LOS NUEVOS FUNDAMENTALISTAS
Yihad
estadounidense 2014 TOM ENGELHARDT*
En un libro de texto
mío de los años cincuenta puedo recordar a un marciano que aterrizaba en la Calle Mayor (EE.UU.)
para recibir instrucción sobre las glorias de nuestro sistema político. Ya
sabéis: nuestro gobierno tripartito, sistema de mecanismos de control y
equilibrio de poderes, milagroso conjunto de derechos y vibrante democracia.
Entonces, los
estadounidenses pensaban que había mucho de lo que sentirse orgullosos y por lo
tanto, en esa generación de niños, muchos marcianos fueron instruidos en el
modo de vida en EE.UU. Actualmente, sospecho, no tantos.
A pesar de todo, me pregunté
qué lecciones podrían ofrecerse a un marciano que hiciera un aterrizaje forzoso
en Washington al comenzar 2014. Ciertamente los mecanismos de control y
equilibrio de poder, los derechos y la democracia, no encabezarían ninguna
lista del año nuevo.
Desde mi infancia, de
hecho, ese gobierno tripartito se ha convertido en una cuarta parte, un Estado
de seguridad nacional que carece notablemente de mecanismos de control y
equilibrio de poder.
Últimamente, esa
estructura laberíntica de agencias de inteligencia que se transforman en
aparatos para librar la guerra, los militares estadounidenses (con sus propias
fuerzas armadas secretas, las fuerzas de operaciones especiales, gestando en su
interior) y el Departamento de Seguridad Nacional, un conglomerado monstruoso
de agencias que es un verdadero “departamento de defensa”, así como un vasto
contingente de fabricantes de armas, contratistas, y especuladores reforzados
por un ejército de lobistas, nunca ha
dejado de crecer.
Ha logrado la lealtad
imperecedera del Congreso, ha abarcado el poder de la presidencia, se ha
convertido en un programa para generar puestos de trabajo para el pueblo
estadounidenses y ha estado en gran parte libre de hacer lo que le diera la
gana con una cantidad casi ilimitada de dinero público.
Históricamente, la
expansión del Estado de seguridad nacional de Washington -llamémoslo el NSS
(por su nombre en inglés)- a proporciones descomunales ha enfrentado poca
oposición. Después de las revelaciones de Edward Snowden, sin embargo, ha
aparecido una cierta resistencia, especialmente cuando se trata del “derecho”
de una parte del NSS a convertir el mundo en un puesto de escucha y a reunir,
en particular, comunicaciones estadounidenses de todo tipo.
El debate al respecto
-limitado invariablemente dentro de las fronteras de si deberíamos tener más
seguridad o más privacidad y cómo equilibrar las dos cosas- ha sido
razonablemente vigoroso. El problema es que no comienza a tocar la verdadera
naturaleza del NSS o los problemas que plantea.
Si tuviera que
instruir al marciano extraviado perdido en la capital de la nación, podría
escoger otro marco enteramente diferente para mi lección. Después de todo, el
enfoque del NSS, que ha crecido como un espíritu maléfico a proporciones
monumentales dentro del cuerpo del sistema político, podría parecer claramente
monomaníaco, si sólo pudiésemos salir por un momento de nuestro modo normal de
pensar.
Al coste de casi un
billón (millón de millones) de dólares al año, nuestro principal enemigo global
consiste en miles de yihadistas e
imitadores de yihadistas ligeramente
armados repartidos sobre todo por los páramos del planeta. Son capaces de
causar verdadero daño -aunque mucho menos a EE.UU. que a muchos otros países-,
pero no de estremecer nuestro modo de vida.
Y sin embargo para
los dirigentes, burócratas, compinches corporativos, soldados rasos y acólitos
del NSS, es un objetivo que nunca puede ser suficientemente intenso por cuenta
de un sistema que nunca puede crecer o ser financiado suficientemente.
