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Edición 423

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GEOPOLÍTICA Y MULTIPOLARIDAD

2022, PANDEMIA

Y NUEVO ORDEN MUNDIAL

Salvador González Briceño

Es tradición que cada fin de año se hacen promesas de cambio. Siempre para bien. Más cuando los últimos dos años han sido fatales, de pandemia y muerte. Finaliza el 2021. Y es tiempo de pensar, ¿el 2022 será inercial? Porque todos, los miles de millones de seres sobre el planeta que somos queremos un mundo mejor, solo que los diablos están metiendo la cola para que no sea así.

SIN CAER en el pesimismo, claro, resulta que al finalizar el 2021, el 2022 presume secuelas de los anteriores. Las inercias son las inercias, se dice siempre; pero claro, hay que estar atentos a las nuevas exigencias y al mundo que queremos para todos. Menos si tenemos presente siempre que cuando irrumpen los pueblos para tomar si destino por sus fueros, las cosa cambian porque cambian.

Para empezar, claro que la pandemia seguirá ahí como espada de Damocles amenazando al mundo. Porque no se trata de una plaga cualquiera. Es, por encima de todo, una guerra por otros medios: “guerra bacteriológica” provocada por una elite contra las mayorías. ¿O cómo se explica, entre otras cosas, tanta insistencia de Claus Schwab, fundador y director del Foro Económico Mundial que amenaza imponer el Nuevo Orden Mundial (NOM)?

Lo pretenden, Schwab y la elite que está detrás —entre otros—, con la “vacuna” presumiblemente contra el Covid-19, que para ello se declaró “pandemia” en marzo del 2020, aunque sea ineficaz en la mayoría de ellas: salvo muy raras excepciones da algunas que sí fortalecen al sistema inmunológico.

De otras se ignora su utilidad. Lo cierto es que hay que tener los ojos bien abiertos a todo lo proveniente de “Occidente”, una “civilización” en inevitable declive ya. Curiosamente pandemia y vacunas llegaron de un momento a otro, amenazante con la población mundial.

Bajo un paraguas: la urgente necesidad de expandir la aplicación de las “nuevas tecnologías”: el 5G y el 6G, donde las personas sean convertidas en “antenas”. Y las vacunas están propiciando eso. Sin más consentimiento que de la elite que marcha afanosamente tras sus metas; por eso la vacunación ha sido impuesta en todos los países.

El uso geopolítico de las vacunas, que además representa un jugoso negocio

De la guerra bacteriológica a la realidad virtual

Incluida la reducción de la población mundial como objetivo. Es la ruta de la imposición forzada, del Gran Hermano en acción —de George Orwell y su obra 1984— donde la realidad supera la ficción. Prueba es que ya Marck Zuckerberg anunció el cambio de “imagen”, de Facebook a “Meta”.

Se trata, entre otros proyectos maliciosos, del “metaverso” en donde la “realidad virtual” se pretende hacer “realidad” siendo ficción; es ahí hacia donde la elite pretende conducir a la humanidad, hacia la transhumanización.

De la mano de otro tema peligroso, la “alteración genética” que atenta contra la vida humana. En otras palabras, genocidio en puerta. ¿Qué secuelas de la vacunación nos esperan todavía? No sabemos. De eso habrá secuelas en el 2022. La principal sospecha, ¿si la vacuna no funciona contra el Covid-19, para qué entonces?

Lo que sí habrá es mortandad el 2022, la guerra “bacteriológica” sigue como campo de inversión de grandes financieros con caparazón de altruismo, como el fundador de Microsoft, Bill Gates y su Fundación Melinda-Gates, de la mano de los Rockefeller. Inversionistas que favorecen a sus marcas, a las farmacéuticas y a los laboratorios que han “desarrollado” y venden las “vacunas”.

Ahora dice la OMS que la variante Ómicron del coronavirus muestra un riesgo “muy alto”, y hay por ello total incertidumbre. La cepa llamada B.1.1.529 presenta “una gran cantidad de mutaciones” en la proteína S (o espiga) y está desde noviembre en países como Alemania, Canadá, Dinamarca, Italia, Países Bajos, Reino Unido República Checa, entre otros. Se presume propagación rápida.

