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Edición 381

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Turquía se había acercado a China para resolver su propia crisis económica. Pero ahora, ‎basándose en información falsa, Ankara denuncia públicamente una represión china ‎sobre los uigures. La

CIA utiliza a Turquía para presionar ‎a China ‎ ‎

Thierry Meyssan

PARECE COMO SI, después de la liquidación de Daesh en Irak y en Siria, Ankara estuviese reanudando las acciones secretas por cuenta de la CIA, ‎ahora en la región china de Xinjiang.

HACE VARIAS SEMANAS que la prensa turca viene dedicando espacios a hablar de los uigures, ‎población musulmana de lengua turca en la República Popular China. Los partidos políticos de la ‎oposición turca, incluyendo a los kemalistas compiten entre sí sobre cuál de ellos denuncia ‎con más fuerza la represión de los han contra esa minoría y contra ‎su religión.‎ ‎ ‎ Esta efervescencia aparece en Turquía a raíz de: ‎

  • El informe de la Jamestown Foundation sobre los «73 centros secretos de detención chinos»‎; ‎
  • La campaña de Radio Free Asia, que ha transmitido numerosas entrevistas de ex prisioneros de ‎los centros chinos y que llegó al extremo de afirmar que China prohibía el Corán (sic);
  • La campaña, iniciada el 13 de noviembre de 2018 por Estados Unidos y sus aliados en el Consejo ‎de los Derechos Humanos, en Ginebra, sobre la represión contra el islam en China;
  • Y la audiencia, organizada en Washington el 28 de noviembre de 2018, por el senador ‎republicano Marco Rubio y el representante, también republicano, Chris Smith, ante la Comisión ‎Conjunta del Congreso y del Ejecutivo para China (Congressional-Executive Commission on China – ‎CECC) sobre «La represión del Partido Comunista Chino contra las Religiones». En esa audiencia se dijo que entre ‎uno y tres millones de uigures estaban siendo torturados con electricidad en campamentos de ‎reeducación.

Eco de acusaciones

AMNISTÍA INTERNACIONAL y Human Rights Watch inmediatamente se hicieron eco de esas ‎acusaciones.

Fue en ese contexto que Hami Aksoy, el vocero del ministerio de Exteriores de Turquía, publicó –el ‎‎9 de febrero de 2019– un comunicado que denunciaba oficialmente la voluntad de forzar a «identidades étnicas, religiosas y culturales de los turcos uigures» a que ‎adopten características chinas. Ese comunicado denunciaba igualmente la muerte en prisión del conocido poeta Abdurehim Heyit, quien cumplía «ocho años» de reclusión ‎‎«por una de sus canciones».‎

Esa actitud de Turquía fue como un trueno en el cielo de las relaciones entre Ankara y Pekín. ‎Desde que el presidente Donald Trump retiró el respaldo estadounidense a la economía turca, ‎Turquía se había vuelto hacia China, en agosto de 2018, y ya no puede vivir sin ella.‎

En la tarde del día siguiente, China publicaba un video donde el poeta “muerto” declaraba: ‎‎«Mi nombre es Abdurehim Heyit. Hoy es 10 de febrero de 2019. Estoy bajo investigación como ‎sospechoso de haber violado leyes nacionales. Estoy en buen estado de salud y nunca he sido ‎sometido a ningún abuso.»

Un día después, el 11 de febrero, la portavoz del ministerio chino de Relaciones Exteriores, Hua ‎Chunying, criticaba duramente los «errores» y «la irresponsabilidad» de Turquía.‎

Está demostrado que al menos 10 000 uigures implicados en actividades terroristas han sido ‎encarcelados. Pero nada respalda la afirmación sobre la supuesta existencia de entre uno y ‎‎tres millones de prisioneros uigures.‎

El 1º de junio de 2017 y el 13 de diciembre de 2018, el gobierno chino ya había divulgado dos documentos, uno sobre Los Derechos Humanos en Xinjiang y ‎otro sobre La Protección de la Cultura y el Desarrollo en Xinjiang.

