Anular la deuda
o gravar al capital: ¿Por qué elegir? THOMAS COUTROT, PATRICK SAURIN, ERIC TOUSSAINT*
EN OCASIÓN DE LA PUBLICACIÓN de dos libros importantes,Dette, 5000 ans d’ histoire y Le Capital au XXième siècle, Mediapart tuvo la feliz idea de convocar a sus respectivos autores, David Graeber y Thomas Piketty, para un encuentro de debate. Aquí algunos extractos.
El
debate entre Thomas Piketty y David Graeber gira esencialmente alrededor de la
consideración de los respectivos méritos del impuesto sobre el capital y del
repudio de la deuda pública. Graeber, apoyándose en una hermosa erudición
histórica y antropológica, subraya que la anulación total o de una parte de la
deuda, tanto privada como pública, es una idea reiterada de la lucha de clases
desde hace cinco mil años. Considerando que la deuda es un mecanismo central de
la dominación capitalista en la actualidad, Graeber no ve ninguna razón de que
cambie este enfoque en el futuro.
Thomas
Piketty por su parte cree que se puede obtener un alivio considerable del peso
de las deudas mediante un mecanismo fiscal de imposición a las grandes fortunas
que sería más justo socialmente, ya que evitaría perjudicar a los pequeños y
medianos inversores, tenedores (por medio de los fondos comunes de inversiones
gestionados por los bancos y las aseguradoras) de una gran parte de la deuda
pública.
David Graeber en polémica.
Sin
que lo expliciten, los dos interlocutores, se puede atribuir sus diferencias a
dos presupuestos filosóficos y políticos opuestos. Para Graeber, de tradición
anarquista, la anulación de la deuda es preferible porque no supone
necesariamente remitirse al Estado nacional, y todavía menos a un Estado o a
una institución supranacional: puede resultar de una acción directa de los
deudores (cf. El proyecto de strike debt
propuesto por Occupy Wall Street en Estados Unidos), o bien debido a una
presión popular que impone esta decisión a un gobierno. Para Piketty, de
tradición social-demócrata, una fiscalidad mundial sobre el capital es
necesaria, y en el plano nacional, las medidas fiscales propuestas por los
gobiernos permitirían avanzar en el buen camino.
A
la vista de los argumentos de los dos autores, pensamos que no es necesario
optar entre imposición al capital o anulación de la deuda, sino que lo juicioso
sería poner en marcha ambas medidas simultáneamente.
Anular
la deuda, ¿es una medida
socialmente injusta?
Thomas
Piketty rechaza las anulaciones de deuda debido a que los acreedores serían en
su mayoría pequeños ahorradores, siendo injusto de que recayera sobre ellos esa
anulación, mientras que los muy ricos sólo habrían invertido una pequeña parte
de su patrimonio en títulos de la deuda pública. Pero le objetamos que la
auditoría de la deuda que preconizamos no sólo tiene la vocación de identificar
la deuda legítima (es decir la deuda al servicio del interés general) de la que
no lo es, sino también identificar precisamente a los tenedores de esas deudas
para poderlos tratar en forma diferenciada según su calidad y la suma de deuda
que poseen. En la práctica, la suspensión de pago es la mejor manera de saber
exactamente quién posee y qué posee puesto que los tenedores de los títulos se
verán forzados a salir del anonimato.
Según
el Banco de Francia, en abril de 2013, la deuda negociable del Estado francés
estaba en un 61,9 por ciento en manos de no residentes, esencialmente
inversores institucionales (bancos, compañías de seguros, fondos de pensión,
fondos mutuales…). El 38,1 por ciento
restante, estaba en manos de residentes, aunque la mayor parte corresponde a
los bancos, que poseen el 14 por ciento de la deuda pública francesa, a las
aseguradoras y a otros gestores de activos. Los pequeños tenedores de deuda
(que gestionan directamente su cartera de títulos) sólo representan una ínfima
parte de los tenedores de deuda pública.
Thomas Piketty
Con
ocasión de la anulación de deudas públicas, sería conveniente proteger a los
pequeños ahorradores que colocaron sus economías en títulos de deuda pública
así como a los asalariados y a los pensionistas que vieron cómo las
instituciones o los organismos gestores colocaron una parte de sus cotizaciones
sociales (jubilación, desempleo, enfermedad, familia) en títulos de deuda.
