ESTADO POLICIAL PARANOICO MUNDIAL
La agonía del
Leviatán RAÚL PRADA ALCOREZA*
¿QUÉ ES LO QUE ESTÁ EN CUESTIÓN? La democracia, las generaciones de derechos
conquistados. La democracia nunca fue compatible con el dominio de las
burguesías, como algún discurso político quiere hacer creer, el discurso de la
legitimación liberal.
Al contrario, se tuvieron que arrancarle al dominio de la
burguesía los derechos, conquistados por luchas sociales. Las constituciones
democráticas plasmaron estos derechos o parte de ellos, sobre todo recogiendo
las primeras generaciones de derechos, los derechos fundamentales, civiles y
políticos.
Sin
embargo, las leyes, particularmente la aplicación de las leyes, se encargaban
de disminuir el alcance de los derechos. La defensa de los derechos
conquistados fue una tarea constante de los movimientos sociales antisistema;
pero, también de las instituciones encargadas de garantizar su cumplimiento;
salieron a la palestra en defensa de los derechos.
A
estas alturas, de la historia política y constitucional, se puede hablar de dos
siglos de consolidación y ampliación de derechos, reconocidos por convenios
internacionales y por organismos mundiales, además de ser reconocidos por los
sistemas jurídicos de muchos estados. Sin embargo, los sistemas de derechos no
dejaron de ser un estorbo para gobiernos interesados en hacer efectiva las
dominaciones de las burguesías, dominaciones plasmadas en “estructuras” de
poder y en las maquinarias estatales.
En
periodos de crisis, los gobiernos tienen la gran tentación de recurrir al
Estado de excepción, donde se suspenden derechos. Esto ha ocurrido en casos de
guerra, en casos de rebeliones e insurrecciones; los gobiernos de facto
implantaban de hecho el Estado de excepción. Ciertos estados en transición,
estados tomados por “revoluciones”, conformaron periodos largos de formas
institucionales absorbentes, de lo que no podía ser otra cosa que un Estado de
excepción prolongado.
Después
del 11 de septiembre de 2001, se construye una forma descomunal de Estado de
excepción, caracterizado, delirantemente, como guerra infinita contra el
terrorismo. Desde entonces han pasado trece años; se sabe que no solo está en
marcha esta guerra infinita, sino que se tiene armado un mapa de dispositivos
de control y prevención, que cumplen esta tarea a nivel mundial, la tarea sucia
de la guerra infinita contra el terrorismo.
Edward
Joseph Snowden ha puesto en evidencia uno de estos proyectos, llamado PRISM,
que vulnera derechos civiles y políticos de los ciudadanos, así como la
soberanía de los estados. Ciertamente no es el único proyecto, pues se trata de
todo un sistema complejo de control; por otra parte, Estados Unidos de Norte
América no es el único país donde se efectúa el espionaje masivo a sus
ciudadanos, así como a los ciudadanos de otros países.
Con
menor alcance de lo que se propone el diseño descomunal del PRISM, los
gobiernos de los estados practican esta violación de privacidades y de
vulneración de libertades; práctica secreta, empero, conocida por los
ciudadanos que la sufren. Entonces el PRISM no es un proyecto aislado, forma
parte de todo un desplazamiento de las “estructuras” y relaciones de poder, que
se encaminan no sólo a consolidar el diagrama de control, sino construir un
complejo sistema de poder que integre todos los diagramas de poder inventados;
el diagrama del castigo, acompañado proliferantemente por la expansión y la
actualización perversa de la tortura, cada vez más recurrente; el diagrama de
la vigilancia, la arquitectura de la cárcel; el diagrama disciplinario, la
modulación del cuerpo atendiendo a una anatomía diferenciada en partes
dinámicas especializadas, diagrama que contó con los dispositivos
institucionales modernos para su efectuación múltiple; el diagrama del control,
que conecta varios mecanismos, relativos a la simulación, a la comunicación
masiva, al control del público, a la flexibilización de las tecnologías
disciplinarias, compensadas con el manejo y administración de las velocidades
de los flujos de la movilidad social y espacial.
