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Edición 302
Escrito por Jean-Michel Vernochet   
Domingo, 07 de Abril de 2013 15:57

LAS RAZONES -PRETEXTOS DE OCCIDENTE

Irán, la destrucción necesaria
JEAN-MICHEL VERNOCHET*
(Primera parte)

 

¡HAY QUE DESTRUIR IRÁN! ¡Claro que sí! No sólo para impedir su eventual acceso al arma atómica (algo no muy probable), no sólo porque la independencia de Irán puede poner en entredicho la preeminencia regional de Israel, atalaya occidental en el Oriente Medio y, como dicen algunos, Estado número 51 de los Estados Unidos de América, a la vez que miembro 28 de la Unión Europea.

Irán, la destrucción necesaria
Lugar de Irán dentro del “sistema-mundo”
y geoestrategia
de los imperialistas anglo-estadounidenses

Es que hay que mantener a toda costa la posición dominante de Israel en la región, que depende de su monopolio regional del arma atómica -en lo que constituye une posesión de armas prohibidas, tan inconfesada como bien confirmada mediante rumores bien orquestados.

Si por casualidad Irán lograse entrar en el club nuclear, Israel entraría ahí mismo en una lógica de disuasión recíproca, idea de por sí insoportable para el Estado judío. Además, un Irán dotado de armas nucleares sería un pésimo ejemplo regional, creando así un precedente potencialmente contagioso entre los vecinos turco, saudita y egipcio. El temor a la proliferación no es más que un argumento. En realidad se trata de un riesgo tangible a escala regional y más allá. En resumidas cuentas, Teherán opacaría así a Tel-Aviv, mini-superpotencia sin rival desde la caída de Bagdad, el 12 de abril de 2003.

Destruir Irán, es decir desmantelar sus estructuras políticas y sociales de manera duradera y sumir a ese país en un caos de larga duración, como ya se hizo con la guerra civil iraquí de baja intensidad, será el resultado de un sistema complejo de engranajes que ponen en juego numerosos factores, dirigidos todos hacia un objetivo único, al extremo que el conjunto termina pareciéndose mucho a una especie de fatalidad inevitable.

De hecho, muchos celebran con razón las riquezas minerales de Irán, sus prodigiosas reservas petroleras más las de gas (las terceras a nivel mundial). Ahora bien, el apetito desenfrenado de un puñado de transnacionales del petróleo no puede ser la causa única que incitaría a golpear a Irán, hasta ocasionar su destrucción total.

¡Hay que destruir Irán! ¡Hay que sumirlo nuevamente en la edad de piedra!, como se acostumbra decir en Israel! ¡Lo mismo que ya ha sucedido a unos cuantos enemigos de Estados Unidos y del sistema que promueve Washington! Fue esa la suerte de Irak, de Afganistán y, hace ya 67 años, de la Alemania derrotada.

Ya en 1944, como más tarde aconsejaría MIchael Ledeen en 2001 para Irak, el secretario de Hacienda del presidente Roosevelt, el muy reconocido Henry Morgenthau, quería ver a los alemanes sumidos en una especie de Edad Media preindustrial. Ledeen, apóstol del Nuevo Siglo estadounidense, preconizó la doctrina del caos constructivo, aplicable al caso de Irak, con lo cual demostraba un notable sentido de la continuidad histórica. Y los hechos hablan por sí solos: en 12 años de conflicto interior de baja intensidad en Irak, los enfrentamiento y actos de terrorismo intercomunitarios nunca cesaron, hasta que en el verano de 2012 se produjo un terrible brote de violencia terrorista que casi ha hecho desaparecer la esperanza de una reconstrucción creíble de la nación iraquí asolada. O sea que la primera parte del proyecto neoconservador -la creación del caos es un rotundo éxito.

En Afganistán, las cosas son a la vez más simples y más claras. En octubre de 2001, al iniciarse la Operación Libertad Duradera, ya no quedaba nada por destruir pues el país estaba hecho un campo de ruinas al cabo de dos décadas de enfrentamientos indirectos entre el Este y Oeste, bandos en los que se alistaban comunidades étnicas y pueblos indígenas antagónicos. Entre 1979 y 1999, muchos yihadistas afganos y militantes de al-Qaeda en lucha contra los soviéticos fueron reclutados, entrenados y armados por los servicios especiales estadounidenses y fueron enviados a pelear en Afganistán por los servicios secretos paquistaníes (ISI, siglas correspondientes a Inter-Services Intelligence).