No está de más señalar el uso y abuso de las vacunas en el mundo; mejor dicho, la utilidad geopolítica para los países “desarrollados”, por la fabricación y venta selectiva a los países pobres “en desarrollo”. En otras palabras, el uso geopolítico de las vacunas, un jugoso negocio que tiene por objeto prolongar la subordinación por estos medios.

En todo esto el imperio está detrás, no sobra decirlo, porque el poder se resiste a perder los controles de sus anteriores dominios. De igual modo, a perder la hegemonía frente a otras potencias. El tema de fondo es, precisamente, que el predominio estadounidense está en jaque ahora.

Otras potencias están poniendo en entredicho al imperio estadounidense, no por gusto sino porque su corrosión interna es imparable. Es lo que refleja hacia afuera, porque si en la política no hay vacíos, menos en la geopolítica entre las potencias. Ahí la guerra es permanente, centímetro a centímetro, por muchas vías, no solo con balas.

En pocas palabras, la decadencia alcanzó a EE.UU., como ha ocurrido a todos los imperios en el pasado. Llega de diversas maneras: si la periferia se revela, cuando la extensión territorial resulta a la postre incontrolable, porque la corrupción de los gobernantes genera desfalco y los gastos excesivos; qué decir por el desgaste de la democracia, por los autócratas y los dictadores.

Los pretextos sobran, pero las verdades no. En realidad, todos caen por su propio peso, por su descomposición interna, la dinámica de sus contradicciones; por el curso de la dialéctica, diría Hegel. Es lo que obliga a todo imperio a cavar su tumba.

Ningún imperio puede culpar a otros de sus propias contradicciones internas

Además, que no hay mal que dure 100 años. Es cuando el imperio, como el rey desnudo, se exhibe a sí mismo. Con un odio ganado a pulso. Por sus atropellos, crímenes, invasiones, golpes de Estado orquestados, apropiación de lo ajeno, negocios turbios, espionaje, guerras sin fin.

Borges diría: “El que mira un reloj de arena ve la disolución de un imperio”. Y tenía razón. Porque no hay minuto que no cuente. El tiempo es presente, pero también secuencia y espacio donde ocurren los acontecimientos; no es una constante aparte (confunden algunos científicos con la cuarta dimensión), porque siempre es relativo (dijo Einstein). Y lo es.

El inevitable declive de EE.UU.

Así pues, la decadencia del imperio es ya inevitable. Porque la crisis asoma, y la inflación es sintomática. Cabe decir, ningún imperio puede culpar a otros de lo que ocurre en sus entrañas. Nadie más es responsable, por ejemplo, de los gastos excesivos en materia militar del Pentágono, de sus propias guerras —incluso de perderlas, como Vietnam y Afganistán—, como tampoco la decisión de rescatar a los grandes corporativos para evitar la quiebra y con ello el estallido de la crisis económica.

Lo inevitable tampoco no puede detenerse, solo contenerlo un poco, pero no ad infinitum. Ningún país, sea Rusia, China, México o Perú, nadie tiene responsabilidad alguna en que la simiente del imperialismo esté en plena decadencia. Son sus propios pasos, de nadie más. Son sus desatinos.

Veamos un tanto el trasfondo. Los problemas del capitalismo en su etapa de imperialismo financiero y especulativo son, por decir lo menos, de clara descomposición sistémica. Desde el punto de vista de la economía política, el capital en esta fase es de alta volatilidad bursátil en los países centrales, que además pasa por un ciclo de inevitable crisis. Un EE.UU. puesto de cabeza.

Una situación que va de la disgregación del sistema productivo en todas sus ramas y sectores económicos —salvo las áreas cumbre por los últimos avances de la ciencia como técnica: la robótica, la biotecnología, nanotecnología, etcétera—, hasta el rompimiento de todo lo existente, en los órdenes económico, político y social, local pero también global.

La situación se propaga desde los países capitalistas “desarrollados” como los “occidentales”, anglosajones con Estados Unidos a la cabeza, pero también algunos europeos —amén que cargan en su haber como invasores, explotadores, saqueadores, usurpadores y asesinos con el resto del mundo—, hasta permear las “relaciones internacionales” y tratar de imponer nuevas reglas al desorden internacional. Con todo e instituciones al servicio del poder hegemónico, BM, FMI, OMS, OCDE, etc.

Impulsados en las últimas dos décadas por la globalización, ésta alcanzó sus límites desde el momento en que ya no entrega resultados, con un saldo heredado de extrema bipolaridad entre ricos y pobres.

