A pesar de las apariencias, la administración estadounidense, lejos de comportarse de forma errática, está tratando de fijar el marco de su política exterior. El presidente Donald Trump está negociando con un representante del Estado Profundo, la estructura que gobierna Estados Unidos desde el 11 de septiembre de 2001. Y parece que han llegado a un acuerdo cuyos detalles están todavía por precisar. Varios miembros de la administración aclararían la nueva política exterior de la Casa Blanca a fines de mayo, ante una comisión del Congreso.
En el momento del ataque estadounidense contra la base aérea siria de Sheyrat, hice notar que aquella acción no era más que una farsa y que el secretario de Estado la había utilizado para presionar a sus aliados europeos y obligar al verdadero organizador de la agresión contra la República Árabe Siria –el Reino Unido– a mostrar su rostro. Hoy se sabe un poco más al respecto.
El presidente Trump, enfrentado simultáneamente a la oposición de la clase dirigente y la del Estado Profundo estadounidense, utilizó el ataque contra la base siria de Sheyrat para “restaurar la credibilidad” (sic) de la Casa Blanca.
En el verano de 2013, el presidente Obama, acusó a Siria de haber utilizado armas químicas y de haber cruzado así una “línea roja”. Pero Obama no decidió tomar “represalias”, incluso se escudó en el Congreso para no hacerlo. Su impotencia fue entonces particularmente evidente ya que, en virtud de la Syrian Accountability Act –la declaración de guerra que el Congreso había adoptado contra Siria en 2003–, Obama podía haber bombardeado ese país sin pedir la opinión de los congresistas.
Al acusar a Siria de haber utilizado armas químicas, esta vez en Khan Cheikhun, y bombardeándola de inmediato, Donald Trump no buscaba otra cosa que dar prueba de la “credibilidad” que había faltado a su predecesor.
Sabiendo perfectamente que Siria no era culpable –ni en el verano de 2013, ni ahora en Khan Cheikhoun–, el presidente Trump se las arregló para que el Ejército Árabe Sirio supiera de antemano que la base iba a ser atacada y tuviera tiempo de evacuarla.
A continuación, Trump inició negociaciones con el Estado Profundo estadounidense –o al menos con uno de sus voceros, el senador John McCain. Un representante de Israel, el también senador [estadounidense] Lindsey Graham, participó en las discusiones.
Por supuesto, los europeos se sorprenderán mucho al enterarse de que Donald Trump tuvo que comportarse como un vulgar «señor de la guerra» para reafirmar su posición como presidente de un Estado miembro de la ONU. No estaría de más que tuviesen en mente el excepcional contexto actual en Estados Unidos, donde el Estado Profundo se compone fundamentalmente de militares y, sólo de forma secundaria, de civiles.
Según nuestras informaciones, el presidente Trump aceptó al parecer renunciar –al menos por ahora– al desmantelamiento de la OTAN y de su versión civil –la Unión Europea. Esa decisión implica que Washington sigue –o finge seguir– considerando a Rusia como su principal enemigo. Por su parte, el Estado Profundo estadounidense parece haber aceptado renunciar a seguir apoyando a los yihadistas y haber abandonado a la aplicación del plan británico de las “primaveras árabes”.
Para sellar ese acuerdo, dos personalidades provenientes de las filas de los neoconservadores entrarían próximamente en la administración Trump y se encargarían de dirigir la política hacia Europa: Kurt Volker, el director del McCain Institute (universidad del Estado de Arizona), sería nombrado director de Eurasia en el Departamento de Estado. Volker es un ex juez militar y fue embajador del presidente Bush Jr. ante la OTAN durante la guerra de Georgia –en agosto de 2008. Tom Goffus, uno de los asistentes del senador McCain en la Comisión senatorial a cargo de las fuerzas armadas, sería nombrado asistente adjunto del secretario de Defensa a cargo de Europa y de la OTAN. Goffus es un oficial de la US Air Force y ya desempeñó ese tipo de funciones bajo la jefatura de Hillary Clinton y en el Consejo de Seguridad Nacional.
En cuanto a Siria, ese acuerdo –si ambas partes llegan a ratificarlo– debería poner fin a la guerra de Estados Unidos contra la República Árabe Siria. Pero la guerra podría continuar por iniciativa del Reino Unido y de Israel, respaldados por sus aliados –Alemania, Arabia Saudita, Francia, Turquía, etc.
Poco a poco sigue reduciéndose el grupo de los llamados “Amigos de Siria”, que en 2012 llegó a reunir 130 países y organizaciones internacionales. Hoy sólo quedan 10.
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