Ninguna de las
metodologías a las que recurrimos normalmente para comprender el Estado de
seguridad nacional captura la irracionalidad, la auténtica absurdidad y la
verdadera demencia que forman su base. Tal vez ayudaría re-imaginar lo que se
ha desarrollado en estas últimas décadas como un sistema basado en la fe, una
nueva religión nacional. Es, por lo menos, la manera en que lo cómo explicaría
el nuevo Washington a ese marciano perdido.
Guerreros sagrados
Imaginad lo que
llamamos “seguridad nacional” como, fundamentalmente, una religión guerrera
para conquistar prosélitos. Tiene sus santas hermandades. Tiene sus textos
sagrados (clasificados). Tiene su dogma y sus sacerdotes guerreros. Tiene su
tierra prometida santificada, conocida como “la patria”. Tiene sus seminarios,
que llamamos think-tanks. Es una fe
monoteísta porque no menciona ninguna alternativa a sí misma. Es maniquea en su
visión del mundo. Como en el caso de muchas religiones, su dios es un ojo en el
cielo, un Ser vidente total que conoce tus secretos. Edward Snowden, el hombre quien en 2013 apartó la cortina sobre parte de este sistema, revelando su verdadera naturaleza a todo el que quisiera verla, es un apóstata, que nunca será perdonado por los miembros de las santas hermandades. Es un Judas que debe ser cazado, devuelto a EE.UU., juzgado como “traidor”, y entonces -dicen algunos guerreros en retiro del NSS (que a menudo canalizan las opiniones y sentimientos de los que se mantienen en sus puestos)- ser ahorcado por el cuello hasta la muerte o colgado “de un alto roble”. Al Qaida es, por supuesto, el Diablo del sistema, y se sabe que su maligna semilla cae y crece en cualquier parte del planeta de Sana'a, Yemen, a Boston, Massachusetts, si no estamos eternamente, y cada vez más, en guardia. En nombre de la épica lucha global en su contra y la necesidad de proteger la patria, nada es suficiente, ningún paso llega demasiado lejos. (Como el Diablo cambia tradicionalmente de forma, es capaz de manifestarse de muchas maneras, es posible, sin embargo, que mañana adopte la versión de, digamos, China.) No es sorprendente que los dirigentes de este sistema basado en la fe sean verdaderos creyentes fundamentalistas. No llevan largas barbas, no agitan el Corán, ni gritan “Muerte al Gran Satanás”, o viven en los páramos del planeta. En su lugar, hablan como burócratas, tienden a lucir uniformes militares y medallas, y habitan instalaciones gubernamentales de alta tecnología. Como son fundamentalistas, no pueden, en el sentido normal, ser religiosos en absoluto. No están obligados a creer en la importancia de “volver a nacer” o temer ser “dejados atrás” en un futuro Fin de los Tiempos -aunque semejantes creencias tampoco los desclasifican.