Algunos de esos elementos fueron después reciclados y enviados a otros frentes de las guerras imperiales, tales como Bosnia, Kosovo, Irak, Libia y ahora Siria. Véase al respecto la monografía de Jurgen El Sasser, publicada en 2006, Cómo llegó la yihad a Europa, con prólogo de Jean-Pierre Chevenement, ex ministro socialista francés (ministro de Defensa de 1988 a 1991, ministro del Interior de 1997 a 2000), quien debido a su radical desacuerdo con la política de de incondicional sometimiento de la alianza atlántica a Estados Unidos en el Medio Oriente dimitió de su función el 29 de enero 1991, a raíz de la Operación Tormenta del desierto, supuestamente destinada a liberar Kuwait.

Después de la destrucción de Irak y la instauración de un caos duradero en todo el país, Teherán se dio a la tarea de contrarrestar las maniobras del Departamento de Estado tendientes a aislar a Irán en el escenario regional, especialmente en las petromonarquías sunnitas del Golfo Pérsico, lo cual hizo con consumada habilidad a través de sus diplomáticos. Irán logró aparecer durante algún tiempo como un sucesor potencial del Irak baasista capaz de imponer su liderazgo a la región. Hoy en día, este edificio diplomático se ha desplomado frente a las petromonarquías, manejadas por los dos Estados wahabitas aliados de Estados Unidos (y de hecho manejadas también por Israel, el aliado más cercano de Washington) Qatar y Arabia Saudita, que están preparando casi abiertamente el enfrentamiento con el Irán chiita y su destrucción como potencia emergente.

Irán, por cierto, puede servir como base de retaguardia, con apoyo en varias formas posibles, a las comunidades chiitas de la Península Arábiga, empezando por la de Bahrein, donde son mayoritarios los chiitas, que padecen continuas humillaciones y represión por parte de la minoría sunnita en el poder, y esto con la ayuda activa de las fuerzas armadas del vecino saudita. Además, aunque son étnicamente árabes, los iraquíes de confesión chiita se mostrarían seguramente más solidarios de sus hermanos iraníes que de los wahabitas que sólo los consideran como herejes a los que hay que someter. Estamos pues presenciando una guerra no declarada, pero que ya tiene por campo de batalla, después de Irak, a países como Siria y Líbano, además de Bahréin, que estaba, en junio 2012, a punto de verse anexado por Riad.

Otro eje de reflexión sería Turquía, enemiga tradicional de Persia, y que pareció por un tiempo haberse acercado a su vecino chiita, como lo sugería el acuerdo tripartita firmado con Teherán y Brasilia en julio 2010, un convenio relativo al enriquecimiento fuera de las fronteras iraníes de materias fósiles útiles para el programa nuclear iraní, lo cual disgustaba muchísimo al Departamento de Estado desbordado por la aparición de inesperados actores multipolares. Pero muy pronto todo volvió al cauce unipolar.

De la misma forma, Ankara demostró cierto humor no alineado frente al Estado judío (socio de Turquía en múltiples aspectos), cuando la crisis de la Flotilla de la libertad, la flotilla humanitaria brutalmente asaltada por la marina israelí el 31 de mayo 2010, cuando se dirigía a Gaza.

Pero la bronca no pasó de ahí. Porque hay un dato inamovible: Turquía sigue siendo el pilar oriental de la OTAN, una potencia decisiva en los flancos este y sur de Europa. Esto se vio también en Túnez, donde Ankara respaldó el ascenso al poder del Movimiento por el Renacimiento, o sea el partido islámico Ennahda, todo lo cual se hizo con el tácito beneplácito de Estados Unidos ya que Ankara es precisamente la correa de transmisión de Washington en todo el Mediterráneo. Las peleas puramente circunstanciales con Israel son oportunamente escenificadas para alimentar las ambiciones neo-otomanas, o las fantasías de restauración del califato de antaño, que sería garante, como Sublime Puerta, de la unidad de la Umma, la comunidad de creyentes del Islam.


“In God We Trust”

“In God We Trust”, divisa oficial de los Estados Unidos de América.