Acabar con el Estado, ¿y la democracia?

Su primordial objetivo se acabó: desarticular al Estado en todos los países ahí donde se instaló como la gran panacea, porque privatizó los bienes públicos en unas cuantas manos, la riqueza fue a parar a la iniciativa privada de tal modo que las elites —tanto económica como políticas— salieron fortalecidas, dejando en el otro extremo a las grandes mayorías pobres y en total abandono. Frutos del neoliberalismo impuesto por los anglosajones al mundo a partir de los años 80. El neoliberalismo como el motor principal de la globalización.

Con un Estado debilitado, comenzaron los poderes fácticos dedicados a hacer de las suyas. Impulsado por los “privados”, los poderes del interés del dinero, la ilegalidad —los negocios turbios—, entraron en acción. La delincuencia en todo su esplendor. Por ello los negocios sucios, como el tráfico de armas, de personas, de órganos, de drogas que se filtraron hacia la sociedad amenazante y con violencia.

La administración del caos. Síndromes de la descomposición desde adentro, de la propia sociedad, hasta los encumbrados planes del capitalimperialismo. Y el principal agente que está en el norte de América, el imperio estadounidense. Anglosajón también, por el gran aliado Gran Bretaña.

En síntesis, con la globalización neoliberal devino le delincuencia sin control. Por un Estado frágil, ya sin recursos para formar parte de los activos de las economías, y con políticos sin oportunidad de brindar resultados, de donde se derivaron la ilegalidad y la ilegitimidad. Por eso comenzaron a sobrar los políticos y los gobernantes ladrones de los presupuestos públicos, porque se terminaron los negocios al amparo del poder.

¡Cuál democracia! ¡Cuál elecciones legítimas! La democracia quedó en medio. La democracia —como diría también Borges, poeta no pocas veces clasificado de “derecha”— “es una superstición”; en otra ocasión dijo: “Descreo de la democracia, ese curioso abuso de la estadística”. ¡Será que la visión de los poetas es la que prevalece por encima de otros! ¡Ah, Homero! ¡Oh, Dante! ¡Ah, Sor Juana! ¡Oh, Rulfo!

Imperio, el odio con raíz histórica

NO CABE DUDA de que el poder hegemónico de un país, sobre todo si es firme y duradero, produce una reacción adversa en sus rivales potenciales, una herida profunda que se convierte en crítica acerba y rencor persistente, producto de una mezcla justificada en parte, pero malsana, de envidia y de temor.

Es algo que ha ocurrido en todos los tiempos. Y si no, véase en nuestros días la reacción frente a la potencia universal de los Estados Unidos de Norteamérica. Es algo inevitable.

El poder por sí ya presupone la utilización de medios difícilmente graduables, por muy buena voluntad que se ponga. No hay frontera definida entre justicia e injusticia, y ciertas limitaciones de libertad producen odios y resentimiento.

Son cosas que no ocurrirían en un mundo ideal, pero la realidad nos prueba que son el producto del destino y de la necesidad, lo que a veces se concreta en esa palabra tan precisa y tan equívoca que es «Imperio».

Un Imperio que, como nos recordaba Ortega y Gasset, sigue el indeclinable camino del sol, de Oriente a Occidente, China, India, Persia, Grecia, Roma, España, Inglaterra, Estados Unidos y...”. (Vaca de Osma, José Antonio. El Imperio y la leyenda negra. RIALP, Madrid 2004).

 

Fin de la historia vs. fin del imperio

El imperio comenzó a perder terreno desde que salió como el rey desnudo a la pasarela. El mundo quedó atónito e incrédulo cuando se orquestó el 11 de septiembre de 2001. Los autoatentados a las Torres Gemelas de Nueva York. Y lo que vino después que derivó en tragedia, tras 20 años de invasión al país que presuntamente dio refugio a los culpables “terroristas” de Al Qaeda y su líder Osama bin Laden, lastimera rendición del ejército más poderoso del mundo.

EE.UU. ganó presencia en la región de Oriente Medio, en Afganistán, Iraq y Paquistán —amapola, petróleo y drones asesinos—, cierto, pero perdió más créditos como potencia que presumía resolver a los problemas de otros. De allá salió huyendo. El desprestigio fue mayor que Vietnam.