Profieren el equivalente de fatuas contra los que anuncian que son sus enemigos. Tienen un conjunto de leyes parecidas a la Sharía, inmutables e inflexibles. Los castigos por quebrantarlas podrán no incluir la lapidación o cortar manos, pero incluyen dar muerte. La suya es una implacable religión guerrera, que invoca el castigo de gente que a menudo es visto solo mediante una señal de vídeo, a miles de kilómetros de distancia de Washington, D.C., Langley, Virginia, o Fort Meade, Maryland. Las armas disparadas por su flota de aviones sin tripulación no se llaman misilesHellfire (fuego del infierno) por error, ya que ciertamente creen que aportan fuego del infierno y azufre a los pecadores políticos del mundo. No es por un evento fortuito el que a los aviones que disparan esos misiles los llamen Predators (depredadores) yReapers (segadores), porque se consideran como repartidores ungidos de Muerte a sus enemigos. Mientras tienen un poderoso deseo ardiente de mantener la fe que el público estadounidense tiene en ellos, también creen profundamente que lo saben mejor, que su conocimiento es el equivalente en Washington de bendición de Dios, y que los misterios más profundos y secretos de su fe deben ser mantenidos en secreto. Hasta que entras a sus órdenes y asciendes en su mundo secreto, existe algo como demasiado conocimiento. Como resultado, han desarrollado un sistema basado en la fe de secreto en el cual los misterios más profundos han estado, hasta hace poco, en manos de la cantidad más pequeña de creyentes, en el cual los problemas son adjudicados en un sistema de “corte” tan secreto que solo los argumentos favorecidos por el Estado de seguridad nacional pueden ser presentados a sus jueces, en el cual casi cada documento producido, no importa cuán anodino, será clasificado como demasiado peligroso para ser leído por “la gente”. Esto significa que, hasta hace poco, la mayor parte de las evaluaciones de las actividades del Estado de seguridad nacional deben ser tomadas en buena fe. Además, al servicio de esa fe, funcionarios del NSS podrán -y su religión lo permite- mentir y manipular al público, al Congreso, aliados, o cualquier otro, y hacerlo sin compunción. Pueden negar públicamente realidades que saben que existen, u ofrecer, como ha escrito Conor Friedersdorf, declaraciones “exquisitamente elaboradas para engañar”.
Lo hacen sobre la
base de la creencia en que los secretos más profundos de su mundo y cómo opera
solo pueden ser verdaderamente comprendidos por los que ya han sido enlistados
en sus órdenes. Y sin embargo, no nos manipulan simplemente al servicio de su
Única Fe Verdadera. Nada es tan simple como parece. Antes de manipularnos a
nosotros, deben pasar años manipulándose a sí mismos. Solo porque ya se han
convencido de la profunda verdad de su misión aceptan la necesidad de manipular
a otros en lo que sigue pasando por ser una democracia. Para servir al pueblo,
en otras palabras, no tienen otra alternativa que mentirle.
Como otras
instituciones religiosas en sus años de apogeo, el NSS también ha mostrado una
sorprendente capacidad para generar apoyo para su estructura en permanente
crecimiento convirtiéndose en una lucrativa operación global.
En un mundo en el
cual los verdaderos enemigos son notablemente escasos (aunque nunca se sabría
por el evangelio según ellos), ha mostrado una habilidad notable en unir a los
que podrían apoyarlo financieramente, llámense demócratas o republicanos, y al
asegurar, incluso en tiempos presupuestarios difíciles, que sus cofres sigan
estando hasta los topes.
También se ha
esforzado por expandir lo que, desde 1961, ha sido conocido como el complejo
militar-industrial. En el Siglo XXI, el NSS se ha esforzado especialmente por
subvencionar corporaciones bélicas dispuestas a entrar al campo de batalla
junto a él. Al hacerlo, ha “privatizado” -es decir, corporativizado- sus operaciones
globales.
Esencialmente se ha
fusionado con un conjunto de equipos compinches que ahora hacen una parte
significativa de su trabajo. Ha contratado decenas de miles de contratistas
privados, creando espías corporativos, analistas corporativos, mercenarios
corporativos, constructores corporativos, y proveedores corporativos para una
estructura que se convierte crecientemente en el centro de beneficios de un
Estado dentro de un Estado. Todo esto, por su parte, ayuda a apoyar una
creciente clase de guerreros teocráticos en el lujo al que se ha acostumbrado.
Desde el 11-S, el
resultado ha sido una religión de conflicto perpetuo cuyas doctrinas tienen a
ser cada vez más extremas. En nuestros días, por ejemplo, el NSS ha pasado de
la “doctrina del 1%” de Dick Cheney
(si existe aunque sea un 1% de probabilidades de que un país
pueda atacarnos algún día, deberíamos atacarlo primero) a algo como una “doctrina de 0%”.
