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A 96 Años
El holocausto armenio:
Un genocidio sin perdón ni olvido
JACQUES BOMBARDIER RENAUD
* La página más obscura y sangrienta de la historia turca del siglo XX
* Un hecho amargo que no puede morir en el desván de la historia
Entre 1915 y 1923, los restos del imperio otomano, el que se convirtió en la moderna Turquía, llevó a cabo un cruel y sangriento holocausto, considerado el primero del siglo XX, contra el pueblo armenio, inscribiéndose en una de las páginas más obscuras y condenables la historia mundial, aun cuando en muchas partes del planeta ni siquiera se conoce esta parte del devenir humano a través de los siglos. Hoy los historiadores siguen enfrascados en discusiones inútiles en torno a la veracidad de los hechos, las cifras y los culpables, mientras en algunas partes del mundo se mantiene viva la memoria de una matanza que jamás podrá alcanzar el perdón para el pueblo turco, ni el olvido para la humanidad, pues finalmente, un genocidio es una forma organizada de eliminación de un conjunto de personas con el objetivo específico de acabar o desaparecer una colectividad, raza o etnia, sea por su posición política, su status económico, su religión o color de piel.
Los hechos
El genocidio armenio, también denominado, gran calamidad, gran masacre u holocausto armenio (eremeni soykirimi, en turco), ocurrió antes, durante y después de la Primera Guerra Mundial, siendo su parte más grave entre 1915 y 1923, teniendo como antecedente las masacres humídianas o “desapariciónes forzadas” en el siglo XIX, de 300 mil armenios bajo el gobierno del sultán Abdul Hamid II (entre 1894 y 1897), quien por esto se ganó el apodo internacional del Sultán Rojo, a pesar de que tradicionalmente los armenios eran considerados por los turcos como una nación leal o Millet-al Sadica, pues eran gente trabajadora, ordenada, buena cristiana, amistosa y tolerante que si bien trabajan en su mayoría en la agricultura, también tenían muchos intelectuales, comerciantes y hombres de empresa con enormes capitales que beneficiaban al país; es más, los europeos y norteamericanos que abundaban por Turquía, siempre consideraron a los armenios “más europeos y cultos que los propios turcos”.
El genocidio armenio fue originalmente planeado y administrado desde el centro por el propio Estado Nacionalista Turco en contra de toda la población armenia del Imperio Otomano y consistió en deportaciones masivas, expropiaciones de bienes, secuestros, torturas, masacre e inanición provocada, sin importar la edad, el sexo u ocupación de las víctimas; destacándose la enorme deportación de niños y mujeres de Armenia y Anatolia hacia el desierto de Siria para que muriesen de hambre y de sed. Después de finalizar la Primera Guerra Mundial, hubo un compás de espera para que entre 1920 y 1923 se reiniciaran los pogroms contra los armenios, un crimen contra la humanidad que jamás se olvidará a pesar de las amenazas, alegatos y presiones de los gobiernos turcos de hoy, Jóvenes Turcos herederos directos del innovador Kemal Ataturk y los xenófobos Jóvenes Turcos del Comité de Unión y Progreso (CUP) ó Ittihad ve Tera kkí Jamiyettí, quienes, de manera indirecta sirvieron de ejemplo a seguir para el dictador nazi, Adolfo Hitler, en su holocausto del pueblo judío, aprendiendo de ellos que los hechos sangrientos finalmente mueren a manos del olvido de la humanidad.
Los culpables y sus motivos
Encabezan la lista de responsables directos y culpables del genocidio armenio: Mehemet Talaat, entonces ministro del Interior en 1915, quien posteriormente ascendió a Gran Primer Ministro o Gran Vizir en 1917; Ismael Enver, ministro de Guerra y Ahmed Jemal ó Jamal Basha al Safah (“El Asesino”), ministro de Guerra y gobernador militar de Siria. Los miembros del partido radical CUP o Jóvenes Turcos, como se les conocía popularmente, fueron quienes determinaron, por asamblea, los altos cargos gubernamentales y asignaron a los comandantes militares la ejecución efectiva del genocidio, a la que agregaron una organización “especializada en masacres” llamada Teshkilati Mahsusa, integrada por convictos, mercenarios y tropas irregulares, encargados de aniquilar deportados armenios y comandados, irónicamente, por el médico Behaeddin Shakir.
“Allah akbar: Sobre los infieles…”
Los motivos para el holocausto de armenios fueron muy simples: apropiarse de los bienes y riquezas de una comunidad de casi dos millones de habitantes productivos y el que éstos fueran de confesión cristiana, muy opuesta a la fe islámica de los Jóvenes Turcos, del propio gobierno nacionalista a ultranza que empujaba un panturquismo obcecado y de la mayoría de la población otomana. Claro que en este genocidio también hubo otras minorías étnicas que corrieron la misma suerte de los armenios, como fueron los casos de los sirios y griegos de Ponto, quienes fueron incluidos en esta “estrategia política nacionalista y de limpieza étnico-religiosa”, como eufemísticamente le llaman los turcos y algunos historiadores afines a ellos.
