los que propugnan “el caos español”, y la ven como botín de guerra.

 

Resulta que los menos españoles, paradójicamente, son los que se arropan con los colores patrios, los nacionalistas.

 

Vergüenza debería darnos.

 

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