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Edición 274
Escrito por PAUL WALDER   
Jueves, 12 de Enero de 2012 16:03

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Cifras y argumentos sobre falacias del modelo chileno

Mitos neoliberales se fueron al suelo

 

PAUL WALDER*


Desde el aciago sexenio de Carlos Salinas de Gortari, el modelo chileno ha tenido particular significación en México, porque el supuesto éxito de su ejecución inspiró en buena medida cuanto proyecto de privatización de la economía pública se le ocurrió a la tecnoburocracia mexicana. Para ilustrar nuestro optimismo va el siguiente balance.

Las movilizaciones estudiantiles han comenzado a liberar un cúmulo de contradicciones por décadas levantadas cual virtuosas estadísticas económicas. A la primera y más evidente, que está relacionada de forma directa con la educación, su calidad y su condición de servicio privado, hay otras variables económicas y sociales que desde la perspectiva de un estudiante aparecen, más que como futuro o proyección de vida, como abismo y negación. Porque tras el duro y oneroso trance del estudio superior, lo que se levanta en el horizonte es un territorio más lleno de contradicciones que de certezas.

RAULWALDER

Por donde se mire, el modelo de economía y sociedad levantado y publicitado durante más de dos décadas tanto por la derecha, hoy en el gobierno, como por la actual oposición, emite todo tipo de señales de error, ya asumidas como una evidencia de su deterioro no sólo por el movimiento estudiantil, sino por gran parte de la ciudadanía. Lo que estamos observando y oyendo en estos días es el estruendo que hace al caer una gran escenografía que aparentaba progreso y desarrollo, derrumbe que ha quedado constatado en el poco aprecio que gran parte de la población le tiene al sistema y sus protagonistas. No sólo hay un rechazo al modelo neoliberal, también a sus instituciones y principales actores.

Hace unas semanas, el sondeo Latinobarómetro 2011 graficó, cuadró y ordenó lo que puede observarse en las calles chilenas, fenómeno que no ha sorprendido a estos expertos: Desde los orígenes de los sondeos, hace ya más de 15 años, la población chilena expresaba una molestia por aquel modelo económico y social tan elogiado por empresarios, políticos de todos los colores y funcionarios de organismos económicos internacionales.

 

Latifundio estilo bananero

No es modelo para aplaudir ni para seguir. Aquello fue un gran eslogan publicitario pagado por el sector privado para mantener al país en uno más de los latifundios de estas tierras australes. Bastó escarbar un poco bajo las elogiadas estadísticas macroeconómicas y los resultados empresariales para hallar indicadores peores que en las tradicionales repúblicas bananeras. “Los datos de Latinobarómetro 2011 muestran fehacientemente de qué manera el movimiento estudiantil ha reubicado a Chile muy por debajo del promedio de la región en una serie de indicadores significativos”, escribe Marta Lagos, directora del centro de investigaciones sociales. Un cúmulo de variables que hoy sostiene y justifica al movimiento de los estudiantes y se proyecta hacia otros grupos sociales. Porque -dice el estudio- “en la medida que pasan los días, empieza lentamente a crecer la percepción de que estamos ante algo más grande de lo que muchos quieren reducir”.

Esta encuesta resume nuestra percepción hacia el escenario actual y futuro. Y no puede ser más alarmante. El modelo insuflado desde la dictadura por todos los gobiernos como el único camino al progreso y al desarrollo, se cae a pedazos. Por un lado vemos las pancartas en las calles y oímos las consignas enrabiadas contra el sistema, por otra parte tenemos las estadísticas que ratifican la creciente ira.

Entre el 2010 y el 2011 la idea de progreso ha caído 26 puntos porcentuales, en tanto la satisfacción con la democracia y el gobierno unos 24 puntos, concluye el sondeo. También caen 18 por ciento las expectativas en un futuro mejor, y una mayoría estima que el 2012 será peor que este año en curso.

Los grandes mitos neoliberales se van al suelo. Baja un 14 por ciento la creencia que las privatizaciones han sido beneficiosas para el país y baja también la idea de que la economía de mercado es el único sistema para alcanzar el desarrollo. En fin, estos y otros indicadores están muy debajo de la media latinoamericana. La percepción de los chilenos es que aquí las cosas están peor.

Esta sensación tal vez se relacione con la siguiente afirmación de Marta Lagos: “La clase media emergente, que acaba de salir de la pobreza, no logra consolidarse en un mundo hecho para una clase media alta acomodada. Las condiciones no están dadas para que la clase media baja pueda competir y ganarse un lugar en la sociedad chilena. No hay meritocracia, importa el color de la piel, el mercado del trabajo no existe”.

Este es el mundo que los estudiantes han desenmascarado a través de sus protestas. Porque éste es un mundo al que no tienen interés de acceder, sino cambiar.

 

La OCDE ratifica la desigualdad

Si la percepción que tiene la ciudadanía ante sus instituciones puede ser dramática, lo son también los indicadores que periódicamente pergeña la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) para sus países miembros. Las diferencias entre Chile y los parámetros de esta organización son enormes.

La primera gran diferencia que podemos hallar entre los países de la OCDE y Chile es el producto per cápita, aun cuando ésta, según anuncia éste y anteriores gobiernos, se reduciría con más crecimiento. Chile registró un ingreso per cápita el año pasado de 14.460 dólares (7.663.800 pesos), lo que equivale a un ingreso per cápita mensual de 638.650 pesos. Esto significa que una familia de cuatro personas, según esta variable, tiene en Chile una renta mensual media de 2.554.600 pesos. Obviamente, algo aquí no refleja la realidad. Pero el problema no es la suma, sino su distribución.