La teocracia iraní es la que debe ser destruida, pero no por ser tal. En definitiva, Estados Unidos es también una especie de teocracia parlamentaria, cuyo lema In God we trust figura en su fetiche, el dios dólar. E Israel es también una teocracia disfrazada ya que la Tora, o sea la Biblia en su versión hebraica, le sirve de Constitución y representa una de las fuentes del código civil israelí. Israel es además un país donde los sacerdotes son los únicos habilitados para pronunciar un divorcio.

A su vez, el Irán revolucionario practica la democracia al celebrar elecciones parlamentarias de forma regular. Pero Irán es el país que se halla en medio de la rivalidad entre las grandes potencias que desean apoderarse de los yacimientos de energía fósiles o por lo menos controlarlos. Se dice además que Irán podría tener las segundas reservas mundiales de gas, el combustible que debe asegurar la transición entre la era del petróleo y las energías del futuro (tales como la pila de combustible o el procesamiento del torio, para el cual India se está preparando). El gas licuado es fácil de transportar y puede sustituir el déficit de hidrocarburos, antes de asegurar la continuidad del abastecimiento cuando se alcance el pico de producción; es decir, cuando la oferta de productos petroleros resulte inferior a la demanda, demanda que está entrando en un auge vertiginoso por el crecimiento vertical de los llamados países emergentes. Lo que no sabemos es si ya hemos llegado a ese punto de giro…

No mencionaremos aquí los argumentos emocionales, que tienen que ver con la democracia, los derechos humanos y la condición de la mujer y que no son más que recursos retóricos útiles para envolver en una niebla verbal y sentimental ciertas realidades geoestratégicas mucho más prosaicas. Se trata de un discurso mediático que caricaturiza el paisaje sociológico musulmán en general e iraní en particular, en realidad mucho más matizado. Desde Europa, a menudo se considera a los musulmanes como retrógrados, cuando en realidad distan mucho de ser tan esquemáticos como son los prejuicios occidentales.

Por ejemplo, en Irán, las mujeres jóvenes son tan modernas y autónomas como sus hermanas turcas, en las grandes metrópolis. Y los miembros de la OTAN, cuyos drones asesinos golpean a ciegas y muchas veces caen sobre objetivos civiles, se indignan cuando algunos traficantes de droga, el veneno que acaba con innumerables jóvenes europeos y rusos (entre 30 mil y 100 mil muertes al año) son ejecutados después de un juicio por un tribunal regular. Recordemos, sin embargo, que la pena de muerte sigue vigente en 33 de los 50 Estados estadounidenses. Además, la OTAN tiene fama de dedicarse directamente al tráfico de estupefacientes, y a la vista de los rusos, entre Afganistán y Europa y a través del territorio de la Federación Rusa y de los Balcanes, especialmente a través de Kosovo, donde se encuentra precisamente Camp Bondsteel, la mayor base militar estadounidense fuera de Estados Unidos.

El 5 de abril 2012, por boca de Alexander Gruchko, viceministro ruso de Relaciones Exteriores, Rusia prohibió oficialmente a la OTAN el traslado de heroína a través de su territorio, al considerarse blanco de una guerra de agresión por parte de los narcotraficantes.

Todas las razones que hemos expuesto (la codicia que despiertan los recursos iraníes y el ascenso de la República Islámica como potencia regional) justifican el derrocamiento del régimen iraní. Y si esta política fracasa, se acudirá a la destrucción metódica de las infraestructuras militares, industriales y administrativas de Irán.

Pero la razón fundamental se sitúa a otro nivel, en la mecánica del gran juego que opone Estados Unidos a Rusia y China en el Cáucaso, en los altiplanos iraníes y en las llanuras del Hindukush, por el control del Rimland, es decir por el control («endiguement/containment») del espacio continental euroasiático por las potencias talasocráticas y mercantiles angloamericanas. Esa mecánica se inscribe, más allá de la oposición entre potencias marítimas versus potencias continentales, en un sistema-mundo, una economía planetaria que abarca o subsume la tectónica de las placas geopolíticas… bloque del Atlántico norte (Estados Unidos + Europa) contra bloque euroasiático, (Rusia y China).

