EdiciĂłn 213 |
  YA SON CUARENTA Y OCHO los niños muertos en un bodegĂłn de Hermosillo habilitado como guarderĂa. Ya hay una funcionaria regional del IMSS en la cárcel (¡una!) y en pocos dĂas sĂłlo hablaremos de los escándalos poselectorales. El gobernador Bours y el secretario GĂłmez Mont siguen confirmando que lo Ăşnico importante, por ahora, son las elecciones del prĂłximo domingo.
  En eso mismo están los lĂderes sindicales y nadie parece recordar que esos lĂderes y lĂderas, como dirĂa el ilustre Fox, eligen entre sus parientes y cuates a los empleados de base y a muchos de confianza. Son cĂłmplices, pero nadie los molesta.
  ¿QuĂ©Â va a pasar con los niños quemados que sobrevivan? El IMSS y el gobierno de Bours ha ofrecido -no sĂ© si entregado- dinero a sus familiares; el Consejo TĂ©cnico del Seguro autorizĂł el servicio mĂ©dico de por vida a los sobrevivientes. Los niños están siendo atendidos en distintas clĂnicas.
  Pero este no es un asunto de cifras, sino de personas, de cada padre y madre, de cada niño quemado. Supe algo de una niña a la que llamaré Paula. El rostro y gran parte del cuerpo le quedarán cubiertos de cicatrices. Esperan los padres que el servicio médico incluya a cirujanos plásticos que oculten un poco las cicatrices… con el tiempo. Paula tiene tres años y en tres más entrará a la primaria de su barrio, cuando su caso deje de ser noticia. Los niños del salón y de la escuela probablemente la discriminen y se burlen de su aspecto, quizá no la llamen por su nombre, sino por un apodo despectivo, cicatriz del alma que perdurará tanto como las del cuerpo.
  Paula será adolescente y quizá vaya a “antros” como todos los jovencitos de esa edad; si los cirujanos plásticos logran que su rostro no sea repulsivo, tal vez algĂşn chavo “se la ligue”, como a las demás, o ella misma “se ligue” al chavo que le guste. Pero si la cirugĂa no hizo milagros, las burlas y las bromas serán aĂşn más crueles. Dudo que Bours y GĂłmez Mont hayan reparado en minucias, pero de estas minucias está hecha la vida y la salud emocional de los adolescentes, eso será esencial para Paula en diez o doce años más. ÂżCuánto vale la baja autoestima de una jovencita quemada? ÂżHay pastillas para que una jovencita no se sienta monstruosa? ÂżEstán en el cuadro básico del IMSS que tan generosamente aprueba el servicio mĂ©dico de por vida para Paula?
 (“Gracias a Dios que está viva, dijo la madre de una jovencita que perdiĂł el habla, el movimiento y el control muscular en la redada de los policĂas en el “News Divine”. No está muerta, pero tampoco volverá a un antro, a la escuela; no podrá evacuar o comer por sĂ misma).
  Paula disfrutará de servicio médico de por vida. ¿Qué exactamente significa eso?
  En las primeras semanas será atendida con afabilidad por mĂ©dicos, enfermeras y quizá hasta reciba la visita del director de la clĂnica u hospital. Pero en un año o dos, sus padres tendrán que hacer “cola” desde temprano para obtener una ficha, esperar en una sala aglomerada y quizá sentarse en una silla desvencijada que no estĂ© “ocupada” por una bolsa del sĂşper o un suĂ©ter.
Por los pasillos cruzarán parvadas de internos de bata blanca en busca de la señal del celular, enfermeras desveladas, burĂłcratas malhumorados. Los padres deberán comparecer ante una “trabajadora social” para demostrar que el Consejo TĂ©cnico autorizĂł el servicio mĂ©dico de por vida. La respuesta, frĂa y distante, será que eso no aparece en la pantalla de la computadora o que el expediente está extraviado, pero les fijarán un plazo perentorio para traer los papeles conforme a la “normatividad”.
  En la fila de Paula y sus padres habrá rostros de resignación, ancianos que pretenderán agradar al burócrata, lisonjear a la enfermera o al camillero. La ventanilla tiene dos lados: el de adentro y el de afuera. Afuera, cuando a cada quien le llegue su turno, habrá sonrisas falsas, forzadas, casi como muecas de indefensión y miedo. Adentro, rostros agrios y ojos clavados en el formulario, en pantalla, no en los enfermos que buscan algún alivio. Paula irá aprendiendo poco a poco que en la medicina social hay dos clases de personas: las que suplican, intentan adular, sollozan en las salas de “Urgencias”, esperan, esperan, esperan, y las que toman café y comen “chetos”, charlan animadamente entre ellas o con su celular, ponen sellos, llevan y traen papeles a menos que sea el “cambio de turno”.
  Nadie es responsable de nada. Hay un espĂritu de cuerpo, una complicidad colectiva que a todos los hace impunes. Hay un sindicato que los protege indiscriminadamente y una autoridades apáticas, comodinas, que no quieren tener problemas. Y “no hay presupuesto”. Nadie es inocente, todos tienen una cuota de culpa. Y no hablo sĂłlo de Bours o GĂłmez Mont y sus congĂ©neres; hablo de los burĂłcratas y, al hablar de ellos, me refiero a la llamada “sociedad”.
  Hablo de los mĂ©dicos indolentes en la mañana y voraces en las tardes de consultorio privado, de enfermeras, burĂłcratas, trabajadoras sociales que se dicen hartos de los partidos. Hablo de los polĂticos que gobiernan los sistemas de salud y seguridad pĂşblicas y de los comerciantes rapaces dueños de los privados.
  Hablo de este pueblo de “peladitos” cantinflescos del que soy parte, un pueblo apto para ocultarse, para evadirse, para “arreglarse” con el policĂa. Un pueblo proclive al abuso, la simulaciĂłn, la mentira, el pisoteo a los más dĂ©biles, el desdĂ©n por las leyes. Los Bours, los GĂłmez Mont, los Diegos, los Calderones, los Salinas, las Elbas, los Germanes los Andreses, son nosotros, son espejos que reflejan nuestro rostro mĂşltiple y repulsivo.
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