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Edición 217

Algunos hablan sin pedirle permiso al cerebro

Algunas reflexiones sobre el concepto de ideología

Por  José Manuel Orozco Garibay

Exclusivo para Voces del Periodista

PENSAR EL CONCEPTO DE IDEOLOGÍA es parte de la tarea del filósofo. Solamente a este profesional corresponde, en rigor, llevar a cabo la tarea. Lamentablemente, todos quieren hacer uso de la palabra sin saber lo que realmente están diciendo. Peor todavía son los que viven ideológicamente y hacen como si estuviesen al margen de la ideología. No saben que la ideología los determina, y que ellos mismos viven haciendo ideología.

Hablan como si estuvieran fuera del sistema, en los márgenes. Juegan a ser de izquierda. Denuncian con discursos tajantes al sistema; y entonces suponen que ya no son sujetos de la ideología. Es más, pueden presumir que su trabajo des-ideologiza y limpia al sistema. Son conciencias puras. Por eso son puritanos. Casualmente, los críticos de la llamada izquierda suelen ser sumamente conservadores. Y a la hora de vivir forman parte del mercado. Les gusta lucirse, compran cosas caras, comen y beben en buenos lugares. Se visten con trajes de gente bien, o usan mezclillas como si eso los convirtiera en dignos representantes de la gente de protesta. Por supuesto que no han estudiado orozconada. Ni a Hegel, ni a Marx, y las derivas que pueden conducir a los trabajos de Gramsci, o Althusser. Portan pancartas de ataque al sistema pero viven dentro del sistema, desde el sistema. A veces, en el colmo, siguen la línea de líderes, pensadores, columnistas, intelectuales, que son todo lo que se pretenda pero no estudiosos de los textos que sustentan el verdadero sentido de la izquierda. Por lo demás, la ideología que dicen refutar, y que ellos siguen, es un instrumento que se invierte de modo reflexivo y proyectivo. Refleja como en espejo lo que porta en el que ataca. Y proyecta prejuicios respecto de los que no piensan de la misma forma. Así, el dogmatismo que se dice de los religiosos más conspicuos es el mismo dogmatismo con el que repiten lugares comunes sin tolerar ningún pensamiento alternativo. Creen en la verdad, la justicia, la equidad, el bien, la felicidad, y defienden los ideales de los derechos del pueblo a través de instituciones democráticas. El eje de su crítica se funda en el argumento de que no hay democracia, hay pobreza, hay corrupción e impunidad. Y claro, se refugian en un nacionalismo excedido, casi decimonónico. Siguen pensando que la sociedad surge de una agrupación humana en busca del bien. Y que el papel del Estado es lograr que la organización social funcione minimizando las diferencias. Admiten que no todos son iguales porque en la lucha por la vida, ante la escasez de recursos, unos se enfrentan a otros. Y el Estado tiene que administrar las confrontaciones buscando la equidad entre los que tienen más y los que tienen menos. Parten de la diferenciación entre moralidad y eticidad. A la primera la confunden con la disposición humana de convivir en sociedad buscando la común felicidad. Incluso citan a Platón sin ser filósofos. Y luego dicen que la eticidad es el conjunto de principios que rigen las instituciones a través de las cuales es posible ordenar las desigualdades en pro del bien común que se da cuando hay equidad. Dicen que la democracia nunca ha existido porque en la misma Grecia antigua había esclavitud mientras los griegos debatían en la plaza pública, como si debatir fuera sinónimo de democracia. Y por eso argumentan que la democracia es el mal menor respecto de otros sistemas políticos. Mediante una ilusión jurídica sostienen que la democracia no se logra en tanto que gobierno del pueblo y por el pueblo. Porque las envidias humanas son inevitables. Por eso, el pueblo siempre construirá formas de violencia que impiden que todos se pongan de acuerdo, nombren representantes, y de esa manera el pueblo se gobierne a sí mismo. Entonces arguyen que la felicidad y el bien se alcanzan por medio del Estado y la Ley. Lo que ocurre si la sociedad elige representantes por medio de instituciones que garantizan la equidad. Como es imposible lograr la equidad, entonces la democracia siempre está en el horizonte. Todo ese discurso es muy conocido y huele a palabrería de abogado o jurista, pero no de filósofo. Lo ideológico estriba en que al hacer la crítica respecto de la desigualdad social no se ponen a pensar que ellos mismos se separan de los otros a los que critican, fomentando desigualdad. Tampoco admiten que al defender la democracia ilustrada están defendiendo ideales de un sistema que acompaña el formato liberal de pensamiento que emana de la revolución francesa. No ven que el concepto de felicidad apunta o al hedonismo a el espiritualismo. En cualquiera de los dos casos, es un concepto ideológico que nada tiene que ver con el dolor mismo de la vida. Al hablar de moral como asociación de seres humanos que buscan su felicidad desconocen que la moral es una forma de vida, entre otras. Y los valores expresan esas formas de vida. La pluralidad de los puntos de vista se les escapa. Sobre todo la moral de la resistencia en agrupaciones defensivas que persiguen la felicidad. No entienden que la llamada eticidad solamente se refiere al conjunto de principios universales que se encarnan en el actuar singular de los miembros de un conjunto social (Hegel). Sólo hay eticidad en cualquier forma de agrupación donde encarnen principios universales. Suponen que los principios constituyen la verdad y que solamente son unos principios. De modo sumamente soez o vulgar los emparejan con el amor, la entrega, la lucha por el otro, la idea de una causa social, que son ideas cristianas. Lo elegante sería admitir que los principios universales son los principios cristianos (pero les avergüenza decirlo; dicen que son ateos). Luego, su crítica es ideológicamente cristiana. Lo que no tiene nada de malo excepto porque no lo reconocen. Al afirmarse desde fuera del sistema forman parte del sistema porque usan las categorías de ese sistema para criticarlo. Por lo que se critican a sí mismos. Todo eso significa que viven bien, tienen dinero, tienen sirvientes, van al supermercado, viajan, cobran sueldos, publican, les gusta ser famosos, y sin embargo atacan un sistema que precisamente excluye a los pobres que no viven bien, no cobran sueldos, no van al supermercado, no publican, no son famosos. Es decir, los críticos ideologizados son los que atacan al sistema excluyente siendo ellos mismos excluyentes y elitistas. La locura es insoslayable. Pues la distancia entre el yo y su propio ser se pierde. Entonces, la unidad no se separa de sí misma pensando que lo que piensa de sí misma no es lo que realmente es. Es decir, si yo creo que soy el rey y me digo rey, sin separar mi unidad en la distancia que hay entre ella y el fantasma que supongo ser, estoy loco. Prueba de eso es que los otros no me reconocen como rey. El loco que se cree Napoleón no marca distancia entre lo que es su ser real y su creencia. Por eso está loco. Lo mismo pasa con el crítico ideologizado. No hace distancia entre lo que es y lo que cree. Entonces dice que está mal que haya desigualdad social pero vive como vive la élite. O que el hambre es terrible pero come bien. La locura se convierte en una crítica dirigida a otro sin darse cuenta de que se aplica al que la dirige, y que lo que cree que está mal en el otro es lo mismo que realiza. Hace lo que dice que está mal que haga el otro. Pero no lo ve.

