Eufemismos de diversos tipos
JORGE PRIEGO MARTÍNEZ
LOS EUFEMISMOS, aunque muchos pudieran pensar que algo tienen que ver con los nombres propios Eufemio o Eufemia, en realidad son figuras retóricas que consisten, según el Diccionario Enciclopédico Espasa, en un “modo de decir para expresar con suavidad o decoro ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante”.
EL TÉRMINO "EUFEMISMO" proviene del griego y tiene como significado “bien decir”. A mayor abundamiento, los eufemismos sirven para disfrazar, por decirlo de algún modo, las majaderías o malas palabras a las que somos tan afectos los mortales, más cuando estamos enojados.
La expresión tabasqueñísima “¡ay mojo!”, al decir del maestro Francisco J. Santamaría, originalmente guardaba connotaciones obscenas y era del uso exclusivo de la gente grosera, francamente vulgar. Por lo anterior, la gente de bien o educada, sabiendo que tal expresión, aunque se consideraba sucia y malsonante, denotaba repudio o contrariedad respecto a algo que se imputaba, para no decirla originó una larga serie de expresiones eufemísticas que la aludÍan, sin atreverse a pronunciarla tal cual, de allí las frases de poco uso actualmente, como “¡ay mao!”, “¡ay mico!”, “¡ay misho!”, “¡ay moco!” y “Ay mojarras!”, formas disfrazadas o de decir “con suavidad o decoro” la frase considerada inmoral u obscena.
Otro eufemismo tabasqueño es la popular expresión “¡ay juela!” que el ya citado maestro Santamaría, no sabemos por qué causa, motivo o razón, considera sinónimo de las sucedáneas de “¡ay mojo!”, cuando no tiene nada que ver con ellas, puesto que en realidad “¡ay juela!”, es el comienzo de la frase: “¡Ay hijo de p…!, de la gran o de la grandiosa p…, sólo que transformado la parte que dice “hijo de la”, en la forma siguiente: “jiju’e la”.
A nivel nacional se utiliza mucho la frase “¡Ay Chihuahua, cuánto apache, cuanto indio sin huarache!” o simplemente “¡Ay Chihuahua!”, para no decir la palabra cuyas connotaciones ampliamente estudió Octavio Paz en su libro “El laberinto de la soledad”. Entre nosotros, cuando se quiere mandar a alguien a ese lugar tan desconocido, pero tan presente, lo mandan a la China Hilaria.
Otro eufemismo de amplio uso es el de llamar a alguien penitente, para no calificarlo de lo que usted está pensando, amable e hipotético lector.
Incontables son los eufemismos que diariamente usamos, y bastantes los que se refieren a las funciones más humildes del cuerpo humano, como leímos en alguna ocasión, o sean, la micción y la defecación. Desde muy pequeños se nos enseña que orinar es hacer “pipí” y defecar, hacer “popó”, también, y sobre todo en la escuela primaria, nos acostumbraron a pedir permiso para desalojar la vejiga, con el eufemístico “hacer del uno”, por lo que al pedir permiso para ir al mingitorio, se le pedía permiso al maestro o la maestra, para “ir a uno”, mientras que si se trataba del desalojo del intestino, se usaba la frasecita de “hacer del dos”, por lo que si había de vaciar el intestino, se solicitaba la venia del docente para “ir a dos”. Mucha gente, cuando tiene que ir a orinar, anuncia graciosamente “voy a mi arbolito” o “voy a cambiarle el agua a las aceitunas”, tampoco faltará quien diga “voy a hacer de las aguas”; y si se trata de desalojar el bajo vientre, expresará con solemnidad que va “a poner un telegrama”, porque “se le fue la carga a la popa” o muy elegantemente hará saber que se dirige “a donde va el rey solo”.
