«La democracia es como un tranvía. Lo tomamos para ir a donde
queremos y una vez allí, nos bajamos.»
Recep Tayyip Erdogan (1996)
AL FIRMAR CON TURQUÍA un acuerdo –por lo pronto ilegal a la luz del derecho internacional– para frenar la oleada de migrantes, los dirigentes de la Unión Europea dan un nuevo paso en lo que podríamos llamar su pacto con el diablo. Gran parte de los 3 000 millones de euros asignados a Ankara irán a parar al financiamiento de los yihadistas y, por tanto, incrementarán la cantidad de migrantes que huyen de la guerra.
POR CIERTO, al levantar, en los próximos meses, la exigencia de visas a los ciudadanos turcos, los europeos instituyen de hecho la libre circulación entre los campamentos de al-Qaeda y Bruselas. Al imponer a los pueblos de Irak y Siria la amenaza y la opresión de los yihadistas, a los que financian indirectamente, y al abandonar al pueblo turco entre las garras de la dictadura del presidente Erdogan, los europeos sientan las bases de un amplísimo enfrentamiento del que ellos mismo acabarán siendo víctimas.
El Consejo Europeo, reunido el 17 y el 18 de marzo de 2016, adoptó un plan tendiente a resolver el problema de la masiva oleada de migrantes provenientes de Turquía . En ese acuerdo, los 28 jefes de Estado y de gobierno de los países de la Unión Europea se plegaron a todas las exigencias de Ankara.
Ya habíamos analizado anteriormente, en este sitio web, la manera cómo Estados Unidos planeaba utilizar los acontecimientos del Medio Oriente para debilitar la Unión Europea [2]. Desde el inicio de la actual crisis de los “refugiados”, fuimos los primeros en observar simultáneamente que se trataba de un fenómeno provocado de forma deliberada y los problemas insolubles que plantearía. Nuestros análisis, por desgracia, se cumplieron, y nuestros detractores acabaron adoptando nuestras posiciones.
Para ir un poco más lejos, hoy queremos estudiar de qué manera se apoderó Turquía de la iniciativa y la continua ceguera de la Unión Europea, que persiste en seguir dejándose arrastrar por los acontecimientos.
El juego de Recep Tayyip Erdogan
El presidente turco Erdogan no es un político común y corriente. Pero los europeos, o sea ni los pueblos ni sus dirigentes, no parecen haberse dado cuenta.
En primer lugar, Recep Tayyip Erdogan proviene de un movimiento islámico panturquista vinculado a la Hermandad Musulmana de Egipto y favorable a la restauración del Califato [4]. Según Erdogan –pero igualmente según sus aliados del Milliyetci Hareket Partisi (MHP)–, los turcos son los descendientes de los hunos de Atila, a su vez hijos del lobo de las estepas del Asia Central, del que heredaron la resistencia y la insensibilidad. Constituyen entonces una raza superior llamada a gobernar el mundo. Su alma es el islam.
El presidente Erdogan es el único jefe de Estado del mundo que reivindica abiertamente una ideología de supremacía étnica, perfectamente comparable al supremacismo ario de los nazis. Es, además, el único jefe de Estado del mundo que niega los crímenes de su historia, principalmente las masacres del sultán Abdulhamid II contra los no musulmanes (durante las masacres hamidianas de 1894-1895, al menos 80 000 cristianos fueron masacrados mientras que 100 000 cristianas eran incorporadas a la fuerza a los serrallos) y, posteriormente, las masacres perpetradas por la organización de los Jóvenes Turcos (genocidio contra los armenios, los asirios, los caldeos, los siriacos, los griegos pónticos y los yazidíes, desde 1915 hasta 1923, estimado en al menos 1 millón 200 000 muertos), genocidio perpetrado con ayuda de oficiales alemanes, entre los que se hallaba Rudolf Hoss, futuro director del campo de concentración de Auschwitz .
Al celebrar el 70º aniversario de la liberación de la pesadilla nazi, el presidente ruso Vladimir Putin subrayaba que “las ideas de supremacía racial y de exclusivismo provocaron la guerra más sangrienta de la Historia”. Posteriormente, en el marco de una marcha –y sin mencionar a Turquía– el propio Putin llamaba a todos los rusos a disponerse a reeditar el sacrificio que antes realizaron sus abuelos, si ello llegara a ser necesario para salvar el principio mismo de la igualdad entre los hombres.
En segundo lugar, el presidente Erdogan, respaldado sólo por un tercio de la población turca, gobierna su país en solitario y recurriendo a medios coercitivos. Hoy es imposible saber con precisión lo que piensa el pueblo turco ya que la publicación de toda información que cuestione la legitimidad del presidente Erdogan se considera una amenaza contra la seguridad del Estado y se castiga con el encarcelamiento inmediato. Según los últimos estudios publicados –en octubre de 2015–, sólo una tercera parte de los electores respalda a Erdogan. Es mucho menos que el respaldo que tenían los nazis en 1933, cuando obtuvieron un 43% de los votos.
