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Edición 384
Escrito por Feliciano Hernández   
Miércoles, 24 de Abril de 2019 10:02

 3842

La pregunta viene al caso porque la izquierda como oposición siempre ha sido proclive a las huelgas como arma de lucha para mejorar las condiciones de los trabajadores.  

¿El de AMLO

será el sexenio de las

huelgas?

Feliciano Hernández*

En un entorno muy desfavorable para los obreros y empleados de México en general, con muy bajos sueldos, desprotegidos por unas leyes desventajosas y que en lo bueno ni se respetan, ¿cómo serán en el poder, Andrés Manuel López Obrador, y en este caso Morena, como partido de izquierda, gobernante?

PORQUE SI BIEN ocurre que en tales eventos haya ganadores y perdedores específicos, también es cierto que no pocas veces ocasionan daños a la sociedad y a la imagen del país, que muchas veces son irreparables. En este caso caben las huelgas contra las instituciones de educación superior y es hora de que se analice la posibilidad de que se prohíban constitucionalmente.

CD. DE MÉXICO. La primera reacción ante una huelga universitaria es de enojo, para cualquiera que alcanza a medir las implicaciones de un hecho tal. Y más coraje da cuando al paso de los días y las semanas, el conflicto se complica y nada se resuelve. Así, tras casi tres meses de paro en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), al cierre de esta edición las banderas rojinegras seguían bloqueando las puertas del centro de estudios.

¿Y por qué debe importar lo que pasa en la UAM?, dirán los más escépticos. Pues ni más ni menos porque es una de las universidades más importantes del país (porque realiza investigaciones, forma especialistas y porque atiende a más de 58 mil estudiantes en cinco unidades –campus).

Las huelgas han sido un recurso empleado como forma de presión para que los trabajadores obtengan beneficios laborales, pero muchas veces en lugar de facilitar las negociaciones entre las partes, las obstaculizan.

En algún punto se atoró la negociación de la UAM con su base laboral (Sindicato Independiente de Trabajadores, SITUAM).

En este artículo no interesa abordar los detalles de ese ni de otro conflicto en particular, sino de analizar la pertinencia del mismo, la coyuntura o la conveniencia para las partes y para la sociedad en un contexto muy diferente al de otros momentos históricos en que una huelga era la opción de pelear por derechos laborales.

No sobra mencionar que, para un estallido de huelga, el sindicato del caso toma la decisión en asamblea y siempre hay divisiones, unos a favor y otros en contra de plantar las banderas rojinegras —valga la observación para considerarse en argumentos posteriores.

En las redes sociales, el conflicto se ventiló en varios tiempos. Las opiniones en Facebook a favor de levantar la huelga y explorar otras opciones de presión para resolver su conflicto recibieron airadas reacciones de los huelguistas.

Por manifestarme en el sentido de levantar las banderas rojinegras recibí ofensivos reclamos de los sindicalistas, por su creencia de que alentaba expresiones adversas a su lucha. Falso totalmente. Como sea y para abundar en el asunto, eso motivó este análisis.

Valga aclarar que sigo un enfoque favorable a los trabajadores de ese sindicato, y de todos, reconociendo su derecho a defender sus conquistas y sobre todo a mejorar su situación laboral; algo que mucha falta hace en México, pero soy de los que apelan a otras formas de presión antes de cerrar cualquier universidad, cualquier fábrica o empresa.

Los riesgos de las huelgas no son pocos. No sobra mencionar que este gobierno de AMLO se estrenó con una serie de paros en el norte del país, como respuesta de empresas maquiladoras que se resistieron a realizar el aumento salarial de 100% que autorizó el presidente para esa zona. En las siguientes semanas algunos de esos movimientos se conciliaron. También se supo que ciertas empresas anunciaron la suspensión de labores y de inversiones, y decidieron trasladar sus operaciones a otros países.

El sabotaje del SITUAM

LA HUELGA CONTRA LA UAM ES una más de una larga serie contra las casas de estudios superiores de financiamiento público. No son hechos aislados. Estos casos se convierten lentamente en eventos dañinos mientras más se prolonguen, peor aun cuando se politizan por la intromisión de intereses ajenos al quehacer académico.