Si lo anterior es correcto, entonces la primera consecuencia es que todos estamos en la ideología. Nadie puede escaparse a los alcances de la ideología. Siempre que afirmamos que el sistema está mal lo hacemos desde el sistema. Posiblemente los únicos que no están contenidos en el sistema son los excluidos por el sistema. Vale decir, los que padecen los efectos de un conjunto de creencias que justifica la dominación, el control, la manipulación. Así, es claro que un gobierno corrupto que pregona la igualdad y la libertad, miente. Es claro que un gobierno que ofrece seguridad y en nombre de la seguridad atemoriza a sus ciudadanos, miente. Es claro que un gobierno que habla de integridad y democracia, mientras impulsa el tráfico de influencias y las decisiones autoritarias, miente. Es claro que un gobierno que dice que la economía mejora cuando se incrementa la pobreza, miente. Al señalar eso, al denunciarlo, ejercemos una crítica. Pero lo hacemos ideológicamente. Porque es verdad que decimos la verdad cuando señalamos la mentira. Pero también es verdad que nosotros mentimos. Mentimos cuando decimos que estamos del lado de los pobres pero ganamos mucho dinero. Mentimos cuando decimos que queremos seguridad pero que no queremos que esa seguridad nos convierta en sujetos del control del gobierno (en el fondo es obligación del Estado protegernos). Mentimos cuando denunciamos el hambre de los pobres alimentarios comiendo opíparamente un fin de semana en casa. Y mentimos cuando defendemos la democracia pero no creemos en las instituciones. Muchas veces usamos a los pensadores para describir estados de cosas que no se cumplen en la realidad. Mentimos si afirmamos estar de acuerdo con lo que dicen esos pensadores, y, sin embargo, vivimos de forma diferente a lo que dicen los pensadores. Y el extremo de la mentira es cuando decimos que un pensador dijo algo que en realidad nunca dijo. En el caso último, es falso que Platón haya sostenido que la democracia es la forma corrupta de la república. Nunca lo dijo en el sentido en que entendemos la idea: como si hubiera pensado que la democracia destruye la vida en la república. Platón defendía una organización de la república en la que el aparato distingue entre el estamento de los que piensan, el estamento de los que trabajan y los guardianes. La democracia como sistema de gobierno donde todos mandan no estaba en su registro. Lo que sí dice es que el pueblo ignorante pone en peligro el ordenamiento de la república. Por eso, el pueblo no puede ser soberano. En ese sentido, la democracia significaría una forma corrupta de la república. Pero los griegos no usaban la palabra democracia como poder del pueblo (el demos y el Kratos). Los griegos identifican el kratos con el poder, la violencia, la fuerza del impulso. Democracia significa que un pueblo violento destruye el orden de la república. Y los poetas mientan porque hacen pasar por bello todo lo que ponen en metáforas. Eso es lo que engaña al pueblo; y el pueblo engañado es violento.

