Los jóvenes mexicanos exigen justicia y libertad:
Nada los va a detener
ALBERTO MONTOYA MARTÍN DEL CAMPO*
El espíritu de un pueblo son sus actos. Hegel
La coyuntura histórica.
DE MANERA INESPERADA, la interpelación de los estudiantes de la Ibero al licenciado Enrique Peña Nieto, candidato del PRI a la presidencia de la República, cambió el rumbo de las campañas presidenciales y ha tenido mayor trascendencia que el primer debate televisado organizado por el IFE.
DESDE ESE MOMENTO, se desvaneció y está descartada como inexorable, la crónica anunciada, televisivamente construida y manipulada con un 25 por ciento de indecisos, del triunfo absoluto del PRI.
El fracaso de una economía política implantada durante tres décadas, en función de los intereses globales, que ha conducido al estancamiento, la dependencia y la falta de oportunidades para millones de jóvenes, plantea dos perfiles distintos para la Presidencia de la República: un mandatario que sea libremente elegido y responda a los intereses de los mexicanos, con base en el respeto irrestricto a la Constitución y los Derechos Humanos; o bien un gerente y gendarme de los intereses corporativos globales, que siga imponiendo su lógica e intereses al Pueblo de México, incluso mediante la represión y la violencia institucional.
El liberalismo corporativo ha establecido en México un Estado fuerte, cada vez más abiertamente militar y policiaco, para reprimir con violencia impune a la sociedad; y al mismo tiempo, débil e inerme ante los intereses económicos más concentrados de la economía global.
Los jóvenes intuyen, sienten, viven, sufren, y muchos también conocen esta realidad, con sus estudios universitarios. Ante esta disyuntiva, un número creciente y diverso de grupos y organizaciones sociales, están manifestando de manera más pública y abierta, su rechazo intransigente a la impunidad; a la continuidad del actual orden social, y a los que consideran responsables de la situación del país.
Lo hacen manifestando pacífica y claramente su opinión, y ejerciendo sus derechos humanos y constitucionales, más allá, y tal vez en contra de los partidos políticos. Como en otros momentos de cambio profundo en la historia, un hecho en apariencia insignificante (una huelga, una escaramuza), libera multitud de fuerzas y realidades que estaban ahí previamente, pero que eran invisibles y despreciadas por el poder.
Los jóvenes universitarios de la Ibero exigieron justicia por los dos jóvenes asesinados en Atenco por las fuerzas de seguridad; mismas que también hirieron de gravedad a decenas de vecinos; detuvieron sin ningún fundamento legal a cientos de ciudadanos, muchos de los cuales fueron torturados; y cometieron infamias contra 47 mujeres que fueron golpeadas, humilladas y encarceladas, 26 de las cuales denunciaron haber sido violadas por estos policías.
Al término de la sesión de preguntas, el licenciado Peña Nieto afirmó que la Suprema Corte avaló dichas acciones, asumidas personalmente por él para “preservar la paz y el orden”. Aunque es probable que los estudiantes no supieran que el supuesto aval de la Suprema Corte es falso; su dicho tuvo como respuesta un encendido rechazo, y una justa cólera e indignación ante la injusticia; por parte de estudiantes formados en el conocimiento crítico y el respeto a los derechos humanos.
Su grito “Todos Somos Atenco”, manifestó con fuerza su solidaridad con los agredidos. Al PRI le pareció incomprensible que los jóvenes, en especial de una universidad privada, se manifestaran por estos hechos. Se pidió incluso que fueran investigados. La televisión, en un juego de espejos, buscó desacreditar a los jóvenes, en lugar de iluminar la realidad del país. Ambos fueron por lana y salieron trasquilados: su credibilidad se desplomó; lejos de aceptar pasivamente el poder mediático, los estudiantes de otras universidades se sumaron a la exigencia de objetividad y equidad en la información.
Los 131 estudiantes de la Ibero que desmintieron al presidente del PRI y a un senador del PVEM, así como a las televisoras; se adelantaron de manera simbólica a miles en todo el país, que ahora se manifiestan como el número 132. La conciencia y actitud de los jóvenes universitarios está despertando a muchos y animando a otros; pero no son los primeros.
Muchos otros jóvenes les han precedido; entre ellos, los estudiantes de Ayotzinapa, que fueron reprimidos y asesinados, hasta ahora de manera impune, por el grave delito de exigir de manera desesperada, más recursos y apoyos para su escuela, ante la indiferencia y el desprecio del gobierno.
El valor de los estudiantes al interpelar la impunidad del poder, ha motivado un amplio apoyo social y pareció ser la señal inconscientemente esperada, para que muchos jóvenes y adultos en todo el país, manifestaran sin temor sus opiniones.
Los jóvenes universitarios formados en la búsqueda de la verdad y la justicia, y millones que sufren un modelo económico estructuralmente irracional e injusto, están asumiendo su responsabilidad ante la lacerante desigualdad del país, la irracionalidad del orden social y los actos de injusticia de los gobernantes.
Los pueblos, como lo están demostrando los jóvenes mexicanos en todo el país, siempre conocen mejor que los gobernantes lo que es justo. Es falso que el Estado detente a priori el legítimo uso de la fuerza. Toda acción de las fuerzas de seguridad se debe sustentar y justificar en el Estado de Derecho y no en su uso arbitrario, impune e injusto por los gobernantes.
Los eventos inéditos que estamos presenciando, introducen a la sociedad y a los ciudadanos como protagonistas políticos, y muestran una indudable emergencia de la juventud mexicana ante su propio futuro. Los jóvenes repudian la manipulación mediática y política. Las manifestaciones que se han venido sucediendo en todo el país, en un ambiente de crítica mordaz, humor y reclamos profundos de justicia, han deslegitimado ya una elección presidencial manipulada por las televisoras. [2]El reinado del spot y las estrategias antiéticas de manipulación de los temores de los ciudadanos están en jaque.