De por sí ya tenía terreno perdido. Pronto arrebatado por otros. Fue tras la caída de la URSS en 1991, que el imperio estadounidense se creyó hegemón, potencia única que celebró con el “Fin de la historia” y sus voceros. El liberalismo había triunfado en el escenario internacional, y a partir de entonces todo quedaría bajo su control. Bien pudiera decretar: “El mundo para los americanos”.

La celebración les duraría poco, una década nomás. La crisis económica de 2008 pondría de rodillas a la Casa Blanca, así como a sus economistas, gobernantes, banqueros, bolsistas y a la propia Reserva Federal. La debacle llegó de entonces y se postró en dos sitios importantes: la economía y el Capitolio. A la fecha.

De hecho, así como los autoatentados en Manhattan y el edificio del Pentágono —donde nunca se demostró que fuera un avión, en cambio un misilazo—, eran Fake News, falsa bandera, la gran mentira para ir a la guerra por hacerse del petróleo de Iraq, la pandemia del Covid-19 tiene el mismo fin.

Con los autoatentados, además del petróleo para tratar de salir de la crisis de abasto por la carencia del mismo, se impuso el control social interno, como la amenazante política del garrote contra cualquier país considerado “terrorista”, o “apoyo para el terrorismo”. Con el “derecho” a invadir cualquier país sin otra justificación.

La crisis es el fondo, no la pandemia

A la pandemia se culpa ahora de ser causante de la debacle económica, cuando es precisamente al revés. La urgencia de resolver la crisis para evitar el hundimiento es la verdadera explicación. Por eso es que todavía no queda claro lo que derive de la pandemia y la vacunación. Cuando la sociedad tome conciencia general de ello podría ser demasiado tarde. Pero una salida pronta y expedita depende de todos.

Bien habría que estar atentos a las movilizaciones sociales en el viejo continente, Alemania, Austria, Italia, Dinamarca y Croacia hace unos días, en donde las protestas por el confinamiento y el uso del cubrebocas ha comenzado a levantar ámpula. En cuando se extienda, la indignación de la sociedad mundial será mayor. Será en tanto se socialicen los fines oscuros que están detrás de la pandemia, sus orígenes y los objetivos de las elites que le meten leña al fuego.

La generalización de la protesta será la única salvación para la humanidad. Será contra los promotores de la pandemia, de los “administradores” —gobiernos incluidos—, de los laboratorios, los financistas y los agentes promotores del NOM.

Todavía no queda claro lo que se derive de la pandemia ni de la vacunación

Con estos artilugios de guerra por otros medios, es que el imperio pretende renacer conservando el control del escenario mundial, añorante del pasado, de la Guerra Fría que ya es pasado. Y el periodo del hegemón también. Ese que le duró una década, o menos. Entre 2001 y 2008.

Entre el desprestigio de los autoatentados “terroristas” —EE.UU. ha sido el peor Estado terrorista del mundo, dice Noam Chomsky; la CIA financiando a Bin Laden contra la URSS, un socio de los Bush en Texas—, y la crisis de 2008-09 que no termina de resolverse. Le sigue dando lata, sin atender a parches ni caprichos.

 

El cambio climático

LA DESTRUCCIÓN del planeta es una constante que avanza a pasos acelerados en las últimas décadas del siglo XX y las primeras dos del XXI. El cambio climático es sintomático, de la mano del desdén de las principales potencias que hacen caso omiso a la emergencia por la que está pasando el planeta.

De la mano de síndromes destructivos como este del clima por el calentamiento global, está lo que se deriva de ello:

1) Problemas mundiales como la falta de agua dulce, que aumentan;

B) La desertificación de los suelos que impide los cultivos agrícolas —la tala de bosques completos, como la destrucción de la Amazonia—, en todo el orbe;

2) La industrialización acelerada o agroindustria del campo que daña antes que enriquecer la tierra, el uso de insecticidas y herbicidas que pone en peligro la vida misma;

3) La contaminación del suelo, el subsuelo, el agua y el aire por todos los desechos industriales no procesados, y la quema de hidrocarburos para el transporte y la gran industria, entre otros;

4) La COP26 se pronunció recién por energías limpias y contra el empleo del carbón, gas y petróleo.

5) El deshielo de los polos, las inundaciones en tierras bajas, temblores y huracanes son fenómenos que reflejan los impactos del uso desbordado y destructor de los recursos naturales por el hombre civilizado de hoy.

