Contexto y eje ordenador
de la cuarta transformación en México
Eduardo Pérez Haro*
El cerco de la autocensura, como recurso de eliminar el riesgo de ser desacreditado no contribuye al cambio.
LO CONDUCENTE NO ES DEJAR de cuestionar o cuestionarse, ese es un recurso del método que, de abandonarse, se pierde el sentido de ciencia y pertinencia como posibilidad colindante.
LO IMPORTANTE de la cuestión, de la pregunta o de la crítica es no radicarlas en la añoranza de los regímenes que se quedan atrás no sólo por sucesión de los tiempos sino por su obsolescencia denunciada por el voto significativamente mayoritario.
Luego entonces, hay procedencia para el pensamiento crítico cuyo resorteo libera la conciencia en contrapartida de las formas de dominación de cada caso. Las aspiraciones de justicia son una configuración ética de la crítica de la dominación. La justicia es una de las formas de consagrar la libertad y la injusticia se torna sinónimo de sometimiento y sumisión como componentes relacionados de la dominación.
Emplazar a una cuarta transformación podría parecer temerario, y sin embargo, resulta dable al tenor de la avalancha electoral que desmanteló a la partidocracia tradicional y sobre sus escombros se erige el presidente electo Andrés Manuel López Obrador. Tendrá que responder a las aspiraciones de justicia social que, de alguna manera, se arrastran desde hace dos siglos en que se sucedió la primera de las tres transformaciones que se aluden como precedentes del proceso en curso y que prefiguraron como basamento el desarrollo económico acicateado y regido por la intervención del Estado.
Vencer estructuras del pasado
En la independencia, la reforma y la revolución había que vencer estructuras de su pasado inmediato y mediato que no habrían de doblegarse por la inercia del desarrollo económico, pues implicaba desmantelar reglas, leyes y costumbres en las que se enquistaban poderes habituados a su condición de privilegio y por ende, se resistían a mudar voluntariamente, había que salirles al paso y resolverlos en el curso de los cambios, así fueran la corona española, los latifundistas, los ejércitos, la misma iglesia católica o las élites de gobierno.
El cardenismo hizo lo propio y no fue poco, aunque no todo porque el todo hasta hoy es una posibilidad teórica que no por ello es falsa o utópica, mas no es discusión del momento. Probablemente el cardenismo sea un referente que sin desprenderse de los postulados de justicia y desarrollo de las transformaciones referidas y con acoplamiento sincrónico con la revolución mexicana, guarda mayor semejanza con los desafíos del momento por cuanto organizó la base sociopolítica de sustentación del poder y cimentó las bases del desarrollo productivo con vistas a la industrialización ulterior que acompañó el PRI de aquel entonces.
El gobierno del cambio que encabeza López Obrador no puede repetir la experiencia del general Cárdenas, pues enfrenta un mundo y un país diferente por su demografía, por su recomposición geopolítica, por su entramado económico; porque ya se sucedió una Segunda Guerra Mundial, se desplegó la llamada época de oro del capitalismo, se abrieron las guerras de Corea y Vietnam, los movimientos del 68 en todo el mundo, se presentó la gran crisis del petróleo y las crisis de la deuda en América Latina, Medio Oriente se metió en la escena internacional, se desplazó el oro como soporte del dólar, surgió el primer procesador Intel, la globalización movió la integración productiva y liberó el comercio, sucumbió la URSS, Japón entró en crisis, el apartheid se suprimió, emergió Sudáfrica, Turquía, la India y China, se sobrevinieron la crisis de los valores tecnológicos y de internet y la debacle financiera inmobiliaria en Estados Unidos, Ucrania y Siria tensan a las potencias, un millonario excéntrico, vulgar y racista de la televisión se vuelve presidente de Estados Unidos y desafía a China y al mundo con una guerra comercial en ciernes, mientras México rumió los restos del desarrollo estabilizador y se subió cojeando a la globalización bajo el resquebrajamiento progresivo del Prian.
Y, sin embargo, paradójicamente, la tarea vuelve a ser el acoplamiento de sectores productivos, fuerzas sociales y entramado político institucional para reindustrializar en la perspectiva de un patrón tecnoproductivo inscrito en la competencia global (dada la lógica de las cadenas-redes de integración productiva y la formación internacional de los precios) con el debido recogimiento de la defensa del trabajo en primer plano y la sustentabilidad de procesos con relación al medio natural.
Una ecuación que nada tiene que ver con la proeza cardenista, cuando se entiende no sólo el cruce de estas exigencias sino el tener que procesarlas en el contexto de alto contraste que se define entre las dificultades internas y las del exterior. En el plano interno las insuficiencias estructurales de México (tecnológicas, de infraestructura, calificación del trabajo, formas atrasadas de la organización de los procesos de trabajo y desintegración productiva de los sectores, ramas y productos, dependencia del mercado norteamericano) y, en el exterior, la preponderancia financiera con sobreendeudamiento privado, público y de las familias, restablecimiento de impuestos al comercio, estrechamiento de mercados, amedrentamientos y tensiones por los hidrocarburos y los territorios, tasas de interés al alza y apreciación del dólar.