Sea en sus guerras de
drones con sus “listas de asesinatos”
presidenciales o en la ciberguerra -probablemente
la primera en la historia- que lanzó contra Irán, ya no se preocupa por
argumentar la mayor parte del tiempo de que semejantes ataques necesitan
siquiera una justificación de 1%. Su continua, autoproclamada, guerra global,
sea en tierra o en el aire, en persona o mediante drones, en el espacio o en el ciberespacio (en el cual su más
reciente comando militar ya está en acción) es suficiente justificación para
casi cualquier acto, por agresivo que sea.
Junta todo esto y lo
que se tiene es una descripción de una organización militante cuyo propósito es
realizar una versión al estilo de Washington de una yihad global, una guerra perpetua en nombre de la verdadera fe.
Una falla
práctica: una historia de éxito basada en la fe
Mirado de otra
manera, el Estado de seguridad nacional también es una inmensa farsa, un
gigantesco fraude de un sistema de creencias que sólo está a la altura porque
sus seguidores nunca se preocupan de ver el mundo a través de ojos marcianos.
Comencemos por su
lado descomunal. No importa cómo se mire, el NSS es un “Aunque Usted no lo Crea” de Ripley de cifras asombrosas que, una
vez que uno se sale de su sistema de pensamiento, no tienen sentido.
Se calcula que el
presupuesto nacional de defensa de EE.UU. es mayor que el de los próximos 13
países en conjunto -o sea, simplemente más caro fuera de serie.
La armada de EE.UU.
tiene 11 grupos de ataque de portaaviones y ningún otro país tiene más de dos.
Ningún otro órgano de seguridad nacional puede pretender que obtiene “casi
cinco mil millones de registros por día sobre la ubicación de teléfonos
celulares en todo el mundo”; ni, como el grupo de Operaciones de Fuentes
Especiales de la Agencia
de Seguridad Nacional en 2006, alardear de ser capaz de ingerir el equivalente
de una “Biblioteca del Congreso cada 14,4 segundos”; ni tiene competidores
cuando se trata de construir “complejos para trabajo de inteligencia de máximo
secreto” (33 sólo en el área de Washington entre 2001 y 2010). Y sus programas
de construcción en EE.UU. y globalmente son interminables.
Está creando un
cazabombardero que será el sistema de armas más costoso en la historia. Sus
fabricantes de armas controlaron un 78 por ciento del mercado global de armas
en 2012. Cuando sus militares partieron de Irak después de ocho años de
invasión y ocupación, se llevaron tres millones de objetos que iban de
vehículos blindados a ordenadores laptop
y sanitarios portátiles (y destruyeron o entregaron a los iraquíes innumerables
más).
En un mundo en el
cual otros países tienen, en el mejor de los casos, un puñado de bases
militares fuera de su territorio, tiene innumerables cientos. Sólo en 2011,
logró clasificar 92 millones 64 mil 862 de los documentos que generó, otorgando
al secreto un nuevo orden de magnitud. Y eso es solo meter un dedo en el océano
de un Estado nacional de seguridad que deja pequeño al que libró la Guerra Fría contra una
verdadera superpotencia imperial.
De nuevo, si uno se
sale un poco del mundo del dogma del NSS y los argumentos que lo acompañan, semejantes
cifras -y son una legión- seguramente representarían una de las peores
inversiones en la historia moderna. Si un sistema de este tipo no se basara en
la fe, y si esa fe no fuera aceptada tan general y profundamente (incluso si
ahora podría estar disminuyendo), la gente consideraría automáticamente cifras
semejantes y los resultados que producen y preguntaría por qué, a pesar de
todas sus promesas de seguridad y protección, el NSS no produce resultados con
tanta regularidad. Y por qué la reacción ante las fallas siempre puede ser
encapsulada en una palabra: más.
Después de todo, si
el Siglo XXI nos ha enseñado algo, es que las fuerzas armadas más costosas y
sobre-equipadas del planeta no pueden
ganar una guerra. Sus dos intentos multibillonarios desde el 11-S, en Irak
y Afganistán, ambos contra insurgencias minoritarias con armamento ligero, resultaron
ser desastrosos. (En Irak, sin embargo, a pesar de una ignominiosa retirada
estadounidense y el caos que resultó en la región, el NSS y sus seguidores han
seguido promoviendo la idea de que la “oleada” del general David Petraeus fue
ciertamente algún tipo de “victoria” histórica de último minuto.)
