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Edición 281

EDITORIAL

La tragedia de Cherán


CUALQUIERA MEDIANAMENTE informado sabe que, al ponerse en marcha la militarizada Operación Cóndor en los estados de Sinaloa, Durango y Chihuahua, a finales del sexenio de Echeverría, los principales jefes del narco hallaron refugio en Jalisco y Colima.

 

Edotorial Voces del Periodista

 

SABE TAMBIEN, ese medianamente informado, que la presencia de esos narcojefes ha sido factor de enervamiento del conflicto entre los gobernadores de Jalisco y Colima en pugnas limítrofes -cuyo cuadrante de gravedad se localiza en el hinterland del puerto de Manzanillo-,  que se han ventilado, sin resolverse, en la Suprema Corte de Justicia de la Nación y el Senado de la República.

Si de saber se trata, se sabe que, entre las décadas de los setenta-ochenta del siglo pasado, operarios del Cártel de Sinaloa planearon el corredor Manzanillo-Tecomán-Meseta Purépecha para transportar droga procedente de Colombia desde la costa del Pacífico colimense, cruzando el estado de Michoacán hacia el noreste de México, a fin de acceder al mercado de consumo estadunidense por  región sureste de la Unión Americana.

Si se conoce esa carta de navegación del narco, en la que fue integrado el puerto michoacano de Lázaro Cárdenas, se conoce asimismo que, como apéndices de los cárteles más poderosos, empezaron a operar nuevas facciones beligerantes entre las que ha destacado La Familia de Michoacán, de la que se desprendió la secta de Los Caballeros Templarios ahora ambas en guerra a muerte.

Si cualquiera estaba al tanto del desarrollo de ese fenómeno criminal, ¿el único que lo ignoraba era el comandante supremo de las Fuerzas Armadas cuando el 11 de diciembre de 2006 declaró en Michoacán, su patria chica, la guerra contra las bandas del narcotráfico, y hace tres años la crispó aún más asestando el michoacanazo? Quién sabe. Después de todo, algún dirigente de la Coparmex llegó a exclamar que el Presidente se lanzó como el borras a esa macabra aventura.

Sirva ese marco de referencia para establecer que los jefes territoriales del narco en Michoacán -que llegaron a atacar Morelia a granadazos- han tomado como rehenes a autoridades y habitantes de los principales municipios michoacanos, particularmente algunos  de la Meseta Purépecha en la que, so capa de la defensa de los recursos madereros con los que subsisten las comunidades indígenas, se practican acciones de exterminio del contrario para hacerse del control de las actividades del narco. Apenas arrancó la primavera e inició su gestión un nuevo gobierno estatal (según la hermana del Presidente impuesto por los narcotraficantes), las ejecuciones masivas -algunas atribuidas a Nueva Generación, que tiene su cuartel en Guadalajara- se han multiplicado. Como ocurre en la mártir y supuestamente pacificada Ciudad Juárez, Chihuahua.

El caso del municipio de Cherán es representativo de esa barbarie, porque ahí concurre el hecho de que recientemente sus pobladores rechazaron elecciones constitucionales y optaron designar a su gobierno por el método de usos y costumbres. Casualmente, en ese municipio y sus inmediaciones de puede contar el mayor número de víctimas de las últimas semanas.

Obviamente, al michoacano comandante de las Fuerzas Armadas, la tragedia de sus paisanos parece tenerlo sin cuidado.



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