{vozmestart} 
Cifras y argumentos sobre falacias del modelo chileno 
  
  
  
Mitos neoliberales se fueron al suelo 
  
PAUL WALDER* 
  
   
  
Desde el aciago sexenio de Carlos Salinas de Gortari, el modelo chileno ha  tenido particular significación en México, porque el supuesto éxito de  su ejecución inspiró en buena medida cuanto proyecto de privatización de  la economía pública se le ocurrió a la tecnoburocracia mexicana. Para  ilustrar nuestro optimismo va el siguiente balance. 
  
Las movilizaciones estudiantiles han comenzado a liberar un cúmulo de  contradicciones por décadas levantadas cual virtuosas estadísticas  económicas. A la primera y más evidente, que está relacionada de forma  directa con la educación, su calidad y su condición de servicio privado,  hay otras variables económicas y sociales que desde la perspectiva de  un estudiante aparecen, más que como futuro o proyección de vida, como abismo y negación.  Porque tras el duro y oneroso trance del estudio superior, lo que se  levanta en el horizonte es un territorio más lleno de contradicciones  que de certezas. 
  
Por donde se mire, el modelo de economía y sociedad levantado y  publicitado durante más de dos décadas tanto por la derecha, hoy en el  gobierno, como por la actual oposición, emite todo tipo de señales de  error, ya asumidas como una evidencia de su deterioro no sólo por el  movimiento estudiantil, sino por gran parte de la ciudadanía. Lo que  estamos observando y oyendo en estos días es el estruendo que hace al  caer una gran escenografía que aparentaba progreso y desarrollo,  derrumbe que ha quedado constatado en el poco aprecio que gran parte de  la población le tiene al sistema y sus protagonistas. No sólo hay un  rechazo al modelo neoliberal, también a sus instituciones y principales  actores. 
Hace unas semanas, el sondeo Latinobarómetro 2011  graficó, cuadró y ordenó lo que puede observarse en las calles chilenas,  fenómeno que no ha sorprendido a estos expertos: Desde los orígenes de  los sondeos, hace ya más de 15 años, la población chilena expresaba una  molestia por aquel modelo económico y social tan elogiado por  empresarios, políticos de todos los colores y funcionarios de organismos  económicos internacionales. 
  
Latifundio estilo bananero 
No es modelo para aplaudir ni para seguir. Aquello fue un gran eslogan publicitario pagado por el sector privado para mantener al país en uno  más de los latifundios de estas tierras australes. Bastó escarbar un  poco bajo las elogiadas estadísticas macroeconómicas y los resultados  empresariales para hallar indicadores peores que en las tradicionales  repúblicas bananeras. “Los datos de Latinobarómetro 2011 muestran fehacientemente de qué manera el movimiento estudiantil ha  reubicado a Chile muy por debajo del promedio de la región en una serie  de indicadores significativos”, escribe Marta Lagos, directora del  centro de investigaciones sociales. Un cúmulo de variables que hoy  sostiene y justifica al movimiento de los estudiantes y se proyecta  hacia otros grupos sociales. Porque -dice el estudio- “en la medida que  pasan los días, empieza lentamente a crecer la percepción de que estamos  ante algo más grande de lo que muchos quieren reducir”. 
Esta encuesta resume nuestra percepción hacia el escenario actual y  futuro. Y no puede ser más alarmante. El modelo insuflado desde la  dictadura por todos los gobiernos como el único camino al progreso y al  desarrollo, se cae a pedazos. Por un lado vemos las pancartas en las  calles y oímos las consignas enrabiadas contra el sistema, por otra  parte tenemos las estadísticas que ratifican la creciente ira. 
Entre el 2010 y el 2011 la idea de progreso ha caído 26 puntos porcentuales, en tanto la satisfacción con la democracia y el gobierno unos 24 puntos, concluye el sondeo. También caen 18 por ciento las expectativas en un futuro mejor, y una mayoría estima que el 2012 será peor que este año en curso. 
Los grandes mitos neoliberales se van al suelo. Baja un 14 por ciento la creencia que las privatizaciones han sido beneficiosas para el país y baja también la idea de que la economía de mercado es el único  sistema para alcanzar el desarrollo. En fin, estos y otros indicadores  están muy debajo de la media latinoamericana. La percepción de los  chilenos es que aquí las cosas están peor. 
Esta sensación tal vez se relacione con la siguiente afirmación de  Marta Lagos: “La clase media emergente, que acaba de salir de la  pobreza, no logra consolidarse en un mundo hecho para una clase media  alta acomodada. Las condiciones no están dadas para que la clase media baja pueda competir y ganarse un lugar en la sociedad chilena. No hay meritocracia, importa el color de la piel, el mercado del trabajo no existe”. 
Este es el mundo que los estudiantes han desenmascarado a través de  sus protestas. Porque éste es un mundo al que no tienen interés de  acceder, sino cambiar. 
  