Eso implica que el presidente Erdogan sólo pudo ganar las elecciones legislativas “arreglándolas” descaradamente.
Por ejemplo:
Los medios de prensa de la oposición fueron literalmente amordazados: los matones del partido de Erdogan (AKP) asaltaron los importantes diarios Hürriyet y Sabah; hubo investigaciones abiertas contra periodistas y órganos de prensa acusados de respaldar el “terrorismo” o de referirse al presidente Erdogan en términos difamatorios; también hubo sitios web bloqueados; proveedores de servicios informáticos suprimieron de su oferta los canales de televisión de la oposición; de los 5 canales de televisión con cobertura nacional 3 fueron en su programación claramente favorables al partido en el poder y la policía cerró los otros dos canales, Bugun TV y Kanalturk.
Un Estado extranjero, Arabia Saudita, repartió 7 000 millones de libras (unos 2 000 millones de euros) en “donaciones” para “convencer” a los electores de que debían votar por Erdogan.
128 oficinas del HDP (partido de izquierda) fueron atacadas por los matones del partido del presidente Erdogan, muchos candidatos y sus equipos de campaña fueron golpeados, más de 300 comercios pertenecientes a kurdos fueron saqueados, decenas de candidatos del HDP fueron arrestados y puestos bajo detención temporal durante la campaña electoral.
Más de 2 000 opositores resultaron muertos durante la campaña electoral, tanto en atentados como a causa de la represión gubernamental contra el PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán). En el sureste de Turquía, varias localidades fueron parcialmente destruidas por los blindados del ejército turco.
A partir de la “elección” de Erdogan, una placa de plomo cayó sobre el país. Se hizo imposible obtener información sobre el estado de Turquía a través de su prensa nacional. El principal diario de la oposición, Zaman, fue puesto bajo tutela y ahora se limita a exaltar la grandeza del “sultán” Erdogan. La guerra civil, que ya convulsiona el este de Turquía, está extendiéndose, con atentados en Ankara e incluso en Estambul, ante la total indiferencia de los europeos.
El señor Erdogan está gobernando prácticamente solo, rodeado sólo de un grupo muy restringido del que forma parte el primer ministro Ahmet Davutoglu. Como si eso fuera poco, Erdogan declaró públicamente, en plena campaña electoral, que ya no estaba aplicando la Constitución y que ahora todos los poderes están en sus manos.
El 14 de marzo de 2016, el presidente Erdogan que, ante los kurdos, “la democracia, la libertad y el estado de derecho ya no tienen el menor valor”. Y anunció su intención de ampliar la definición legal de “terrorista” para incluir en ella a todos los que él considera “enemigos de los turcos”, o sea a los turcos y no turcos que se oponen a su supremacismo.
Al precio de 500 millones de euros, Recep Tayyip Erdogan hizo erigir el palacio más grande dedicado a ser residencia de un jefe de Estado en todo la historia del mundo. El “palacio blanco”, referencia al color de su partido –el AKP– abarca 200 000 metros cuadrados y dispone de todo tipo de instalaciones, entre los que se hallan búnkeres ultramodernos de alta seguridad con comunicaciones vía satélite.
En tercer lugar, el presidente Erdogan está utilizando poderes que se ha arrogado, en violación de la Constitución turca, para convertir el Estado turco en padrino del yihadismo internacional. En diciembre de 2015, la policía y la justicia turcas lograron comprobar que el propio presidente Erdogan y su hijo Bilal mantenían vínculos personales con Yasin al-Qadi, el banquero de al-Qaeda. Así que el presidente turco destituyó a los policías y magistrados que se habían atrevido a “atentar contra los intereses de Turquía” (sic), mientras que el propio Yasin al-Qadi y el Estado turco emprendían un proceso judicial contra el periódico de izquierda BirGün por haber reproducido mi editorial titulado “Al-Qaeda, eterno auxiliar de la OTAN”.
En febrero pasado, la Federación Rusa entregaba al Consejo de Seguridad de la ONU un informe de inteligencia que demostraba el apoyo que el Estado turco aporta al yihadismo internacional, en violación de numerosas resoluciones de ese mismo órgano de Naciones Unidas. Yo mismo publiqué un estudio detallado sobre esas acusaciones, estudio que fue inmediatamente censurado en Turquía .
La respuesta de la Unión Europea
La Unión Europea había enviado una delegación encargada de supervisar las elecciones legislativas turcas de noviembre de 2015. Esa delegación pospuso durante mucho tiempo la publicación de su informe, para acabar publicando una breve versión edulcorada de ese texto.
