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Edición 222

Piel de cocodrilo

RAYMUNDO RIVA PALACIO

APABULLADO E INSULTADO por diputados, acusado airadamente por senadores, insultado en su ámbito privado por amplios sectores de la opinión pública, y mediáticamente humillado, Agustín Carstens, el secretario de Hacienda, ha ido de comisión en comisión parlamentaria y de conferencia en conferencia de prensa, predicando su verbo sobre el presupuesto, construyendo los puentes con el PRI que el PAN dinamitó, y lavando la cara del Presidente por sus bravatas contra los empresarios.

El hombre debe estar hecho de titanio, o tener la piel de cocodrilo, porque, ya es bastante notorio, cómo resiste. Con su cara de niño y los cachetes tratando de alcanzar sus cejas, Carstens ha estado en todos los campos de batalla que uno se pudiera imaginar durante las dos últimas semanas.

Negoció con el PRI, con sus cúpulas y sus gobernadores, un paquete fiscal a la medida de su jefe el Presidente -que le dé más dinero a su gasto corriente, aunque no crezca el país ni ataque el problema del empleo. Explicó al PAN los porqués del respaldo que les pide. Aguantó los señalamientos de “traidor” que le hacen desde el gobierno para el que trabaja. Lidió con sus maestros, que hoy son premios Nobel de Economía, y rechazó sus críticas sobre el plan económico que presentó, con una declaración demoledora: en esta ocasión, están equivocados.

raymundoCarstens es el catalizador de la inconformidad, y sin embargo, no lo puede atrapar nadie. Teóricamente, se encuentra muy por encima de muchos de sus críticos, por lo cual, en el campo de la economía y las finanzas, difícilmente encuentra adversario. Políticamente, se encuentra muy por encima de la mayoría de sus antecesores. Carstens es una bocanada de oxígeno frente a su tutor y maestro, Francisco Gil, el vicepresidente de México encargado de asuntos económicos durante el gobierno de Vicente Fox, que era autoritario y déspota, distante y frío.

El secretario de Hacienda ya se iba del gabinete hace varios meses. Inclusive, él mismo se decía cansado del cargo, lastimado por el presidente Felipe Calderón que, a su muy peculiar estilo de trato con sus colaboradores, lo insultaba con palabras altisonantes, algo que Carstens, educado en el ITAM, doctorado en Chicago -la máquina de Premios Nobel de Economía-, reconocido en el mundo -fue vicepresidente del Fondo Monetario Internacional-, no podía -ni puede- comprender.

No se fue por algo muy sencillo: ¿cómo cambiar al secretario de Hacienda en vísperas de la presentación del presupuesto para el próximo año? ¿Quién iba a echar a andar los programas de recuperación económica que se diseñaron frente a la crisis? Era un error despedirlo en ese momento. Calderón y su equipo en Los Pinos tuvieron que aguantar. Carstens hizo lo mismo. Pero ambos saben -así lo han dejado ver a quienes tienen vasos comunicantes con ellos-, que el secretario de Hacienda es un fusible que está en su última etapa de funcionalidad y utilidad para el gobierno. Este será con mucha seguridad su último presupuesto.

Es una pieza desechable, pero no por las razones como lo han estado golpeando en la sociedad política y en la opinión pública, sino porque al estar luchando por un paquete fiscal que todos, absolutamente todos critican, pero que todos, absolutamente todos, han tenido que aceptar porque no pudieron encontrar uno mejor, está llegando al punto final del desgaste.

Paradójicamente, Carstens es el héroe del presupuesto, en función de cómo se le atacó y qué resultados entregó. Con todo lo que se ha dicho de él, con todos los epítetos en su contra, los hirientes cartones en la prensa, las imputaciones libres y libertinas en los medios electrónicos, el paquete fiscal salió en las líneas generales de recaudación que el Presidente autorizó.

Necesitaba reponer un flujo de ingresos similar al que perdió con la caída en los precios de petróleo, y lo alcanzó, con el incremento de uno por ciento al IVA. Carstens salvó así la accesibilidad a las líneas de crédito y a los mercados de bonos porque al mantener en forma permanentemente los mismos recursos hacia México, las agencias calificadoras no reducirán su grado de inversión. La forma como se procesó ha sido totalmente accidentada y tormentosa, generando un espectáculo lastimoso ante la opinión pública que ha visto cómo los legisladores responden a los grupos de interés y no ante quienes votaron por ellos. Pero no ha sido su culpa o responsabilidad. Ha tenido que sacar la cara por todos.

El Presidente le pidió hace casi dos meses que hablara con los empresarios sobre la consolidación fiscal, y cuando le manotearon y le gritaron, se sostuvo. Regresó con el Presidente y le ordenó que se fuera más a fondo, que fue lo que hizo.

Cuando hace unos días el Presidente se peleó públicamente con los empresarios porque no pagaban impuestos suficientes, fue Carstens quien tuvo que salir a explicarles que no se les acusaba de ningún ilícito, que no llevaba dedicatoria alguna, y que el problema no era tanto de ellos como del mal diseño institucional que no permitía una mejor recaudación, con lo cual ayudó a despresurizar una olla a punto de explotar.

Carstens tenía que haber sido apoyado por el secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont en su tarea de convencimiento de diputados y senadores, pero lo dejó solo. Gómez Mont se peleó con los parlamentarios panistas, y Carstens pagó los platos rotos. Ninguno de los coordinadores en la Cámara de Diputados, Josefina Vázquez Mota, o en el Senado, Gustavo Madero, pudieron persuadir a sus bancadas del apoyo convencido a favor del incremento al IVA, lo que generó que el trabajo de Hacienda para sacar adelante el paquete fiscal, se hiciera aún más difícil y complejo.

Carstens envió a todo un equipo de manera permanente a las cámaras para hablar todo el tiempo con los legisladores, en donde fuera, dentro de los recintos o en la calle, como sucedió hace unos días con el senador Manlio Fabio Beltrones, a quien cuando vieron pasar por el restaurante donde comía el equipo, salieron a subrayarle que los compromisos que habían adquirido con el PRI, se sostendrían.

Se guardó el orgullo ante los senadores panistas que lo estaban crucificando y les narró en 11 láminas en Power Point lo que sucedería con México y su economía en caso de que no se alcanzaran los ingresos solicitados, por la vía de impuestos.

El secretario de Hacienda entró al ruedo parlamentario con una iniciativa de ingresos totalmente criticada, colectivamente repudiada y con todos los pronósticos de que sería muy modificada, y salió con un paquete que, para sus fines recaudatorios, alcanzó sus metas inmediatas.

Su imagen, eso sí, quedó demolida. Su capital como negociador, agotado. Su piel de cocodrilo le ayudó en este tramo donde su supervivencia está en entredicho y su futuro, pese a todo el servicio que le hizo al Presidente, aún incierto.



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