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Edición 373

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Elección anti PRI

Feliciano Hernández*

EL 2018 será recordado como el año en que por hartazgo muchos mexicanos finalmente decidieron cobrarle facturas acumuladas al partido que durante décadas los gobernó. Cuando recibió con Enrique Peña Nieto su segunda oportunidad en 2012 no la supo aprovechar para mejorar en todo y su candidato llegó a los debates y al 1 de julio derrotado de antemano, más por la carga de negativos que los electores le sumaron al gobierno y al partido en este probablemente su último sexenio en el poder en muchos años.

CHICAGO, ILLINOIS. Si nada imprevisto ocurriera en la esperada fecha electoral, el mismo uno de julio en la noche millones de mexicanos saldrán a las calles a festejar la derrota del Partido Revolucionario Institucional (PRI) sin duda el más odiado en los últimos tiempos. Hay que insistir: más que el triunfo del candidato favorito, el desbordamiento de multitudes sobre las insuficientes calles de ciudades y pueblos sería para celebrar la debacle de esos políticos que en los últimos años convirtieron al histórico partido tricolor en una cueva de ladrones.

Pero que nadie se confunda, el problema no fue ni es el PRI, sino el régimen presidencialista basado en una clase política multicolor corrupta y antidemocrática que se inventó como sistema operativo una partidocracia para ocultar sus aspectos más nefastos.

Al final de cuentas, lo que los mexicanos pudieron constatar en los últimos años fueron sucios arreglos partidistas al margen de toda ética, de toda ideología y de toda convicción, solo motivados por la conveniencia y el afán del usufructo fácil.

Como ejemplos de lo dicho se puede mencionar una larga lista, comenzando por la alianza de dos antípodas históricos de derecha e izquierda, el PAN y el PRD, cuya peor decisión fue juntarse en torno al candidato Ricardo Anaya, sin duda un matrimonio destinado a concluir muy mal llegada la hora del desengaño (el reparto de los cargos en el gabinete y otros puestos de alta relevancia, por supuesto, si fuera el caso que el destino les hubiera reservado una lujosa y perfumada alcoba en la residencia oficial, Los Pinos).

¿Y qué se puede pensar del sucio arreglo del exjugador de fútbol Cuauhtémoc Blanco, de quien se hizo público que aceptó ser candidato a la alcaldía de una importante ciudad capital como Cuernavaca, por el pago de ocho millones de pesos?... Y ganó el candidato y triunfó la corrupción.

Pero eso no fue todo. Ese personaje sintió que con esos manejos “eficaces” podía convertirse en gobernador y se le ocurrió montarse en el movimiento de López Obrador, Morena, que por conveniencia y sin reparar en sus malos antecedentes lo recibió con los brazos abiertos.

Sólo queda esperar que el uno de julio la borrachera festiva de los ganadores no acabe dando inicio a una nueva era que sólo cambie de colores y de nombres, pero que en los hechos vuelva a los manejos tramposos, opacos y deshonestos.

Porque es atinado advertir que el desgaste del PRI y su tardía expulsión del poder tampoco es resultado de las brillantes ideas y propuestas de las opciones del momento (es una ironía, valga la aclaración). Estas figuras y sus destellos ocurrieron -si es que así fue- como “estrellas en la noche de la mediocridad”, como dice una famosa canción (Tu forma de ser).

Aprender de la historia reciente

Hay antecedentes para el escepticismo en todo “cambio”. El mayor sin duda, que todo México guarda en la memoria por reciente, es el evento que abrió la alternancia partidista en el año 2000, cuando ascendió al poder Vicente Fox.

Muchos vieron con alegría al recién llegado, otros con dudas, pero fue cierto que prevalecía una esperanza de cambio en los modos y efectos de gobernar.

No pasó mucho tiempo antes de que los mexicanos se dieran cuenta de que había llegado al poder un farsante, un demagogo, en todo caso un buen actor, un sujeto que junto con su mujer, familia y amigos exhibieron pronto mucha hambre de enriquecerse en el menor tiempo posible, y tanta que hicieron ver poco ambiciosos a consumados ladrones de otros partidos.

Para los aludidos, su mejor golpe al final del sexenio fue crear una Fundación, supuestamente para fines loables, pero pensada para disfrazar sus manejos financieros y desde entonces acumula donativos millonarios que son impuestos no captados por el erario nacional y sin entregar cuentas a nadie.

Por eso la advertencia. Y no sobra insistir que los reflectores deben apuntar hacia la base de todo el entramado político administrativo mexicano que son los municipios, donde en cada relevo trianual y sexenal la corrupción pequeña y grande no le pide nada a la primera división en los niveles estatal y federal.

Vitaminas para las instituciones

La clave contra nuevos malos gobiernos en la ajetreada vida política mexicana es que con esta experiencia de cambio que sin duda partirá vigorosa este 2018 genere mayor conciencia y se fortalezcan las instituciones.