El problema no es el Islam

Islam

Irán, o sea el pueblo iraní, sigue estando por ahora parcialmente fuera o en la periferia del sistema-mundo regido por los dogmas económicos del ultraliberalismo estadounidense. Es una vulgata neocapitalista que se abrió camino en 1962, en Chicago, con Capitalismo y libertad, la obra fundamental del Premio Nobel Milton Friedman. Este autor es considerado como el teórico mayor del anarcocapitalismo, el equivalente de Karl Marx en el materialismo histórico. Se trata, sin embargo, de configurar una episteme neoliberal que Irán se niega a avalar del todo ya que el derecho islámico prohíbe el préstamo con interés (aún cuando se toleran ciertas excepciones), mientras que el capitalismo moderno descansa esencialmente en la deuda, especialmente con tasas variables y en condiciones de usura. Además a Irán se le antojó intentar vender su crudo en euros o por oro, lo cual provocó una respuesta inmediata: el embargo petrolero sobre las ventas iraníes de hidrocarburo que se puso en vigor el 1 de julio 2012.

Por supuesto, era intolerable para Estados Unidos que un Estado diera semejante ejemplo y que se negara a acatar la ley de los mercados, es decir a endeudarse hasta lo insostenible, como hacen dócilmente las democracias occidentales supuestamente gobernadas por el principio aristotélico del «bien común». Esto desemboca en el sistema oligopólico que conocemos, el cual impera sobre «masas» anónimas reducidas a la pasividad frente al crimen organizado en las bolsas financieras por cárteles financieros y mafias de iniciados de todo tipo que organizan el saqueo de las naciones y la extorsión de los pueblos para desgracia de nuestro planeta nuestro, ya en peligro de verse pronto reducido a un desierto de concreto, extensiones áridas agotadas por cultivos a escala súper industrial y a océanos cubiertos de desperdicios plásticos que van y vienen según las corrientes marinas y los caprichos meteorológicos. Todo esto podría parecer excesivo en tiempos de calma chicha, pero la increíble sucesión de escándalos que actualmente sacuden el mundo financiero (Barclays, HSBC, Liborgate y demás) confirman que no estamos exagerando.

En realidad, este nuevo orden internacional al que se quiere someter a Irán se vale de reglas del juego definidas y establecidas en EEUU. Son reglas orientadas siempre en el mismo sentido, destinadas a agarrotar las defensas naturales y culturales (entre otras) de los pueblos para disolverlos en el gran caldero mundialista, después de desvitalizarlos, o sea desarmarlos física y moralmente.

Algunos días antes del asalto estadounidense, el presidente Saddam Hussein hizo destruir ante los observadores de la ONU la totalidad de sus misiles de corto alcance para demostrar su buena fe. Exactamente el 1º de marzo 2003, Irak, bajo supervisión de la comunidad internacional, procede a la destrucción de misiles Al-Samud 2, que alcanzan a más de 150km, la distancia prevista por los acuerdos de desarme concluidos después de la derrota iraquí el 28 de febrero 1991. Veinte días después, el 20 de marzo, los anglo-estadounidenses emprenden la operación «Libertad de Irak», dando paso a 12 años candentes para los recién liberados de la ex dictadura baasista.

De la misma forma, el guía libio Khaddafi renunció en 2004 a su programa nuclear, simultáneamente abrió su país a las empresas anglosajonas y en 2007 liberó a las enfermeras búlgaras (presas bajo acusaciones fantasiosas) detenidas durante 8 años en territorio libio. Khaddafi creía haberse congraciado nuevamente con sus nuevos amigos occidentales, los mismos Cameron y Sarkozy que acabaron con su vida, con su régimen y con los ahorros de su país. Y lo hicieron con cobertura de una OTAN disfrazada de misión «humanitaria». Los únicos que no han bajado la guardia ni han entregado su armamento son los norcoreanos y Washington tiene mucho cuidado en no provocarlos … ¡ya sabemos por qué!

La reducción de Irán, que se pretende conseguir desde hace una década, apunta a aniquilar su soberanía y su independencia, lo cual nada tiene que ver con la propaganda acerca de lo retrógrado de una teocracia que obliga a las mujeres a llevar un pañuelo de cabeza, lo cual hacen con mucha elegancia, por cierto…

El problema que preocupa a Occidente no es el Islam: con todo lo arcaico que pueda ser, Estados Unidos, Francia y el Reino Unido se entienden muy bien con el Islam de Arabia Saudita y Qatar, porque estos les proporcionan el anhelado petróleo. El problema son las riquezas naturales de Irán, gas, petróleo, cobre, que son instrumentos de poderío. Es decir, instrumentos que permiten llevar adelante políticas autónomas que escapan a la gran planificación de los mercados y de los estados mayores impuestas a través de la diplomacia del garrote, tal como la encarna el CentCom. No perdamos de vista que comercio y fuerza armada se sitúan en el prolongamiento uno del otro como simples «momentos» de un mismo concepto.