Estos
diagramas de poder afectan a los cuerpos, a los territorios, a las poblaciones;
se constituyen en maquinarias abstractas y agenciamientos concretos del bio-poder,
que ya interviene en las dimensiones infinitesimales del cuerpo, en los
imaginarios, en la genética y en el cúmulo de facultades inherentes.
También
han respondido con guerras policiales, preventivas y de castigo. La paranoia
les ha llevado a idear lo que George Orwell había imaginado como cuadro
alucinante en su novela famosa 1984.
Sin embargo, la realidad supera a la imaginación; no sólo por la escala, la vigilancia,
el control, el dominio en todo el orbe terrestre, sino también por la
minuciosidad y detalle de la malla del control desmedido al que se ha llegado,
que lo permite el avance tecnológico y cibernético. Así como por la descarnada
suspensión de la democracia por un Estado de excepción mundial.
Se
observa un recorrido de los estados hacia la forma de Estado de excepción
prolongado. Sin embargo, todos coinciden en globalizar esta arquitectura de la
vigilancia y de control, que, a su vez, es un panoptismo y una cibernética del control, con pretensiones
despóticas. Llama la atención que los gobiernos contrastados compartan el mismo
modelo de dispositivos y hasta el mismo discurso de la guerra infinita contra
el terrorismo; gobiernos progresistas repiten el mismo procedimiento que los
gobiernos conservadores.
Persiguen
a dirigentes de movimientos sociales críticos, hasta se llega a encarcelarlos;
tal como ha ocurrido en Ecuador con dirigentes indígenas; así como ha ocurrido
en Bolivia donde los dirigentes indígenas son acosados políticamente y
descalificados, además de espiados; algo parecido pasa en Brasil donde son
identificados como agitadores. Entonces no se trata de sólo un comportamiento
paranoico de las potencias dominantes del sistema-mundo capitalista, sino de
una caracterización general de los estados en la actualidad.
Se
puede decir que la historia del Estado moderno comienza con las monarquías
absolutas (siglos XIV-XV-XVI). Estas máquinas territoriales, centradas en el
núcleo de la soberanía del soberano, que es, en verdad, la base de toda
soberanía, aunque ésta se haya desplazado, de la soberanía del monarca a la
soberanía del pueblo, enfrentaron las rebeliones antifeudales, después las
rebeliones y las revoluciones sociales del pueblo.
Interpelado
por la revuelta popular y el proyecto republicano, el Estado moderno, iniciado
en la forma de monarquía absoluta, se “transformo” en Estado-nación,
estructurado como república, basado en la representación y delegación del
pueblo, la voluntad general; Estado republicano conformado en el equilibrio de
la división de poderes.
Visualizado
en la perspectiva histórica, el Estado moderno, cuyo núcleo inicial es la forma
de la monarquía absoluta, no disolvió la “estructura” de poder configurada y
las maquinarias de castigo, de vigilancia, de disciplinamiento, sino que las
mejoró, haciéndolas más flexibles y dúctiles; empero, a la vez, más extensas y
abarcadoras, más centralizadas y burocráticas, con instituciones de alcance
nacional.
La
maquinaria estatal avanzó mucho en eficacia, en organización, en
especialización, en divisiones de tareas, en la promoción de políticas públicas
y, sobre todo, en su relación extensa y constante con la sociedad. El
Estado-nación se convirtió en la “síntesis política” de la sociedad civil, en
la concepción dialéctica de Hegel. La forma republicana, la formalización de la
democracia, la elección y selección de las representaciones, construyeron
legitimidad por “consenso”, como resultado de la voluntad general.
La
experiencia de las guerras modernas transformó a los ejércitos, y la
experiencia del “combate” contra la delincuencia y el crimen, en sus
manifestaciones modernas, transformó a la policía. La revolución de las
comunicaciones, después de la informática, empujó a los estados a usar estos
ámbitos y medios ampliamente; uso que repercutió en las relaciones de Estado y
sociedad. Las poblaciones comenzaron a ser vistas como públicos, ante los
cuales había que actuar, convirtiendo a la política en un teatro y en un
escenario de permanente simulación; también se trata de incidir e inducir en el
público comportamientos, generar necesidades, usar sus capacidades y requerir
su atención.
