DUELE, en las fibras más hondas y sensibles del espíritu, percibir la Patria desvertebrada; que es lo mismo que decir un México en la encrucijada.
Si, de suyo, ese es un sentimiento anticlimático en un espacio social y cultural en el que antaño respiramos y cultivamos tantas esperanzas, subleva -es el verbo-, observar la ceguera y la sordera del grupo dominante, que parece haber renunciado a todo sentido del humanismo.
Porque de eso se trata en última lectura: De una desgarradora crisis humanitaria que todo lo humilla y avasalla, y nuestra mortificación de hombres y ciudadanos se agiganta porque en el turbulento mar de la barbarie queda hipotecado, si no truncado, el futuro de las nuevas generaciones.
Nuestro Certamen Nacional e Internacional de Periodismo ha sido reincidente ocasión para denunciar específicamente los crímenes contra la Libertad de Expresión y el Derecho a la Información. No por afanes de auto victimización, sino en función de nuestra responsabilidad institucional como representación gremial.
La dimensión de la tragedia de México y vista desde México, sin embargo, nos impone ahora el imperativo de denunciar crímenes de lesa humanidad, porque el azote del exterminio no hace discriminación y se ensaña con todos los componentes de la comunidad nacional.
Si, ni moral ni éticamente, puede admitirse ante crueles hechos consumados la primitiva coartada de “daños colaterales”, como se codifica a victimas inocentes de una guerra contra el crimen organizado que nadie ha deseado; la conciencia se rebela contra la impunidad que acompaña cada noticia de un nuevo atentado contra la vida. Este concepto, no es privativo del ser humano; es derecho de todas las especies.
Investigaciones referidas a la incesante represión del ejercicio periodístico, documentan la inocultable participación de agentes del Estado como perpetradores de esa acción.
Son agentes del Estado a los que se identifica con nombres y cargos en cada nuevo atentado contra ciudadanos que se ven privados no sólo de su derecho a ser, sino de su existencia misma. Por eso es preciso denunciar la impunidad como sistema.
Para taparle el ojo al macho, un día y otro también, la autoridad simula preocupación por las víctimas y siempre promete llegar “hasta las últimas consecuencias”, “caiga quien caiga”. Los victimarios siguen paseándose como Pedro por su casa, acometiendo nuevas barbaridades.
En la ceremonia de culminación de nuestro Certamen -cada vez más concurrido por miles de postulantes nacionales y extranjeros; de ese tamaño es la militancia en el oficio-, nos enfrentamos a una trágica y terrible paradoja.
Estimula sobremanera que los nuevos hallazgos de la Ciencia y la tecnología se inserten en la voluntad civilizatoria al través de lo que llamamos la formación de talentos para la sociedad de la información; pero sobrecoge e indigna a la vez que las mismas herramientas sean utilizadas por las potencias imperiales para la esterilización mental, la guerra y el saqueo del patrimonio ajeno, que es de la Humanidad toda.
En estas mismas páginas, nuestra compañera Celeste Sáenz de Miera denuncia la desenfrenada depredación a cargo de corporaciones criminales. Mario Méndez Acosta previene contra la objetiva posibilidad de que el gobierno del vecino imperio sea depositado en manos de un redomado fascista.
Daniel Estulin, confirma la paradoja antes expuesta: “Cada nueva generación debería presentar una mejoría respecto de la anterior (…) puesto que la humanidad tiene un sentimiento dinámico de estar avanzando. Pero vemos que hoy día la gente forma parte de una sociedad sin futuro”.
No es la hora de ramplonas moralejas ni de las falaces disyuntivas. Algo debe de hacerse ¡Aquí y ahora! para impedir que nuestra sociedad retorne a la era del orangután. Pero esta obra no la cumplirán los voluntarismos individuales, por muy auténticos y nobles que sean sus propósitos.
La doctrina constitucional deposita en el Estado el monopolio de la fuerza. Pero los impulsores y divulgadores de ese precepto, nunca dijeron que esa facultad sea otorgada para implantar la dictadura totalitaria.
En México, el Estado ejerció su supremacía en favor de los intereses del gran colectivo nacional. No existe razón política o humana para que no lo siga haciendo, hasta por instinto de supervivencia.
Recordar nomás con el filósofo: De la muerte de los Estados, no es necesario hacer la autopsia: Murió por suicidio.
La aberración radica en que se pretenda lanzar al abismo a la única entidad que nos inspira y une: La Patria.
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