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Edición 233
Escrito por ARIEL RUIZ MONDRAGÓN   
Viernes, 30 de Abril de 2010 16:33

La hipocresía estructural de

la Iglesia católica.

 

ARIEL RUIZ MONDRAGÓN

 

 

legionarios de cristo

Tras la pérdida de muchos de sus privilegios desde el siglo XIX, limitada por la Constitución de 1917, la Iglesia católica ha mantenido su acoso sobre el Estado laico para minarlo y recuperar terreno en la vida social y política de nuestro país. Para lograrlo, ha recurrido incluso a la manipulación de la historia, como ocurre en el caso de la beatificación los “mártires guerreros”, lo que ha sido utilizado para obtener beneficios simbólicos que busca traducir en políticos. Si por una parte la Iglesia ha querido destacar a sus mártires aun recurriendo a la falsificación histórica, también ha querido ocultar las faltas de personajes infames. De esa forma intentó silenciar las denuncias de las actividades pederastas del fundador de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel, para lo cual activó mecanismos que procuraran el la sombra y el olvido ante tales hechos. Sobre ambos aspectos trata el libro de Fernando M. González, La Iglesia del silencio. De mártires y pederastas (México, Tusquets, 2009), sobre el que hace algunos meses sostuvimos una conversación con el autor, en la que se trataron diversos aspectos de lo que el autor llama “esquizofrenia” e “hipocresía estructural de la Iglesia”. González es doctor en Sociología de las Instituciones por la Universidad de París, investigador titular del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM y miembro del Sistema Nacional de Investigadores.

Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué escribir y publicar un libro como el suyo? Usted ha trabajado desde hace tiempo los dos temas del libro, la guerra cristera y la pederastia del padre Marcial Maciel.

Fernando M. González (FG): Las razones son muy fáciles de responder. Yo ya había trabajado la guerra cristera en las pugnas entre organizaciones católicas, y la manera como el Episcopado había intervenido tanto en el alzamiento como en su continuación y en los arreglos que le dieron fin. Lo que no había trabajado es lo que llamo “los mártires guerreros”: no habían sido beatificados Anacleto González Flores y una serie de personajes que aceptaron la lucha armada directamente, ni tampoco lo del padre Migue Agustín Pro, quien es el único de la primera generación que había sido beatificado en septiembre de 1988, tres meses antes de la entrada de Carlos Salinas de Gortari como presidente. En ambos casos me pareció interesante dar cuenta de la historia de cómo la historia de un suceso que fue en 1926-1929, se sigue utilizando en la actualidad, en lo que la historia del tiempo presente llama “esos pasados que no terminan de pasar” y que se van resimbolizando. Esa es la razón para escribir la primera parte del libro.

La segunda parte tiene que ver con Marcial Maciel. Me interesaba saber qué tipo de mecanismos institucionales habían utilizado los Legionarios de Cristo para procurar beatificarlo, porque si una congregación religiosa no tiene beatificado a su fundador, pasa a ser una congregación de segunda clase. Hay una especie de bolsa de valores simbólica entre los grupos religiosos, y en ella es importantísimo que el fundador sea beatificado.

Lo que pasó es que Maciel, poco antes de morir, fue explicitado en su impostura; apareció toda la parte de su pederastia, su toxicomanía y sus manipulaciones. Le tocó asistir a la debacle de su imagen. Él, que la cultivó tanto, de pronto apareció a cielo abierto; pero aún así los legionarios siempre estuvieron negando aquello, para lo que afirmaron que era una especie de martirio moral.

Sin embargo, de pronto apareció la doble vida de Marcial Maciel -que no la triple, que es la de pederasta y toxicómano-, y los legionarios, que lo defendieron desde 1948 hasta el 2 de febrero de 2009 bajo la afirmación de que cualquier crítica a él y a la Legión era un complot, de pronto se tuvieron que acusar, y lo tuvieron que hacer de una manera muy específica, porque apareció un fruto contundente, con DNA en la mano -su hija-, y ya no lo pudieron negar.

