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Parados en la Puerta
del infierno
Marcelo Fabián Monges
La humanidad ausente de su propio destino. Un altar anticipado espera las cenizas de nuestra especie del otro lado del mundo. Un rumor sordo de muerte en masa transita estos días los distintos periódicos e informativos del mundo, acompañado del rugir de los motores de los cohetes de largo alcance capaces de transportar bombas atómicas en racimos.
El informe de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) sobre el programa atómico iraní afirma, (según esta agencia de la ONU), que Irán ha realizado pruebas que demuestran la intención de desarrollar una bomba atómica. Israel, que apuesta a que el destino ineludible de dicho desarrollo nuclear sería su propio territorio, de manera inexorable, amenaza. Conciente del afecto irrestricto de sus vecinos. Irreconciliables eternos. El Presidente de Israel Shimón Pérez, Premio Nóbel de la Paz (sic), anuncia que “un ataque a Irán es cada vez más verosímil”.
Agencia Internacional de Energía Atómica.
Irán jura que si Israel ataca sus establecimientos nucleares, será el fin de Israel. La prensa Israelí asegura que dentro de su gobierno, el primer ministro, Benjamín Netanyahu, y el ministro de Defensa, Ehud Barak, estudian seriamente la posibilidad de un ataque “preventivo”, atómico, a Irán. Mientras, la humanidad mira absorta, sin decir una sola palabra, cómo puede la estupidez humana terminar con su propio destino.
Hablan y se informa a diario sobre la posibilidad del lanzamiento de bombas nucleares como si hablaran de tirarse tomates o manzanas. La demencia en su máxima expresión. Los actos sin conciencia como si fueran grandes decisiones de los líderes mundiales.
El ser humano ha desarrollado con estos artefactos un poder que ni siquiera Satanás tiene para quienes en el Diablo mismo decidan creer.
El problema de los fanáticos y de la disputa por los intereses es que en medio de esto está la humanidad entera, a la que pueden arrastrar a su propio cadalso.
En medio de este fragor por la muerte que parecen tener los dueños del mundo, o quienes sienten serlo, sería bueno reflotar un proyecto absolutamente loable e indiscutible desde la razón que presentó México ya hace un tiempo a la Corte Penal Internacional, para que se declare a cualquier ataque atómico como “crimen de lesa humanidad.”
Shimon Peres.
Si un ataque atómico no ofende a toda la humanidad, ¿qué podría ofender a la especie toda? Si matar doscientas mil personas en menos de cinco minutos no ofende a toda la humanidad, es que la humanidad, con el sentido que le damos, con lo que implica su conciencia, no existe.
Cuando Claude Eatherly, uno de los pilotos que dejaron caer una de las bombas sobre Hiroshima, aterrizó, secamente le dijeron: “Mataste 200 mil personas en cinco minutos”.
Hoy, a 66 años de Hiroshima y Nagasaki, las bombas atómicas han multiplicado su poder cientos de veces y las poblaciones que pudieran ser los blancos directos son mucho más pobladas que entonces.
Los efectos de la radiación ya han mostrado sobradamente sus alcances devastadores a miles de kilómetros del lugar donde pudiera tener como blanco una explosión atómica o un accidente nuclear. Fukushima y Chernobil son muestras muy concretas para cualquiera que pudiera estar bien informado.
Sin embargo, frente a esto, en una actitud que va en contra del sentido más elemental de la propia supervivencia, la inmensa mayoría de la humanidad, lo que significa decir poco más de siete mil millones de personas sobre la tierra, mira sin hacer nada, ni decir una sola palabra.
En este marco, el proyecto mexicano, que no ha tenido la difusión que se merece, y al que se opondrán sin duda quienes ostentan el monopolio de la muerte en masa, merece el apoyo decidido e inmediato de cada habitante de la tierra.
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