Nada obliga a los países altamente contaminantes a tomar las medidas pertinentes para evitar la destrucción de la Madre Tierra. Ah, pero no se olvide que los ricos de la tierra quieren habilitar Marte para escapar cuando el Apocalipsis toque a las puertas de sus mansiones.

 

 

 

EE.UU. contra China y Rusia

En ese ínterin, los espacios comenzaron a ser cubiertos. Lo peor para el imperio estadounidense es que ha sucedido con sus propias herramientas. Con las ventajas de la globalización fue que China se metió a las entrañas del capitalismo productor primero —con el uso masivo de su mano de obra— y competitivo después. Un paso de la manufactura en masas a la industrialización acelerada.

Importador primero, exportador después. Con la llegada de empresas extranjeras por la mano de obra barata e inversiones de capital fue que China se fortaleció con la globalización. Le llevó algunas décadas, pero el país asiático es hoy la principal competencia para el imperialismo estadounidense, al grado que amenaza ya con superarlo.

Algo que EE.UU. se niega aceptar. Por eso en el terreno geopolítico pretende hacerle la competencia. En el Mar de China y con Taiwán. Con la salvedad que las acciones chinas están ya por todos lados —del mundo— en forma de inversión de capitales.

De Rusia qué decir. EE.UU. ha enfocado sus baterías las últimos tres administraciones, de Barack Obama a Donald Trump y Joe Biden. El presidente Vladimir Putin los ha parado de pestañas. Pese a la Rusia capitalista de ahora, el Pentágono se empeña en erigirlo “enemigo” al viejo estilo de la Guerra Fría.

Rusia es la nueva heredera de la vieja URSS, cierto, como también es territorio de grandes reservas energéticas, el Heartland de Mackinder (Heartland Mackinder Theory), el corazón de Europa que se debe conquistar para controlar el mundo, ambición y meta de las potencias durante la Segunda Guerra Mundial (lo menos Alemania y Gran Bretaña).

Esa vieja teoría de principios del siglo XX, que sigue vigente para las ambiciones de un imperio hoy decadente. Pretexto para las arremetidas desde el Oriente Europeo por la OTAN, ese viejo armatoste de la Guerra Fría, azuzado por las tesis de Henry Kissinger, Zbigniew Brzezinski y anexos. Por eso Polonia, Ucrania y los ejercicios militares en la frontera rusa.

A Europa, que se presta a los juegos de colores de la OTAN, no le cabe en la cabeza que sería utilizada como escenario de guerra. Pero no. Europa ha sido muy golpeada por vivir la guerra en carne propia. Además, necesita más de una Rusia que le ofrece abastecer gas para el invierno de inmediato, algo que EE.UU. no le garantiza. Como sí llevarlos a la guerra en sus propios territorios.

Porque hasta eso, salvo la invasión de Pancho Villa a Columbus, Nuevo México, otrora arrebatado a México, y el ataque a Pearl Harbor en el Pacífico por la flota japonesa que le brindó el pretexto para ir a la Segunda Guerra Mundial, el vecino del norte de México no ha vivido en carne propia una guerra. Solo crímenes ajenos, perpetrados contra decenas de países.

Mientras tanto, con un imperio como el estadounidense, que está perdiendo la batalla consigo mismo y contra el resto del mundo frente a dos potencias en auge que amenazan su hegemonía, Rusia y China, las patadas de ahogado pueden hundir a la humanidad.

Por eso el NOM, porque el imperio se resiste a caer. Por eso los escenarios de guerra y la pretendida “nueva guerra fría”. Sin tener claro contra quién, si contra Rusia en Europa o contra China en el Pacífico del sur. Tendría que decidirse, pero no lo hará.

La debilidad interna le impedirá emprender una guerra. Tan solo porque el Pentágono conoce sus limitaciones, inclusive tecnológicas frente a sus competidores. Pero los escarceos de guerra seguirán este 2022 que apenas comienza. El perdedor ya está a la vista. Porque la brújula del poder mundial comienza apuntar hacia otro lado.

El indeclinable camino del sol de Oriente a Occidente, de Ortega y Gasset, que de EE.UU. regresará a China, de donde partió hace ya algunos siglos. El ciclo donde la serpiente se muerde la cola.

Para el cierre del ciclo, ni la pandemia ni la vacunación lograrán el NOM. La debacle que toca a la puerta lo impedirá. Veremos.

 

 



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