Los legionarios tuvieron que hacer un corte, y siguieron con la estrategia de que “esto sucedió afuera de la institución, y nos acabamos de enterar. Es muy fácil: lo cortamos como un fruto podrido, lo borramos, y quedamos intocados una vez más.” Entonces, lo que me interesaba era analizar los mecanismos institucionales de la Iglesia católica en relación con la sexualidad de su personal, y sobre todo con la pederastia. ¿Qué tipo de mecanismos usan para tratar de transfigurarla, desviarla, silenciarla? El ejemplo de Maciel es paradigmático, porque abarca desde la cúpula hasta la base, y puede mostrar todas las relaciones que hay en un caso de pederastia.

AR: El caso duró mucho; usted menciona un caso de los años cuarenta del siglo XX.

FMG: De 1944 es el primer caso que yo tengo constatado, el que está en los archivos secretos vaticanos. En 201 documentos a los que tuve acceso se encuentran diferentes tipos de denuncias hechas desde 1948, y que llegan hasta 2004. Entonces, es una historia de larga data, pero que se hizo visible a partir de 1997. Como digo en la introducción, no hay que confundir la aparición de un suceso con su realidad. Yo llegué a recoger los frutos de otros. Tuve una suerte extraordinaria porque a los dos años de estar buscando documentos para mi investigación, de pronto y sin que yo lo haya pedido porque ni siquiera me parecía pensable, un grupo de sacerdotes me ofreció el Archivo Secreto Vaticano. Me dijeron: “Sabemos que estás trabajando en esto; hemos leído algunos de tus textos, sabemos cómo trabajas. Te hacemos confianza: tenemos el Archivo Secreto Vaticano. No nos preguntes cómo, nunca lo vas a averiguar. Te damos acceso, y trabájalo como tú quieras.”

Los documentos de ese archivo están abiertos hasta 1940, y después están cerrados, salvo excepciones. A mí me ofrecieron un archivo de 201 documentos que van de 1944 a 2004. Lo hicieron por pura confianza, porque esta gente, muy ética y problematizada, me dijo: “Esto es una ignominia para nuestra Iglesia; lo que ha pasado se ha silenciado y manipulado. Tú estás en la UNAM, eres laico, y puedes ser libre de investigar sin que nadie te ande fiscalizando.” Nunca me fiscalizaron ni me pidieron cuentas. Luego me cayeron otros dos archivos: el de Flora Barragán, una de las primeras mecenas de la Legión, cuya hija estaba furiosa con los legionarios por el abuso que habían hecho de su madre, de los dineros que le habían pedido y por cómo la habían tratado. También el archivo de Luis Ferreira Correa, que había sido vicario general de la Legión en 1956-1957, quien sustituyó a Maciel cuando lo suspendieron por primera vez; su sobrino se lo dio al doctor José Barba, quien me lo proporcionó

Entonces, me cayeron tres archivos inéditos sin haberlos esperado. Me hicieron confianza, y nunca tuve ni amenazas ni nada. Cuando Tusquets recibió el manuscrito del libro, me dijo: “Ya lo consultamos con abogados, porque los legionarios pueden meter una demanda, y estamos dispuestos a jugárnosla con usted.” Lo publicamos, y los legionarios jamás me presionaron ni me amenazaron. Ellos saben que yo tengo datos contundentes, que estoy citando cosas totalmente auténticas, y que si me atacan yo puedo sacar los documentos y publicarlos completos. Me imagino que lo pensaron, que cuando se dieron cuenta ya era demasiado tarde porque ya estaba publicado el libro. Por otro lado, en la primera parte del libro hay cartas inéditas, de acervos como, por ejemplo, los archivos del Centro de Estudios sobre la Universidad, que se pueden consultar sin ningún problema. Pero los archivos jesuitas no son así; pero hubo un jesuita que me ofreció documentos -10 cartas internas a la Compañía de Jesús en tiempos de La Cristiada- y quien me dijo: “aquí están, trabájalos como tú quieras”, y tampoco me fiscalizó. Curiosamente, otro jesuita, que ya murió y al que yo estimaba muchísimo, el padre Luis Sánchez Villaseñor, me tradujo del latín dos cartas, porque la exactitud en las frases es importantísima.