Después de 12 largos
años en Afganistán y una oleada de la era Obama en ese país, el último sombrío
Cálculo de Inteligencia Nacional de la comunidad de la inteligencia de EE.UU.
sugiere que no importa lo que Washington haga ahora, la probabilidad es que las
cosas en ese país sólo irán de bastante malas a mucho peores.
Años de campaña de drones contra al Qaida en la Península Arábiga
han fortalecido esa organización; una intervención aérea en Libia condujo al
caos, un embajador muerto, y un movimiento creciente de al Qaida en el norte de
África -y así se repiten las cosas.
De la misma manera,
funcionarios de inteligencia alardean de complots terroristas -¡54 de éstos!-
que han sido desbaratados gracias totalmente o en parte a las barridas de metadatos de llamados telefónicos en
EE.UU., por la Agencia
de Seguridad Nacional; también afirma que, en vista de la necesidad de secreto,
sólo cuatro de ellos pueden ser hechos públicos. (Las afirmaciones de éxito
respecto incluso a esos cuatro, al ser examinadas por periodistas, han
resultado ser menos que impresionantes.)
Mientras tanto, la
fuerza de tareas presidencial encargada de revisar las revelaciones de la NSA, que tiene acceso a una
gama mucho más amplia de información confidencial, llegó a una conclusión aún
más sorprendente: no se pudo encontrar un sólo caso en el cual esos metadatos que la NSA almacena en masa haya
frustrado un complot terrorista.
“Nuestro estudio”,
escribió el panel, “sugiere que la información que contribuyó a investigaciones
de terroristas mediante el uso de la sección 215 de metadatos telefónicos no fue esencial para impedir ataques”. (Y hay
que considerar que, sobre la base de lo que sabemos sobre semejantes complots
terroristas, una cantidad sorprendente de ellos fueron planificados, iniciados
o posibilitados por infiltrados del FBI.)
De hecho, las
afirmaciones de éxito contra semejantes complots, no podrían ser más basados en
la fe, ya que se basan generalmente en la palabra de funcionarios de
inteligencia que han demostrado ser poco fiables o en la afirmación, imposible
de probar o desmentir, de que si un sistema semejante no existiera, podrían
haber ocurrido cosas peores. Esa versión de una historia de éxito está bien
resumida en la afirmación de que “no tuvimos otro 11-S”. Conclusión
En otras palabras, en
términos de resultados concretos y prácticos el Estado de seguridad nacional de
Washington debiera ser visto como un notable fracaso. Y sin embargo, en
términos basados en la fe, no podría ser un éxito más grande. Sus falsos dioses
son ampliamente aceptados por aclamación y adorados regularmente en Washington
y más allá.
A medida que sigue el
financiamiento, el NSS se ha transformado en algo como un gobierno en la sombra
en esa ciudad, mientras excluye de toda discusión seria la posibilidad de su
propio desmantelamiento futuro o de lo que podría reemplazarlo. Ha convertido
en efímeras otras opciones y los peligros más inmediatos que el terrorismo para
la salud y el bienestar de los estadounidenses parecen, en el mejor de los
casos, secundarios. Ha inyectado el
miedo en el alma estadounidense. Es una religión de poder estatal.
Ningún marciano
podría confundirlo con alguna otra cosa.
Tom Engelhardt es
cofundador del American Empire Project y autor de una
historia sobre la Guerra
Fría y otros aspectos, así como de la una novela: The Last Days of Publishing y de The American Way of War: How Bush’s Wars
Became Obama’s (Haymarket Books). Su último libro, escrito junto con Nick Turse es: “ Terminator Planet: The First
History of Drone Warfare, 2001-2050 ” . *tomdispatch
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