La campaña olímpica de Canadá contra la libertad de expresión
AMY GOODMAN
¿Tiene pensado ir a Canadá? Podría ser obligado a detenerse y ser sometido a interrogatorio en la frontera. Me sucedió la semana pasada. Me dirigía a Vancouver desde Seattle para dar una conferencia en la Biblioteca Pública de la ciudad. El hecho de que me detuvieran e interrogaran en al frontera provocó indignación en Canadá, e incluso fue noticia a nivel nacional. Este hecho tiene repercusiones graves para la libertad de prensa en América del Norte.
Fui manejando hasta la frontera con dos colegas. Mostramos nuestros pasaportes al guardia canadiense y respondimos las preguntas de rutina acerca del motivo de nuestro viaje a Canadá. Los ciudadanos estadounidenses no precisan visa para ingresar. El guardia nos ordenó de inmediato que estacionáramos el coche, que saliéramos del vehículo y que ingresáramos al edificio de aduana y migraciones.
Lo que siguió después fue una grosera violación de la libertad de prensa y de expresión. Primero, un guardia me exigió que le entregara las notas para mi conferencia. Quedé atónita. Le expliqué que hablo en forma improvisada. No se daba por vencido. Exigió las notas. Fui hasta el auto y le llevé una copia de mi nuevo libro, una recopilación de mis columnas semanales "Quebrar la barrera del silencio”. Le entregué el ejemplar y le dije que comienzo con la última columna del libro.
“Comienzo cada conferencia con la historia de Tommy Douglas”, le expliqué, “el difunto primer ministro de Saskatchewan, padre del sistema de asistencia de salud universal en Canadá”. Tommy Douglas es considerado el canadiense más destacado de la historia, y casualmente era el abuelo del actor Kiefer Sutherland, pero no llegué a explicar tanto.
“¿Qué más?”, me preguntó el guardia armado.
“Hablaré sobre el calentamiento global y la cumbre sobre el cambio climático en Copenhague”.
“¿Qué más?”, quería saber.
“Hablaré de las guerras en Irak y Afganistán”.
“¿Qué más?” El interrogador tomaba notas a mano, mientras otro guardia escribía en una computadora.
“Bueno, eso es todo.”
Me miró con escepticismo. “¿Va a hablar acerca de los Juegos Olímpicos?”, preguntó.
Quedé perpleja. “¿Quiere decir que si voy a hablar de que el Presidente Obama viajó recientemente a Copenhague para hacer lobby para que los Juegos Olímpicos se realicen en Chicago?”
Volvió a preguntar. “No entendió. Estoy hablando de los Juegos Olímpicos de Vancouver 2010”. Nuevamente, desconcertada, dije que no tenía pensado hablar de eso.
El guardia me miró incrédulo. “¿Me está diciendo que no va a hablar sobre los Juegos Olímpicos?” Volví a afirmar que no.
El guardia y otros funcionarios, en clara señal de descreimiento, registraron nuestro auto en forma exhaustiva.
Cuando salí a ver, estaban revisando minuciosamente la computadora de uno de mis colegas.
Después de eso, me llevaron a un cuarto en el fondo del establecimiento y me tomaron una fotografía, luego llamaron a los demás, uno a uno. A continuación nos devolvieron nuestros pasaportes con los “documentos de control” engrapados dentro. Los formularios decían que debíamos irnos de Canadá en dos días y que teníamos que registrarnos en su organismo de frontera al partir. Cuando regresamos al auto, descubrimos que habían revisado nuestras pertenencias y nuestros documentos y que habían registrado al menos dos de las tres computadoras. Corrimos al evento, donde la gente había sido informada de nuestra detención. Llegamos una hora y media tarde, pero la sala aún estaba repleta. La multitud estaba enfurecida con su gobierno.
Fue entonces que comencé a enterarme de lo que sucedía. Resulta que la ofensiva es generalizada. David Eby, director ejecutivo de la Asociación por las Libertades Civiles de British Columbia, me dijo “El departamento de policía está invirtiendo en forma secreta en nuevos equipos, nos enteramos solo de casualidad. Están invirtiendo en equipos como Dispositivos Acústicos de Largo Alcance (LRAD, por sus siglas en inglés). Este es el aparato que vimos que se utilizó contra los manifestantes durante la reunión del G20 en Pittsburg. Están gastando mil millones de dólares en diversos equipos y en personal y no tenemos idea de lo que se está comprando en términos de balas de goma, gases lacrimógenos, ese tipo de equipamiento. Además se aprobarán nuevos estatutos de la ciudad que restringen el contenido de los carteles que pueden portar las personas y una gran parte del centro de la ciudad. Los estatutos disponen que los carteles deben tener una licencia o que el contenido del mismo debe ser de celebración, y ‘celebración’ de hecho significa un término definido por los estatutos, que implica un cartel que aumente el sentimiento positivo o festivo acerca de los Juegos Olímpicos».
Según los críticos, la policía puede allanar un hogar si alguien coloca un cartel en contra de los Juegos Olímpicos en la ventana. Hay preocupación de que los sin techo sean obligados a irse de Vancouver, y también inquietud sobre la cantidad de financiamiento público que están recibiendo los Juegos mientras los servicios sociales básicos no reciben lo suficiente. Los activistas que están en contra de los Juegos Olímpicos -y sus familiares y amigos- están siendo perseguidos, detenidos e interrogados.
Nuestra detención e interrogatorio no solo constituyeron una violación a la libertad de prensa, sino una violación al derecho del público a saber. Porque si los periodistas sienten que hay cosas sobre las que no pueden informar, que serán detenidos, que serán arrestados o interrogados, eso constituye una amenaza al libre flujo de información. Y es una pérdida para la población, una pérdida olímpica para la democracia.
* Denis Moynihan colaboró en la producción periodística de esta columna.
** Texto en inglés traducido por Mercedes Camps y Democracy Now! en español,
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