En Europa existe una sensación de alarma y temor ante el fanatismo religioso de los jóvenes que regresan de Siria, después del atentado contra periodistas y humoristas del periódico satírico Charlie Hebdo el pasado7 de enero, y de la masacre en Peshawar que dejó un saldo de 17 muertos.
Días más tarde, el 15 de enero, la policía de Bélgica mató a dos hombres que según los fiscales eran yihadistas que pretendían lanzar un ataque contra ese país; de forma simultánea se han realizado redadas antiyihadistas en Francia, Bélgica y Alemania. Los resultados están a la vista: cuatro supuestos cómplices de los yihadistas comparecieron ante un juez francés el 20 de enero; un día antes cinco chechenos fueron detenidos con armas y explosivos al sur de Francia; mientras, Bulgaria extraditará a un hombre francés que ha admitido ser socio de uno de los dos hermanos Kouachi, quienes asesinaron a 12 personas en el multicitado rotativo de humor.
En defensa del profeta
Las reacciones contra Occidente no se han hecho esperar, miles de personas salieron en Chechenia, para repudiar la publicación de caricaturas del profeta Mahoma. En Iran sucedió algo similar frente a la embajada de Francia. En medio de la polémica el papa Francisco considera que la libertad de expresión debe ser acompañada de la prudencia para no enfadar a los demás.
Ahora bien, en pleno debate sobre el modelo de integración a la francesa, hay voces que denuncian que en Francia existe un apartheid territorial, social y étnico. Con el atentado contra Charlie Hebdo, quedó hecho trizas el discurso del Estado francés – del cual han sacado ganancias tanto políticas como económicas, al intervenir en conflictos fuera de su territorio—, sobre la viabilidad de construir un mundo de diversidad y diálogo intercultural que nulifique al fundamentalismo.
Sin duda lo sucedido fue un shock para todos. Provocó entre la población una profunda desorientación, miedo, ansiedad aguda y una regresión colectiva. En el ambiente existe una sensación de vulnerabilidad e impotencia. La administración de François Hollande se apresuró a jugar con el miedo para desempeñar el papel del padre protector. Alentó que la marcha del 11 enero fuera en el sentido de condenar a los enemigos de la libertad de expresión, cimiento de las libertades democráticas. El pueblo francés respondió al mostrar el poder de la unidad para enfrentar el odio y la violencia cuando en realidad debió condenar al Estado de haber fallado en su deber de velar por la seguridad de sus ciudadanos.
Contra el fanatismo
La prensa occidental cerró filas y explicó que la oposición a la barbarie en nuestra época consiste en decir “no” incondicionalmente al fanatismo, el cual impone el sectarismo mediante la coacción y la violencia que invariablemente desemboca en terrorismo. Para ellos, lo que constituye el mayor peligro para la paz y la tranquilidad de occidente, es la politización de la religión y su ideologización. Consideran que mientras el mundo islámico no transite a la modernidad política, siempre habrá fanáticos entre sus seguidores que intenten imponer sus creencias a balazos. El derecho de réplica se cambió por el derecho de una ametralladora. Fin del comunicado.
Distintas plumas se prestaron para tal propósito, cómo la del filósofo iraní Ramin Jahanbegloo, que escribió que los fundamentalistas no pueden pretender que con éste tipo de acciones los demás los reconozcan o los toleren. El analista piensa que una de las consecuencias que trae el fundamentalismo es que la gente cree estar en posesión de la verdad absoluta, y de este modo niega la existencia de los demás, impidiéndoles diferenciar el bien del mal, mostrándose incapaces de establecer un modus vivendi entre valores diferentes. De igual modo, la columnista del periódico El País, Rosa Montero, calificó como un peligro a los conservadores musulmanes, que son el 70 por ciento y a los extremistas en Occidente.
Credo existencial en vez de religión
En la lucha contra el terrorismo, Occidente requiere incrementar el nivel de cooperación en materia antiterrorista con el islam moderado: Turquía, Yemen, Argelia, Egipto y los países del Golfo Pérsico, son las naciones llamadas a construir este gran acuerdo. No hay manera de impedir una radicalización del islam entre los jóvenes árabes que emigran por distintos motivos a Europa. En este sentido, el escritor y analista Jorge G. Castañeda tiene razón al decir que la idea de un islam moderado sólo existe en un sentido abstracto, porque la religión musulmana es más un credo existencial que una religión.
Debido a la magnitud de un fenómeno tan difícil de combatir, existe el riesgo de recortes de los derechos y las libertades en Europa en aras de la seguridad. Queda claro, la guerra contra los yihadistas es una batalla contra todos los obstáculos que se opongan al nuevo orden.
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