Y ya que hablamos de las más humildes funciones del cuerpo humano, sin caer en lo escatológico, diremos que se llevan las palmas las innumerables formas con las que se llama al sitio, lugar o espacio donde todo el mundo se oculta para ejecutarlas. Lo más común es llamar “baño” a este sitio, aunque no lo utilicemos para bañarnos; también se le llama “sanitario”, cuando en ocasiones, como sucede en la mayor parte de las gasolineras, harían vomitar de asco a un cerdo; se le dice “mingitorio”, denominación correcta cuando se trata únicamente de “hacer del uno” (en otras latitudes se le llama “urinario”). El diccionario registra al sitio donde se hace “uno” y “dos”, como “retrete” y lo define de la siguiente forma: “Aposento dotado de las instalaciones necesarias para orinar y evacuar el vientre. Estas instalaciones.” El mismo diccionario nos informa que tal sitio recibe también el nombre de “letrina”, palabra a la que le asigna esta acepción: “Lugar destinado en las casas para expeler las inmundicias y los excrementos. Cosa que parece sucia y asquerosa.” Otro término utilizado para llamar al mismo sitio de referencia es “excusado” al que el diccionario define así: “Común, retrete”, o sea que llamarle a la letrina, retrete o excusado, “común”, resulta correcto. También se le ha dado en llamar a tal establecimiento “inodoro”, aun cuando de él se desprendan olores nauseabundos. Los anteriores aposentos, en la actualidad están dotados de un mueble conocido eufemísticamente como “taza inglesa”, alias “el trono de la sabiduría”, que viéndolo bien, sirve para realizar en ella las dos humildes funciones. En el colmo de los colmos, hemos adoptado el término inglés “water closet”, que literalmente se traduciría como “agua cerrada o encerrada”, pero que dicen significa “retrete o excusado”, y como los gringos abrevian el nombre de tal sitio con las siglas “wc”, también las hemos adoptado y, lo que resulta grotesco, es que constantemente escuchamos expresar a medio mundo, cuando se dirige a este aposento: “voy al water”, que traducido literalmente a buen romance significaría “voy al agua”. En fin, sólo nos queda recordar los términos con que un viejo conocido nuestro allá por los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado llamaba al sitio de referencia, sin eufemismos de ninguna clase, según la función que se iba a realizar: si era la del uno le decía el miadero; si era la del dos, le llamaba el ca… o zurradero. Y tenía toda la razón del mundo, habida cuenta que, si al sitio para dormir se le llama dormitorio y al aposento para comer se le denomina comedor, pues lógicamente el retrete o excusado debería llevar un nombre derivado de las funciones que en él se realizan, como sucede con el término mingitorio. Por todo lo anteriormente expuesto, no es de dudar que las palabras que recoge el diccionario como sinónimos de desalojar el bajo vientre, fueron en un principio eufemismos utilizados para evitar llamarle a este sitio, como seguramente debe habérsele conocido en muy lejanos tiempos.
Como es de todos bien sabido, son abundantísimos los eufemismos con que se denominan los órganos sexuales, entre ellos se encuentran los nombres de varios animales y diversos objetos que, en ocasiones resultan completamente vulgares y obscenos. Tal práctica es mayoritaria en la gente de baja estofa y, no sabemos por qué causa, motivo o razón, no se refiere todo el mundo a ellos, con sus nombres científicos, que resultan menos ofensivos al oído. Las preguntas obligadas son: ¿nos avergonzamos de nuestros atributos sexuales a tal grado de no querer pronunciar sus nombres?, y ¿por qué los consideramos innombrables? ¡Ah, qué ingratos somos con ellos! ¡Nos olvidamos de sus funciones fundamentales y de lo gratificante que nos resultan!
Tal vez un par de nuestros amables e hipotéticos lectores pensarán que nos dedicamos a cosas baladíes, cuando hay tantos asuntos importantes que tratar, pero si no nos ocupamos de ellos es por el hecho que en su gran mayoría, nos laceran tan profundamente, que no podríamos abordarlos con la serenidad requerida y seguramente, en el colmo de la indignación, nos olvidaríamos de los eufemismos y utilizaríamos muchas de las gráficas y soberbias expresiones tabasqueñas que algunos puritanos llaman “malas palabras”, “groserías” o “leperadas”, pero que nuestra inolvidable amiga Hilda del Rosario de Gómez, calificaba atinadamente, como “la batería gruesa”. Y para evitar esa enorme tentación, mejor hacemos uso del refrán que reza: “Machete estate en tu vaina”.
Empero, amables e hipotéticos lectores, les invitamos a leernos el próximo viernes, en este mismo espacio de su diario vespertino favorito, “El Correo de Tabasco”, si los hados nos resultan propicios y el destino no nos alcanza.
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