Huesos y calaveras
Si el título sobre estas líneas se refiriera a la secreta, y sin embargo tan afamada secta que conspira en los antros de la Universidad de Yale (la Skull and bones), reciclada durante las recientes administraciones estadunidenses de los Bush, socios juramentados de esa siniestra hermandad, cualquiera pensaría a bote pronto que traeríamos a memoria a Ernesto Zedillo, doctorado por aquella institución y, según sus malquerientes, también pupilo de la temible logia. No es así. Se refiere dicho título a las andanzas necrófagas del gobierno calderoniano, so capa de los centenarios.
Desde su fundación en 1939, los más acres detractores del PAN, habida cuenta su identificación doctrinaria con los conservadores del siglo XIX y los contrarrevolucionarios del XX, le señalaron su falta de héroes propios y su necesidad de tomarlos prestados, a condición de que éstos no aparecieran en ningún santoral republicano de “la historia oficial, mistificadora de próceres” que, según escritores de la ultraderecha, no merecían la menor alabanza en la voz patria, mucho menos la elegía.
En ese tenor, la efigie de don Benito Juárez ya había sido encapuchada en 1948 por una cáfila de fanáticos sonsacados por el Partido Fuerza Popular, pariente pobre del PAN; los mismos pero otros que aún rinden pleitesía a Agustín de Iturbide como el verdadero consumador de la Independencia; los mismos pero diferentes, cuyos misticismo y heroísmo exaltaría José Vasconcelos el viejo, devenido publicista nazi y editor de la revista Timón, en la que se declaró a Hitler “la escoba de Dios”, que vino a barrer todo lo malo de la Tierra. Acaso por ello su nombre -el de Vasconcelos-, fue escogido para bautizar una megabiblioteca construida por Vicente Fox, quien en el arranque de su campaña para la Presidencia de México nominado por el PAN, anunció una nueva Revolución cristera.
Entremeses nada más, para saber que, más temprano que tarde, durante la presidencia del PAN, los presuntos restos de los insurgentes, dados por verdaderos y depositados en nichos de la columna del Ángel de la Independencia, serían expuestos al agravio público del insidioso ambulantaje, para finalmente dictaminar que no se trata más que de un montón de huesos anónimos que no valen el precio de las urnas en que fueron trasladados a Palacio Nacional para que, su vista, se retratara y declamara el Presidente de la Replica.
Desmitificar, es el verbo de la reacción panista para tratar de convencer a los mexicanos de que los héroes que nos dieron Patria no fueron dioses, sino comunes hombres de carne y hueso; hoy más huesos que carne. Vaciar, pues, de ídolos el bicentenario de la Independencia para que sus pedestales los ocupen los nuevos artífices de la salvación de México: Los indómitos guerreros contra los traidores de hoy -los narcos-, comandados, tales combatientes, por el gran templario vestido de verde olivo.
Desmitificar es la consigna desde lo alto, y ahí está la indispensable maestra de maestras -mater et magistral-, dando empleo a los héroes que nos dieron patria como iconos de la Lotería Nacional, repartiendo dinero a manos llenas en suplencia del Estado que sólo vela por sus socios, para que se cumpla el presentimiento de Morelos, de un régimen legal que modere la opulencia y la indigencia (…) “alejando la ignorancia, la rapiña y el hurto”, en espera de que el gobierno se reforme para que, al fin, la Patria pueda ser libre, también sentimiento moreliano.
Pachanga, pues, a falta de obra productiva, al mejor estilo televisivo, para bajarle las pilas a la gran familia famélica que no tiene aliento ya ni para digerir un chicharito chivero y, más que un JuBalani, desearía tener energía para patear la vejiga de buey de alguno de los organizadores del festejo bicentenario, que harán su puntual reprís en el noviembre centenario. ¿Y la cabeza de Pancho Villa? Preguntárselo a los profanadores de tumbas de Yale.
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