La Iglesia y las congregaciones religiosas son muy complejas, nunca son unívocas ni homogéneas, y el texto lo muestra. Durante La Cristiada, la misma Compañía de Jesús tuvo, como mínimo, cuatro posiciones muy divergentes; de ello se diferencia la Legión, que hasta el 15 de febrero de 2009 mostraba una sola cara, pero ahora ya muestra fisuras por todo lo que ha pasado. Yo trato de rendirle tributo a la complejidad de una institución para no volverla unívoca.

 

legionarios

AR: Su libro, a mi parecer, está dedicado a desarmar falsificaciones y manipulaciones -aunque usted prefiere llamarlas “suplantaciones y transfiguraciones históricas”-, especialmente en la parte dedicada al movimiento cristero. ¿Cuáles son los beneficios políticos que ha obtenido la Iglesia de ello, por ejemplo, de las tres oleadas de beatificaciones?

FG: Antes de que llegaran las beatificaciones, manejaba una especie de espada de Damocles virtual e imaginaria, por la que siempre afirmaba que en la medida en que la guerra cristera no cambió las leyes por las que se levantó el movimiento -porque los propios obispos hicieron arreglos cupulares y dejaron colgados a los alzados a riesgo de su vida, y vaya que lo fue porque después asesinaron a mil 500 como mínimo, como señala Jean Meyer-, el gobierno la seguía persiguiendo porque aquellas normas, que rigen desde 1917, las podía aplicar en cualquier momento. Fue Lázaro Cárdenas quien, en 1938, dejó que las iglesias predicaran el apoyo a la expropiación petrolera y que la gente católica diera joyas y dinero para apoyar esa medida, con lo que les dio una salida muy honorable. Propiamente, a partir de ese momento la Iglesia católica ya no fue perseguida. Puede haber por allí alguna anécdota de algún presidente municipal, pero sólo es un espantajo. Pero su discurso de perseguida le sirvió hasta 1992, lo que le traía un beneficio simbólico: una Iglesia supuestamente en las catacumbas, lo que en realidad no era.

Pero en 1992 Salinas reconoció jurídicamente a las iglesias, por lo que la católica ya no tiene el pretexto de la persecución, por lo que dispara las máquinas para beatificar a personajes de la guerra cristera. Fue como si dijera: “Ya no nos persiguen oficialmente, eso ya no lo podemos utilizar; entonces, recordemos cuando sí nos perseguían y el mal gobierno nos atacaba.” Ya desde antes los priístas permitieron ceremonias, la primera de las cuales es la de Miguel Pro en septiembre de 1988, en la que ese padre es presentado como la quintaesencia de lo que es la impunidad presidencial: acusados de estar en el atentado fallido contra Obregón en 1927, él y su hermano fueron mandados a fusilar sin previo juicio por Plutarco Elías Calles, Presidente de la República.

Beatificar a Pro en 1988 era una provocación, pero no tuvo mayor repercusión, con lo cual se pudo medir y calibrar que el efecto de la guerra cristera y del crispamiento entre la Iglesia y el Estado mexicano ya había disminuido mucho. Entonces, Pro es como la punta de lanza de los “mártires cristeros”.

