Basura bajo
la alfombra
Con la consigna de atemperar el aterrorizante impacto sicológico que las cotidianas matanzas en la guerra contra el narco provocan en la sociedad, a la Presidencia de la República y sus cajas de resonancia se les ha ocurrido reorientar su estrategia “de comunicación”, estableciendo insidiosas comparaciones entre México y otros países o ciudades concretas donde la violencia asesina es el amargo pan de cada mañana. Como “atenuante”, además, se pretende convencer al público de que los saldos sangrientos son resultado de la pugna entre los cárteles del crimen organizado por el control territorial. Aunque no lo parezca, solía insistirse hasta hace poco en cada discurso o declaración oficial, “vamos ganando esta guerra”.
De esa suerte, se pinta la escena nacional como un paisaje neutro, en el que bien podría colgarse la leyenda: “mal de muchos, consuelo de tontejos”. Como lo han apuntado críticos de esa guerra sin fin, la comparación estadística sobre el número de muertos, a fuer de insensible, peca de tramposa y esquiva responsabilidades bajo el marbete de “víctimas colaterales”, como si éstas fueran excusables. La violencia en las calles de Nueva Orleáns o Washington, por ejemplo, no es siempre de la misma naturaleza que la de México; sus actores y sus víctimas tienen diferentes características y motivaciones, invariablemente distinguibles; salvo por excepción, aquellos crímenes no pasan por la impunidad, que es santo y seña en la justicia mexicana, estatua de sal frente a la violación de los derechos fundamentales.
En vez de aplicarse el análisis de la barbarie en función del estado de cosas que privaba en México antes de que se iniciara esa “cruzada”, los sesos se devanan para contar historias del extranjero. Aun así, y casi como coartada para involucrar a todos en la campaña (“y no sólo al gobierno y al Presidente”), la Procuraduría General de la República reconoce ya que, a junio de 2010, la suma de muertos a partir de 2006 es de 25 mil. Se circunscribe esa cifra, sin embargo, a cadáveres contados en superficie, pero es cada vez más frecuente y dantesco el hallazgo de fiambres en narcofosas, tiros de minas abandonadas, cenotes, etcétera, que ameritan una columna aparte en el balance macabro.
Como sea, el propio gobierno empieza a matizar su discurso triunfalista: El costo hace ya insostenible la obcecación unilateral. Si bien la reflexión más consistente habla de que dicha guerra se emprendió con el propósito de obtener legitimidad para una presidencia viciada de origen, lo cierto es que, desde su inicio, se observó la ausencia de un trabajo de inteligencia para medir la potencia del enemigo a vencer y tratar de al menos igualarla; se denunció el uso arbitrario de las Fuerzas Armadas en una tarea policial ajena a sus funciones específicas; la sospechosa supervivencia activa de determinados líderes mafiosos y la inacción frente a las visibles redes que dan soporte y fluidez a las finanzas de esa actividad, señaladamente el blanqueo de dinero. Voces en el desierto burocrático.
Se pretende ahora, en síntesis, que la sociedad, desarmada, se asuma como combatiente -más que complementario, casi suplementario- en guerra tan dispareja. La pregunta a responder, es si el ánimo de rectificación es auténtico o si es sólo asunto de cálculo para fines electoreros con vistas a la sucesión presidencial de 2012. Que las organizaciones no gubernamentales (Ong), se convoca, propongan alternativas a la estrategia calderoniana. ¿Cuántas ong, cuántas veces y sobre cuántos temas han planteado sus iniciativas y cuál ha sido la respuesta presidencial?
“Democratizar” es ahora el verbo oficial. ¿Por qué solamente proponerlo respecto de una ofensiva en la que el gobierno ha resultado derrotado? ¿Por qué no extenderlo a todo el universo del poder? Si a comparaciones vamos (el silencio de los comparadores ha sido elocuente en esto), recientemente se divulgó la encuesta 2009 de Latinobarómetro, una cuyas preguntas en 18 naciones fue ¿cree usted que su país camina en la dirección correcta? 75 por ciento de los brasileños dijo que sí; 65 por ciento de los chilenos dijo que sí. 68 por ciento de los mexicanos dijo que no. Esa es la gran cuestión.
More articles by this author
EditorialEDITORIAL
La esperanza quiebra a la ultraderecha europea
EL SENTIMIENTO DE...
|