¡Hasta siempre gallito inglés!
Se fue Armando
Jiménez, pero nos deja rico
acervo popular
JOSÉ VALENCIA ACOSTA
El autor de la biblia del albur mexicano, la famosa Picardía Mexicana, se ha ido a cotorrear y a alburear al otro barrio (como él decía), a cambio nos ha dejado su obra literaria y sus sabrosas crónicas para descarriados, una herencia eterna, popular e inolvidable.
Quienes tuvimos el honor, pero más que nada la dicha de entrevistar a este inquieto ingeniero, arquitecto, colaborador periodístico, trotacalles y cábula alburero, aprendimos a apreciar el valor cultural de su obra, pues además de su conocida, reconocida y multieditada “Picardía Mexicana” (143 ediciones), del que el gran maestro Alfonso Reyes dijo: "Todos los mexicanos hemos soñado, en cierto momento, escribir un libro como éste, y aun dimos los primeros pasos hacia esa meta...” Jiménez dejó otros dieciséis libros y cientos de colaboraciones en periódicos y revistas, columnas o crónicas de lo más ameno e ilustrativo sobre esos tiempos y ese México que se han perdido para siempre.
En los años ochenta pudimos entrevistarlo dos ocasiones y he de reconocer que en ambas ocasiones fueron encuentros tan divertidos e ilustrativos como los encuentros en bares, cantinas y pulquerías, de las que tanto sabía don Armando, mejor conocido por la perrada como “El Gallito Inglés”, gracias a que en cada presentación entregaba una pequeña tarjeta en la que en lugar de nombre, teléfono y dirección, aparecía un dibujo rudimentario de un falo emplumado a manera de gallo, al que humorísticamente nos pedía, en la tarjetita de marras, que le quitáramos, el pico, las alas y las plumas y nos lo metiéramos por donde se hace rosca la espalda…
Armando Jiménez Farías (nacido en Piedras Negras, Coahuila, 1917), era un ingeniero arquitecto egresado de la ESIA del IPN, incluso me contó que entre sus especialidades en la construcción, estaba la de los centros deportivos (El Plan Sexenal de Santo Tomás, D.F., es obra suya). Pero lo suyo, lo que le gustaba con pasión era recopilar e investigar todo lo relacionado al habla de barrio, al albur o retruécano como forma lingüística original, dinámica y única del mexicano, lo que le llevó a escribir su Picardía Mexicana, una verdadera biblia de los albureros de corazón; su éxito al romper esquemas puritanos, moralistas e hipócritas de los años sesenta (aunque el también recién fallecido Monsiváis afirmaba que el texto apareció por primera vez en 1958), en donde hablar a lo pelón, con sátira y lenguaje de carretonero era casi un pecado venial.
A su Picardía siguieron su Nueva Picardía Mexicana, Dichos y Refranes de la Picardía Mexicana y el Tumbaburros de la Picardía Mexicana, entre otros textos exitosos a los que los cursis anglófilos pueden llamar “best sellers” que han vendido, tan sólo del libro original, unos cuatro millones de ejemplares “y eso sin despeinarse”, como diría en vida don Armando. Otro aspecto en el que destacó como periodista o cronista popular fue en su famosa “Guía de Descarriados”, la que publicó al viejo estilo de entregas en algunos diarios capitalinos. En esta guía, don Armando recopiló y rescató para la memoria colectiva de todas las generaciones mexicanas, antes y después de los sesenta del siglo XX, aquel México bohemio, farandulero, mojigato y pecador al mismo tiempo. En estas crónicas el autor reconstruyó los recuerdos de antros, bares, cabarets, cantinas, pulquerías y hoteles de paso que hicieron historia desde los años veinte a los sesenta como los salones de baile: Los Ángeles, El Califa (California Dancing Club), El Esmirna, El Salón México o bares y antros como Las Veladoras y personajes legendarios como “La Bandida” y tantos sitios más, que en sus recorridos parece que estuviésemos viajando a un pasado que a la mayoría de nosotros no nos tocó vivir.
Su imagen se orna además de sus méritos propios, por otros merecimientos no menos apreciables, como sus cuatro premios nacionales de periodismo, su incursión casi silenciosa en el cine churrero mexicano con cintas que aprovecharon sus textos y recopilaciones y los prólogos que le hicieron figuras refulgentes de las letras españolas como García Márquez, Camilo José Cela y Octavio Paz. Amando Jiménez, un tipo agradable, alburero, alegre, cábula, observador e inquieto, dejó una rica herencia para y por la cultura popular, esa que es de carne y hueso, que huele a sudor, a chimoles y fritangas; esa que se crea en las calles y barrios, en antros, taquines y bailongos, en vecindades, colonias proletarias y sitios públicos. El gran cronista de la lengua viva y del México inolvidable partió al cielo para ir a alburear a San Pedro y las once mil vírgenes con sus alas de gallito inglés. Esto fue en Tuxtla Gutiérrez,Chiapas, localidad en la que residía, el viernes 2 de julio a los noventa y dos bien vividos años. No le deseamos que descanse en paz, porque nunca l gustó descansar, le deseamos que se siga divirtiendo de lo lindo y haciendo lo que tanto le gustaba hacer allá con el Creador.
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