Táctica y estrategia
Para salir bien librados de este cuadro de condiciones, se requiere de una táctica y una estrategia en la política y en la economía. La fuerza del ordenamiento social emitido por el voto de los mexicanos para perfilar una respuesta a la justicia social incumplida por la historia es algo que llevará más tiempo que los seis años de la administración, lo que presupone la consolidación política del régimen para echar cimientos y de Morena para asegurar los plazos de edificación socioeconómica y cambio institucional, algo que todo mundo da por supuesto, pero que suele entenderse voluntariosamente y asumirse al margen de las difíciles condiciones internas y externas que enmarcan la realidad actual en una conjugación que va más allá de su reconocimiento empírico arriba referido. Realidad que debe ser decodificada para asegurar que ello suceda acorde a las lecciones de la historia sobre las causas que han debilitado la consagración de las transformaciones en doscientos años y donde una de estas causas ha sido la sujeción política, institucional y cultural del pueblo, que ha estado presente en la independencia, la reforma y la revolución.
La otra cuestión es que suele creerse que la política lo hace todo, todo es voluntad política para los políticos, una verdad a medias que conviene apuntalar con los recursos de la economía política donde se articula el trabajo productivo como vértice de la conciencia y sus despliegues tras la defensa de vivir y vivir mejor, un principio ordenador, al que ahora se suma el hacerlo con garantías en la preservación del medio natural, donde se suma, además de la voluntad, la ingeniería científica de la conciencia. La economía no es ecuación simple de la oferta y la demanda, ni se cubre con trabajo y producción fuera de la competencia, incluso el valor de las mercancías se enfrenta a las asimetrías de la competitividad, a la fuerza del monopolio y la ley del derecho de propiedad intelectual, el proteccionismo o el libre comercio entre fuerzas desiguales, etcétera.
Y mientras se acomodan las cosas, la consolidación institucional de la nueva correlación de fuerzas y la cimentación de condiciones para la inversión, el encadenamiento de sectores entre el primario y el industrial, cadenas de valor entre la pequeña industria con la mediana y de ésta con la gran industria, y se sientan las bases de la ciencia con la innovación tecnológica, se califican los jóvenes, se recupera la producción de energías, se construye la infraestructura de comunicaciones, se diversifican los mercados, y demás procesos iniciáticos, habrá que fincar la claridad de origen y rumbo, donde el proceso de la cuarta transformación no puede perderse en la mala idea de que todo es importante y prioritario, en un mundo donde las apariencias engañan. Las necesidades ingentes de la desigualdad y la pobreza no están a discusión y el mejor esfuerzo no tiene margen de error, mas ello no resuelve, ni remotamente, la desigualdad ni la pobreza.
Lo que procede es desvelar y actuar en consecuencia de la combinación de procesos y la sucesión de las etapas con vistas a la industria de bienes de capital donde la política fiscal y monetaria acomoden la demanda en correspondencia con los segmentos de los nuevos encadenamientos industriales, algo donde la teoría económica y la economía política no habrían de pelear ni estas con la política sino al contrario, se puede discutir, pero caminando por la izquierda.
México y Rusia
Veamos. El Partido Revolucionario Institucional fue una resultante del desenlace de la revolución mexicana y se jugó en la necesidad del desarrollo capitalista como de alguna manera lo hizo el Partido Comunista en el esfuerzo sucesorio de la dominación zarista en Rusia.
Ambos procesos se encontraron con el agotamiento de regímenes despóticos teniendo como contrapartida sociedades anquilosadas del trabajo y el comercio, países marcados por el atraso y, por tanto, impedidos de construir riqueza como fundamento material de la justicia. El imperativo de entonces fue el de superar el atraso, y así se emprendieron procesos de cambio dirigidos al tránsito de sociedades agrarias al de naciones industriales que para inicios del siglo XX pautaban las sociedades avanzadas que venían aparejándose al desarrollo capitalista abierto por Inglaterra desde fines del siglo XVIII.
Rusia se procesó a contrapelo del reordenamiento geopolítico derivado de la primera y segunda guerras mundiales escenificadas por las potencias y al tenor de sus propias dificultades, desapegos y contradicciones. México también. No a contrapelo de las potencias sino con apego a sus conveniencias inmediatas, siempre espoleadas por las ganancias económicas de las empresas con las cuales no sólo se satisfacían los extravagantes consumos familiares de sus dueños sino los requerimientos de expansión del capital en tanto que empresa (s), (una permanente contradicción disyuntiva del desarrollo del capital entre el corto y mediano plazos, entre el consumo suntuario y la reinversión para el progreso de sus capacidades e incremento de su presencia relativa de mercado).
En las postrimerías del siglo pasado, Rusia sufre un resquebrajamiento y la URSS que se venía edificando, cede su paso a la restauración capitalista y su reposicionamiento en el reordenamiento geoeconómico y político actual. Hasta aquí el asunto de Rusia para efectos prácticos; sólo nos interesaba el paralelismo de que en ambos casos se emprende una transformación de la capacidad productiva como fundamento de las aspiraciones de justicia.