Presas del pánico ante la respuesta de sus poblaciones, que están reaccionando duramente ante la entrada masiva de migrantes –y, en el caso de los alemanes, ante la abolición del salario mínimo provocada por esa oleada de migrantes–, los 28 jefes de Estado y de gobierno de la Unión Europea han preparado con Ankara un procedimiento para que Turquía se encargue de resolverles el problema. El Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados, Filippo Grandi, señaló de inmediato que la solución adoptada viola el derecho internacional. Pero, incluso suponiendo que sea posible mejorar las cosas, no es ese el problema fundamental.
La Unión Europea se ha comprometido:
a pagar a Turquía 3 000 millones de euros al año para que ese país ayude la Unión a enfrentar sus obligaciones… pero no establece ningún mecanismo de verificación del uso que dará Ankara a esos fondos;
- a eliminar la exigencia de visas a los turcos para entrar en los países de la Unión Europea [10] –medida que debe entrar en vigor en sólo meses, quizás incluso en unas pocas semanas;
- a acelerar las negociaciones sobre la adhesión de Turquía a la Unión Europea –lo cual será a mucho más largo plazo y menos probable que la medida sobre la eliminación de la exigencia de visas.
En otras palabras, cegados por la reciente derrota electoral de Angela Merkel [11], los dirigentes europeos se limitaron a buscar una solución temporal para frenar el flujo de migrantes, sin tratar de resolver la causa del problema y sin tener en cuenta la infiltración de yihadistas que puede producirse a través de ese flujo.
El antecedente de Munich
En los años 1930, las élites europeas y estadounidenses consideraban que la URSS, debido a su modelo, representaba una amenaza para sus intereses de clase. Y por eso apoyaron colectivamente el proyecto nazi tendiente a colonizar el este de Europa y a destruir los pueblos eslavos. A pesar de los repetidos llamados de Moscú a la creación de una gran alianza contra el nazismo, los dirigentes europeos aceptaron entonces todas las exigencias del canciller Adolfo Hitler, incluyendo la anexión de los Sudetes. Así surgieron los acuerdos de Munich (1938), ante los cuales la URSS se vio obligada a adoptar una política de “sálvese quien pueda” que la llevó, por su parte, a firmar el pacto germano-soviético (1939). Ya era demasiado tarde cuando algunos dirigentes europeos, y más tarde estadounidenses, por fin se dieron cuenta del error que habían cometido y finalmente se decidieron a aliarse con Moscú en contra de los nazis.
Y hoy estamos viendo la repetición de los mismos errores. Las élites europeas ven en la República Árabe Siria un adversario, ya sea porque defienden el punto de vista colonialista de Israel o porque abrigan la esperanza de recolonizar el Levante para sí mismas y de apoderarse así de las gigantescas reservas de gas aún sin explotar que existen en esa región. Por eso apoyaron la operación secreta de Estados Unidos tendiente a provocar un “cambio de régimen” y fingieron creerse la fábula de la “primavera árabe”.
Al cabo de cinco años de guerra a través de intermediarios, viendo que el presidente sirio Bachar al-Assad sigue en Damasco a pesar de los miles de veces que se predijo su dimisión, los europeos deciden ahora financiar con 3 000 millones de euros al año el apoyo que Turquía aporta a los yihadistas. Según la lógica de las élites europeas, ese financiamiento tendría que llevarlas finalmente a la victoria y poner fin a la ola migratoria. Y ya será demasiado tarde cuando se den cuenta de que, al eliminar la exigencia de visas a los nacionales turcos, han autorizado la libre circulación entre los campamentos de al-Qaeda en Turquía y Bruselas .
La comparación con el fin de los años 1930 viene a nuestra mente sobre todo porque en el momento de los acuerdos de Munich el Reich nazi ya había anexado Austria, sin que ello provocara ninguna reacción notable de parte de los demás Estados europeos.
Hoy en día, Turquía ya ocupa el noreste de Chipre, país miembro de la Unión Europea, y una franja de varios kilómetros de profundidad en Siria, territorio sirio que incluso administra a través de un walli (prefecto), nombrado expresamente por Ankara. No sólo la Unión Europea guarda silencio sobre esos hechos sino que, con su actitud, estimula a Ankara a proseguir con su política de anexiones, que de hecho viola el derecho internacional.
La lógica común del canciller Hitler y del presidente Erdogan se basa en la unificación de la “raza” y la purificación de la población. Hitler quería unir las poblaciones de “raza alemana” y purificarlas excluyendo a los elementos “extranjeros” (judíos y roms), Erdogan quiere unir las poblaciones de “raza turca” y purificarlas excluyendo a los elementos “extranjeros” (kurdos y cristianos).
En 1938, las élites europeas creían en la amistad del canciller Hitler. Hoy en día creen en la del presidente Erdogan.
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