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Edición 296

EDITORIAL

Los miserables

 

EN OCASIONES -NO TAN LEJANAS- algún conductor de televisión argentino o un cantante italiano, con la ligereza que caracteriza el mundo de la farándula, se han referido a las mujeres mexicanas como feas, gordas y hasta bigotonas. Entonces, gente de los medios electrónicos e impresos nacionales se ha bañado en cenizas y, envuelta en el lábaro patrio, ha denunciado a esos réprobos extranjeros que insultan “a México” con sus despectivas impertinencias. Mínimo, se ha pedido contra ellos la cancelación de sus visas de ingreso al país.


Editorial

 

A principios de diciembre pasado, una barra de comedia de alto rating en los Estados Unidos -Sábado en la noche- divirtió a su público, haciendo una parodia de la obra musical Los miserables, en cuyo cierre se ondeó sorpresivamente la bandera tricolor de México. Los patrioteros mexicanos guardaron silencio. ¿Por qué?

Los miserables, es una obra de Víctor Hugo, de quien se puede decir no excusó a su gobierno de la Intervención francesa en México. El núcleo de la obra de Víctor Hugo se funda en el robo famélico perpetrado por Jean Valjean, condenado a 19 años de prisión por haber robado pan para alimentar a su hambrienta familia. El escrito novelado, que va de un debate sobre de valores religiosos a la discusión de la cuestión social, hasta la demoledora crítica al régimen político y al sistema judicial imperantes  en el siglo XIX francés, tiene como centro de gravedad el liberalismo de la época, y es aplicable a las depredadoras consecuencias del neoliberalismo actual.

El neoliberalismo tecnocrático mexicano es una implacable y devastadora imposición de los Estados Unidos e Inglaterra, operada al través del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, y asumida voluntariamente por nuestro gobierno a partir del sexenio de Miguel de la Madrid. Sus saldos son la profundización de las estructuras de la desigualdad y la miseria de los compatriotas menos favorecidos por las políticas públicas. La incesante emigración de nuestros miserables hacia el vecino país es pretexto de leyes y acciones represivas e inhumanas que enrarecen las relaciones bilaterales.

¿Con qué cara se va a responder a las insultantes expresiones políticas y mediáticas que, en el marco de ese fenómeno, se le asestan a México desde el Imperio fallido? De ahí el silencio frente a los contenidos de programas que, como el citado, no son únicos en su género ni en su recurrencia.

Ahí están, como catedral, los reportes del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) que nos hablan del ininterrumpida precarización de la sociedad mexicana, que en términos conservadores nos reportan más de 52 millones de mexicanos colocados en situación de pobreza alimentaria, entre otras, derivada del exiguo o nulo ingreso de la familia.

Un indicador para ponderar el estado de la clase trabajadora, es la fijación anual del salario mínimo. Para 2013, la Comisión respectiva estableció un aumento de 3.9 por ciento (2.49 pesos diarios), por debajo del índice de inflación -que no de la carestía- de 2012 y, por supuesto, de la proyección de ese índice para el año que se inicia, siempre deliberadamente errático en cada año precedente. Un columnista que comenta asuntos del Dinero escribió que el aumento alcanza para comprar seis tortillas. El nuevo secretario de Trabajo y Previsión Social, Alfonso Navarrete Prida, sin embargo, festinó con un triunfalismo inmoral el irrisorio aumento, asegurando que el salario recupera nueve décimas porcentuales.

Pero el Centro de Análisis Multidisciplinario de la Facultad de Economía de la UNAM, concluyó que, para que la recuperación salarial recupere el poder de compra de hace 40 años, serán necesarias varias décadas. El proceso de desvalorización, de octubre de 1987 a octubre de 2012, acumula una pérdida de 82.36 por ciento. A juicio de esa institución, se requieren seis salarios mínimos para satisfacer una canasta mínima obrera.

Y todavía hay quienes celebran la contrarreforma laboral aprobada por el Congreso de la Unión hace unas semanas. No hay otro nombre para calificar este despropósito: Irracionalidad. Por eso los mexicanos son prototipo internacional de Los miserables.



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