No faltan impertinentes que por algo que inicia como una simple exigencia de mejores prestaciones laborales, quieran involucrar en la agenda asuntos tan relevantes como la autonomía universitaria, el financiamiento privado u otros. Y esto mete presión a las negociaciones y polariza a las partes.

Queda claro que los más importantes asuntos sobre la función, el presente y futuro de toda universidad pueden discutirse en espacios abiertos y en todo momento, pero NO cerrar una universidad y menos en un contexto de exigencias estrictamente laborales o sectoriales. Así que sólo puede catalogarse a quienes incurren en ese triste papel como saboteadores de la educación pública superior.

Uno de los casos excepcionales en tal sentido fue la prolongada huelga que sufrió la Universidad Nacional (UNAM), del 20 de abril de 1999 al 06 de febrero del 2000, durante el gobierno de Ernesto Zedillo, la cual culminó con la intervención de la Policía Federal para su rescate. Fue excepcional porque fue estudiantil y porque estalló contra el intento de privatización, puesto que la autoridad pretendía cobrar colegiaturas.

Esa huelga en la UNAM fue una reacción inmediata de quienes tuvieron que enfrentar ese momento, aunque luego algunos de los líderes contaminaron la lucha con otras exigencias que si bien eran razonables y necesarias fueron impertinentes desde la urgencia de reabrir el centro de estudios. Fue y es plausible porque fue en defensa de un modelo de universidad pública, gratuita y autónoma. Pero para discutir y exigir tales principios no hace falta estallar ninguna huelga, porque es una contradicción.

En esos foros de Facebook, al confrontar a los huelguistas del SITUAM, expresé que actuaban como saboteadores de la educación pública superior. Fue una expresión sincera, producto del hartazgo por la intransigencia sindical, pero ellos lo tomaron muy superficialmente y sus reacciones en esa red social se lucieron en ofensas hacia el remitente.

Retomo varios argumentos que vertí en ese espacio de internet. Cabe preguntar si llevadas a tal extremo, las huelgas contra las universidades llegan a convertirse en un verdadero sabotaje a la educación superior pública. Sobre todo, cuando los sindicatos se aferran a exigencias que las casas de estudio no pueden cumplir por depender de un presupuesto público.

Dicen que defienden la educación pública gratuita, pero con su proceder le restan prestigio a ésta, y favorecen a la privada. Muchas familias prefieren pagar por evitarse los inconvenientes de las universidades públicas, como el de las huelgas.

Los del SITUAM y los demás sindicatos universitarios, los legisladores también, deberían entender que las instituciones de educación superior públicas NO son empresas lucrativas y que toda concesión salarial o prestación laboral va con cargo a los contribuyentes. Y que se sepa la situación patrimonial de estos dista mucho de estar en bonanza como para corresponder a todas las exigencias gremiales.

Bajo tales consideraciones, las huelgas universitarias deberían atravesar filtros muy rigurosos. Cuando no es una es otra, pero siempre se sabe por las noticias que alguna universidad atraviesa un conflicto laboral. Y digan lo que digan, a final de cuentas esto se traduce en un atentado contra lo mejor que tiene todo país: su educación y sus jóvenes.

Por tan altos impactos y daños que ocasionan se debiera exigir constitucionalmente que las huelgas universitarias se prohíban. Porque son un verdadero atentado contra la educación, contra los jóvenes, contra la investigación científica y disciplinaria, contra la academia en general y contra los bolsillos de los contribuyentes.

        Valga decir que el SITUAM es una agrupación que desde sus orígenes estuvo infiltrada por posiciones radicales, muy ideologizadas, pero también convenencieras: siempre han apelado al marxismo y a la defensa de sus derechos laborales cuando les conviene, pero son capitalistas consumados en otros aspectos, justamente cuando ven a la universidad como su fuente de autosuficiencia y no pocas veces como negocio personal en lugar de verla como su fuente de empleo, como una institución educativa y un instrumento de cambio de las condiciones socioeconómicas en toda nación, potencialmente formadora de cuadros para ellos mismos.

La UAM ha padecido a su sindicato, quizás como ninguna otra. Muchas huelgas en 45 años de existencia. Cientos de días y miles de horas saboteadas por la intransigencia de algunos líderes que confunden una casa de estudios superiores con una fábrica de pantalones o de zapatos.

