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Ediciòn 293

El escenario de Peña Nieto

CARLOS RAMÍREZ HERNÁNDEZ


CUANDO LOS POLÍTICOS REVOLUCIONARIOS fijaron el espacio de cinco meses entre las elecciones presidenciales y la toma de posesión, nunca se imaginaron que el país viviera una polarización como la actual.


Peña

ENTRE PROTESTAS poselectorales y un interregno marcado por el vacío de poder, el presidente electo Enrique Peña Nieto aparece acotado por la inestabilidad política.

El tema más candente del relevo sexenal se localiza en la violencia del crimen organizado. Y no se trata de la falta de control político sino del proceso natural de desgaste del poder: El gobierno de Calderón carece de fuerza política por la existencia de un relevo y Peña Nieto aún no toma los hilos del poder.

Las semanas que faltan para la entrega del poder presidencial deberían ser llenadas por acciones políticas de fondo: El corte de caja del gobierno de Calderón para fijar las coordenadas del problema de la inseguridad y el crimen organizado y el diagnóstico del equipo de Peña Nieto sobre el expediente de los cárteles.

Ciertamente que Peña Nieto ha sido muy cuidadoso en no adelantar vísperas, pero necesita desde ya enviar algunos mensajes a la sociedad sobre su política de seguridad pública.

Los tres principales temas del fin del sexenio de Calderón y el inicio del sexenio de Peña Nieto aparecen con todas sus contradicciones: la inseguridad pública y la articulación política y social de los cárteles del narcotráfico, el empleo y las reformas necesarias que tendrán que enfrentar compromisos sociales del PRI y la urgencia de encontrar un pacto político para la consolidación de la transición democrática junto con las reformas que redefinan el régimen.

Sin embargo, la clase política y la crítica se han enfrascado en debates que no profundizan el momento histórico ni exploran los cambios necesarios. Lo de menos es cuestionar los márgenes de maniobra del sistema político actual, cuando en realidad el país necesita explorar opciones. Es más que lamentable la pobreza política de los tres principales partidos -PAN, PRD, PRI- en cuanto a debatir el corto plazo, sobre todo porque no existen ideas sino espacios de poder y márgenes de inmovilidad. El problema ya no radica en intentar una explicación del regreso del PRI, sino que lo fundamental es plantear la agenda de la gobernabilidad nacional el próximo sexenio.

Las agendas de riesgo político han tenido que incluir esas limitaciones políticas de los actores. De ahí que toda evaluación de las expectativas del país deba de pasar primero por la realización de diagnósticos del momento político mexicano para después definir las opciones. Y ahí la parte fundamental, paradójicamente, no estará en los enfoques limitativos o amplios del PRI, sino en el papel que debe jugar la oposición para abrir nuevas expectativas.

Cuando recibió la solicitud de registro legal del Partido Comunista Mexicano en 1978, el secretario de Gobernación, Jesús Reyes Heroles, dijo una frase un poco olvidada: La responsabilidad de la derechización de un régimen es de la izquierda porque no supo hacer los contrapesos.

De ahí que lo que haga o pueda hacer el PRI será responsabilidad del PAN y del PRD: Si rumian sus rencores, el país perderá; si buscan un nuevo acuerdo político, el país podría encontrar algunas salidas de su complicado laberinto. Pero se ve un PAN desorientado y un PRD fracturado, las dos coordenadas del México que nadie quiere pero que se mira inevitable.



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