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Edición 305

Divorcio Express
 TEO LUNA

 

LA GRAN DIFERENCIA entre el matrimonio y el divorcio, es que el divorcio es para toda la vida, el matrimonio no. Si hay algo difícil en esta vida sin duda alguna, es llevar la fiesta en paz con tu pareja, y de repente te das cuenta de matrimonios que cumplen 30, 40 o 50 años de estar juntos, celebrando un aniversario tras de otro y surge la pregunta, ¿cómo le habrán hecho para soportar tantas emociones en tantísimo tiempo?  


Ahora, cuando voy a una escuela, les pido que levanten la mano los alumnos hijos de padres divorciados y el número es sorprendente, como sorprende cuando les pido que levanten la mano quienes viven o están cercas de un alcohólico, de un drogadicto, y prácticamente todo el salón levanta de manera afirmativa el brazo y la mano. El caso es muy simple: alcohol, divorcios, hogares disfuncionales, violencia doméstica y otras tragedias para los niños por desgracia van de la mano y los niños repiten los patrones de conducta de sus padres. Sus relaciones de pareja, serán enfermas, destructivas, disparejas. 

Los que tienen mamitis 

Muchos hombres inmaduros, endebles emocionales, infantiles, no quieren desprenderse de la teta materna. Se casan pensando en que su esposa va a ser igual a su mamá en muchos sentidos, que va a cocinar igual de rico; piensan que las camisas y pantalones estarán perfectamente planchados como lo hizo mamá toda la vida, que todas las cosas estén en orden, el baño limpio, la despensa ordenada, la recámara dignamente limpia, tal y como lo hacía mamá cuando era soltero. Mentalmente incluso lo reclaman. Expresan: Mí mamá lo hacía así. ¿Por qué no lo haces como mi mamá?

Claro  que cuando hay un pleito fuerte en la pareja, el chabelote de 50 años se enoja y muy indignado sale de su casa. ¿A dónde crees que se va? Pues a casa de su mamá y su mamá lo recibe con los brazos abiertos, pensando siempre en lo el hijo le dice de la lagartona de su esposa. Hay pobre de ti hijo mío, no mereces que te traten tan mal. Y ahí, el bebé eterno, el inmaduro se siente seguro, protegido, pero sin duda, fracasado en su relación de pareja, porque al final lo mandan a freír espárragos. 

Los pleitos, ni ganados son buenos 

La inmadurez es causal de divorcio: ambos cometen serios errores al platicar sus problemas a sus padres. Por ello, la suegra es una metiche, se resiente con la pareja de su hija, de su hijo. Ellos involucran a sus familiares, todos se meten en lo que no les importa, opinan, norman criterios y el pleito se hace más grande y como sucede en las relaciones enfermas, éstas se contentan, pero lo difícil es contentar a los demás. Por otro lado, la información que dejan da una pésima imagen de su pareja y la familia se mete tanto en la vida de sus seres queridos que tarde que temprano el hilo se revienta por lo más delgado; el matrimonio truena. 

En pareja se viven momentos difíciles que deben de ser resueltos en pareja y no por las mamás de cada uno; no por hermanos o amigos, quienes en la mayoría de los casos emiten recomendaciones vagas. Divórciate. Mándalo al demonio. No te dejes. Sácale hasta la última gota de dinero. Hazle la vida de cuadritos. 

Tropezón, tras tropezón, avisos de caída son

Lo que mal empieza, mal acaba. Un noviazgo con pésima relación, con relación enferma, manipulación, control, extorsión emocional, lenguaje vulgar, agresivo, grosero, insultos, humillaciones, mentiras, hipocresías, diferencias, rivalidades, falta de empatía, pésima comunicación y con todo esto, aún se atreven a casarse, se casan y a la primera de cambios se divorcian, con la mala de que trajeron al mundo dos o tres criaturas inocentes que habrán de sufrir las consecuencias de la inmadurez de sus padres, víctimas de la codependencia y de la enfermedad de los adultos. 

A esos niños los usan como carne de cañón, como un vehículo de comunicación donde los divorciados destilan sus venenos, agreden con sus comentarios y sutilezas, maltratan sicológicamente a sus hijos para curar sus resentimientos y se hacen mucho daño usando la inocencia de los niños y ese es un grave error adicional al fracaso matrimonial donde cada quien lleva agua para su molino, cada quien platica de cómo le fue en el baile según él o ella. Después, los niños se hacen mariguanos, alcohólicos, adictos, bulímicos, anoréxicos, maniacodepresivos y claro, ellos, los fracasados padres irresponsables, se lavan las manos. 

Faltarse al respeto, insultarse, imitar la manera de hablar de otro, ridiculizar, burlarse, la mala comunicación, ofenderse, agredirse con el lenguaje, con actitudes controladoras, con actitudes infantiles, caer en la rutina, abandonarse como pareja, dejar de conquistar, de comunicarse, de convivir, de compartir, convertirse en un adicta al Facebook, dedicarle más tiempo al chat que a la pareja, dejar de luchar, ser hipócrita, machista, egocéntrico, manipulador, controlador, vivir sufriendo los estragos del alcoholismo y la drogadicción, mentir,  ser infiel, justificar fallas, encontrar pretexto para todo, no hacer el amor con una frecuencia razonable. 

El príncipe que se convirtió en sapo

En el proceso de enamoramiento la hipocresía andando: Mientes con singular alegría, dices sí, cuando en verdad quieres decir no; te da por saturarla de detalles, de escribirle cartitas, de llevarle todos los días un detalle, una flor, un peluche, un perfume, invitarla al cine, a salir, en esa etapa, el príncipe azul aparece, pero no es más que un verdadero engaño, ese ser caballeroso que le abre la puerta al subir o bajar del carro, que le ayuda jalando la silla para que se siente, que le da un beso a cada momento, que es ocurrente, simpático, creativo, imaginativo, que se desvive por complacerla y de repente ¡puff! La magia se reinvierte, el príncipe se convirtió en sapo. Ese sapo que ya no quiere hablar ni un segundo por teléfono, cuando antes podía durar hasta tres horas colgado del teléfono hablando con su reina. Ese sapo barbaján, grosero el de las frases tradicionales de macho mexicano. Tú cállate. Tú no sabes. A ti que te importa. Vieja metiche. Me vale madres. Me tienes harto. Ese sapo, borracho, que es capaz de ponerla en ridículo, de humillarla por sus celos y tiene actitudes estúpidas, por demás infantiles. Yo fui ese príncipe que se convirtió en sapo… 

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