2012: Primero el programa
¿Después el hombre?
EN ESE ORDEN DE PRIORIDADES, el líder del Partido Revolucionario Institucional más respetable en toda la tercera época del instituto político de la Revolución mexicana, el maestro don Jesús Reyes Heroles, estableció la estrategia para la sucesión presidencial de 1976, que fue dinamitada, sin embargo, con el albazo del intemperante Luis Echeverría a favor de la candidatura de José López Portillo.
Hombre de principios y valores políticos lejos de toda duda, el ideólogo tuxpeño fundaba su proposición en la necesaria consolidación del Estado Social de Derecho para dar continuidad a lo mejor de la obra del régimen revolucionario. De ahí que pusiera el acento de su discurso en la continuidad doctrinaria de la Constitución mexicana y en la actualización de la iniciativa programática que acreditó la supremacía electoral del partido durante más de 70 años.
Como lo comprobó su propia experiencia en el echeverriato, Reyes Heroles se colocó a contrapelo de los usos y costumbres del priismo más cerril (“las reglas no escritas”: La tradición del “sobre lacrado”, del tapado, del dedazo como derecho indisputable del “jefe nato del partido” o “del fiel de la balanza”, etcétera), y la disputa por el poder presidencial continuó privilegiando la espera del destape del uncido por el índice de Los Pinos. El debate sobre el programa de gobierno, condición consustancial al proceso para elegir Presidente de la República, según lo exige a los partidos el registro ante el órgano competente -para el caso el IFE- de la plataforma electoral, ha sido arrumbado detrás del altar al spot, entre más estridente más ruin, que en nada compromete a los aspirantes a la primera investidura de la República, más allá de su inmediata disposición al zafarrancho verborréico.
En ese tenor, poco sorprende que, a escasos 32 meses de las próximas elecciones generales, el futurismo que mueve a la mayoría de los medios de comunicación se condense en la difusión a granel de nombres y más nombres de hombres de los diversos partidos registrados que se sienten ya tocados por la Providencia para hacerse cargo de la conducción de una República huérfana de liderazgo, sin que ninguno de ellos se atreva a declarar expresamente sus pretensiones y mucho menos a dar un atisbo de lo que pudiera ser un plan de salvación nacional.
En ese vacío en que se diluyen los proyectos programáticos -acaso ahondado por el miedo de sus potenciales postulantes a confrontar ideas-, la perspicacia de algunos observadores ha puesto su atención en un evento que, en otras circunstancias, estaría a salvo de toda malicia política, como lo es el otorgamiento de la medalla Belisario Domínguez, facultad exclusiva del Senado de la República.
La presea fue asignada en esta ocasión al extinto ex secretario de Hacienda, don Antonio Ortiz Mena, a quien se atribuye el mérito de haber sido el artífice de una política económica soberana, que dio a México no sólo estabilidad -leitmotiv de los últimos gobiernos neoliberales-, sino también crecimiento como palanca de un auténtico desarrollo compartido.
Si desde hace tiempo señorea la percepción popular de que los senadores de las más recientes legislaturas son las personas menos calificadas para rendir homenaje al valeroso legislador chiapaneco, sacrificado sanguinariamente hace 96 años por su denuncia contra el usurpador Victoriano Huerta, ahora el escepticismo se agiganta porque el gestor de la entrega post mortem de esa distinción fue el impresentable senador Manlio Fabio Beltrones Rivera, uno de los más nombrados aspirantes al relevo de Felipe Calderón Hinojosa.
En estas mismas páginas, nuestro colaborador don Manuel Magaña Contreras cuestiona, con toda razón, si -dada la posibilidad de que el priismo retorne a Los Pinos- el homenaje a Ortiz Mena es en elogio a la aplicación de una doctrina económica contraria al neoliberalismo, el PRI retomará en su regreso al poder presidencial el camino del nacionalismo revolucionario. Especulaciones aparte, en todo caso lo rescatable del acontecimiento es que, al menos en el marco del santoral republicano, hay en Beltrones Rivera -después de Andrés Manuel López Obrador- un primer aspirante tricolor que tira de la madeja de una proposición programática que, aun como globo de sonda, merece dársele seguimiento, pues no faltará quien, desde ahora, la tache de retrógrada, habida cuenta que no encaja en las depredadoras supersticiones de los tecnoburócratas fundamentalistas.
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