VOCES DEL DIRECTOR Mouris Sallum George AUN ANTES DE SUMAR los saldos negativos generados por la psicosis porcina, la balanza comercial de México reportaba al mes de abril un déficit de 18 mil millones de dólares respecto de 2008 debido a la baja de los precios del crudo de exportación, la caída de las remesas de los trabajadores mexicanos en el exterior y el deterioro del ingreso turístico, tres rubros erosionados desde el año pasado por la crisis económica global. Para entonces, aleatoriamente, las reservas de divisas internacionales concentradas por el Banco de México habían registrado una merma de casi nueve mil millones de dólares, si bien el descuento incluye los miles de millones de dólares entregados a los especuladores. En contraparte, en el primer trimestre de 2009 se había computado una fuga de capitales superior a los cuatro mil 200 millones de dólares.
De acuerdo con cálculos conservadores de agencias financieras internacionales divulgados en México desde los Estados Unidos a fines de la semana pasada, por el impacto de la alerta sanitaria decretada por el gobierno de la República, sin cuantificar aún las pérdidas de otros sectores, el país perderá aproximadamente unos nueve mil millones de dólares únicamente en los sectores turístico, más de 40 por ciento en comparación con el año anterior, y exportación de cárnicos porcinos. En este segundo renglón, a principios de mayo veinte países se habían sumado a la veda de la carne mexicana.
Un dato no deja de ser irónico: apenas el 22 de abril, un día antes de que se declarara la emergencia por la influenza, delegaciones empresariales mexicanas se habían presentado en Pekín en la Feria de Turismo y Viajes al Extranjero de China (COTTM), movidos por la confianza de al menos duplicar éste año el número de visitantes chinos a nuestro país. Casualmente, China fue también una de las primeras naciones en cerrar fronteras al cerdo mexicano, pero esto no obstó para que su gobierno enviara auxilios en especie y metálico que fueron recibidos personalmente por el conmovido mandatario mexicano, quien luego le declararía la guerra diplomática al donante por “el secuestro” -así lo presentaron algunos medios electrónicos- de algunos compatriotas puestos en cuarentena en aquel país.
México produce un millón 200 mil toneladas de carne de cerdo anuales, de las que en 2008 se enviaron al exterior (un mercado global de 26 mil millones de dólares anuales), poco más de 70 mil toneladas. En Michoacán, uno de los más importantes criaderos de cerdo de la República es el municipio La Piedad, cuyos habitantes dependen casi totalmente de esa actividad. Es, pues, una de las plaza más afectadas por la crisis porcina. Al reanudar su agenda fuera de Los Pinos, el presidente Felipe Calderón quiso enviar una señal de confianza a los consumidores desde su propia tierra: En Uruapan, acompañado de un pasmado pero ladino secretario de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación, Alberto Cárdenas Jiménez, se retrató degustando unos tacos de carnitas de cerdo.
La aparente alegría mediática del Presidente no fue compartida por sus paisanos de La Piedad que, desde mucho antes de presentarse la pandemia, demandaban del gobierno federal -infructuosamente-, apoyos para equilibrar el balance de su industria, que absorbe costos de 85 por ciento sólo por la compra de granos e insumos importados para sostener su actividad.
Los diversos y graves impactos económicos y sociales de la alerta sanitaria decretada por el gobierno, autorizan a preguntar si a los consejeros del mandatario, o a éste mismo, les faltó serenidad y ecuanimidad a la hora recibir y procesar la información sobre el fenómeno comentado; o si, a sabiendas de las consecuencias que apenas se empiezan a ponderar, resolvieron una medida propia de los regímenes totalitarios, que se compadecen poco de la opinión de la comunidad científica y de la sociedad en su conjunto.
Si vale el antecedente, cuando los aciagos sucesos de octubre de 1968, de julio de 1971 y de septiembre de 1985, el PAN desde la oposición fue uno de los más críticos acusadores del gobierno por el ocultamiento o la manipulación de los datos sobre el número de víctimas mortales (sus escritores llegaron a editar libros con sus versiones sobre móviles, causas y saldos) o el alcance real de los costos económicos de aquellas tragedias. Incluso, después de los sismos del 85, el PAN denunció la utilización del drama popular para gestionar y obtener apoyos financieros de agencias multinacionales que, según su juicio, habrían sido destinados a financiar campañas electorales del PRI.
Por mera coincidencia (doble si hablamos de temporada electoral), la alarma sanitaria emitida por el gobierno federal se lanzó, pre-ci-sa-men-te cuando visitaba Washington el ex empleado del Fondo Monetario Internacional (FMI) y encargado de la Hacienda del calderonismo, Agustín Carstens, para formalizar con ese organismo un préstamo de más de 47 mil millones de dólares, sin que, al menos públicamente, se sepa de la autorización expresa del Congreso de la Unión para contratar ese empréstito, y menos los términos en que se ha pactado, sean cuales fueren lo cierto es que ponen a México de nuevo en las fauces de esa fiera prestamista.
Si -como afirman los clásicos-, en política no hay casualidades, es el caso que la economía mexicana venía cojeando desde 2008. Los pronósticos especializados, desde finales del año pasado, contra el triunfalismo del jefe de Hacienda indicaban que el comportamiento de la economía sería regresivo. Combinados los efectos de la crisis global y las perturbaciones porcinas, los expertos anuncian una caída del PIB mexicano de por lo menos siete puntos porcentuales en 2009. A regañadientes, Carstens ha terminado por admitir que México “ya” está en recesión.
Esa es la brutal realidad que existe detrás la deliberada provocación de la crisis emocional de todos los mexicanos. Si la manipulación mediática está resultando políticamente incorrecta y fallida, moralmente es una Operación bellaca que en nada abona al imperativo del buen gobierno, aquél que prometía el PAN desde su fundación con la oferta de una Patria ordenada y generosa. Lo que nos recuerda que, en las crisis de Estado, los conspiradores son siempre los usufructuarios del río revuelto ¡Que le vamos a hacer!
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