Sublevación
contra la dictadura
en Sudán
GERARD PRUNIE*
Violencia en Sudan
En las
últimas semanas, los disturbios que comenzaron en Wad Madani, ciudad situada al
es te de Jartum, se han ido extendiendo.
La política dictada por el régimen del
presidente Omar al-Bashir desde el golpe de estado de noviembre de 1989, las
discriminaciones impuestas en nombre del islam y la instrumentalización de esta
religión han servido de caldo de cultivo a la revuelta. No es la primera vez
que el poder militar se enfrenta a una protesta popular. ¿Saldrá triunfante una
vez más?
Los
disturbios que comenzaron en Wad Madani el pasado 22 de septiembre son la
consecuencia lógica de la política promovida por el régimen del Partido del
Congreso Nacional (PCN), en el poder en Jartum desde hace casi veinticinco
años.
Todos por la separación.
Este
régimen, que se presentó durante mucho tiempo como islamista, actualmente no
constituye nada más que un conjunto de intereses mercantiles -de ahí el apodo
popular de Tujjar ad-Dim (los vendedores de religión)- que se dedica únicamente a defender sus
propios intereses.
Excepto en
el caso de un puñado de militantes convencidos, el islam sólo es para los
dirigentes una ideología que les permite mantener su potestad política y
económica. Pero esta ha sido muy mal gestionada: Al negarse a buscar el mínimo
acuerdo con la rebelión que inició en el Sur (promovida a menudo por
cristianos) el coronel John Garang en 1983, el poder tuvo que asumir un
referéndum de autodeterminación que condujo hace dos años a la secesión del Sur
y a la creación de un nuevo Estado (el Sudán del Sur).
Sin
embargo, Garang, que murió en un accidente de helicóptero en 2005, no era
partidario de la separación, ya que estaba convenido de que los problemas del
país serían más difíciles de resolver parte a parte, región por región. Los
hechos le han dado la razón.
Guerra en Sudán
Garang
sabía que el problema de Sudán no era la división religiosa, sino las
contradicciones sociales y las desigualdades geográficas.
El PCN
trabajó en dos direcciones: arrebatar el control del país a la burguesía árabe
tradicional al tiempo que impedía la promoción social de las masas africanas
explotadas por los árabes. Los africanos (cristianos y animistas), los más
afectados por las discriminaciones, al principio se rebelaron.
Pero la
secesión del Sur sólo consiguió desplazar el problema, porque a su vez los
africanos musulmanes también se sublevaron. La interminable agonía de Darfur,
donde los combates aún persisten, es la peor prueba. Y la guerra se extiende
ahora a otras regiones, como el Kordofán o el Nilo Azul.
Garang
creía que era preciso reestructurar el poder político para rectificar las
desigualdades flagrantes, tanto a nivel social como geográfico. Al no haber
aceptado nunca hablar de la paz con el Sur sobre bases razonables, Jartum acabó
por perderlo y, de hecho, ha renunciado al 75 por ciento de las zonas de
producción petrolera.
Por
mantener esa misma postura arrogante frente al resto de revueltas regionales,
el régimen se enfrenta a múltiples conflictos que le cuestan muy caro, justo
cuando sus recursos se han hundido tras la pérdida de las zonas petroleras. No
obstante, existía en Sudán ese vestigio de “socialismo árabe” de los años sesenta
que había creado una especie de Estado Providencia que ofrecía a la población
menos favorecida múltiples beneficios.
Ese Estado
Providencia fue desmantelado poco a poco por un movimiento islamista con
planteamientos económicos próximos al liberalismo de Margaret Thatcher y de
Ronald Reagan.
En los
años noventa, la educación se convirtió en un sistema de dos velocidades: había
que pagar para acceder a una buena enseñanza. Después la salud siguió el mismo
camino en la pri mera década del dos mil.
Doctor John Garang.
Sin embargo,
las subvenciones alimenticias, que permitían ofrecer los productos básicos a
precios razonables, se mantuvieron. Ha sido precisamente su abolición el 23 de
septiembre de 2013 lo que ha hecho que todo estallara. ¿Por qué? Porque esta
medida llega cuando el país conoce una tasa de paro del 20 por ciento, cuando
la inflación alcanza entre el 40 y 45 por ciento desde hace dieciocho meses y
cuando según la cámara de Zakat (caridad islámica vinculada al gobierno) el
país cuenta con catorce millones de pobres (de treinta millones de habitantes).
El régimen
alega que mantenerlas cuesta tres mil 500 millones de dólares al año en un
momento en el que es necesario “reformar la economía”. Lo que no dice es que
los gastos militares se cifran en el 70 por ciento del presupuesto -del que
salen veinte millones de dólares diarios para la guerra.
La opción
del poder es clara: los sudaneses deben resignarse a pasar hambre (incluso
aquellos que tienen un empleo estable) para que el gobierno pueda mantener una
política de militarización a ultranza y de lucha desesperada contra la mayoría
de la población.
Durante
mucho tiempo se dijo que la mayoría de la población sudanesa era musulmana, y
es cierto. Pero al decirlo, se omitía también que era mayoritariamente
negroafricana y no árabe. Ahora que el Sur se ha separado, surge una realidad
brutal: la minoría árabe es una minoría, incluso si el 90 por ciento de los sudaneses del Estado
del Norte habla corrientemente árabe. Sin embargo, el reparto de beneficios
económicos sigue grosso modo la división étnica, aunque no se corresponda
exactamente.
La
situación es todavía mucho más desigual si se observa el poder político. La
mayoría africana, aunque musulmana, se niega a plegarse a un dominio a la vez
social, cultural y económico y aceptar un sitio de ciudadanos de segunda en
nombre del islam.
El
levantamiento podría derrocar al régimen, pero su problema central es la falta
de organización. Un cuarto de siglo de totalitarismo “islamista” ha eviscerado
ampliamente a la sociedad civil laica e islámica moderada que existía desde los
años treinta.
Si la
revolución triunfa, su victoria estará lastrada por una pesada herencia. La
dramática ausencia de base civil endeudará toda la futura reorganización: los
viejos partidos políticos -que los islamistas han dejado languidecer en su
mediocridad ineficaz- no tendrán nada o casi nada que ofrecer como capacidad de
reconstrucción.
*OrientXXI
Gerard Prunier fue
director del Centro Francés de Estudios Etíopes en Adís Abeba y actualmente es
miembro del Centro de Estudios de los Mundos Africanos de París. También es
autor de varios artículos y obras sobre Sudán.
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