La
primera y segunda guerras mundiales exigieron modernizar el espionaje. Ya no se
trataba sólo de resolver problemas de la infiltración para obtener información,
procedimiento antiguo y tradicional, sino de lograr organizar equipos
sofisticados de obtención, captura y transmisión de información. La guerra fría
fue la ocasión de implementar tecnología avanzada y sofisticar mucho más aún
las “estructuras” y las formas de organización del espionaje, llegando a
convertirse en parte estratégica de la composición del Estado. Se
institucionalizan los servicios de inteligencia.
En
lo que respecta a la paranoia del Estado policial, resultó ser contagiosa; las
llamadas “democracias” occidentales refinaron, ampliaron y sofisticaron los
rasgos policiales que ya contenían, convirtiendo estas características
secundarias en el contenido supremo y obsesivo de los estados “occidentales”.
La identificación y definición del enemigo llegó a convertirse en toda una
taxonomía; poco a poco, nadie de la sociedad, ningún miembro, ningún ciudadano,
podía salvarse, pues estaba sujeto a sospecha.
La
culminación de la Guerra Fría,
la caída de los estados “socialistas” de la Europa oriental, no derivó, como se esperaba, en
un desarme del Estado de guerra y del Estado policial; la costumbre en la
preparación a la guerra se mantuvo. Con la desaparición del enemigo
“comunista”, se lo sustituyó por el enemigo difuso, ambiguo, abigarrado y
barroco, de múltiples rostros, enemigo indefinido, pero con suficiente
presencia fantasmagórica como para justificar otra escalada bélica.
Las
guerras no han terminado, como lo predijo Francis Fukuyama, sino que se
extendieron en formas locales y regionales, adquiriendo el perfil de
intervenciones policiales y preventivas por parte del imperio, el orden de la
dominación mundial, dominación de una ultra-burguesía internacional.
El
11 de septiembre de 2001 marca un hito; después del atentado a las torres
gemelas en Nueva York; el gobierno de Estados Unidos declara la guerra infinita
al terrorismo. Ingresamos entonces a una etapa de amenaza bélica, más
alucinante que la llamada guerra de las galaxias, de amenaza permanente de
intervención preventiva, policial, “humanitaria”; pero, sobre todo, lo que
caracteriza a esta etapa es la conformación de dispositivos que declaran
abiertamente la suspensión de derechos, por razones de seguridad. Esta etapa
puede ser caracterizada como la de la construcción del Estado de excepción, del
Estado policial, a escala planetaria.
Ya
no son solamente los pueblos de las sociedades periféricas del sistema-mundo
capitalistas los amenazados, sino también, notoriamente, los propios pueblos de
las sociedades centrales de esta geopolítica policial del sistema mundo. El
poder desmesurado y el goce de los privilegios escandalosos se nuclean cada vez
más en una minúscula ultra-burguesía internacional, la que controla y
administra tecnologías de destrucción, de información y de desinformación devastadoras.
La
delirante compulsión de la hegemonía y dominación del capital financiero
mundial ha arrastrado al sistema-mundo capitalista a una forma descomunal de
valorización dineraria especulativa, trasladando el costo a la ecología, a las
sociedades, a los pueblos, desechando todo respeto por la democracia y de los
derechos conquistados.
Asistimos
ahora a la crisis mayúscula del Estado moderno, crisis que plantea un dilema, o
el Leviatán desmesurado impone su decurso demoledor y destructor,
convirtiendo al planeta en un inmenso y alucinante panoptismo, o los pueblos, resisten, liberan su potencia social, y
encaminan la historia a un nuevo horizonte civilizatorio, que profundice la
democracia, la solidaridad y complementariedad de los pueblos, ampliando el
alcance de las libertades y los derechos, logrando construir una gobernanza
mundial y participativa. *Rebelión (Extractos)
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