Agreguemos a todo lo anterior la localización de Persia en el punto de encuentro entre el Asia Menor y el Asia Central, con lo cual Irán ocupa una posición clave en las rutas estratégicas de drenaje de las energías fósiles desde el Asia Central y la Cuenca del Mar Caspio hacia salidas al mar: Mar de Omán, Golfo Pérsico, Mediterráneo oriental, Mar Rojo vía el Golfo de Aqaba para el control de los abastecimientos de China a través del Xinjiang y últimamente en el dispositivo de cerco (containment) que la superpotencia estadounidense y sus aliados europeos imponen con vistas a contener el espacio euroasiático, el llamado Heartland, según Mac Kinder.

Iran
Irán ocupa una posición clave en las rutas estratégicas de drenaje de las energías fósiles
y sería esencial en el containment que Estados Unidos
y sus aliados europeos tratan de imponer al espacio euroasiático
.

Reducir las capacidades de autonomía soberana de la República Islámica de Irán, he aquí el objetivo final. Recortarle las alas e integrarla a un dispositivo cuyos centros serán primero Londres y Washington, pero también Bruselas y Frankfort, afectando la naturaleza teocrática del régimen, la cual no es sino un blanco secundario de la fría vindicta occidental. El término vindicta es el indicado para traducir la idea de que si bien hay una determinación racional para justificar el proyecto, ésta se autoalimenta hasta convertirse en una pasión…

Hay que recalcar que el ultraliberalismo convive con el integrismo religioso, wahabita especialmente, desde Harry St. John Bridger Philby, negociador del tratado de Juddah concluido entre Ibn Saud y el Reino Unido en 1927. Este pacto es el que fija el destino común de los anglo-estadounidenses y Arabia Saudita, extendiéndose después a Qatar y a sus enormes yacimientos petrolíferos.

Volviendo a la vindicta occidentalista, ésta va mucho más allá de un simple anhelo de hegemonía o un apetito común por el saqueo de las riquezas naturales y humanas de Irán, según una lectura marxista esquemática de la relación entre centro y periferia.

La integración de Irán no se refiere a un espacio vital de expansión, como se estilaba en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, sino que abarca una zona de influencia económica global de vital interés para el sistema América-mundo y la perpetuación de su modelo, el de la sociedad establecida en la tierra de «Canaán, tierra de leche y miel», después del despojo de los amerindios como paso previo a la realización del «sueño americano».

Sería un error imaginarse que Estados Unidos decide por sí solo el porvenir del mundo, aún cuando ese país se encuentra preso de un modo de vida que mueve a sus ciudadanos a devorar recursos. En 2010 y por primera vez, el consumo de energía de China Popular -que representa una quinta parte de la energía consumida en 2009- superó el de Estados Unidos, pero con una población 5 veces mayor que la estadounidense (Se supone que el consumo de energía de Estados Unidos aumente en un 14 por ciento entre 2008 y 2035. Por esa fecha ese país consumirá unos 22 millones de barriles diarios en vez de los 19 millones de barriles diarios que consumía en 2008, aún cuando se reduzca la parte de las energías fósiles, que ya no representarían más que el 78 por ciento, en lugar del 84 por ciento actual, con motivo del desarrollo de las energías alternativas.)

De hecho, Estados Unidos, aun «siendo mundo», funge como un subconjunto del mismo, como una de las ruedas de una mecánica mundial. Es por ello que, al mismo tiempo, Estados Unidos se ve apresado por sí mismo y atrapado en un sistema planetario que le dicta e impone sus obligaciones y sus necesidades, en una lógica de competencia y sobrevivencia. Para Estados Unidos, la única alternativa es progresar o declinar. Y este sistema en perpetuo desequilibrio está involucrado en una carrera hacia la destrucción mutua segura por agotamiento de los recursos. Se trata de una lucha a muerte porque los desequilibrios demográficos conspiran ahora en contra del mundo occidental y a favor de Asia y África; es un desequilibrio que se sigue compensado con el adelanto técnico de Estados Unidos, especialmente en materia de armamento, pero ¿hasta cuándo?

