El Nobel a Obama: ¿Por qué?
SALVO QUE SE TRATE de imponerle a futuro el peso de una carga ética y política, no se explica otra razón para el otorgamiento del Premio Nobel de la Paz al presidente ochomesino de la Unión Americana, Barack Obama. Menos, cuando el flamante galardonado lo asume como reconocimiento al liderazgo mundial de los Estados Unidos que, en la voz del también Nobel de la Paz, el argentino Adolfo Pérez Esquivel, “es el país más agresivo del mundo”, según lo declaró consternado por la noticia difundida el 9 de octubre.
Por lo que corresponde a los mexicanos, poco significa el voluntarismo del jurado del Nobel de cara a la política hemisférica de Obama, en cuyo aún corto mandato -como anclado en la decimonónica doctrina del Destino manifiesto- ha impulsado el entramado del eje México-Colombia, al que es consustancial la incesante militarización desde las orillas del río Bravo hasta las riberas del Arauco, el Putumayo y el San Miguel, so capa de combatir el narcotráfico y el terrorismo.
En cuanto al intrínseco sentido del Nobel de la Paz -una de las cinco categorías establecidas en 1896 por el sueco inventor y operador de explosivos-, baste decir que, hasta finales de 2008, se encontraban activos en 23 países -en sí y entre sí- insensatos conflictos bélicos, cuyo dato más cruel es que en ellos estaban enrolados más de 300 mil niños soldados.
Obama es el tercer presidente estadunidense que recibe el Nobel de la Paz estando en el ejercicio de su mandato. Jimmy Carter lo recibió, ya fuera del poder, en 2002. El primer galardonado, en 1906, con el Nobel en ese rango, fue Teodoro Roosevelt (1901-1909), el mismo que, como subsecretario de Marina (USA), maquinó la guerra contra España para arrebatarle Cuba. Guantánamo es aún su legado-estigma que sigue padeciendo la mayor de las Antillas. Pero Roosevelt fue también el creador de la diplomacia de las cañoneras y el impulsor de la construcción del Canal de Panamá (viejo sueño de Carlos V en 1534), urdido hace poco más de un siglo bajo el añoso lema “América para los americanos”, a un costo de más 22 mil muertos y la fractura continental. Los Estados Unidos “deben mantener el orden en todo el continente americano”, fue la consigna en su testamento político.
Thomas Woodrow Wilson fue el segundo mandatario norteamericano galardonado con el Nobel de la Paz, en 1919. Ordenó la ocupación armada de México en 1914, cuyo episodio más dramático fue la toma del puerto de Veracruz. Llevó a los Estados Unidos a la Primera Guerra Mundial, si bien se convirtió en gestor de la Sociedad de las Naciones después de haber participado en la firma Tratado de Versalles (que dio pie a la Segunda Guerra Mundial), pero ambas iniciativas le fueron rechazadas por el poco pacifista Senado estadunidense.
Premio Nobel de la Paz a Obama, sobre expectativas, más que realidades. Al saberse la decisión del jurado, el neoyorkino The Wall Street Journal lo saludó con la siguiente pregunta: “¿Por qué?”. A su vez, el presidente nacional del Partido Republicano, Michael Steele, declaró: “La verdadera pregunta que se hacen los estadunidenses es, ¿qué es lo que ha logrado realmente?”
Esas fueron algunas de las reacciones inmediatas en el interior de los Estados Unidos, donde el Presidente ha perdido en sus primeros ocho meses de gestión más de 20 puntos porcentuales en encuestas de popularidad, hasta situarse en 50 por ciento de aprobación, con tendencias a la baja, en medio de la percepción de que, a medida de que crece como estrella mundial, se despega más de las preocupaciones del ciudadano común; de lo que se colige la sospecha de si el premio no será una prefabricada bocanada de oxígeno para el huésped de la Casa Blanca, en la que el jefe de prensa, Robert Gibbs fue emplazado por los medios con la interrogante: ¿Renunciará Obama al galardón? El propio Obama afirmó que siente que no se merece estar en compañía de tantas figuras transformadoras que han sido honradas con el premio, aunque toma la distinción como un llamado a la acción.
En el exterior, editoriales en medios europeos dijeron que el Nobel agiganta la dimensión universal de Obama, pero eleva hasta el desasosiego las expectativas sobre su presidencia y su responsabilidad personal en la transformación del mundo que conocemos. Menos complacientes fueron otros anteriores receptores del Nobel de la Paz. Maairead Corrigan Magure calificó la decisión del comité como “una triste concesión”, para cuya legitimación Obama tiene que probar su voluntad de avanzar en la pacificación del Oriente Cercano. Hasta el polaco Lech Walesa se llamó a sorprendido: “¿Tan rápido? Demasiado rápido”.
En la contraparte, flaco favor le hacen al galardonado el secretario general de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen, al calificar de extraordinario el esfuerzo de Obama para “fortalecer la diplomacia internacional y la cooperación entre los pueblos”; el Primer Ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, que ve en el fallo del comité del Nobel “la esperanza de que (Obama) promueva una nueva era de paz”; o la Organización de Estados Americanos (OEA), que subraya la esperanza que el reconocimiento despierta en el continente.
Ahí, pues, un breve muestrario de las reacciones al suceso que coloca a Obama como primer protagonista en la escena mundial, al menos por estos días. Por nuestra parte, no le regatearemos el beneficio de la duda. En lo sucesivo, esperaremos a saber si obras son amores.
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