La
anulación de las deudas ilegítimas debe ser soportada por las grandes
instituciones financieras privadas o las familias más ricas. El resto de la
deuda debe ser reestructurado de manera que se reduzca drásticamente tanto el stock como la carga de la deuda. Esta
reducción/reestructuración puede apoyarse en particular sobre el impuesto al
patrimonio de los más ricos, como postula Thomas Piketty.
La
anulación de deudas ilegítimas y la reducción/reestructuración del resto de las
deudas deben ir a la par. Mediante un amplio debate democrático se debe decidir
sobre la frontera entre los pequeños y medianos ahorradores, a los que se debe
indemnizar, y los grandes, a los que se puede expropiar.
Entonces
se podrá instaurara un impuesto progresivo sobre el capital, que afecte con
dureza a las grandes fortunas, aquellas del 1
por ciento más rico, que Piketty mostró que poseen actualmente más de un
cuarto de la riqueza total en Europa y en Estados Unidos. Esta tasa, cobrada en
una sola vez, permitiría terminar de esponjar el conjunto de deudas públicas.
Además,
una fiscalidad fuertemente progresiva sobre los ingresos y el capital
bloquearía la reconstitución de las desigualdades patrimoniales, de las que
Piketty cree, con justicia, que son antagonistas de la democracia.
Anulación
de la deuda: ¿en provecho de quién?
Si
bien no podemos estar de acuerdo con Piketty cuando afirma que la anulación de
la deuda “no es de ninguna manera una solución progresista”; en cambio,tiene
razón en cuestionar el tipo de anulación parcial de deudas concebido por la Troika (Comisión Europea, Banco Central Europeo, Fondo Monetario
Internacional) para Grecia en mayo de 2012. Esta anulación ha sido condicionada
por medidas que constituyeron violaciones a los derechos económicos, sociales,
políticos y civiles del pueblo griego y que hundieron aún más a Grecia en una
espiral descendente.
Colectivo de Auditoria Ciudadana
Se
trataba de un timo que tenía como fin permitir que los bancos privados
extranjeros (principalmente franceses y alemanes) se liberaran con unas
pérdidas limitadas, que los bancos griegos se recapitalizaran a cargo del
Tesoro Público, y permitía a la
Troika reforzar su influencia sobre Grecia.
Mientras
que la deuda pública griega representaba el 130 por ciento del PIB en 2009, y
el 157 por ciento en 2012 después de la anulación parcial de la deuda, alcanzó un
nuevo pico en 2013: ¡el 175 por ciento!
La tasa de desempleo que era del 12,6
por ciento en 2010 se eleva al 27 por ciento en 2013 (y llega al 50 por
ciento entre los menores de 25 años).
De
acuerdo con Thomas Piketty nosotros también rechazamos ese recorte propugnado
por el FMI, que sólo tiene un objetivo: mantener a las víctimas con vida para
poder seguir chupando su sangre, y cada vez más. La anulación o suspensión de
pagos de la deuda la debe decidir el país deudor, con sus propias condiciones,
para recibir un verdadero balón de oxígeno (como lo hizo Argentina en 2001 y 2005 y Ecuador en 2008-2009.)
La
deuda y la desigualdad de la riqueza
no son los únicos problemas
Graeber
y Piketty tienen posiciones opuestas al determinar cuál es el blanco político
prioritario: la deuda o la desigualdad de los patrimonios. Pero para nosotros,
los problemas de nuestras sociedades no se limitan al de la deuda pública o a
la desigualdad engendrada por las fortunas privadas. En principio, es bueno
recordar -y Graeber lo hace sistemáticamente- que existe una deuda privada
mucho más importante que la deuda pública , y que el brutal aumento de
esta última desde hace cinco años se debe en buena parte a la transformación de
deudas privadas, principalmente la de los bancos, en deudas públicas. Por lo
tanto, y sobre todo, hay que recolocar la cuestión de la deuda en el contexto
global del sistema económico que la genera y de la que sólo es uno de sus
aspectos.
Para
nosotros, la imposición al capital y la anulación de las deudas ilegítimas
deben formar parte de un programa mucho más amplio de medidas complementarias
que permitan lanzar una transición hacia un modelo poscapitalista y
posproductivista.
Tal
programa, que debería tener una dimensión europea y podría comenzar por ponerse
en práctica en uno o varios países del continente, comprendería, en especial,
el abandono de las políticas de austeridad, la reducción generalizada del
tiempo de trabajo con contratos compensatorios y mantenimiento del salario, la
socialización del sector bancario, una reforma fiscal total, medidas para
garantizar la igualdad hombre-mujer y la puesta en marcha de una política
determinada de transición ecológica.