La  OCDE ratifica la desigualdad 
Si la percepción que tiene la ciudadanía ante sus instituciones puede  ser dramática, lo son también los indicadores que periódicamente  pergeña la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos  (OCDE) para sus países miembros. Las diferencias entre Chile y los  parámetros de esta organización son enormes. 
La primera gran diferencia que podemos hallar entre los países de la   OCDE y Chile es el producto per cápita, aun cuando ésta, según anuncia  éste y anteriores gobiernos, se reduciría con más crecimiento. Chile  registró un ingreso per cápita el año pasado de 14.460 dólares  (7.663.800 pesos), lo que equivale a un ingreso per cápita mensual de  638.650 pesos. Esto significa que una familia de cuatro personas, según  esta variable, tiene en Chile una renta mensual media de 2.554.600  pesos. Obviamente, algo aquí no refleja la realidad. Pero el problema no  es la suma, sino su distribución. 
Al comparar la distribución del ingreso de Chile con los países de la   OCDE, la observación nos entrega un poco de claridad sobre la  distorsión en el ingreso. Un informe de este organismo publicado el año  pasado, aun cuando admite que las políticas públicas chilenas han  logrado reducir los niveles de pobreza, mantiene diferencias insalvables  respecto a la riqueza, ya que “el diez por ciento más rico de la población tiene ingresos 29 veces sobre los ingresos del diez por ciento más pobre”. En la OCDE, en tanto, el promedio es de solo nueve veces. 
  
  
Todos los ministros de Hacienda de los últimos veinte años han  especulado con el mito del desarrollo como el efecto directo del  crecimiento económico. Desde Alejandro Foxley a Felipe Larraín, pasando,  por cierto, por Andrés Velasco, han repetido el coro neoliberal del  crecimiento y desarrollo vía rebalse. Tras veinte años de crecimiento,  el producto chileno se acerca a los 250 mil millones de dólares, un diez  por ciento de la población vive mejor que en las zonas ricas de los  países más ricos, en tanto el resto se desvive para alcanzar el fin de  mes. 
Veinte años con el mismo discurso, que demostró sus reales objetivos.  Tal como se leía en una pancarta manuscrita en una de las numerosas  jornadas de protestas: “Chilenos, no era chorreo, era saqueo”. Desde la  instalación del modelo, la transferencia de riqueza ha sido desde el  trabajador al dueño del capital, y no a la inversa. 
  