¿Otra revolución cultural?‎

Pero el Partido Comunista no sabe cómo lidiar con el islam político. Está abordando este asunto ‎desde su visión de un pasado particular, el de la Revolución Cultural y la ya abrogada prohibición ‎no sólo del islam sino de todas las religiones. Ahora, después de haber establecido una política de ‎libertad en ese aspecto, está viendo resurgir las divisiones de los tiempos de la Guerra Civil, ‎mientras se multiplican los atentados yihadistas. El 1º de febrero de 2018, el Partido Comunista ‎emprendió en materia de religión una nueva política tendiente a asimilar el islam mediante la ‎supresión de ciertas prácticas particulares de esa confesión. ‎Por ejemplo, los miembros del Partido deben dar el ejemplo negándose a consumir alimentos ‎‎halal. Lo cierto es que, a pesar de la aplicación de esa política, en la región de Xinjiang ‎se mantienen abiertas no menos de 24 000 mezquitas para los 13 millones de musulmanes que ‎viven en esa parte de la República Popular China.‎

Hace 25 años que organizaciones uigures pretenden crear un Estado independiente. Primero ‎afirmaron que sería un Estado laico, ahora dicen que sería «islámico» (no en el sentido religioso ‎sino en el sentido político que la Hermandad Musulmana atribuye a ese término) y que ‎lo llamarían Turkestán Oriental, que es la apelación medieval de la región de Xinjiang. ‎Esas organizaciones contaron de inmediato con el apoyo de la CIA contra las autoridades de ‎Pekín.


 En 1997 se creó el Movimiento Islámico del Turkestán Oriental (MITO), cuyos miembros iban a ‎formarse en Afganistán, con los talibanes y con ciertos elementos de al-Qaeda. Es un movimiento ‎surgido del islam político con financiamiento directo de la CIA.‎

 En septiembre de 2004, Anwar Yusuf Turani fundó en Washington un «gobierno del Turkestán ‎Oriental en el exilio» que reconstituye la alianza del Kuomintang con el Dalai Lama y Taiwán, ‎como en tiempos de la guerra civil china de 1927-1950.‎

 En noviembre de ese mismo año se crea en Munich un Congreso Mundial Uigur. Rebiya Kadeer ‎se convertirá después en presidente de ese Congreso, que promueve un separatismo étnico.

‎ Graves desórdenes

TANTO EL «gobierno del Turkestán Oriental en el exilio» como el Congreso Mundial Uigur son ‎financiados por la National Endowment for Democracy (NED), una agencia de los «Cinco Ojos».‎ La región de Xinjiang fue teatro de graves desórdenes en febrero de 1997 y en julio de 2009. ‎Los manifestantes abogaban simultáneamente por el separatismo uigur, por el anticomunismo ‎del Kuomintang y el islam político.

Pekín restableció la calma concediendo ciertos privilegios a los uigures, como eximirlos de la ‎política del hijo único, actualmente abandonada para todos los chinos.‎

Hoy en día, la inversión del estadounidense Erik Prince, fundador de la firma seguridad privada ‎Blackwater, en asociación con las autoridades de Xinjiang ‎parece contradecir la campaña de Estados Unidos sobre la represión contra los uigures. Pero Erik ‎Prince, además de ser el principal hombre de negocios especializado en la creación de ejércitos ‎privados, es también el hermano de Betsy DeVos, secretaria de Educación de la administración ‎Trump. Los agentes de seguridad de Prince parecen ser más bien mercenarios que trabajan para la ‎milicia han de Xinjiang, denominada Bingtuan.‎

En los años 1990, cuando era el jefe de la Milli Gorus y alcalde de Estambul, el actual presidente ‎de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, garantizaba una base de retaguardia a los movimientos ‎terroristas islamistas, tanto tártaros, como chechenos y uigures.‎

Ahora se plantea la cuestión de saber si la declaración turca contra la represión de los uigures ‎no pasa de ser una simple posición expresada para consumo de la opinión turca –para ‎no quedarse atrás en relación con los partidos de oposición– o si es una nueva política del Estado ‎turco, relacionada con las responsabilidades que antes ocupaba el presidente Erdogan en el ‎dispositivo terrorista de la CIA. ‎

El Movimiento Islámico del Turkestán Oriental estuvo muy activo durante la guerra contra Siria, ‎contando además con el respaldo de los servicios secretos turcos (MIT). Hace muchos meses que ‎‎18 000 uigures –entre los que se cuentan al menos 5 000 combatientes yihadistas–, viven ‎apartados de otras poblaciones en al-Zambari, ciudad de la gobernación siria de Idlib. Esos uigures ‎se mantienen en al-Zambari, justo en la frontera con Turquía, con el apoyo de fuerzas especiales ‎de Alemania y Francia.‎

Mientras la administración Trump sigue enfrascada en su prueba de fuerza comercial con Pekín, ‎todo parece indicar que ha habido una reconciliación entre la CIA y Turquía, lo cual augura ‎nuevas acciones secretas contra China.

 



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