El cretinismo “internético”
Desenmascarando la
falacia democrática de la red
ATILIO A. BORON
Se ha vuelto un lugar común creer que la Internet es por excelencia el ámbito de la libertad de nuestro tiempo. Muchísima gente, y no pocos teóricos, sostienen que se trata de un espacio libérrimo donde las antiguas restricciones que el papel impreso imponía a la producción y circulación de las ideas han quedado definitivamente superadas.
Basta con leer algunos pasajes del libro de Hardt y Negri, Imperio; o los tres tomos de Manuel Castells, La Edad de la Información: Economía, Sociedad y Cultura, para apreciar la profundidad y ramificaciones de esta creencia. Dicen los primeros, en un pasaje memorable -y no precisamente por lo acertado- de su obra, que “la red democrática es un modelo completamente horizontal y desterritorializado. Internet (…) es el principal ejemplo de esta estructura democrática en red. (…) Un número indeterminado y potencialmente ilimitado de nodos interconectados que se comunican entre sí sin que haya un punto central de control. (…) Este modelo democrático es lo que Deleuze y Guattari llamaron un rizoma, una estructura en red no jerárquica y sin un centro”. (pp. 277-278.)
El libro de Castells se edifica íntegramente sobre esa superstición. Pero contrariamente a lo que asegura la charlatanería posmoderna la Internet ni es horizontal, descentrada o desterritorializada. Lo que aquellos autores se empeñan en negar es que la Internet es una estructura que tiene centros de monitoreo y control, y en donde cierto tipo de comunicaciones están bloqueadas, casi todas vigiladas y algunas son censuradas. Sólo espíritus muy ingenuos pueden suponer otra cosa, aunque también puede ocurrir que tan desastrado diagnóstico responda a la incesante búsqueda de originalidad y singularidad que caracteriza la labor de muchos intelectuales -¿el “afán de novedades”, cuyas perniciosas consecuencias ya habían sido notadas por Platón?- que afectados por una fenomenal sobrevaloración de la importancia de sí mismos y de sus ideas se obstinan en formular alambicadas tesis sobre nuestra época pero absteniéndose de hablar del capitalismo y del imperialismo. Desde el punto de vista de la ciencia social esto es tan absurdo como el intento de un astrónomo que quisiera predecir el curso de los planetas prescindiendo por completo de tomar en cuenta al sol. En términos de pensamiento crítico una operación de este tipo constituye una lamentable capitulación, pero no puede negarse que otorga un baño de respetabilidad a quienes al promover semejantes disparates desarman ideológicamente a los miles de millones de víctimas del sistema que, por otra parte retribuye generosamente los servicios de quienes predican tales fantasías. Una de las tesis más importantes de este tiempo es, precisamente, exaltar a la Internet como el reino de la libertad, convirtiendo así a uno de los preceptos de la ideología dominante en una verdad supuestamente irrefutable.
Pero las evidencias que destruyen ese mito son abrumadoras. Por ejemplo, muchos de los mensajes emitidos en estos últimos días desde el PLED anunciando un panel sobre el rol de Colombia en la geopolítica imperial padecieron de sospechosas dificultades. Nos llegaron informes de amigos y compañeros que querían difundir el evento pero al poner “Colombia” en el asunto o en el cuerpo del mensaje éste simplemente desaparecía de la pantalla o iba directamente a la papelera. Estamos también experimentando dificultades en recibir adhesiones para nuestra campaña de solidaridad con Cuba, y son varios quienes apelaron a llamadas telefónicas para hacernos saber de su imposibilidad de registrar su firma enviando un mensaje a la dirección preparada para tal efecto.
Son muchas las experiencias que refutan el carácter democrático y libertario de la red. Sin ir más lejos, quien quiera utilizar el programa Skype en Cuba no puede hacerlo, y mucho menos acudir al Google Earth porque, en tal caso, aparecerá un cartelito diciendo que “desde la localización en que usted se encuentra en este momento no puede tener acceso a este programa.” Lo mismo ocurre con muchos otros programas. Quien tenga dudas al respecto no tiene más que enviar un mensaje incorporando en el cuerpo del texto ciertas palabras supuestamente vinculadas a actividades terroristas y ya verán lo que ocurre.
Tal vez Hardt, Negri o Castells consideren estas cosas como transitorias anomalías, pero no es así. Es el funcionamiento “normal” de una red que, pese a las ocurrencias de aquellos autores, tiene centros que la controlan y dominan. El pirulo del día 19 de Abril en la tapa de Página/12, “Montañas”, agrega nueva evidencia a favor de esta tesis. En él se informaba de que “una página abierta el 25 de marzo (y que describía a su dueño como el “príncipe de los mujaidines”) había alcanzado, el viernes pasado, a tener más de mil seguidores. Facebook admitió que no tenía elementos para determinar si el titular era verdadero o apócrifo, pero igual anunció que el sitio quedó desactivado: desde ayer, Osama Bin Laden ya no tiene lugar en la red social de Internet.”
En un pasaje brillante de su El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte Marx definía al cretinismo parlamentario como “una enfermedad que aprisiona como por encantamiento a los contagiados en un mundo imaginario, privándoles de todo sentido, de toda memoria, de toda comprensión del rudo mundo exterior.” Una enfermedad que ahora reaparece y se apodera de algunos teóricos de nuestro tiempo, que los encierra en un mundo imaginario en el cual la Internet es el reino de la libertad y la democracia, reino edificado, por cierto sobre una sociedad capitalista que a cada paso demuestra su incompatibilidad cada vez más irreconciliable con la libertad y la democracia pero que, gracias al cretinismo “internético” intenta renovar su deteriorada legitimidad. Este cretinismo es mucho más dañino que el identificado por Marx y deberá ser combatido con mucha inteligencia y mucha militancia en el marco de la batalla de ideas. La lucha contra la ideología dominante y los oligopolios mediáticos tendrá también que librarse en la Internet.
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