Desde este único punto de vista, Irán no es más que un peón en el tablero de ajedrez, aunque sí se trata de una ficha decisiva, debido a su posición en el mapamundi, en la gran estrategia anglo-estadounidense de contención de las dos superpotencias continentales: Rusia y China. Estos dos Estados, en el Consejo de Seguridad, ya han bloqueado por tres veces la marcha euro-atlántica hacia Teherán, que está obligada a pasar por Damasco (el último doble veto se dio el 19 de julio 2012 en un momento en que ardían los suburbios de la capital siria). Como puede verse, el caso iraní va mucho más allá que el problema de los recursos energéticos del país, inscribiéndose en un juego de control y dominación de dimensión planetaria… no olvidemos que quien tenga bajo control el gas iraní podrá ejercer presión sobre toda Asia, aun si no llega a dictar su ley del todo.

En cuanto al modus operandi, se tratará, antes o después del inicio oficial de las hostilidades, de neutralizar al máximo el potencial nuclear iraní de carácter civil. A los estrategas del Nuevo Orden Mundial no les importa que la población iraní pierda su confort eléctrico y su prosperidad económica. Sus puestos de mando militares y políticos serán destruidos mediante unas cuantas «decapitaciones», como las que precedieron la ofensiva general del 20 de marzo 2003 en Irak, que estuvieron dirigidas contra las residencias de personalidades situadas al sur de Bagdad. Las fuerzas estadounidenses ya habían decidido de antemano decapitar el régimen, eliminando al presidente Sadam Husein, a sus dos hijos y a algunos dignatarios del partido Baas, supuestamente alojados en los edificios bombardeados.

La guerra ya comenzó

En realidad la guerra contra Irán ya comenzó, aunque no alcancen resonancia mediática los asaltos de ese conflicto, como las campañas de asesinatos selectivos contra científicos que trabajan en el programa nuclear, o los ataques contra las redes informáticas de las centrales atómicas a través de por medio de sofisticados virus informáticos, como Flame o Stuxnet concebidos en el marco de un joint-venture israelo-estadounidense… Son otras maneras de librar batallas antes de la guerra, pero siempre con el mismo objetivo: hacer retroceder Irán a tiempos premodernos, después de acomodar allí un gobierno «blanqueado», o sea hecho a la medida, democrático, aunque sea de lo más corrupto, como el equipo dirigente del presidente afgano Karzai, en todo caso estrechamente sujeto a la política de Washington.

Conviene precisar una vez más que las políticas que aplican los dirigentes de Estados Unidos no son mucho más autónomas que las de sus homólogos europeos, por ejemplo rusos o chinos, a diferencia de lo que supone el público. Es decir, los dirigentes estadounidenses no proceden según su voluntad propia o la de aquellos que los manipulan detrás de bambalinas, trátese de grupos de presión, petroleros, militar-industriales, transnacionales de la química o productoras de semillas, etc. En la realidad, las líneas políticas responden efectivamente a las necesidades, a los intereses y a las demandas que emanan de distintos actores económicos, financieros y políticos, pero participan in fine de un sistema que evoluciona según su lógica propia, englobando un conjunto complejo de subsistemas interdependientes que interactúan entre sí.

Factores como la seguridad del Estado hebreo, el mantenimiento de su preeminencia regional, la perennización de su monopolio nuclear y la visión escatológica, compartida por importantes minorías en el seno de estas tres teocracias a la vez verdaderas y falsas (los Estados Unidos judeocristianos, Israel -Estado mesiánico por definición- y el Irán chiita que vive a la espera del regreso del Mahdi), intervienen tanto en los cálculos de anticipación estratégica como en las elecciones geopolíticas, y lo hacen en detrimento de la estabilidad regional, la cual ya no aparece como un fin en sí, como tampoco sucede con el desarrollo o la construcción de Estados o economías viables… Y es que el comercio y las industrias prosperan bastante bien en el terreno de la inestabilidad y mejor aún en los campos de ruinas.

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Además, la reconstrucción es un mercado en sí. En 1991, la rehabilitación de las infraestructuras petroleras kuwaitíes figuraba de antemano como botín de guerra para las empresas estadounidenses… y también para los demás miembros de la coalición. Por haberse abstenido, Francia sólo logró obtener después algunas migajas de ciertas obras de reconstrucción destinadas a impulsar la economía estadounidense, ya muy golpeada por aquellos años, debido a las crisis petroleras de 1973 y 1979. No debemos olvidar que la destrucción forma parte de ese ídolo llamado crecimiento: producir siempre implica empezar por destruir algo. Por lo tanto, las guerras son momentos culminantes, en el sentido hegeliano, de los ciclos económicos. La guerra es un elemento necesario, incluso vital, para que perdure el sistema. El llamado místico del ateísmo, el novelista Georges Bataille, ya lo desarrollaba en su ensayo de 1949 titulado La parte maldita.