Hay que recordar siempre que en arcas abiertas el santo peca. Casi cualquier político o partido que llegue al poder seguirá los mismos pasos de sus predecesores del PRI y del PAN si se encuentra con una población desinteresada de los asuntos públicos, tolerante con las corruptelas y con flojos mecanismos de rendición de cuentas.

Así sea Morena o un eventual regreso del PAN a Los Pinos los mexicanos deben hacerles saber que lo primero es rendir cuentas y eso pasa por transparentar toda la función de gobierno y derribar los viejos esquema que propician los malos manejos.

También se debe acentuar la vigilancia ciudadana sobre el Congreso y exigir a los diputados y senadores moderación en sus prerrogativas y honorarios (dietas, los llaman) y sobre todo que los desquiten.

Esa actitud supervisora de la sociedad a través de los organismos no gubernamentales y asociaciones civiles debe incluir a los entes autónomos, como el Banco de México, la Comisión Nacional de Derechos Humanos, el Instituto Nacional Electoral y otros, donde los responsables y sus subordinados creen que no tienen que obedecer más que a sí mismos y no pocos se comportan como reyezuelos.

Fin de las complacencias

Algo debería quedar claro, ante el esperado desenlace de una alternancia partidista: si el mismo día los ganadores no gritan a todo pulmón el final de una época de connivencia, complacencias y complicidades, todas las luchas y sacrificios de muchos habrán sido inútiles.

Porque si este avejentado e inoperante sistema de connivencias, complacencias y complicidades que secuestró a México, se mantiene latente será el mejor caldo de cultivo para que apenas instalado el gobierno de la alternancia comiencen a brotar como hongos los mismos vicios que motivaron tanta inconformidad.

No es poca cosa que muchos electores hayan aceptado participar en esta elección federal anti PRI, y en otras estatales y municipales, con dudas ante ciertos candidatos de probadas inconveniencias, por motivos de conflicto de interés, relaciones peligrosas, inexperiencia, incapacidad, y otras tantas.

¿Qué decir del caso del candidato Ricardo Anaya, a quien en pleno proceso electoral se le ventilaron al menos dos acusaciones fuertes, una sobre lavado de dinero y otra la de darse para sí y su familia directa una vida de lujos y comodidades en Estados Unidos mientras competía por la candidatura y durante la campaña?

¿Y qué pasó? Que en lugar de caer estrepitosamente en las encuestas, al parecer los electores decidieron darle por complacencia el beneficio de la duda y el candidato extremó sus artes de convencimiento para seguir avanzando rumbo a su apetecida meta de mudar a su familia de su residencia previa en Atlanta a la nueva en Los Pinos… y de nada valieron las reiteradas denuncias en todos los medios.

Peor, en el caso del candidato del PRI, José Antonio Meade, a quien se le pretendió disfrazar de funcionario honesto y blindarlo al mismo tiempo ante posibles acusaciones antes y durante los debates.

Porque todos sabían que durante el paso de este candidato como secretario de Hacienda se cometieron los mayores desvíos y peculados de que se tenga memoria: sea por connivencia, complicidad o complacencia. En los gobiernos de Felipe Calderón y Peña Nieto, varios gobernadores, secretarios de estado y presidentes municipales abusaron del cargo y desviaron los millonarios recursos a cuentas personales o familiares y de amigos, y el secretario nunca dijo nada.

¿Y qué pasó? Que el propio presidente, que lo impuso como candidato, y sus propios partidarios pretendieron ignorar el hecho y lo dejaron competir. El funcionario fue por lo menos muy ineficiente en su condición de autoridad supervisora que debió ser en la vigilancia del uso legal de los recursos.

Asimismo, causó molestia el caso de los aspirantes por la vía “independiente”, Jaime Rodríguez y Margarita Zavala, que fueron exhibidos en sus procedimientos fraudulentos para conseguir las firmas de apoyo que les requirió el INE para su registro como candidatos.

¿Y qué pasó? Que los magistrados del Tribunal electoral los validaron y, por complacencia o connivencia, los dejaron competir en algo tan serio como aspirar a gobernar a una gran nación.

El nuevo gobierno de la alternancia no escribirá una nueva página en la historia nacional si deja correr su tiempo sin sacudirse tales vicios.

En la nueva época que inicia el uno de julio a la media noche recibirá la bienvenida de una sociedad que inundará las calles derrochando felicidad por la derrota del viejo sistema.

Habrá de quedar claro que para que México avance realmente la sociedad tiene que adoptar sólidos parámetros de ética, legalidad y justicia.

Si esto se cumple, más motivos habrá para recordar el 2018 como un gran año.

*Periodista mexicano, residente en Chicago, Il. Estados Unidos. Esta dirección electrónica esta protegida contra spam bots. Necesita activar JavaScript para visualizarla

              

 



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