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Edicion 225
Domingo, 24 de Enero de 2010 16:49

asimetras

 Ejército, Derechos 

Humanos  y Peligros

“(Felipe) Calderón sacó de los cuarteles a un monstruo: el Ejército” 
Enoé Uranga (PRD)
Secretario de la Comisión de Derechos Humanos
De la Cámara de Diputados.

 I EL ASERTO DEL DIPUTADO Uranga  antójase descriptivo de  la ocurrencia más grave  registrada en el año feneciente. Ese monstruo –una hidra multicéfala  que sólo responde, por ahora, a un amo inestable y demencial, el señor Calderón-- está fuera de su cubículo desde hace tres años.

Las actuaciones de la hidra han sido de violación sistémica de los derechos humanos y las garantías individuales de los mexicanos so pretexto de una guerra contra los cárteles del narcotráfico que Estados Unidos le subrogó y endosó al poder político panista del Estado mexicano.

El monstruo es inasible a cualesquier controles constitucionales. Ninguna de las tres vertientes –Ejecutivo, Legislativo y Judicial-- del poder político del Estado y, si bien el señor Calderón es su jefe,  es obvio que aquél tiene vida propia y cortarle la cabeza, si así lo desea, a su propio amo.

Este amo –don Felipe— gobierna con ese monstruo, infiltrado ya por el enemigo al que combate en lo formal (los cárteles) y al que al parecer le va perdiendo confianza pues este Presidente de Facto utiliza cada vez más a la otra fuerza armada, la naval, para operaciones en tierra.

Mas no sólo eso. Gobernar con las fuerzas armadas y policiacas e incluso paramilitares es ilegal.  Por añadidura, el señor Calderón no ha derogado el decreto del 25 de abril pasado por el cual le es posible allanar moradas y conculcar otras garantías individuales y derechos humanos.

II  Pero lo espeluznante de haber soltado al monstruo armado, además de su corruptibilidad ante los cárteles, es el móvil.  Éste es político, no militar; tampoco es sustitutivo de lo policiaco –procurar justicia— sino el prevalecer en el poder y legitimar su presidencialado ilegítimo.

Otro aspecto dual del móvil político es el de intimidar a la población mediante la mera presencia de los convoyes y patrullas militares en las calles de casi todas las ciudades grandes de México y en todo el país.  Simultáneamente hay desapariciones forzadas de ciudadanos y torturas.

Documéntanse, asimismo, otras manifestaciones de  las depredaciones cometidas por el monstruo:  la intimidación es tan antigua como la antigüedad misma. En términos modernos, es una guerra de baja intensidad contra la población civil y disidentes y discrepantes organizados potenciales.

   Una víctima histórica de ello es la población indígena de México –del 12 al 15 por ciento del total de habitantes--, cual se observa con aviesa espectacularidad en Chiapas, Oaxaca y Veracruz.  Hasta la Cámara de Diputados misma, alarmada, se apresta a revisar el asunto de los indios zapatistas.

   Ello, indudablemente, ocurre en un contexto; éste es económico.  Haber soltado al monstruo no se identifica sólo como un afán justiciero, sino como un propósito estratégico de preservar el statuo quo económico, el neoliberal –antimexicano--, de dependencia de México con respecto a EU.

III  Por ello, al concluir el año, el sentir y el parecer de millones de mexicanos antójase  influido por los hechos y sucedidos del período que aun corre y, en particular, sus causales, discernidas éstas con arreglo  a percepciones que muéstranse  epicenas, es decir, comunes y generalizadas.

Cierto. Esas percepciones, si bien variopintas, se traducen en un pesimismo subyacente que en nuestra peculiar idiosincrasia –determinada por la ignorancia y la superstición devenida del uso habilidoso de los medios de control social por el poder que es y está—y en falsas esperanzas.

Empero, no obstante esos imperativos idiosincrásicos aquí aludidos, los millones de mexicanos conscientes de la realidad económica, política, social e incluso cultural y sus orígenes y vectores, saben, aparentemente,  que nuestra situación –la de México— es de grandes peligros.

Los peligros son, desde luego, en lo individual  --¿qué mexicano está realmente seguro?— y colectivo, afectando ambos (las percepciones mismas del peligro y su actualidad concreta y fehaciente) a la psique social. Las fiestas navideñas son ocasión para el escapismo y la catarsis.