Lo que yo trato de señalar en el libro es que así como aparece en el momento de ser fusilado, totalmente inerme ante las balas, situación que es producto de la impunidad presidencial, a Pro se le deja la sangre, pero, por otro lado, se le borra la pólvora. Él apoyó moralmente la lucha armada; sus hermanos Humberto y Roberto repartían armas y parque a los cristeros. El primero fue encargado de la Liga Nacional de la Defensa Religiosa, la que se supone que coordinaba la lucha armada en el Distrito Federal. Miguel estuvo orgullosísimo de sus dos hermanos, de que apoyaran la lucha armada, y dijo: “Yo soy sacerdote y no puedo ir al campo de batalla, pero los apoyo moralmente.” Toda esta parte queda borrada.

AR: Como también es el caso de Anacleto González Flores.

FG: Ese es un caso que va todavía más allá, porque fue un laico, y ahora quiere darse la idea de que resistió la lucha armada. Pero perteneció a cuatro organizaciones con diferente estatuto, y, en un momento dado, aceptó la lucha armada. Nunca disparó un tiro porque andaba a salto de mata, escondido, y, por estar oculto en la casa de los González Vargas, provocó, con su actitud, que maten a dos miembros de esa familia. Es una responsabilidad de Anacleto por no haberse ido a la montaña. En su último artículo, un día antes de los hechos, dijo: “Benditos los que, con las armas en la mano, defienden la Iglesia de Dios”. Fue el líder civil de Jalisco; a su muerte, su lugarteniente, Gómez Loza, fue gobernador civil de ese estado, y casi de entrada le tocó fusilar a 17 gentes del Ejército federal.

Lo increíble es que en la fórmula de su beatificación usaron la misma que para la segunda generación de 20 sacerdotes y 3 laicos, que es: fueron heraldos de paz, quienes estuvieron en medio de una lucha armada entre mexicanos que quién sabe por qué se pelearon unos contra otros. Es la versión más oficial de la Iglesia jerárquica para borrar las huellas del pasado, de su propia participación y responsabilidad. Lo anterior es sorprendente, ya que los miembros de la generación de Anacleto aceptaron la lucha armada, que otros mataran por ellos e hicieran el trabajo sucio, y, sin embargo, les borran otra vez la pólvora y los dejan totalmente ensangrentados e inermes como mártires. Es una de las operaciones más escandalosas de sustracción histórica, de falta de probidad histórica y ética.

Esto lo siguen haciendo. Es un pasado que no termina de pasar, que se resignifica, y que es tomado también por el Partido Acción Nacional (PAN), o por una parte de él. Por eso, cuando se realizó el Sexto Congreso Internacional de las Familias, Felipe Calderón, con los legionarios allí presentes, dijo: “Bienvenidos a la tierra de María de Guadalupe, de San Felipe de Jesús y de los mártires cristeros”. Esto es el PAN y los usos simbólicos de La Cristiada. Dado que ese partido no está insertado en el tejido simbólico de la nación de una manera contundente porque el PRI y el PRD tienen acaparados a los héroes de la patria, no tiene para dónde hacerse. Entonces, tiene que recurrir a los mártires y a la Virgen de Guadalupe. Esos usos simbólicos de los mártires muestran cómo se va resignificando la memoria.

AR: Usted menciona ahora el caso de Calderón, pero en el libro están mencionados los de Emilio González Márquez, por el PRI Luis Echeverría y José López Portillo y su trato con los Papas, o el de Andrés Manuel López Obrador y su donación para la Plaza Mariana.

FG: Es el uso político de los signos religiosos por parte del PRI, del PAN y del PRD. Se tiene la creencia de que todo empezó con Vicente Fox; yo digo que no, sino que empezó antes de Ernesto Zedillo. Señalo el caso de San Luis Río Colorado, aproximadamente en 1991, cuando en la campaña de Manlio Fabio Beltrones para gobernador se usaron calendarios del Sagrado Corazón y de La última cena. Después esos mismos calendarios se usaron para apoyar la candidatura priista a la presidencia municipal de Ocotlán, Jalisco. Al que los hizo lo entrevisté, y me dijo: “Fueron muy exitosos mis calendarios católicos para apoyar a Manlio en San Luis Río Colorado”. Entonces, son los priistas los que inauguran estos usos, el PAN los continúa y el PRD no se queda atrás. Es lo que trato de decir: no crean que todo empezó con los panistas, ni se va a terminar con ellos.