Al comparar la distribución del ingreso de Chile con los países de la OCDE, la observación nos entrega un poco de claridad sobre la distorsión en el ingreso. Un informe de este organismo publicado el año pasado, aun cuando admite que las políticas públicas chilenas han logrado reducir los niveles de pobreza, mantiene diferencias insalvables respecto a la riqueza, ya que “el diez por ciento más rico de la población tiene ingresos 29 veces sobre los ingresos del diez por ciento más pobre”. En la OCDE, en tanto, el promedio es de solo nueve veces.

 

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Todos los ministros de Hacienda de los últimos veinte años han especulado con el mito del desarrollo como el efecto directo del crecimiento económico. Desde Alejandro Foxley a Felipe Larraín, pasando, por cierto, por Andrés Velasco, han repetido el coro neoliberal del crecimiento y desarrollo vía rebalse. Tras veinte años de crecimiento, el producto chileno se acerca a los 250 mil millones de dólares, un diez por ciento de la población vive mejor que en las zonas ricas de los países más ricos, en tanto el resto se desvive para alcanzar el fin de mes.

Veinte años con el mismo discurso, que demostró sus reales objetivos. Tal como se leía en una pancarta manuscrita en una de las numerosas jornadas de protestas: “Chilenos, no era chorreo, era saqueo”. Desde la instalación del modelo, la transferencia de riqueza ha sido desde el trabajador al dueño del capital, y no a la inversa.

 

¿Desarrollados? No, era broma

Hacia la mitad de agosto apareció publicada en La Tercera una columna del economista Joseph Ramos, profesor y ex decano de la facultad de Economía de la Universidad de Chile, titulada con la pregunta “¿Chilenos desarrollados?”. El atractivo de este breve texto es que ponía en duda el mito neoliberal del desarrollo, el que para el ministro Larraín, el actual centinela del modelo, se cumpliría un poco más allá del 2016. Para aquel año, el producto chileno per cápita llegaría a 20 mil dólares anuales (9.800.000 pesos anuales, o más de 800 mil mensuales). Pero el Producto Interno Bruto (PIB) no es igual a bienestar. Aún así, concedamos el lugar común de políticos y oficiantes neoliberales que bienestar es similar al nivel de vida que tienen los ciudadanos de Miami y los europeos. Pero si volcamos ese nivel de vida a números, dice Ramos, tendríamos que elevar la renta media de los chilenos a unos 32 mil dólares, que es el producto per capita de un país de desarrollo medio-alto como España.

Seamos menos ambiciosos y pongamos como ejemplo a Portugal, con un PIB per cápita un poco superior a los 20 mil dólares. Hacienda ha repetido y jurado que creciendo al seis por ciento anual Chile llega muy luego a este nivel de desarrollo. No crecerá a ese ritmo por diversos motivos, pero aun creciendo a ese ritmo, tampoco llegará al desarrollo, al menos para la generación que hoy sale de la educación media y superior. ¿Por qué? Por lo que todos ya hemos sufrido. Como dice el profesor Ramos, aunque alcancemos el nivel de España, la “mayoría de los chilenos quedaría con un nivel de vida lejos del que tiene un país desarrollado”. Quienes superarán con creces el nivel de España será el diez por ciento más rico de la población. Bajo este modelo neoliberal, que concentra y excluye, que el país crezca o se estanque poco le vale al 90 por ciento restante.

Chile puede alcanzar un producto per cápita de país desarrollado con la mayoría de sus ciudadanos en la pobreza. Para vencer esta contradicción, que es la que tiene a la gente en las calles, no basta con crecer. Es necesario, dice el profesor Ramos, “reducir a la mitad las desigualdades”.

 

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Felipe Larrain.

Por este camino no llegamos a ninguna meta de las levantadas como zanahorias desde hace ya más de veinte años por la dupla Coalición-Concertación. Así es como estamos, nos constata otra vez la OCDE en un ranking sobre calidad de vida publicado este año, variable en la que Chile sólo supera a México y Turquía. Aun cuando en la mayoría de los aspectos medidos Chile aparece entre los últimos de la fila, en la variable que está en una posición que no puede ser peor es la relacionada con ingresos.

Bajos ingresos, trabajos precarios y alto desempleo, en especial entre los jóvenes. Si la tasa de desempleo juvenil ya era alta hace unos cinco años, hoy ya se acerca al 20 por ciento, guarismo que sin embargo no esconde la precariedad e informalidad de los trabajos ofrecidos a los más jóvenes. La macdonalización del empleo es extensiva y apunta a un círculo vicioso que va desde los call centers, la comida rápida al reparto de pizzas.

A este mercado laboral llega el endeudado estudiante. Un estudio realizado por Cenda para la Confech afirma que el endeudamiento total de un alumno que cursa una carrera de cinco años será de 7,3 millones de pesos y más de diez millones si estudia siete años en una carrera de costo promedio. Esta última cifra sube considerablemente y puede duplicarse fácilmente en el caso de alumnos de carreras largas y caras, como medicina, por ejemplo.

Teniendo en cuenta la oferta laboral, su informalidad, inestabilidad y el deprimido nivel de remuneraciones promedio, los futuros profesionales no ganarán lo suficiente para solventar estos dividendos. Es decir, dice Cenda, “aquí hay un castigo que se acarreará por gran parte de la vida laboral sobre aquellos que contrataron créditos, quienes en su mayoría provienen de sectores medios y populares”.

Si se piensa que durante la vida laboral se pagará con facilidad esa deuda, una encuesta aparecida a comienzos de noviembre realizada por el sitio Laborum.com nos ratifica el malestar de las calles. Un tercio de los egresados trabaja en actividades que no tienen relación con sus estudios, en tanto la gran mayoría, un 75 por ciento no está satisfecho con su sueldo y casi el 80 por ciento se cambiaría de empleo.

* El Ciudadano

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