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Edición 356
Escrito por Yolanda Couceiro Morín   
Miércoles, 12 de Abril de 2017 13:06

14 mini

Europa está descubriendo, entre el asombro y el espanto, que la libertad de poder desplazarse, hablarse y relacionarse, no es una conquista definitiva de la Civilización Occidental.

Las violaciones masivas de Colonia del año pasado y los distintos ataques en masa sexuales que se repiten con una frecuencia cada vez mayor en todo el continente constituyen la prueba irrefutable de la debilidad de nuestras sociedades, peor aún, del fracaso de un sistema que parece incapaz de garantizar los derechos y libertades que proclama de manera tan ufana como vana.

Nuestras sociedades europeas sufren una formidable regresión en el terreno de las libertades y la moral. Este retroceso no es el fruto del fracaso de la política de acogida de inmigrantes y demás “refugiados”, por el contrario es el éxito de las políticas oficiales impuestas por la UE en materia de inmigración y de multiculturalismo. Si la cultura de los recién llegados vale lo mismo que la de los que los acogen, y por lo tanto no hay que tomar ningún recaudo, entonces no hay que extrañarse de lo que está ocurriendo. La inmigración masiva no aporta únicamente una fuerza de trabajo (que ya nadie necesita en una Europa aquejada de un paro galopante), sino trozos de sociedades ajenas con sus tradiciones y sus costumbres, muchas veces incompatibles con las de los países de acogida.

Nuestros gobernantes o están en pánico unos, o totalmente en Babia los otros, ante la situación que han creado.

Tratan por todos los medios de minimizar la gravedad del problema que nos han impuesto: medios, intelectuales, artistas, políticos, “oenegeros”, policías, jueces… El ejército de la mentira y la represión se prodiga con todas sus fuerzas para escamotear la verdad y reprimir a los que la difunden. La única respuesta de nuestras autoridades es invertir los papeles, cargar las culpas sobre las víctimas y aconsejarnos a las mujeres que renunciemos a nuestros derechos o nos tendremos que atener a las consecuencias. Unos ejemplos:

– Una diputada sueca afirma que “es mejor que las mujeres de su país sean violadas por refugiados que por compatriotas suyos”.

– El alcalde de Colonia aconseja a las mujeres mantenerse “a una distancia de un brazo de los hombres”.

– En algunas escuelas, la Dirección sugiere a las alumnas vestirse “de manera discreta”.

         – El jefe de la Policía de Viena opina que “las mujeres no deberían salir solas de noche”.

– El imán de una ciudad francesa declara: “Si la mujer sale sin honor, no hay

que extrañarse de que los hombres abusen de ella”.

–  El mufti (autoridad religiosa musulmana) de otra ciudad nos alecciona: “Si colocáis un trozo de carne al aire libre, y viene un gato y se la come, ¿a quién hay que culpar: al gato o la carne?”

Podríamos seguir…

El sexo es una cuestión omnipresente en la crisis de civilización que estamos viviendo. Algunos simulan considerar esta cuestión como accesoria, cuando en realidad es básica. Es fundamental, ya que la motivación de los islamistas está apoyada por las promesas sexuales contenidas en sus escritos coránicos. Las promesas de pillaje y de conquista violenta de las mujeres son una constante en todas las guerras. Pero el Corán santifica esas promesas y esas prácticas. Las migraciones masivas son una forma de guerra. Eso ha sido así desde siempre. En las guerras se buscan las riquezas ajenas y sus mujeres.

Los agentes de la destrucción de nuestras sociedades hacen su trabajo. Nada es debido al azar, las cosas no están yendo por un camino errado, al contrario, todo va como ha sido diseñado, previsto y deseado. Teníamos un orden familiar: lo han destruido. Teníamos un orden nacional: lo han destruido. Teníamos un orden internacional: lo han destruido. Teníamos un orden moral: lo han destruido. Teníamos un orden sexual: lo han destruido. Teníamos un orden social: lo han destruido. Teníamos un orden religioso: lo han destruido.

Esos agentes de destrucción emplean también el arma definitiva de la sustitución étnica, racial, cultural y civilización, lo que se ha dado en llamar la “Gran Sustitución”, enunciada y teorizada por el escritor francés Renaud Camus. Les han abierto de par en par las fronteras de nuestros países, creando las condiciones favorables a la llegada masiva de inmigrantes y “refugiados” totalmente inadaptados a las exigencias de nuestras sociedades de un mínimo de civilización, de cultura política y de consciencia social.

Lo que está ocurriendo en toda Europa, con una incidencia particularmente alarmante en Alemania y los países nórdicos (los que más “refugiados” han acogido), es la contestación frontal y brutal de todos nuestros valores, ideales y logros. El verdadero problema reside ahí: en el rol de la mujer en nuestra sociedad. Es un punto esencial, un pilar básico de nuestra moral social, de nuestro concepto de la persona, de nuestra idea de la vida y de nuestra visión del mundo.

En Occidente hemos alcanzado, aparentemente, la liberación sexual completa. Aparentemente, porque en realidad lo que hay es un código que rige los comportamientos y las relaciones, que hemos interiorizado, aceptado y llevamos (en términos generales) a la práctica, pero que ellos, los inmigrantes y “refugiados” musulmanes, ignoran totalmente. En nuestra sociedad no se copula de cualquier manera: hay reglas para conquistar a las mujeres, para ser aceptadas por ellas, para ser amadas por ellas. La regla principal de la que derivan todas las demás es la igualdad moral, entre hombres y mujeres, situados en un mismo nivel de dignidad reconocida y respeto mutuo. Estas reglas son completamente desconocidas entre la inmensa mayoría de esos invasores musulmanes, porque en sus sociedades el estatus de la mujer es un estatus inferior. La mujer pertenece al hombre, al igual que sus posesiones materiales. La mujer es su sirviente, la mujer está para servirlo, para satisfacerlo.

Esto es así desde hace siglos y siglos. En la cultura islámica, el sistema es coherente: la mujer se tapa, no muestra su cuerpo, no se relaciona con hombres, no es libre de elegir, obedece y padece. ¿Cómo podemos imaginar que esta gente, que ha vivido en ese sistema en el cual la excitación de los deseos, la provocación, la seducción, el “flirteo”, etc, están prohibidos, pueda comprender nuestro comportamiento y nuestro tipo de relación entre los sexos? Imposible.

Para estos inmigrantes y “refugiados” musulmanes hay dos categorías de mujeres: las suyas, con las que se casan, y las otras, las putas que están para que las usen. Para ellos, todas las mujeres occidentales somos unas putas. Su obsesión con el tema, fruto de su eterna frustración sexual, genera los desequilibrados que corren actualmente por nuestras calles. El martirio les promete la más dulce de las recompensas: 72 vírgenes en el paraíso de Alá.

Mientras tanto, aquí en la tierra, pueden desahogarse con las mujeres europeas: unas putas que deben someterse a sus apetitos insatisfechos de eternos reprimidos y trastornados sexuales.

YOLANDA COUCEIRO MORÍN



 

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