Las reformas necesarias

LA 4ª. TRANSFORMACIÓN debe anotar en su agenda alguna fecha para que inevitablemente se discuta en el Congreso una reforma de las leyes en la materia que incluya la necesidad de replantear los términos de las relaciones obrero-patronales, que deje a las huelgas universitarias como el último recurso para la solución de conflictos laborales, académicos o ideológicos.

Sobre todo, que se distinga claramente que las instituciones educativas NO son empresas productivas, que no explotan al trabajador en el sentido en que lo aprovechan las unidades productivas como las fábricas, y que los sindicatos NO pueden tratar a una casa de estudios superiores o de nivel medio superior —otro caso notable sobre el mismo problema es el Colegio de Bachilleres— con las mismas exigencias que tendrían contra un patrón que busca ganancias monetarias; porque exigirles mucho a las casas de estudios aludidas a costa de lo que sea, es un atentado contra lo más elevado de las instituciones que tiene una sociedad y contra el sufrido contribuyente, que en México, también va al día en sus gastos y muchas veces ni eso.

En los foros aludidos insistí sobre la factibilidad y la necesidad de que los sindicatos se modernicen, dejen atrás sus viejas posiciones, sus ideologías en parte obsoletas, que participen como mentes progresistas y proactivas en el marco de la estimulante y desafiante globalización, que encuentren formas alternativas de presión para defensa de sus intereses, que las hay.

        Me pidieron hacer sugerencias: dije que antes de estallar su huelga contra la UAM pudieron presionar con otros métodos, nada nuevos, por cierto, por ejemplo: toma temporal de rectoría, suspensión parcial de actividades, paros escalonados, denuncia pública de violaciones a sus derechos, si las hubiera; peticiones de apoyo solidario a los mismos estudiantes y a otros sindicatos y organismos, en fin, dejar la huelga general como último recurso.

Algunos de los huelguistas me argumentaron que el rector general y los directivos tenían muy altos sueldos y se daban ciertos lujos a costa del presupuesto, como sugiriendo que si aquellos lo podían hacer entonces por qué los demás trabajadores no. Manifesté que denunciaran los casos de abusos, la situación privilegiada de las autoridades académicas, inclusive que personalizaran el caso como forma de presión, pero que NO hicieran pagar a toda la comunidad universitaria por sus desacuerdos.

Lo que me quedó muy claro es que los huelguistas, con excepciones, seguramente, tienen muy bajo nivel argumentativo o en todo caso ocultan sus conveniencias. Se molestaron mucho de que alguien para ellos ajeno a la comunidad universitaria estuviera opinando y sugiriendo acciones, como el rescate de la universidad por los estudiantes.

Como si las universidades públicas pertenecieran a los trabajadores o a las autoridades administrativas o fueran círculos herméticos. —De ninguna manera, —les respondí. —Una institución educativa existe en función de sus estudiantes, primero que nada y a quien tiene que rendir cuentas es a la sociedad que la mantiene, ni siquiera a sus trabajadores.

Y como contribuyentes, todos podemos opinar, y yo muy molesto les dije a los huelguistas: “Exijo que todos ahí dejen funcionar a la institución y cumplan sus tareas o que se vayan”. Se pusieron violentos y excluyentes. Pero desde aquí les digo: —Aprendan a debatir, expresen argumentos, quizás ustedes tengan la razón y yo estoy equivocado. No hace falta que corra sangre de ningún lado.

Conclusión

FINALMENTE, LAS HUELGAS contra las universidades van a terminar cuando a todos les quede claro que una universidad no se puede equiparar con una fábrica de zapatos, con una mina o pozo petrolero. Una universidad es una institución superior, en el sentido de lo más importante, y del propio pueblo, NO es una propiedad privada ni obedece a un patrón, ni siquiera a un gobierno, por esto la relevancia de su autonomía. NO se puede atentar contra una universidad sin dañar en el corazón y en el cerebro a la sociedad y sin sufrir los efectos negativos.

Está bien que los trabajadores y empleados de todas las esferas defiendan sus intereses. Desde este espacio y por mi convicción personal y como periodista he apoyado a los movimientos legítimos, pero hay que saber distinguir al destinatario de nuestros reclamos.

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