¿Desarrollados? No, era broma 
Hacia la mitad de agosto apareció publicada en La  Tercera una columna del economista Joseph Ramos, profesor y ex decano de la  facultad de Economía de la Universidad de Chile, titulada con la  pregunta “¿Chilenos desarrollados?”. El atractivo de este breve texto es  que ponía en duda el mito neoliberal del desarrollo, el que para el  ministro Larraín, el actual centinela del modelo, se cumpliría un poco  más allá del 2016. Para aquel año, el producto chileno per cápita  llegaría a 20 mil dólares anuales (9.800.000 pesos anuales, o más de 800  mil mensuales). Pero el Producto Interno Bruto (PIB) no es igual a  bienestar. Aún así, concedamos el lugar común de políticos y oficiantes  neoliberales que bienestar es similar al nivel de vida que tienen los  ciudadanos de Miami y los europeos. Pero si volcamos ese nivel de vida a  números, dice Ramos, tendríamos que elevar la renta media de los  chilenos a unos 32 mil dólares, que es el producto per capita de un país  de desarrollo medio-alto como España. 
Seamos menos ambiciosos y pongamos como ejemplo a Portugal, con un  PIB per cápita un poco superior a los 20 mil dólares. Hacienda ha  repetido y jurado que creciendo al seis por ciento anual Chile llega muy  luego a este nivel de desarrollo. No crecerá a ese ritmo por diversos  motivos, pero aun creciendo a ese ritmo, tampoco llegará al desarrollo,  al menos para la generación que hoy sale de la educación media y  superior. ¿Por qué? Por lo que todos ya hemos sufrido. Como dice el  profesor Ramos, aunque alcancemos el nivel de España, la “mayoría de los  chilenos quedaría con un nivel de vida lejos del que tiene un país  desarrollado”. Quienes superarán con creces el nivel de España será el  diez por ciento más rico de la población. Bajo este modelo neoliberal,  que concentra y excluye, que el país crezca o se estanque poco le vale  al 90 por ciento restante. 
Chile puede alcanzar un producto per cápita de país desarrollado con  la mayoría de sus ciudadanos en la pobreza. Para vencer esta  contradicción, que es la que tiene a la gente en las calles, no basta  con crecer. Es necesario, dice el profesor Ramos, “reducir a la mitad  las desigualdades”. 
  
  
Felipe Larrain. 
Por este camino no llegamos a ninguna meta de las levantadas como  zanahorias desde hace ya más de veinte años por la dupla  Coalición-Concertación. Así es como estamos, nos constata otra vez la  OCDE en un ranking sobre calidad de vida publicado este año, variable en  la que Chile sólo supera a México y Turquía. Aun cuando en la mayoría  de los aspectos medidos Chile aparece entre los últimos de la fila, en  la variable que está en una posición que no puede ser peor es la  relacionada con ingresos. 
Bajos ingresos, trabajos precarios y alto desempleo, en especial  entre los jóvenes. Si la tasa de desempleo juvenil ya era alta hace unos  cinco años, hoy ya se acerca al 20 por ciento, guarismo que sin  embargo no esconde la precariedad e informalidad de los trabajos  ofrecidos a los más jóvenes. La macdonalización del empleo es extensiva y apunta a un círculo vicioso que va desde los call centers, la comida rápida al reparto de pizzas. 
A este mercado laboral llega el endeudado estudiante. Un estudio  realizado por Cenda para la Confech afirma que el endeudamiento total de  un alumno que cursa una carrera de cinco años será de 7,3 millones de  pesos y más de diez millones si estudia siete años en una carrera de  costo promedio. Esta última cifra sube considerablemente y puede  duplicarse fácilmente en el caso de alumnos de carreras largas y caras,  como medicina, por ejemplo. 
Teniendo en cuenta la oferta laboral, su informalidad, inestabilidad y  el deprimido nivel de remuneraciones promedio, los futuros  profesionales no ganarán lo suficiente para solventar estos dividendos.  Es decir, dice Cenda, “aquí hay un castigo que se acarreará por gran  parte de la vida laboral sobre aquellos que contrataron créditos,  quienes en su mayoría provienen de sectores medios y populares”. 
Si se piensa que durante la vida laboral se pagará con facilidad esa  deuda, una encuesta aparecida a comienzos de noviembre realizada por el  sitio Laborum.com nos ratifica el malestar de las calles. Un tercio de  los egresados trabaja en actividades que no tienen relación con sus  estudios, en tanto la gran mayoría, un 75 por ciento no está satisfecho  con su sueldo y casi el 80 por ciento se cambiaría de empleo. 
* El Ciudadano 
{vozmeend} 
				  
	
	
	
		
	
  
			 |