Alguien podrá decirme que el origen de la verdadera democracia es la agrupación humana en busca de la felicidad. Pero eso es mentira. Nunca se han juntado todos en busca de la felicidad de la misma forma y en el mismo sentido. Si me argumenta que en las pequeñas ciudades estado griegas se daba esa unidad organizada de agrupación, miente. Porque ahí quedan fuera las mujeres y los esclavos. Y solamente los que debaten en la plaza pública se agrupan para ser felices. Pero eso no tiene nada que ver con la república y menos con la democracia. En realidad, lo que Platón quiere decir es que la organización racional de la república exige una división entre estamentos acorde a la belleza donde el bien deriva de la obediencia entre todos los elementos del todo. Subordinación de abajo hacia arriba. Y que eso no se da en ninguna parte. Porque los seres humanos son violentos y se dejan engañar. Entonces, el que dice que Platón dijo lo que no dijo, es un hombre ideologizado.

Por lo demás es evidente que tenemos que hacer una distinción entre los que mienten a sabiendas de que lo hacen, y los que denuncian la mentira. Como lo formula Peter Sloterdijk  en su Crítica de la razón cínica, la ideología de los cínicos consiste en que ellos saben lo que hacen y sin embargo lo hacen. Saben que mienten y siguen mintiendo. Sé que miento cuando digo que me preocupa el hambre de los pobres mientras  ceno opíparamente. Sé que miento cuando afirmo que hay que promover la equidad y mal trato a mis trabajadores. Se que miento cuando hablo de igualdad pero hago distingos entre los que no piensan como yo y los que piensan como yo. O se que miento al hablar de fraternidad pero en los hechos no perdono al que me falla ni por una vez. Saben lo que hacen los que critican mintiendo y siguen haciéndolo. Lo que revela Sloterdijk es que el cínico sabe lo que hace y lo hace, como los que mienten desde el poder y siguen mintiendo: son cínicos. Viven ideologizados en ese sentido. Pero también los que saben que critican lo que ellos mismo hacen. Porque si sé que es falso que soy hermano de los pobres, y por tanto que es falso que amo a los pobres, pero sigo diciendo que amo a los pobres, entonces soy un cínico. La cuestión del saber es importante. Se calma con un poco de elaboración cínica de la culpa. Por ejemplo, el político que miente sabe que miente. Lo sigue haciendo, pero cree que por ese camino, eventualmente, irá ordenando a la sociedad.”Sí, ya sé que no hubo una elección democrática al interior del Partido Acción Nacional, e impuse a mi amigo, pero lo sigo defendiendo porque creo que es el mejor camino para que el Partido Acción Nacional alcance la presidencial en el 2012”. Es lo mismo que el que dice “Sí, ya sé que es falso que yo gano poco y en verdad hablo mal de los que acaparan la riqueza y son monopolistas, pero compro con gusto los productos de esos monopolios. Sin embargo, fíjate que es necesario que los denuncie porque creo que a la larga irán desapareciendo”. Puedo criticar que el agua se privatice mientras compro botellas de agua en el supermercado. Me contradigo. Se que no soy coherente y sigo siendo incoherente. La culpa se calma si pienso que al denunciar la privatización del agua algún día  tendremos agua gratis y ya no compraré agua embotellada.