Al igual que en otras latitudes, los ocupas de los países desarrollados, o los jóvenes en los países árabes, los jóvenes mexicanos han convertido a las redes sociales, Internet y la telefonía celular, en la kriptonita política que debilita y hace impotentes los supuestos superpoderes mediáticos.
Los jóvenes desnudaron la manipulación de la información y del spot. Los jóvenes repudian la violencia simbólica televisiva, que los aturde sistemáticamente con distracciones y espectáculos (deportes, escotes, bailes, música o ruido mediático); al tiempo que practican la confusión y desinformación sobre la realidad nacional, creado con una espiral de silencio sobre los hechos fundamentales que deberían ocupar las mentes de la sociedad.
Las televisoras no promueven, sino que impiden los debates fundados en el conocimiento, el juicio moral y las propuestas ético-racionales; lo que vulnera la libertad de los mexicanos, pues ésta requiere el pensamiento y el discernimiento ético para que ésta sea una autodeterminación consciente y no condicionada o manipulada.
Las causas históricas.
Las causas históricas de la involución nacional, están en el liberalismo corporativo, ahora cuestionado en el mundo entero, que fue excluyente para la mayoría de los jóvenes y les redujo sus expectativas de libertad, justicia y proyecto de vida. La imposición de intereses corporativos de los países más ricos, les quitó su futuro.
México abdicó durante los últimos treinta años de su proyecto histórico y constitucional de desarrollo. El actual paradigma hace imposible que la economía crezca 6% al año y que se puedan crear más de un millón de empleos, que son necesarios tan sólo para quienes entran a la población económicamente activa.
En la última década, el fracaso del crecimiento prometido por Fox del 7 por ciento; y el sexenio que iba a ser del empleo, están en el basurero de la historia. Los jóvenes saben o intuyen, que sin cambios verdaderos, las promesas de campaña son demagogia pura, y no podrán ser cumplidas.
Las corporaciones y las potencias que las protegen, lograron disminuir el poder nacional, y establecer una dependencia multidimensional del sistema financiero, comercial, industrial, energético, alimentario y tecnológico del país; al tiempo que quedaron excluidas de cualquier compromiso con el país y del pago de impuestos.
El destino irracional e injusto de la renta petrolera en las últimas tres décadas, para garantizar los intereses del sistema financiero y mantener un precario gasto público del 24 por ciento del PIB, cuando el promedio en la OCDE es del 42 por ciento del PIB, ha legado a la actual generación, un Estado impotente para promover la creación de riqueza y para distribuirla con justicia a toda la población.
Haber destinado la renta petrolera para cubrir el déficit de pago de impuestos de las grandes corporaciones y grupos con mayores ingresos, ha robado el futuro a los jóvenes; pues el dinero proveniente de bien estratégico y no renovable de la Nación, que debió haber sido invertido, y en su lugar fue destinado al gasto corriente, canceló el desarrollo para los jóvenes y el país entero.
Los jóvenes, en especial la mayoría de los que viven en condiciones precarias o de pobreza, sufren las consecuencias de la violencia multidimensional de un sistema económico incapaz de ofrecerles oportunidades de educación, empleo, ingreso, cultura, ciencia, tecnología y seguridad social.
En particular, los jóvenes pobres del campo y la ciudad han sufrido de manera directa la violencia, su incorporación a la economía criminal o a las fuerzas armadas o policiacas, en una confrontación absurda y criminal entre los jóvenes pobres mexicanos, que ya ha dejado una herencia de más de 60 mil muertos.
Lo que viene
La buena noticia es que a pesar de todos estos obstáculos, ya se parió el verdadero debate democrático en nuestro país. Los jóvenes están hablando, se están manifestando, y no se detendrán hasta lograr un cambio del país. Sus voces se suman a muchas otras que se habían venido expresando desde hace años, sin que fueran escuchadas por los medios masivos y las autoridades gubernamentales.
La creciente y poderosa emergencia política de la juventud, que se basa en las garantías constitucionales de libertad de pensamiento, opinión, reunión, manifestación y expresión; se vinculará cada vez más con otras fuerzas y grupos sociales, que tienen décadas de lucha en el mundo del trabajo y la soberanía cultural y alimentaria.
Los jóvenes no son provocadores, ingenuos o violentos; les alienta la convicción de que el cambio de fondo del país, a pesar de la gravedad de los problemas y de las graves desigualdades e injusticias, debe ser pacífico, con argumentos, fundamentos éticos y racionalidad.
Los jóvenes no tienen miedo, sino mayor consciencia, convicción y aliento de vida. Su participación será sin duda una fuerza poderosa y positiva para el cambio democrático del país, hacia una mayor racionalidad y justicia, que los reconozca a ellos como sujetos y fines de estos cambios. Bienvenida su contribución, porque nos hacen más libres y dignos a todos los mexicanos.
[2] Las consignas lanzadas en marchas y mensajes digitales son significativas, porque demuestran la memoria e indignación de los jóvenes, que le recuerdan su relación del Lic. Enrique Peña Nieto con el ex presidente Salinas, el ex gobernador Montiel y Televisa: “No somos delincuentes, somos estudiantes”, “Tenemos memoria, Atenco no se olvida”, “Somos informados, no somos acarreados”; o frases desafiantes como: “Peña Nieto tiene la tele, pero nosotros tenemos las calles y las redes”; “Yo soy prole, pero sé leer”, ¡Asesino!, “Universitarios informados, jamás manipulados”, “Universitarios unidos, jamás serán vencidos! y “La prole unida jamás será vencida”.
*Académico de la Dirección de Investigación de la Universidad Iberoamericana
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