El 24 de abril de 1915
Esta fecha histórica marca simbólicamente el inicio del genocidio armenio de entre 1.5 y 2 millones de seres inocentes, aunque en realidad los reprobables e imperdonables hechos comenzaron el día 23 y continuaron toda la madrugada del 24 de abril de 1915, cuando fueron arrestados y deportados 250 intelectuales, religiosos, profesionales y ciudadanos importantes de la comunidad armenia, considerados como la cabeza pensante y la parte económicamente más sustancial de esta etnia víctima. Ese 24 de abril de hace 96 años marca el intento de aniquilación de toda una nación, pero esta nación no quiso morir y no murió, como apuntó recientemente un periodistas español.
Cientos de testimonios internacionales
Y a pesar de las rabietas y pataletas de las autoridades turcas en diversas épocas, por el yo acuso mundial al genocidio con que iniciaron el pasado siglo XX y no les hace ningún honor, por el contrario, les llena de oprobio y reprobación internacional, hay cientos de testimonios documentados de la época, hechos por ciudadanos norteamericanos que entre 1915 y 1923 fungían en Turquía como misioneros cristianos y diplomáticos; de oficiales militares alemanes que residían en ese país a raíz de ser aliados de los otomanos durante la Primera Guerra Mundial, de decenas de rusos que estaban en Anatolia cuando su ejército ocupó la región; muchos árabes de origen sirio que ayudaron a los armenios lanzados por los turcos al desierto y de los propios oficiales militares turcos que atestiguaron o tomaron parte de las masacres y dieron testimonio ante los tribunales de la postguerra durante el juicio a los Jóvenes Turcos. Un testimonio irrefutable es el que dio el entonces embajador estadounidense en Turquía, entre 1913 y 1916, Henry Morguenthau, con su relato de los hechos que vio y fue serializado en los periódicos norteamericanos, para luego convertirse en un libro (1919, sobre el genocidio armenio). A ellos podemos agregar investigaciones y recopilaciones testimoniales del escritor austriaco Franz Werfel, el del mercenario venezolano que fungió como oficial del ejército otomano en la Primera Guerra Mundial, Rafael de Nogales Méndez, los del historiador inglés Arnold J. Toynbee y del político británico James Bryce, entre otros.
Documentos que hablan por si mismos
Cabe citar, a manera de ejemplo muy ilustrativo de la crueldad oficial utilizada por el gobierno otomano contra los armenios, dos oficios enviados por el ministro turco del interior, Mehemet Talaat a la Prefectura de Aleppo, en donde se lee lo siguiente:
“Todos los derechos de los armenios, de vivir y trabajar en suelo turco han sido completamente cancelados. Con respecto a esto, el gobierno toma toda su responsabilidad y ordena no hacer excepciones de ninguna especie, incluyendo criaturas recién nacidas”. 9 de septiembre de 1915, Ministro del Interior.
“El gobierno, por orden del Yemiet (Consejo Supremo de los Jóvenes Turcos), ha decidido destruir completamente a todos los armenios que viven en Turquía. Aquellos que se opongan a acatar estas órdenes no podrán permanecer en las filas de oficiales del imperio. Debe ponerse fin a su existencia, cualesquiera sean los métodos sangrientos a tomar, sin reparar en sexos o escrúpulos de conciencia”. 15 de septiembre. Mehemet Talaat, Ministro del Interior.
“El Propósito del Exilio es el Aniquilamiento de los Armenios”,
Esta es, sin duda alguna, una frase lapidaria que ha arrojado vergüenza eterna sobre una nación que siempre ha querido ser europea y aliada de conveniencia de los Estados Unidos y de Israel, con quienes mantiene una relación bastante ambigua, porque si bien es cierto que E.U. e Israel no reconocen el genocidio armenio de manera oficial ante la opinión pública mundial, fingen que tampoco cierran sus ojos a esta realidad histórica, además, en el caso de Israel, existe el temor judío de que Turquía les limite o cancele el suministro de agua con sus buques cisterna, en el caso de que la nación israelí se una al concierto mundial de protesta contra Turquía por el holocausto armenio. Sin embargo, la frase: “El propósito del exilio es el aniquilamiento de los armenios”, pronunciada en Berlín, Alemania, en enero de 1919 por Mehemet Talaat, entonces ministro turco del Interior, es la sentencia de muerte pronunciada en contra del pueblo armenio por parte del gobierno turco de entonces.
Sin embargo, el gobierno turco, por generaciones, sigue negando los hechos, aduciendo argumentos absurdos, débiles y apostando a que un estado no tiene conciencia, y por ello, no tiene remordimientos. La comunidad internacional, en su mayoría, ignora o desconoce, de manera intencional o no, el genocidio armenio de 1915-1923, sin embargo algunas naciones ya han manifestado un reconocimiento histórico de los hechos sangrientos y reprobables, que convirtieron al holocausto armenio en el segundo en importancia después del de los judío a manos de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.
Un Epitafio…
“Del pueblo de tus abuelos
Sólo quedó el recuerdo,
Se borraron las sonrisas,
Un millón y medio de sueños.
Se llevaron las vidas,
De un millón y medio
De armenios…”
Gustavo sterczeck (historiador y escritor polaco).
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