México, por su parte, alcanza una gran transformación con procesos de gran singularidad y significación como el reparto agrario, la educación pública o el sector energético, con los que se abren procesos socialmente incluyentes, con importantes oportunidades de empleo y el arribo al capitalismo industrial urbano, mas no exento de contradicciones, deformaciones y aberraciones.
La clase política se corrompe y se involucra en los negocios, mientras la naciente burguesía se duerme en sus laureles al amparo de favores y privilegios de ley. La representación popular en el Congreso hace de las suyas a cambio de su rendición al mandato del capital y en consonancia con el presidente de la República. Y mientras este festín de frivolidad se sucede en el poder, el mundo sigue su curso adentrándose en la llamada época de oro del capitalismo (1945-1971), desplegando nuevas y portentosas capacidades productivas. México despierta de su borrachera y se encuentra, cual vil circunstancia, distanciado del auge tecnoproductivo de las potencias y desprovisto para reincorporarse a la competencia mundial.
Crisis mundial de los 70
A mediados de los 1960 se perfila el desgaste del auge bullicioso del capitalismo mundial de la postguerra entrelazado con las fallas y desperfectos de los procesos en cada país. Se sobrevienen los movimientos del 68 como crítica del patrón cultural autoritario, consumista y belicoso en que se había tornado el progreso, configurando la llamada de alerta a lo que devendría como la gran crisis mundial de los 70 (alza y caída de los precios del petróleo 1971-1981).
En México el desarrollo estabilizador se disloca al perder, desde mediados de los 60, su relación de abastecedor de materias primas a los países desarrollados que ya se habían sobrepuesto a los estragos de la guerra, no sólo con gran autosuficiencia sino con la generación de importantes excedentes exportables primarios e industriales.
Los cambios en el mundo en contraste con el adormilamiento del desarrollo nacional alcanzado entre 1935-1965 deja a nuestro país a medias, no se consolida la industrialización en la producción de bienes de capital, esto es, la producción de máquinas que hacen máquinas, con lo que se distingue un país con altos ingresos, salarios y empleo de aquellos que quedan a la zaga. Y de entonces a la fecha el proceso no se adentra a una posibilidad efectiva de cerrar el ciclo de industrialización y servicios relacionados, lejos de ello y apergollado por las circunstancias se sube cojeando a la globalización que arranca desde el interior de los críticos años 70-80 dando lugar al crecimiento acelerado de un puñado de empresas volcadas a la oportunidad del comercio exterior y algunas privilegiadas en el abasto interno, pero teniendo como contrapartida el abandono del desarrollo interno amén del inconcluso proceso de producción de bienes de capital como basamento e indicador de su potencial capacidad productiva y de ingreso ulterior.
Medio siglo después, la tarea es doblemente complicada y, sin embargo, sigue siendo la tarea principal, no como prioridad descontextualizada ni mucho menos única; es tarea sobresaliente en el orden estratégico que le da sentido a las acciones del fomento a la inversión mediante el gasto en ciencia y tecnología, educación, infraestructura, energía y medio ambiente, así como a la política monetaria, financiera y de comercio. En sí la reindustrialización de México es una resultante de la acción del Estado vis a vis el desarrollo del capital privado, con especial énfasis en el desarrollo endógeno sin menoscabo del comercio exterior dada nuestra insuficiencia en el abasto interno de insumos, partes y componentes para la integración de manufacturas y servicios finales.
Para ello el Estado y el gobierno tienen que acoplar con direccionalidad definida los instrumentos de la política económica, la política pública, y la política-política reconociendo la simultaneidad de los procesos y sus etapas de producción posible según la velocidad de progreso probable y, de hecho.
Un país cuyas empresas más avanzadas son agroindustrias como tortilla, pan, tequila o cerveza, o de manufacturas como la automotriz con dependencia estratégica de las partes de mayor elaboración o servicios de telecomunicaciones dependientes de tecnología importada en su mayor parte, etcétera, no puede lanzarse de un momento a otro a la industria satelital, médica o de transportes de gran escala, con una posibilidad competitiva en costo, calidad y precio.
Median procesos directos y colaterales ya mencionados como tecnología, educación, infraestructura, etc. y etapas de integración de capacidades en cadenas y redes de producción y comercialización entre regiones y zonas económicas. Un entramado de elaboración que tiene un perfil más técnico y desagregado que, desafortunadamente, no es dable mostrar en artículos periodísticos, por lo que me permitiré exponer en sendos ensayos como un ángulo de contribución al cambio en ciernes y material de orientación en la conciencia social que penden de la expectativa y la esperanza que al paso de los días pueden tornarse inciertas y diluirse hasta alejarse.
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* Profesor de investigación y Análisis Económico de la Facultad de Economía de la UNAM. Vicepresidente del Centro de Estudios Estratégicos Nacionales. CEEN.
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