Aristóteles y PlatónEse camino de la culpa es el que hace que Lacan le de otro giro a lo que dice Sloterdijk. No se trata de saber sino de hacer. Es decir, la formulación ideológica no descansa en el cinismo sino en las fantasías inconscientes. En las ilusiones. Lo ideológico es no saber lo que se hace pero, de acuerdo a una ilusión, seguir haciéndolo. En lugar de ‘saber lo que se  hace y seguir haciéndolo (cinismo)’ Lacan dice ‘no sé lo que hago pero lo hago’. El matiz que marca la diferencia es que al no saber lo que hago sostengo una ilusión que determina que siga haciendo algo absurdo. Proyectar la fantasía en lo real para justificar una línea de acción incorrecta. Esa es la verdadera ideología. Algo del no saber ideológico de Marx sigue vigente. Así como la clase dominante impone creencias falsas a la clase dominada dando paso a la falsa representación, así la ilusión o la fantasía impulsan cursos de acción que en lo real despliegan lo contrario a lo que la ilusión sostiene. Muchas veces el rico cree que ayuda a su personal. No sabe que lo explota. Muchas veces el trabajador agradece al patrón la oportunidad del empleo que le ofrece aunque presiente que lo explotan. Pero puede suceder que ni siquiera lo presienta. Así, el cínico sabe que maltrata y lo sigue haciendo. El ideologizado cree en la libertad pero actúa maltratando al otro. Lo ideológico es vivir bajo una ilusión sin saber lo que se hace en lo real.

Ahora bien, una forma más grave de ideología es la perversa.  Así, cuando uno no sabe lo que hace pero lo hace está enajenado. Pero sí uno tiene una ilusión y sabe lo que hace, es perverso. Por ejemplo, creo en la libertad (mi ilusión) pero pago mal a mi personal y lo exploto (y lo sé). Entonces soy un perverso. Todos tenemos algo de perversos porque siempre sabemos algo de lo que hacemos en relación a las ilusiones que sostenemos. Y sin embargo lo seguimos haciendo. Yo tengo la ilusión ecológica en mi vida, pero uso el coche todo el tiempo sabiendo que contamino (soy perverso). Tengo la ilusión de que esa mujer me quiera y me comporto como si fuera su novio o amante, sabiendo que no soy nada de eso. Soy perverso. O trato a un amigo bajo la ilusión de la amistad verdadera pero abuso de su persona de mil maneras a sabiendas de que no debo hacerlo (soy perverso). O sé que el libro que escribí es malo, muy malo, pero creo que es una aportación de algún tipo, y organizo una presentación del libro (soy perverso). La ideología perversa es una necesidad para soportar la herida de lo real, Porque lo real es tan doloroso que tenemos que forjarnos ilusiones que nos permitan soportar. Por eso vivimos proyectando fantasías por todos lados todo el tiempo.

Concluyendo, ideología es imponer una forma de pensar a otro para dominarlo. Ideología es pensar que uno está fuera del sistema y criticarlo, pero viviendo de acuerdo al sistema. Ideología es citar pensadores que se desconocen para opinar o justificar una postura ante los otros (hablar de Platón para opinar sin conocer a Platón, engañando al público). Ideología cínica es saber lo que se hace y seguirlo haciendo (Sloterdijk). Y en un giro sorprendente es no saber lo que se hace (creer en una ilusión), persistiendo en la actividad contraria a lo que se cree (ingenuidad de la fantasía inconsciente). E ideología perversa es creer en una ilusión y hacer lo contrario a sabiendas de que eso está mal, pero me permite eludir la cruda realidad. Finalmente, ideología es proyectar fantasías en el otro para usarlo, abusarlo, controlarlo, bajo la dualidad de la ilusión, lo que se cree, y lo que se hace. Tenemos que idealizar el mundo para soportarlo. Y ese fetichismo lo realizamos todos todo el tiempo. Porque solamente los santos dicen y viven de acuerdo a la verdad. Solamente los dioses saben la verdad verdadera y no se engañan. O los que aprenden, por medio de la denuncia, a renunciar a las ilusiones admitiendo la cruda realidad como es. Si no se hace lo último se cae en racionalizaciones pasmosas, bobas, ingenuas.



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