   Catarsis y escapismos individuales y, ergo, societales.  Pero esas conductas  –que son predecibles y normales en toda sociedad humana--  confirman, por su intensidad y frecuencia mismas, la presencia insoslayable de una conciencia de los peligros que se ciernen sobre nosotros.


 

El problema de fondo

FAUSTO FERNÁNDEZ PONTE 

“La cosa está clara: para salir del hoyo tenemos que cambiar el modelo económico.
¿Por qué los políticos no lo quieren hacer? Porque no les conviene; así de simple”.
Jesús Vázquez Segura

 

Para abundar en el tema traído a colación por el caro leyente Vázquez Segura en el epígrafe de hoy, cabría consignar aquí una conversación tenida en un ambiente sociable en septiembre con varios ex diputados cuya gestión había concluido días antes.

Esos ex diputados son miembros del PRI, PAN y PRD, cuyo denominador común es su condición de ex legisladores y amigos cercanos de éste escribidor. En un momento de la charla se les planteó el asunto de cambiar el modelo económico.

Los cuatro ex legisladores coincidieron que el problema real, de fondo, y el más preocupante es el económico: crecimiento acelerado -y, por ello, dramático- del desempleo y la pobreza, la inflación y, desde luego, la ignorancia o baja escolaridad.

No todos, empero, reconocieron que el problema económico es un peligro enorme para el Estado mexicano o para algunos de sus elementos constitutivos -el pueblo, el poder político, el territorio y la soberanía.

Sólo uno, el perredista, aceptó que el Estado (1) ha perdido soberanía, que (2) no tiene control de parte del territorio nacional, que (3) existen indicios de una descomposición del poder político y que (4) ello está contagiando al pueblo.

 

II  Más el punto central de convergencia y coincidencias fue el reconocimiento de que el problema económico es el verdadero y mayor y más importante que aqueja a México, siguiéndole, en segundo lugar,  el de la inseguridad  y la  incertidumbre social.

Ese reconocimiento por parte de éstos ex miembros de la LX Legislatura tuvo, como diríase proverbialmente, sus “asegunes”:  no  estuvieron de acuerdo acerca de las causas  del problema económico.  Reconocían los terribles efectos, pero no las causas.

La conversación amigable, en un entorno sociable, se convirtió en un debate acerca de percepciones de los orígenes de los problemas, en particular el económico, el cual, a nuestro ver, se vincula dialécticamente a las demás preocupaciones y desafíos.

 -¿Por qué ninguno de ustedes presentó una iniciativa de punto de acuerdo o de ley de  reforma constitucional para modificar la actual forma de organización económica  o crear una nueva, distinta a la prevaleciente? - se les preguntó.

En ese contexto de confianza, los ex legisladores hablaban bajo la premisa de que a toro pasado no les comprometía decir sus veros sentires y pareceres, pero obvio  es que no querían que éste escribidor los identificara si pergeñaba algo acerca de ellos.

El ex diputado panista,  conservador pero con inquietudes digamos que podrían llevarlo a empatía con ciertas posiciones políticas de vanguardia,  afirmó: “¡Ni pensarlo! ¡Para mi partido eso es anatema, blasfemia! Sería traición a Felipe Calderón”.

 

III  El ex legislador priísta, orgulloso vástago de un político “profesional” y muy rico de la vieja guardia -fue incluso gobernador de un Estado- y vena “revolucionaria”, dijo: “Mi jefe de bancada no lo aceptaría;  me castigaría sólo por consultárselo”.

El perredista, por su parte, narró que al iniciarse esa Legislatura, se le acercó al jefe de su bancada, y le consultó acerca de presentar una iniciativa de ley de reforma a la Constitución para modificar el actual modelo económico.  Respuesta: no es el momento.

Ese ex diputado perredista dijo que al siguiente año volvió a consultarle a su jefe de bancada, quien le respondió que no era conveniente.  ¿Un punto de acuerdo?, preguntóle al líder de su fracción parlamentaria. Respuesta: ni siquiera eso.

Al tercer y último año de la Legislatura, el perredista volvió a consultarle a su líder. Respuesta: ya no hay tiempo.  Éste ex diputado guardó para sí su sentir acerca del móvil del líder, pero admitió que éste tendría algún tipo de consigna de “no patear el pesebre”.

Esto nos lleva a una conclusión lapidaria:  los políticos saben cuál es el problema, pero por motivos no ideológicos, sino políticos y de conveniencia personal no actúan para resolverlo. Moraleja: quitémosle nuestra representación. De grado o por fuerza.

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