Cuando los panistas llegaron al poder, esa parte la vieron como una hipocresía. Dijeron: “Hay que ser abiertos, y que las convicciones religiosas se manifiesten públicamente.” Pero, como bien lo decía Adolfo Christlieb Ibarrola, quien fue presidente del PAN, “cada vez que comprometemos las convicciones religiosas en la política, perdemos pisada, porque la política siempre es de coyunturas, es muy fluctuante, y las convicciones religiosas trascienden las coyunturas. No debemos usar lo religioso en la política; hay que saber que la política está secularizada, que hay diferentes posiciones e, incluso, que los católicos no son homogéneos, y que hay quienes van a votar por un partido o por otro; no tienen que votar por una misma línea, porque sería un engaño.”

Esto de la secularización de la política, que tenía muy claro Christlieb, estos panistas de última hora, como Abascal, Fox y otros, no lo entienden. Entremezclan, so pretexto de que hay que ser auténticos, como si de las convicciones religiosas se pudieran deducir de manera automática las actuaciones políticas. Cuando por sus convicciones privadas Emilio González Márquez decide que porque es católico hay que pedir perdón, a nombre de los ciudadanos de Jalisco, por el asesinato de Anacleto, confunde ciudadano con católico y católico con una condición homogénea. Claro que le hicieron pagar caro esto, pero hay una confusión flagrante. De alguna manera ellos reciben el impacto, pero el grueso del Episcopado no lo ha recibido hasta la fecha, y sigue siendo prepotente, soberbio y carente de autocrítica.

AR: Al final del libro, en uno de los anexos, José Barba Martín hace una cita de Juan Pablo II, que dice: “¿Cómo puede uno permanecer callado acerca de las mucha formas de violencia perpetradas en nombre de la fe y otra formas de violaciones de los derechos humanos?” ¿Cómo concordar esa declaración con el caso Maciel?

FG: ¿Y cómo ha sido posible que ese Papa lo haya apoyado hasta las últimas consecuencias?

AR: Él, Ratzinger y, si no mal recuerdo, hay alguna referencia a Norberto Rivera.

FG: Son inconciliables, pero la Iglesia vive permanentemente disociada: puede emitir el discurso que sea, mientras lo disocie de su práctica, y mientras ésta quede lo más silenciada posible. Hay una hipocresía institucional estructural. Lo que uno intenta trabajar no es si son dos o tres los casos de pederastia, sino cómo se pone a funcionar toda una institución para librar la cara de estos pederastas y la imagen de la Iglesia sin importarle los laicos y los futuros abusados. Para las congregaciones religiosas católicas, evidentemente que todo se concentra en la Legión de Cristo, y eso es muy importante, porque también otras de aquellas tienen su pederasta de cabecera, sus homosexuales, sus heterosexuales con sus mujeres en el closet. Entonces, como todos los focos están puestos en la Legión, a las demás congregaciones les viene muy bien. Pero hay una especie de omertá entre ellas: yo no te denuncio, tú no me denuncias, y así nos la vamos llevando. Es una hipocresía estructural institucional, en eso hay una coincidencia entre todas las instancias de la Iglesia: “guardemos el máximo de silencio, so pretexto de no escandalizar a nuestros siempre ingenuos, débiles y frágiles fieles.” Pero en realidad es: “protejámonos nosotros la cara, protejamos la cara de la institución por encima de las personas.”

AR: Es la Iglesia del silencio.

FG: Sí, claro; debería llamarse “Los diferentes silencios de la Iglesia”, o “Algunos silencios de la Iglesia


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