El desorden supremo que es la guerra resulta ser, por consiguiente, un modo de gobierno entre otros, con un lugar propio y natural en el sistema-mundo actual, como acompañante de las crisis inherentes a la unificación del mercado y a la absorción de los Estados soberanos, en su seno y bajo el imperio de su única ley, una vez despedazadas sus estructuras y cualquier armazón federativa interna, porque los Estados-nación son todos -con excepción del Nuevo Mundo, que se edificó sobre un mosaico de comunidades sin mayor vínculo orgánico que el reparto de los dividendos del progreso- federaciones de pueblos que se encontraron históricamente fundidos o asociados en un destino compartido. Ahora bien, las naciones orientales edificadas a lo largo de los siglos demuestran ser a veces reacias a someterse a los encantos excesivos de la permisividad consumista occidental, en el sentido de ideología del consumo adictivo que desemboca en el fetichismo lamentable de la mercancía. Por esto es que el Ordo ab chaos sucedió al antiguo divide y vencerás y de ahora en adelante se trata de gobernar por y dentro del caos, triste consigna…

Podemos ir más allá: después de ser actores y promotores, los oligarcas anglo-estadounidenses, industriales y financieros, oficiales de la caballería financiera mundializada -así como sus émulos de los demás continentes- terminan estando al servicio, y siendo incluso esclavos, de las lógicas que ellos mismos promovieron y de las que supieron sacar el máximo provecho para asentar sus fortunas... Dichas lógicas terminan por dictar u orientar la conducta de esos sectores según una inflexible ley física que responde al principio de que todo «objeto» inerte o viviente siempre es otra cosa y algo más que la suma de sus partes. Si las partes son aquí los actores y decisores económicos, financieros, industriales y políticos, el todo, la totalidad englobante, es el sistema cuyos miembros están al final supeditados al mismo.

Pero esto no conlleva de ninguna manera una nueva fatalidad desresponsabilizante sino, por el contrario, una conciencia clara de que ese sistema lleva la humanidad a la desaparición -destrucción programada y señalada por las guerras que se avecinan en contra de Siria e Irán, y de esa otra, tal vez suicida, en contra el bloque euroasiático- lo cual debería servir para invertir la tendencia. O podría suceder que el hombre no encuentre en sí los recursos de sabiduría indispensables para concebir un nuevo modelo, contrario al modelo actual, a la vez sabio y salvaje, por no decir reptiliano, si se toma en cuenta su oscura afición depredadora y el papel creciente del «dinero negro» en la economía. Tal vez entonces sea inevitable pasar por la destrucción mutua asegurada, en los planos económico, financiero o militar… antes de poder esperar construir otro pensamiento, una visión diferente del mundo y echar a andar otras matrices económicas y modelos sociales nuevos.

Así pues, partiendo de la constatación empírica según la cual el todo siempre es más que la suma de sus partes, el conflicto Irán-Occidente no se puede reducir a la suma de reproches formulados contra Persia y contra los persas, ni reducirse a una confrontación de expansionismos rivales, ni mucho menos a un juego de fuerzas más o menos coyuntural.

Desde este punto de vista, la posición de la República Islámica de Irán, en la mirilla de los Estados Mayores anglo-estadounidenses y de sus aliados de la OTAN, parece poco envidiable y da mucho que pensar. Sobre todo en la medida en que nada indica que los dirigentes iraníes tengan la menor intención de modificar su política de independencia energética basada en la fisión del átomo… ambición contraria a la dinámica sistémica de largo alcance que determina las decisiones geoestratégicas de Estados Unidos. Resumiendo: no es el átomo en sí lo que molesta, el cuento de la amenaza nuclear persa es pura fábula, por lo menos hasta el día de hoy. Que Irán pueda utilizar el átomo es lo que le dará al cabo de un tiempo una real independencia, energética, económica y política. Y es ahí donde radica el peligro. Irán termina siendo la piedra en el zapato del sistema, una piedra que hay que eliminar como sea.

*Red Voltaire



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