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Divergencias y conflictos
La reciente batalla mediática de Elba Esther y su ex aliado predilecto Miguel Ángel Yunes causó estropicios no solamente a sus mismos protagonistas, al sindicato encabezado por la controvertida maestra y a su pragmático partido, al aparato gubernamental federal y su cabeza, y por supuesto al ISSSTE, el reparto de cuyos cuantiosos fondos conforma una arista esencial del escandaloso asunto.
Pero también tuvo la facultad de reavivar el interés sobre una cuestión harto interesante en la arena política en este crucial momento de estallidos preelectorales: ofreció en efecto una nueva muestra de los disímbolos criterios que sobre distintos temas priva entre señalados personajes del PRI, algo que ciertamente no parece confirmar la porfiadamente publicitada unidad de ese organismo político.
En el marco de las mutuas acusaciones de la maestra y Yunes, poco después de que el presidente nacional priísta Humberto Moreira dejara claro que su partido tiene la firme intención de aliarse con Elba Esther para la batalla mayor de 2012, el ex candidato presidencial Francisco Labastida asentaba que su partido no tiene necesidad alguna de ello, previendo seguramente daños a la imagen de su partido por la vuelta a la alianza con Elba.
Y bueno. Hay que aceptar que lo más natural del mundo es que al interior de un organismo determinado, ya sea político, administrativo, gubernamental o empresarial, haya distintas opiniones sobre un tema dado. No es grave. A mucha gente le parecerá, incluso, adecuado.
Elba Esther y Yunes.
Lo que llama la atención del caso Elba Esther es que se trató de uno de los temas públicos de las últimas fechas en que se han dejado escapar expresiones sobre las diferencias entre grupos diversos de ese partido, y hasta entre ciertos conspicuos miembros del organismo, precisamente en el momento en que éste se empeña en colocar el tema de la unidad como la principal de sus actuales fortalezas.
Y no es que haya dudas sobre el hecho bien evidente de que en el seno del partido tricolor se libra una lucha sobre distintas cuestiones importantes del camino que habrá de tomar el organismo los próximos meses, entre ellas obviamente la designación formal de su candidato.
Finalmente, bien se sabe que desde siempre, en el seno del PRI se ha dado una permanente batalla entre las distintas corrientes que ahí se asentaron. Hay que recordar que el organismo, bajo el esquema de partido único, cobijó los ingentes choques que esos diversos grupos libraron, los cuales, en otro marco, debieron tener lugar entre distintos partidos. Ya lo decía un viejo, colmilludo político nacional, al justificar su decisión de afiliarse al tricolor y abandonar una entidad de izquierda que veía cada vez más lejano su acceso al poder: “la lucha por el cambio –decía– sólo se puede desde adentro del PRI”.
El tema de las contradicciones entre los notables de este partido, puesto nuevamente en el centro de la atención política por el conflicto Elba Esther-Yunes, genera en tales condiciones más bien reflexiones sobre la tarea que los dirigentes priístas deberán cumplir para zanjar sus divergencias. Al menos hacerlas a un lado de la actividad común de sus miembros.
“Estoy seguro que no va a haber fracturas… estoy seguro que vamos a llegar muy unidos”, expresó al respecto Moreira.
No es secreto para nadie en este país que los directivos del PRI acordaron poner por delante de todas sus metas la que concierne a la unidad debido a los desastrosos resultados que le arrojaron los episodios de las batallas Madrazo-Elba Esther al interior de su propio partido, Madrazo-Montiel en un hecho que tomó tintes de escándalo histórico, y finalmente la avalanchesca cargada del TUCOM contra el entonces pretendiente presidencial.
Hay que recordar que el TUCOM (Todos unidos contra Madrazo), unió frente al precandidato a los gobernadores Arturo Montiel, del estado de México; José Natividad González Parás, de Nuevo León; Enrique Martínez y Martínez, de Coahuila, y el coordinador del partido en la Cámara de Diputados, Enrique Jackson. Una formidable aplanadora, que dio paso al más intenso “tiroteo amigo” que se haya visto en una elección presidencial.
Mucha gente se pregunta ahora si el partido que debió abandonar Los Pinos en el año 2000 en mucho a partir de tales palmarias muestras de desunión, tendrá la capacidad de superar hoy por hoy las divergencias de sus grupos y de sus líderes más allá del discurso, y presentar un frente efectivamente unificado en las elecciones del próximo año.
Si es más que previsible que el diferendo sobre la alianza con Elba Esther podrá ser finalmente superado, ya sea por la pragmática vía de lo que en el número de presumibles votos pueda representar o por la evaluación de los posibles daños que en imagen del partido proyecte, hay otros asuntos con ángulos más difíciles de pulir.
En el tema Elba-Yunes, lo cierto es que el senador Manlio Fabio Beltrones, como todo el mundo sabe el mayor rival de Peña Nieto para obtener la candidatura, manifestó su complacencia en la prevista alianza con el partido político de Elba Esther, pese a las conocidas diferencias entre ambos, en tanto que la cuestión era vista también con sentido positivo por la bancada priísta en la cámara baja, en la que el precandidato ultrapuntero posee gran ascendencia.
Pero hay otras cuestiones. En los meses recientes, las diferencias internas del PRI se han manifestado, entre otros escenarios, en los salones del Congreso. Se han traducido, como todos sabemos, en la impugnación de los priístas de una cámara a las iniciativas aprobadas por sus correligionarios en la otra.
Pero quizá la mayor desavenencia se refiera a los criterios de grandes figuras del PRI que se manifestaron de manera pública recientemente respecto de los lineamientos que deben privar sobre la elección del candidato del organismo a la silla presidencial.
Debemos presentar un candidato fuerte, de unidad, apuntó Peña Nieto en reunión con sus simpatizantes. No hay ya cabida en el PRI para dedazos o cargada, se apresuró a responder el presidente del Senado.
Es claro que esa divergencia entre los dos aspirantes presidenciales refleja la pugna comprensible por la propia posición de ambos como tales. Pero también es para el PRI esencial, imperioso, que tal discrepancia desaparezca. De hecho, el asunto quedará superado tras la nominación del candidato.
De acuerdo con previsiones y conjeturas que corren en el campo político, la cuestión es que entonces podría surgir una disensión más profunda por la inconformidad con la decisión. ¿Podrá el PRI realizar una campaña tranquila en respaldo de su elegido sin temor alguno a algo cercano al “fuego amigo”?
Si las cosas no presentan sorpresas y van como ahora se miran, esto es, que el elegido sea Peña Nieto, los escépticos estiman que podría ser difícil para el PRI ofrecer a Beltrones una “compensación” aceptable.
Los conocedores del tema estiman que difícilmente podría mencionarse en el caso la cartera de Gobernación, esto es, la considerada de mayor valor de una administración federal, en primer término por la ruptura que ocasionaría en el equipo vencedor, el cual seguramente tendría ya designado al ocupante del Palacio de Bucareli, y en segundo, porque difícilmente el hasta ahora líder del Senado podrá aceptar su inclusión en un grupo como éste. Pero claro, eso es lo que se ve hasta ahora.
Como dice la vieja canción: ¿qué será, será?
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