Graeber
pone el acento en la anulación de la deuda ya que cree, como nosotros, que se
trata de un objetivo político movilizador, pero no pretende que esta medida sea
suficiente y el mismo se sitúa en una perspectiva radicalmente igualitaria y
anticapitalista. La crítica fundamental que se le puede hacer a Thomas Piketty
es que piensa que su solución puede funcionar aunque se mantenga el sistema
actual. Propone un impuesto progresivo sobre el capital para redistribuir las
riquezas y salvaguardar la democracia, pero no se cuestiona las condiciones en
las que estas riquezas se originaron ni las consecuencias que resultan de ese
proceso.
Su
respuesta sólo remedia uno de los efectos del funcionamiento del sistema
económico actual, sin atacar la verdadera causa del problema. En primer lugar,
admitamos que logramos, mediante un combate colectivo, una imposición al
capital, sin embargo la recaudación generada por este impuesto corre el riesgo
de ser succionada por el reembolso de deudas ilegítimas, si no actuamos para
que se anulen. Pero sobre todo no nos puede satisfacer un reparto más
equitativo de las riquezas, si éstas son producidas por un sistema depredador
que no respeta ni las personas ni los bienes comunes, y acelera la destrucción
de los ecosistemas.
El
capital no es un simple “factor de producción” que “juega un papel útil” y
merece, por lo tanto, “naturalmente” un rendimiento del 5 por ciento, como lo
dice Piketty, es también, y principalmente, una relación social que se
caracteriza por la influencia de los que poseen sobre el destino de las
sociedades.
El
sistema capitalista en tanto que modo de producción está en el origen no sólo
de las desigualdades sociales, cada vez más insostenibles, sino también del
peligro que corre nuestro ecosistema, del saqueo de los bienes comunes, de las
relaciones de dominación y de explotación, de la alienación en los mercados, la
lógica de acumulación que reduce a nuestra humanidad a mujeres y hombres
incapaces de transformar sus pulsiones, obsesionados por la posesión de bienes
materiales y despreocupados por lo inmaterial, que sin embargo es la base de
nuestra vida.
La
gran cuestión que Piketty no se plantea pero que salta a la vista de quien
observa las relaciones de poder en nuestras sociedades y la influencia de la
oligarquía financiera sobre los Estados, es la siguiente: ¿Qué gobierno, qué
G20 decidirá gravar al capital con un impuesto progresivo sin que unos potentes
movimientos sociales hayan previamente impuesto el desmantelamiento del mercado
financiero mundial y la anulación de las deudas públicas, que son los
principales instrumentos del poder actual de la oligarquía?
Al
igual que David Graeber, pensamos que será necesario imponer la anulación de
las deudas bajo «el impulso de los movimientos sociales». Esta es la razón por
la que actuamos en el marco del Colectivo de Auditoría Ciudadana (CAC) con el fin de que
la anulación de la deuda ilegítima resulte de una auditoría, en la que la
ciudadanía participe como actora.
De
todas maneras tenemos nuestras dudas frente a la idea de que “el modo de
producción actual está fundado sobre principios morales que no son solamente
económicos”, puesto que “el neoliberalismo privilegió la política y la
ideología sobre lo económico”.
Para
nosotros, no hay oposición entre estos tres campos sino que hay un sistema, el
neoliberalismo, que los articula a su manera. El capitalismo neoliberal no ha
privilegiado la política o la ideología sobre lo económico, las ha utilizado y
puesto al servicio de la búsqueda del máximo beneficio, con un cierto éxito
hasta ahora, si tomamos en cuenta los datos proporcionados por el libro de
Piketty.
Por supuesto que este sistema
ha engendrado monstruosos desequilibrios -por ejemplo las deudas privadas y
públicas- y es incompatible con una futura sociedad emancipada, pero en lo
inmediato su dominación se perpetúa.
Más
allá de las divergencias -secundarias con Graeber, más profundas con Piketty-
que acabamos de explicar, estamos listos, por supuesto, a emprender juntos el
camino de la anulación de las deudas ilegítimas y del impuesto progresivo sobre
el capital. Cuando lleguemos a un cruce, en que una de las vías nos indique la
salida del capitalismo, tendremos, todos y todas juntos, que retomar el debate
considerando las lecciones sacadas de la experiencia del camino recorrido. *CADTM
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